En 2011, en la versión argentina del reality show Gran Hermano participó Alejandro Iglesias, el primer varón trans en habitar la casa del polémico programa. En ese momento, en Uruguay, Rodrigo Falcón, que por ese entonces tenía 40 años, le pudo poner nombre a lo que le pasaba: era un hombre transexual.

“Siempre me esforcé para ser una niña y sobrellevé mi vida a los tumbos, pero por más que el cuerpo decía que era una mujer, mi cabeza me decía otra cosa. No sabía lo que me pasaba, pero sabía que una mujer lesbiana no era”, contó a la diaria.

Gracias a ese programa de televisión Rodrigo pudo ver que existía otra persona a la que le pasaba lo mismo y que había encontrado una solución: empezar la transición. Cambiar su documento de identidad o realizar tratamientos de salud para generar cambios corporales eran cosas que desconocía que se pudieran hacer.

Después de identificar qué era lo que le sucedía, a Rodrigo le costó más de dos años dar con un colectivo que lo acompañara a recorrer el camino que tenía por delante. Esa organización fue la Unión Trans del Uruguay (Utru), que nació en 2012 como grupo virtual a partir de las concentraciones que se hicieron por varios homicidios seguidos de mujeres trans. A raíz de esa búsqueda, Rodrigo se percató de que no había un colectivo de varones trans. Fue así entonces que en setiembre de 2014 surgió Trans Boys Uruguay (TBU).

“Me di cuenta de que faltaba esa mirada. No había información ni para nosotros ni para el resto de la población. Aun hoy, después de cuatro años de trabajo, cuando se habla de población trans se piensa sólo en mujeres, pero también hay que mostrar esta otra cara. Antes no teníamos un referente, entonces me dije: ‘Vamos a ponernos la camiseta nosotros y empecemos a trabajar’”.

El primer encuentro de TBU fue casi espontáneo; surgió después del seminario Transforma que organizó el Ministerio de Desarrollo Social (Mides). “Me encontré con otros pibes e inmediatamente unos seis o siete nos fuimos a un café y nos pusimos a hablar de la importancia de agruparnos. En ese momento la hoja de ruta fue marcar los distintos caminos que hay que transitar: cambiar el documento, con quién hay que hablar en materia de salud, a dónde hay que acudir”.

A pesar de que TBU surgió por la necesidad de una población específica, no se cerró a la posibilidad de crecer y, hace pocos meses, amplió sus ejes de trabajo a niñez, adolescencia y familia.

Otra vez fue la televisión la que le dio el empuje, en esta oportunidad el programa Santo y seña, con el informe “Cuando el cuerpo dice una cosa, pero la mente siente otra”, emitido en abril de este año. Rodrigo dice que, a través de la televisión, encontró la manera de llegar a gente que de otra forma no iba a alcanzar: “Fue una oportunidad, porque el programa apunta a un público más conservador”. “Cada vez que tenemos un poco de publicidad, en cualquier medio, empiezan a caer los mensajes”, comenta.

Hoy la organización tiene tres grupos de Whatsapp, uno para que los adolescentes interactúen entre ellos, otro para las madres y los padres, y el tercero para los varones mayores de edad.

“La idea es que en estos meses se empiece a distribuir el trabajo en comisiones integrando a las familias que se van sumando. El objetivo es poder conformar, en el futuro, una fundación de apoyo a las personas trans”. Mientras tanto, la intención de TBU es dar a conocer las historias de vida a través de videos que serán publicados en las redes sociales de la organización.

Despertar y ser otro

En la actualidad la comisión de Población, Desarrollo e Inclusión del Senado está estudiando el proyecto de ley integral para personas trans. El artículo 17 garantiza los tratamientos hormonales y las intervenciones quirúrgicas tanto para las personas mayores de 18 años como para los menores de edad que tengan el consentimiento de sus representantes legales. En el caso de que no lo tengan, también hay mecanismos previstos para que puedan acceder a los tratamientos.

