Una vez que los niños entran al laboratorio, se abalanzan sobre los instrumentos para explorarlos. El microscopio es el más conocido y el que primero llama la atención, pero una vez que miran alrededor encuentran frascos, lupas y huesos. Precisamente, con la idea de que los escolares puedan trabajar en ciencias naturales de manera “curiosa”, la escuela experimental de Malvín puso nuevamente en marcha su laboratorio, que lleva el nombre del científico Clemente Estable.

Después de un acto más protocolar de reinauguración y una recorrida por el laboratorio, un grupo de sexto año participó en un taller que ofrecieron Anabel Fernández, María Inés Reherman y Stephanie Silva, del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable (IIBCE). Las científicas llevaron distintos compuestos para mirar a través de los microscopios, algunos elaborados por el propio Estable hace décadas, como uno de cerebelo humano y otro de neuronas, al que se sumó uno de hojas vegetales. Para algunos grupos, la propuesta invitaba a mirar esos diferentes tipos celulares a través del microscopio; para otros, se planteaba tomar huesos de una canasta y formar animales, y también había otra consigna para pesar distintos elementos en dos balanzas, una digital y otra de platos y pesas.

La directora del turno de la tarde, Vanina Giorello, dijo que contar con el laboratorio será muy importante para la enseñanza de la ciencia en el centro educativo, ya que se apuesta por que los niños puedan explorar y experimentar por sí mismos. Por su parte, agradeció a la comunidad de padres y a la comisión fomento de la escuela, que fueron claves para la reapertura.

Laura Rugnitz y Alejandro Mangarelli son parte de la subcomisión Laboratorio del centro educativo, en la que participan cerca de una decena de familiares de estudiantes que cuentan con formación científica. En el acto de reinauguración, explicaron que la puesta en marcha de ese espacio fue posible a partir del aporte y el trabajo de familias, de recursos que destinó la comisión fomento, y de acuerdos con instituciones como el IIBCE, que aportó herramientas e insumos de trabajo. Además, mencionaron que están en contacto con las facultades de Ciencias y de Química de la Universidad de la República para generar sinergias y actividades en conjunto, y también con comisiones fomento de otras escuelas que quieren replicar la iniciativa.

En un comunicado, la escuela explica que el laboratorio es parte del espíritu experimental del centro educativo, donde en la mañana funciona la escuela 219 y en la tarde la 274. No obstante, aclaran que durante varios años dicho espacio no funcionó como tal, principalmente por “falta de presupuesto para mantenimiento y programas adecuados que acompañaran y apoyaran a la tarea docente”. Afirman que por eso durante mucho tiempo permaneció cerrado o se destinó a otros usos.

En 2017, la comisión fomento del turno matutino realizó varias tareas de reacondicionamiento del laboratorio, que fueron desde poner yeso en las paredes hasta conseguir mesas y banquetas, que tuvieron que ser adaptadas, explicaron Rugnitz y Mangarelli. De esa manera, los niños pudieron usarlo para realizar experimentos y tener otro acercamiento a los contenidos de ciencias naturales, pero también sirvió como taller de plástica y de cocina.

Con la llegada de la pandemia de covid-19 y el pasaje a la virtualidad, el salón volvió a quedar en desuso, pero este año volvió a reactivarse a partir del empuje del grupo de padres y familiares, que en muchos casos también orientan las actividades científicas en el laboratorio. Al respecto, Rugnitz y Mangarelli explicaron que esperan poder agrandar el grupo y que de tercero a sexto año de ambos turnos puedan tener al menos una actividad científica al mes. Para eso se genera un ida y vuelta con las maestras, de forma de que puedan aportar en los temas y actividades que se piensen abordar con los niños.