Para muchas personas trans, no binarias o, en general, disidentes del género, un cambio en los pronombres con los que se identifican puede ser una parte afirmativa del proceso de transición. Es una forma de ratificar el género afirmado para la propia persona, pero también ante el mundo: me identifico de esta forma y quiero que se refieran a mí de esta forma. Por eso, que los demás se dirijan con los pronombres equivocados no es algo inocuo, va mucho más allá de una elección errada de palabras y puede tener sus impactos.

Existe un término específico para describir la acción de referirnos a una persona con pronombres, nombres o expresiones que no se ajustan a su identidad de género: es lo que se conoce como “malgenerización” –o misgendering, en inglés–, y una de sus formas más habituales se cristaliza cuando asumimos cuál es el género de una persona simplemente por su apariencia.

Hay muchas razones por las que pasa esto. Una es cultural y tiene que ver con la ignorancia o la desinformación que hay en la sociedad sobre las diferentes identidades y expresiones de género que existen, así como la poca formación y sensibilización que hay en general en materia de diversidad. Esto puede explicar, en parte, algunas situaciones de malgenerización que son accidentales o sin intención. Otras, en cambio, están motivadas por transodio, transfobia y otras formas de discriminación basada en la identidad de género.

La malgenerización existe porque la sociedad da por sentado que “todas las personas son cis”, dijo a la diaria Laura Recalde, magíster en Ciencias Humanas especializada en disidencias sexuales y de género. En base a los aportes de la autora estadounidense Julia Serrano, la académica explicó que en la sociedad “hay una generización compulsiva de todo”, ya que a todo “se le asigna un género, de acuerdo a si se adapta a los estereotipos de lo masculino o lo femenino”, y señaló que en ese proceso “se aplica la cissexualidad a todas las personas”. Por lo tanto, “todo lo que no entra se invisibiliza y se violenta”.

Es en este escenario que surge la malgenerización, como un “dispositivo para correr de la norma a aquellas personas que no entran”. “Cada vez que se malgeneriza, hay un llamado al orden”, por lo que, “además de violentar su identidad, simbólicamente se les está diciendo que están por fuera y que están mal”, apuntó Recalde.

La especialista consideró que “malgenerizar habla de una sociedad que tiene ciertos estándares de lo femenino y de lo masculino, donde las identidades y las orientaciones sexuales son binarias, excluyentes, heterosexuales, patriarcales”, y, “a través del lenguaje, vehiculizamos un montón de estereotipos y de prenociones que hacen a la forma en la que nos relacionamos”.

Ya sea un comentario accidental o una actitud intencionada, la malgenerización es algo a lo que se enfrentan las personas trans y no binarias de forma casi cotidiana, que atenta contra su derecho a la identidad, genera malestar y las pone en una situación de mucha incomodidad, según dijeron activistas que compartieron sus experiencias con la diaria. También coincidieron en que puede constituir situaciones de discriminación y de violencia, además de impactar de distintas maneras en la salud mental.

En carne propia

“Muchísimas veces”. Esa fue la respuesta de la licenciada en Comunicación y activista trans Josefina González ante la pregunta: “¿Alguna vez viviste una situación de malgenerización?”. Para ella, hay “diferentes niveles” según las personas, los contextos y si hay o no intencionalidad. Un nivel que distingue es, por ejemplo, cuando su madre y su “segunda madre” la “trataban en masculino” de vez en cuando porque “se equivocaban y se entreveraban”. En ese caso, no ve “intencionalidad ni malicia, sino que era producto de su edad, de la socialización y el tiempo que tuvimos juntas, que vieron criarme, etcétera”. Por otra parte, está la situación con “los ajenos, los terceros, los de afuera”, que algunas veces pueden equivocarse “por error o ignorancia” y, otras, “intencionalmente, con un cometido de violencia o una intención de maldad”.

En base a su experiencia personal, consideró que “la mitad [de las personas que malgenerizan] se equivoca y se pone nerviosa, no sabe o no tiene la educación, ni los medios, ni las herramientas para poder discernir o hacer una elaboración sobre el tema”, porque “tenemos muchas carencias en estas temáticas”. La otra mitad, en tanto, “es conservadora, reaccionaria y necesita imponer de manera violenta que este sistema sigue siendo binario y que, si estás por fuera de lo binario, no existís”, puntualizó. A su entender, “es violencia” y “es reafirmar la negación hacia las identidades trans, al colocar las cuestiones en las categorías de binariedad y llevar el discurso, la práctica y la intención hacia lo hegemónico”. “Es como decir ‘bueno, ustedes pueden existir, pero no nos interesa reconocerles o no nos interesa respetarles’”, agregó.