Este artículo es uno de los más resistidos. Incluso profesionales de la salud evangélicos expresaron en el Parlamento su discrepancia con la hormonización cruzada, argumentando –sin fuente– que “la mayoría de las personas que en la niñez o en la adolescencia no se identifican con su sexo biológico a los 25 años se realinean con este”.

Rodrigo fue contundente al explicar que no se trata de algo antojadizo: “Es como si un día una persona se despertara en el cuerpo de otra”, explicó. Rodrigo es cristiano evangélico. Estuvo vinculado a la iglesia por 33 años. Contó que durante ese tiempo se negó a sí mismo y finalmente abandonó la iglesia por los prejuicios. “Traté de ser lo más mujer que pude y lo único que me pasó es que fui una persona totalmente deprimida. Eso es algo que no va de la mano de Dios, porque él te trae paz y tranquilidad, y vivir de esa manera me estaba amargando la vida. La institución es lo que está mal, porque creer en Dios y ser trans no son cosas incompatibles”.

Explicó también que en las adolescencias trans el rechazo es mucho. En especial en el caso de las mujeres, que no son aceptadas por sus padres y son expulsadas del hogar. Cree que “por lo tanto es el Estado el que tiene que garantizar su protección”. Y cuestiona: “¿Con qué moral esa madre o ese padre, que no se preocupa por el bienestar de su hija, se va a oponer a un tratamiento?”. Además, “la ley está unida al Código de la Niñez y la Adolescencia, que en el artículo 11 habla de la autonomía progresiva de los niños. Alguien muy pequeño no va a decir que se quiere cambiar el nombre, va a decir cómo se siente, y son los padres los que se tienen que mover. En los adolescentes, si la madre o el padre no está de acuerdo puede llegar a ser una forma de ejercer violencia, y tienen que poder acudir al Estado para que los proteja y les brinde la atención que necesitan”. Rodrigo se mostró contrario a la posibilidad de poner una edad cercana a los 18 años para acceder a los tratamientos.

Sobre su experiencia, comentó que antes de la transición no se cuidaba y ahora tiene una vida más sana. “En mi caso no disfrutaba de la vida, estaba solo, siempre tenía ese gusto amargo de no sentirme bien”.

Soy Agus

Patricia Gambetta es una de las madres referentes de TBU. Comentó a la diaria que cuando Agustín (Agus) le dijo que era un varón trans lo primero que hizo fue buscar información en internet. “En Uruguay no había nada que fuera para madres, padres y adolescentes; empecé a buscar información en el exterior y me contacté con un grupo de padres de Estados Unidos. Una de las mamás, que tiene una niña trans de cinco años, había vivido nueve años en Uruguay y me dio el contacto del Cram [Centro de Referencia Amigable de la Facultad de Psicología]”.

Patricia comentó que en ese momento no podían creer que fueran los únicos padres que tenían un hijo trans. Cuando se acercaron a TBU encontraron un grupo de personas que vivía situaciones similares. “Una vez vi a Rodrigo hablar y me di cuenta de que él quería lo mismo: trabajar con las familias. En la colectividad Rodrigo es visto como un padre. A mí, como madre, Rodrigo me da seguridad de que va a estar todo bien”, afirmó. Patricia y su pareja buscaban un lugar en el que Agustín, de 15 años, pudiera relacionarse con pares, y “más allá de que TBU en ese momento no tenía muchos adolescentes, sí había chiquilines de 19 o 20 años”.

Patricia contó que Agustín les dijo que sentía que era un varón hace dos años: “Empezó comentando que a fulanita le gustaban las nenas, para tantear por ese lado y ver cómo reaccionábamos. Yo le decía: ‘Qué bien, qué suerte; cómo pudo saber, qué definida’, pero sospechaba que se trataba de algo que le estaba pasando a él. Su miedo siempre es el rechazo”.

