Quien piense que seguir su intuición es dirigirse a la panadería más próxima anda desnorteado. “La alimentación intuitiva en realidad es un modelo que promueve la reconexión con los hábitos alimentarios naturales, los que traemos de nacimiento. Por lo tanto, se trata de comer aprovechando nuestra biología. Esto implica un reaprendizaje: poder guiarnos por nuestras señales de hambre, saciedad y satisfacción”, explica la nutricionista Allyson Monzón.
“A veces aparece esta idea de que si seguimos nuestras señales, nos vamos a comer todo; y en realidad eso es parte de un desconocimiento que tenemos a nivel general, social, del funcionamiento de nuestro cuerpo”. El organismo, señala esta nutricionista, es 100% eficiencia, y nunca va a querer, por ejemplo, someterse a una digestión pesada. “Antes nos va a avisar para que frenemos”, asegura. “Ese es uno de los mecanismos que tiene el cuerpo: no quiere excesos. Esos son comportamientos aprendidos. Pueden estar muy arraigados, por distintas situaciones, pero no es la naturaleza del funcionamiento humano”, agrega.
Retomar ese camino no es algo que suceda, por supuesto, de buenas a primeras. “Es todo un proceso volver a conectar, volver a interpretar la información de nuestro cuerpo y, sobre todo, si esto está atravesado por nuestras vivencias”, insiste la especialista. Algunas pautas de cómo lo anterior caló hondo en nuestras educación: “De chicos nos decían ´terminá el plato´ o manifestábamos que teníamos hambre y nos decían ´ahora no, porque no es hora de comer`. Todas esas frases nos van desconectando”, indica. Incluso desde el nacimiento: “Ahora por suerte está cambiando, pero antes se decía que el bebé tenía que comer cada tres horas, que había que despertarlo para que comiera... Un niño que tiene hambre no está dormido; se despierta y pide. Desde el primer día, de alguna forma, nos van desconectando”. De allí que deshacer esas costumbres sea todo un encare. De todas formas, “el hábito, con las pautas indicadas, se cambia mucho más rápido que la mentalidad”.
Un método sostenible
De su experiencia en consulta, Monzón observa que “la alimentación intuitiva es algo tan orgánico, que respeta el funcionamiento de nuestro cuerpo, que con un buen acompañamiento es relativamente sencillo incorporar”. Si para empezar no sabemos cuándo parar y no concebimos no repetir un plato que nos gustó, entre otros factores de desatención del equilibrio interno, “hay una desconexión de la señal de saciedad”, concede Monzón. “Creo que es de las más importantes, porque la señal del hambre más o menos todos la tenemos clara. Pero la señal de saciedad es más sutil. Hay que ver en cada persona cómo funciona y cuál es ese punto en el cual ya no necesito comer más”. Algo que pesa, en este sentido, dice, es cuando algunos alimentos están prohibidos: “Eso refuerza muchísimo el seguir comiendo, independientemente de la señal. El modelo de las dietas promueve una restricción específica y hay un momento en que el cuerpo ya no tolera eso, y aparece el exceso, que se ve como algo malo. El problema está en la restricción”. Bien dice que “hoy ya no sabemos qué comer, porque se está cuestionando todo. Esa premisa tan fuerte que prohíbe alimentos es la que hace que se refuerce el deseo por ellos”.
A propósito, la alimentación intuitiva no trabaja borrando insumos de la lista. “Lo que veo en mí, porque es la alimentación que yo sigo, lo que veo en la consulta, y también hay bibliografía que lo respalda, es que cuando no hay prohibidos, disminuye ese deseo tan fuerte por ciertos alimentos”. Al mismo tiempo, se detiene ese desborde, esa tendencia al atracón que sobreviene cuando se atraviesa un límite, como comer un cuadrado de chocolate y, de paso, la tableta entera. En cambio, apunta, “cuando un alimento no está prohibido, yo puedo conectar con mi señal, porque sé que cuando quiera volver a comerlo, lo vuelvo a comer. Eso hace que yo pueda escuchar ese límite que pone el cuerpo y dejar, porque no hay que terminar todo. Eso es mucho más orgánico y por eso es sostenible a largo plazo”.
