En 2006 se estrenó Casino Royale, la película dirigida por Martin Campbell que tenía por primera vez a Daniel Craig en el papel de James Bond. Esta vez, en lugar de seguir como si nada con las aventuras que arrastraba el personaje en una veintena de películas, decidieron comenzar con un agente joven, que se ganaba su licencia para matar y que tenía historias con menos ingredientes extravagantes que sus antecesoras inmediatas.

El público agradeció las decisiones creativas que regresaron al personaje al espíritu de las novelas originales de Ian Fleming, quien en 1962 había dicho a The New Yorker: “Quería que Bond fuera un hombre extremadamente aburrido y poco interesante al que le pasan cosas; quería que fuera un objeto contundente”. Sin embargo, pasaron los años y las películas con Craig a la cabeza volvieron a los villanos estrambóticos y las máquinas apocalípticas.

King Kong y Godzilla claramente no están al servicio secreto de su Majestad, pero tampoco precisan una licencia para andar matando monstruos (o personitas que se encuentren cerca). Lo que tienen en común es el aumento del nivel de delirio pop en las películas de su Monstruoverso, aunque obviamente la curva de crecimiento fue mucho más corta.

Todo comenzó en 2014 con Godzilla, dirigida por Gareth Edwards, donde además de la obligatoria trama con humanos se ponía el foco en la competencia entre diferentes monstruos que surgían de las profundidades, con nuestro querido lagarto gigante como claro favorito. No es que la película fuera un documental de National Geographic (Casino Royale tampoco era uno de History Channel) y, de hecho, como espectador me pareció que le faltaba un poco de ridiculez.

Algo de eso se corrigió con la llegada de Kong: la Isla Calavera (Jordan Vogt-Roberts, 2017), que ambientada en los setenta y con tufillos de cine B entretenía bastante más que su antecesora. En 2019 se estrenaría Godzilla II: el rey de los monstruos, de Michael Dougherty, donde el Monstruoverso ya parecía haberse convertido en una de las ligas de lucha libre que son pasión de multitudes en Estados Unidos, pero sin tramas humanas interesantes.

Los dos grandes bichos finalmente se vieron las caras en Godzilla vs. Kong, dirigida por Adam Wingard y estrenada en 2021. Tres años más tarde y con el mismo director, tenemos revancha. Y el extravagantómetro, que en su momento llevó a James Bond al espacio exterior o lo hizo acomodarse su corbata debajo del agua, aquí también pica alto. Si la última de los Cazafantasmas recuerda a los films de Marvel, acá los monstruos unen fuerzas al mejor estilo de los Avengers.

Siguen sin gustarme los diseños de los “enemigos” del simio y el lagarto, y las historias humanas continúan sin dar en la tecla de la emotividad, aunque sí funcionan cuando apuestan al humor (regresa Brian Tyree Henry y se suma Dan Stevens dando rienda suelta a su histrionismo).

Pero lo más importante es que desaparece cualquier resto de cinismo. Sí, hay que lidiar con los portales a la Tierra Hueca, pero a cambio tenemos a King Kong recibiendo un tratamiento de conducto o usando un brazo biónico, o a Godzilla durmiendo en el Coliseo romano. También peleas que se resuelven con una sola piña (gigante) y un simio que golpea a otros con un simio chiquito como garrote. Y en un par de momentos la coreografía de las luchas parece directamente levantada de Titanes en el ring.

Quizás el pecado mayor de Wingard sea mostrarnos un montón de escenas interesantes que transcurren en la Tierra Hueca con Kong como protagonista, en las que no logra transmitirnos la sensación de que es un monstruo gigante. Pero ahí lo tenemos, poniendo trampas para escapar de sus enemigos y comportándose cada vez más humano. Del otro lado está Godzilla, que sigue siendo un objeto contundente à la Fleming, con muchos menos minutos en pantalla.

El nuevo villano no parece estar a la altura de las circunstancias, pero con un poco de ayuda mágica logra complicarles la vida a los protagonistas, que terminan formando un pequeño supergrupo para salvar el mundo. En el camino seguramente hayan muerto miles de humanos, pero a la película eso no le importa mucho.

Entiendo la necesidad de justificar la existencia de Monarch, la empresa que monitorea a estos bichos, la necesidad de tener civilizaciones secretas con profecías que explican por qué tal bicho cumple con tal función, pero al final del día lo que nos va a importar son las peleas entre animales enormes, y en ese sentido la película cumple, aunque no siempre la enormidad esté bien representada en la pantalla.

Godzilla y Kong: el nuevo imperio, de Adam Wingard. Con Rebecca Hall, Brian Tyree Henry y Dan Stevens. 115 minutos. En cines.