En esta historia la televisión también tuvo que ver a la hora de dar a conocer la situación de las personas trans. Patricia aseguró que ella ya sabía de lo que se trataba ser transgénero gracias al programa estadounidense Soy Jazz, que cuenta la vida de Jazz Jennings, una chica trans que empezó la transición a los cinco años. “Por esas cosas cuando Agus me dijo que era transgénero yo sabía lo que era, más allá de que en ese momento no estaba interiorizada en el tema”.

Antes de que Agus hablara de la forma en la que se sentía, Patricia pensaba que podía ser gay, pero no trans. “Eso no se te pasa por la cabeza, si no te lo dicen con todas las palabras no lo sabés; podés pensar que sea un tema de orientación sexual, pero no te imaginas que sea una cuestión de identidad de género.

Una de sus preocupaciones es no haber podido identificar lo que le pasaba a su hijo antes. ¿Como puede ser que le estaba pasando todo eso por la cabeza y yo no me di cuenta de nada?”, reflexiona.

Patricia asegura que algo que se repite entre los padres de la organización son los tiempos en los que sus hijos expresan su identidad de género: si no sucede cuando son muy chicos pasa en la adolescencia. “Hay una niña chica, que está en el colectivo junto a sus padres, que lo dijo desde el primer momento que habló”; ella aseguraba que era una niña y cuestionaba por qué la vestían como a un varón.

“O pasa cuando empiezan a expresarse o, como sucedió con Agus, tratan de ser lo más ‘normales’ posible, con todo lo que implica esa palabra”. Patricia comenta que, aunque su hijo se siente varón desde los ocho años, recién se los pudo contar en la adolescencia.

“En quinto de escuela, cuando se desarrolló, con 11 años, colapsó y empezó a averiguar por todos lados qué era lo que le pasaba; puso en internet ‘soy mujer y me siento hombre’ y le salió material sobre transgénero”.

Patricia fue una de las personas que asistió a la comisión para defender la ley y, al igual que Rodrigo, descartó que se vaya a hormonizar a niños: “Lo hacen en la adolescencia para frenar la pubertad, y si no se llega, existe la hormonización cruzada. Los controles médicos son con análisis de sangre y chequeos cada tres meses. Agus se atiende en una mutualista, pero no hay un equipo integral que, por ahora, sólo existe en el Hospital Saint Bois”.

Además coincide en que es necesario permitir que los menores de 18 años accedan a los tratamientos, por más que las madres y los padres no quieran, porque “muchos adolescentes se suicidan o se van de sus casas y terminan explotados sexualmente. Entonces, ¿dónde queda el rol de madre y de padre, que es apoyar a tu hijo?”, concluyó.

Por más información se puede contactar con Trans Boys Uruguay - TBU en Facebook.

Apoyo institucional

A fines de mayo, el Mides, a través de la Dirección de Promoción Sociocultural, organizó un encuentro con varios integrantes de TBU. En la reunión las madres y los padres plantearon la necesidad de concientizar a los adultos que interactúan con sus hijos. Una de las madres presentes dijo que en la actualidad que llamen a su hijo por el nombre con el que se siente identificado “depende de la buena voluntad de la escuela o el colegio”. Contaron cómo se enfrentan a problemas cotidianos como, por ejemplo, que los baños no sean mixtos o que en educación física se formen grupos de mujeres y varones. También surgió la necesidad de que las familias cuenten con más información. Un padre aseguró que a sus 42 años, y “con la cabeza de ladrillo” que tenía, le costó aceptar lo que le pasaba a su hijo. Pero después, con más información, lo fue comprendiendo.

Por su parte, Federico Graña, director de Promoción Sociocultural, puso a disposición las herramientas disponibles en el Mides para dar apoyo y aseguró que se está trabajando para combatir todas las desigualdades, porque “una política pública efectiva tiene que ser para todas y todos”.