Dietas riesgosas
Ciertas conductas extremistas de moda, como las dietas cetogénicas y los ayunos intermitentes, parecen copar las preferencias actuales. Sin embargo, consultada al respecto, Monzón opina que “hay una trampa detrás de esos modelos, es como una falsa salud. Por lo general, detrás de lo que tiene que ver con los productos light y con estas dietas y ayunos está la aspiración de delgadez, de bajar de peso. No estoy diciendo que sea en todos los casos. Pero hay mucho de eso; me lo han mencionado en consulta. Y es una trampa, porque no está orientado hacia el bienestar. De hecho, la dieta keto va en contra de nuestra biología, porque sería como utilizar el plan B del cuerpo, un plan alternativo. Recordemos que la glucosa es la principal fuente energética de nuestro cerebro, y hoy en día está demonizada a nivel social”. Eso es un grave error, advierte, “nos está trayendo consecuencias muy grandes a largo plazo, son temas complejos”, ya que termina recargando al hígado y los riñones.
Buscar comida, no vitaminas
En lugar de hablar de calorías o aportes vitamínicos, “hay una sabiduría que tiene el cuerpo, que excede toda la información que tenemos hoy sobre alimentación y nutrientes”, asegura. “Entiendo que los profesionales de la salud tenemos que saber de esto, sin dudas, pero no es el tipo de información que es útil al que está del otro lado. Por eso es muchas de las confusiones que hay con esto de qué comemos, porque mucha de esta información no es necesaria. Si nosotros conectamos con lo que nuestro cuerpo necesita, es ´ahora necesito algo fresco' y eso va a venir por una fruta o por una ensalada; ´ahora necesito algo más calentito`, como puede ser en invierno, y voy a buscar una sopa, un guiso, algo más potente, y así con todo. En el cotidiano vamos viendo que estas necesidades van respondiendo a ciertos nutrientes”.
Nutrirse (editorial Gaia), del ecólogo conductual Fred Provenza, fue para Monzón un libro revelador. “Él estudió esas necesidades en los animales y las extrapola al ser humano. Tenemos esa capacidad de discernir lo que necesitamos. Lo que pasa es que lo tenemos completamente apagado”, subraya, antes de brindar un dato valioso: “La nutrición como área de estudio existe hace 300 años. Antes de eso no teníamos una información tan compleja, y si fuera tan importante, no hubiéramos sobrevivido como humanidad. En 1700 fue que Lavoisier, el químico, empieza a estudiar los nutrientes. Está buenísima, pero no es útil a la hora de comer cada día”.
En Tierra (Grijalbo, 2022), de Paul Bennett y Marcela Baruch Mangino, esta nutricionista ya aportaba su mirada sobre el valor de los productos de estación. “Es maravillosa la estacionalidad, porque nos recuerda que somos parte de un ecosistema. Nos permite ver que estamos precisando de distintos nutrientes en distintos momentos del año, y que esos nutrientes están exactamente en los alimentos de cada estación y en el lugar donde vivamos, porque no es lo mismo, por las características climatológicas, vivir en Uruguay que vivir en el polo. Y los alimentos presentes van a estar en congruencia. Otro de los beneficios en esto es esa flexibilidad: porque las dietas nos hablan de comer siempre igual, la ensalada, el churrasco. No tienen en cuenta, por ejemplo, la temperatura. El alimento regula la temperatura corporal: no es lo mismo comerme un helado en pleno invierno, no es la misma satisfacción ni a nivel de sensación física, que comerlo en verano, que está cumpliendo un rol”.
Por otro lado, no menor, “los alimentos que están disponibles en cada estación siempre tienen mejores nutrientes: no es lo mismo un tomate cultivado en verano que comer uno en invierno”. Algo similar ocurre con la elección de alimentos de cercanía: “Para un uruguayo no es lo mismo comer una manzana que un ananá”, concluye.
Cita mensual
Desde agosto Monzón decidió llevar adelante una serie de encuentros virtuales gratuitos para intercambiar nociones sobre nuevos paradigmas de alimentación con gente de todo el mundo (ya que actualmente vive entre Uruguay y España).
“Salí de la universidad con esta idea de que lo que me habían enseñado no era sostenible y no traía bienestar. Pero en aquel momento yo no tenía herramientas para pararme frente a eso, otro modelo que me acompañara”, cuenta sobre el giro que dio en su profesión. Tras ejercer en distintas áreas, siempre atenta a cómo se iban sintiendo sus pacientes y los cambios que podía hacer para que “la alimentación les generara más placer que conflicto”, hace cerca de cinco años encontró una salida a su frustración en la alimentación intuitiva. El respaldo científico de este método, sumado a su formación en bioética y metodología de la investigación, y a haber integrado equipos en cuidados paliativos y trastornos de conductas alimentarias, terminó de definir su enfoque actual. Esas herramientas son las que utiliza para aportar a una nutrición “más compasiva, más sensata, y, sobre todo, generosa en el cotidiano”.
La próxima reunión es este jueves a las 18.00. Para saber más o consultarla, conviene enviar whatsapp al 099 150 079 o escribirle a [email protected].