Por su parte, Cami González, que se identifica como una persona trans no binaria, dijo que la malgenerización “es una constante y está en la cotidianidad, en cualquier ámbito que yo pueda habitar”. Cami, que coordina el área de Identidades No Binarias del Colectivo Trans del Uruguay (CTU), contó a la diaria que “utiliza y se reivindica únicamente desde los pronombres neutros” –elle/le–, pero que suelen hablarle con pronombres femeninos, algo que atribuye a “una cuestión performática”, vinculada con su apariencia estética.

“Con cualquier persona que yo conozca, lo primero que me pasa es que utilicen pronombres femeninos hacia mi persona”, expresó. “Me pasa con personas que me conocen desde hace mucho tiempo y conocen cuál es mi identidad, y obviamente con personas que recién me conocen, porque no está implementado aún en la sociedad este ejercicio de que, cuando conocés a una persona, le preguntes con qué pronombre se identifica”, agregó le activiste.

Identificó por un lado las situaciones que se dan “por desconocimiento” –que calificó de “cotidianas” – y otras que ha vivido “con personas muy puntuales” que tienen “una intención real porque saben cuál es mi identidad, pero eligen no respetarla”.

Por otro lado, Rodrigo Falcón, presidente del colectivo Transboys Uruguay (TBU), opinó que todas las personas trans son malgenerizadas “en algún momento de la transición”, sobre todo “cuando nuestra imagen no condice con los estereotipos masculino o femenino”. “En ese binarismo al que la sociedad todavía sigue acostumbrada, pasa que, si no sos hombre, sos mujer, y si no sos mujer, sos hombre”, entonces cuando no entrás en alguna de esas dos categorías “obviamente que se van a equivocar”, dijo el activista trans. También consideró que, desde su óptica, “el varón trans es más aceptado que la mujer trans”, en parte porque “vivimos en una sociedad bastante machista todavía”.

En su caso, señaló que no interpreta “mala fe” cuando la malgenerización viene de parte de personas desconocidas, que no saben nada de él y “se guían por el aspecto”. Por el contrario, sí lo identifica como “intencional” cuando pasa, por ejemplo, “en el entorno familiar, en el barrio, en el centro educativo, en el trabajo”.

Para ilustrarlo, contó sobre las vivencias de adolescentes trans que “se encuentran de repente en un aula donde un profesor recuerda su nombre anterior, porque todavía no tiene el cambio de nombre o no lo tachó en la lista o lo tachó pero no le importa, entonces lo trata con el pronombre equivocado, y esas cosas son parte de la discriminación”. En esa línea, dijo que TBU ha recibido casos en los que “maestras de nuestras niñeces trans, hasta profesores, profesoras y directores” de centros educativos, les plantean: “Mientras vos no tengas el documento, acá este es tu nombre”. “Eso es discriminación y es una violencia hacia una niña, niño o adolescente que te está diciendo que le respetes su identidad”, enfatizó Falcón.

Los impactos

El malestar que provoca la malgenerización es un tema que aparece bastante seguido en las consultas que llegan al equipo del Centro de Referencia Amigable (Cram) de la Facultad de Psicología de la Universidad de la República, que brinda orientación y atención psicológica para personas LGBTI+. Así lo afirmó a la diaria el psicólogo y docente Gonzalo Gelpi, coordinador técnico del Cram, que aseguró que los casos se concentran sobre todo “en población adolescente y joven, especialmente en casos de identidades trans y no binarias, o personas con variantes de género o que, por su expresión de género, [los demás] hacen una interpretación de su identidad y a veces también de su orientación del deseo”.

El profesional dijo que “el hecho de que sistemáticamente no se pueda ver a una persona trans cuando se la está mirando y se le asigne otro género, otro pronombre, genera una afectación en la autoestima, la confianza, la seguridad personal, más allá de la vergüenza o de sentirse expuesta o expuesto”, entre otros “malestares psicológicos”. De hecho, dijo que este era uno de los “factores más comunes” que hacía que las personas trans se retiraran de salas de espera en servicios de salud, por ejemplo, al ser llamadas por el nombre asignado al nacer y que no se dieran cuenta de que la persona estaba allí presente. “Ahí surge esto de pensar ‘no me están pudiendo reconocer, no me están pudiendo ver', lo que también genera frustración”, especificó.

