El fin de semana me encontré en una cena rodeada de dieciséis mujeres que, al enterarse de mi profesión, no dudaron ni un segundo en empezar el tiroteo de preguntas. Yo estaba copa en mano, abriendo un tinto recién servido, cuando una de ellas grita desde la otra punta de la mesa: “¡¿Qué es ese revolear que hacés con el vino en la copa?!”. Claro que todas reímos y sin dudas ese grito abrió una larga conversación.

Ese “revolear el vino”, que dicho así parece un gesto gauchesco de boleadoras, no es más que abrirlo. Este movimiento, más que un revoleo –que sin dudas es elegante frente la mirada ajena– lo que hace es airear el vino en la copa. Oxigenarlo, revivirlo, darle un empujón para que comience a respirar. Imaginemos que ese trabajoso líquido está encerrado en la botella durante varios años. El vino, que es una bebida fermentada, producto de la uva, está vivo. Efectivamente vive en esa botella y va evolucionando. En definitiva, está esperándonos.

Al abrirlo con ese ligero giro en copa, lo comenzamos a despertar. Somnoliento aún, sus aromas empiezan a aparecer. Sentimos la gama de sabores que comienzan a desprenderse como pequeñas capas que se van soltando, desperezándose hasta llegar a despabilarse, accionando ese gran potencial que encierra la botella.

Dicho así parece todo muy romántico, y a veces, quienes no están acostumbrados, se alejan de esta bebida por no entenderla. Por considerarla para conocedores, para expertos, para apasionados; por no saber hacer ese “revolear extraño”.

En aquella mesa yo era la sommelière, aunque el vino –a no ser que tenga un defecto– siempre está listo para ser bebido y disfrutado. Podemos mimarlo, es verdad. Podemos estudiarlo, interpretarlo, descifrarlo y decodificarlo. Pero que el aprendizaje no nos quite las ganas de tomarlo, convirtiéndolo en un lujo para pocos.

“Si el vino viene, viene la vida”, decía Horacio Guarany. Que vuelva el vino a las mesas, que se sigan haciendo preguntas en cenas de charlas eternas. Que nunca se acaben las excusas para compartir y que hayan más copas llenas de historias. Brindemos por la vida, que quiero volver en vino.