Gelpi dijo que el grado del impacto de la malgenerización depende mucho de si hay intencionalidad o no, de la frecuencia con la que sucede, y de qué tanto se mantiene en el tiempo. A la vez, aseguró que la experiencia acumulada del Cram –que funciona desde hace diez años– muestra que “cuanto más cercana es la persona que genera esta práctica, mayor suele ser el malestar psíquico y mayor también es el estrés que se va generando y que se va cronificando con el tiempo, porque empieza a haber evitación de ciertos escenarios o a veces ciertas fobias sociales de no circular en algunos espacios”, en particular “cuando recién se está comenzando el tránsito”. En ese sentido, aclaró que “no es lo mismo una persona en un supermercado o en el transporte público, a que sea alguien con quien uno ha desarrollado afecto, como un amigo, una amiga, un papá, una mamá, una abuela, un abuelo”.

El nivel de afectación puede depender también del momento del ciclo de vida en el que se encuentre la persona. “No es lo mismo en el comienzo de la adolescencia, donde se necesita de prácticas de reconocimiento, de validación de esa identidad a través de los otros, que quizá en una persona más adulta, a la que ya el pronombre no necesariamente le genere todo el malestar que le pueda generar a alguien más joven que necesita de ese pronombre masculino, femenino o no binario”, explicó el psicólogo.

Además, cuando se malgeneriza a las infancias en las escuelas, puede “generar ausentismo escolar y paulatinamente causar una desvinculación temprana del sistema educativo”, advirtió Gelpi, lo que a su vez repercute en las oportunidades laborales a futuro.

Josefina González contó que, “al principio”, la situación le “molestaba” y le generaba “muchísima incomodidad”, tanta que “contraía el cuerpo”. Después, con el pasar de los años, empezó a “soltar determinadas cuestiones” y a aprender a identificar “dónde hay maldad, dónde no hay maldad, dónde hay error, dónde hay nerviosismo”, algo que le sirvió para evitar estar siempre “a la defensiva”.

En tanto, Cami González dijo que “antes” le “generaba mayor angustia y era como un dolor, era algo que me shockeaba”. Además, se “enojaba con la vida”, porque “tenés que afrontar eso mientras estás en ese proceso que vivimos las personas trans, y las personas no binarias particularmente, hasta llegar a encontrarnos con una definición que durante muchísimos años de nuestra vida buscamos”. De todas formas, y en línea con Josefina, le activiste afirmó que con el tiempo “aprendió a no enojarse”.

También Falcón comentó que antes “le dolía más”, sobre todo cuando recién terminaba la transición, pero que siempre lo sintió como “un recordatorio constante” de quién era antes y una “piedrita en el zapato”.

Cómo evitarlo

¿Qué podemos hacer para evitar las malgenerizaciones y, eventualmente, desterrarlas para siempre? Frente a esta pregunta, todas las personas consultadas dieron la misma recomendación: dejar de asumir el género de las personas en base a lo que vemos y siempre, ante la duda, preguntar cómo prefieren ser nombradas.

En realidad, solemos asumir el género de las otras personas porque estamos “formateados” para “detectar ciertos rasgos y asociarles un género”, explicó Recalde. Por eso, es necesario “dar ese paso previo de no asumir el género de las personas” y preguntar directamente cómo quieren que nos refiramos a ellas. Y hacerlo todas las veces necesarias “hasta que sea un hábito”, destacó la especialista.

“No presuponer, eliminar los presupuestos y los prejuicios. La identidad de las personas no depende ni siquiera de la estética. Si algo me genera dudas, es siempre más sano y más humano preguntarle a la otra persona cómo me refiero a ella”, opinó de la misma manera Josefina González. Según dijo, ese es “el primer paso que tenemos que dar para no colocar a la otra, otro, otre, en un lugar de incomodidad”, porque, “consciente o inconscientemente, si ponemos a las personas en una situación incómoda y no reconocemos su subjetividad, su identidad, la estamos violentando”.

Por su parte, Cami González sugirió recurrir siempre a los colectivos. “Somos los colectivos y las personas que integramos los colectivos quienes vivimos esto en primera persona, a quienes nos atraviesa en el cuerpo de manera directa, quienes vivimos las violencias, quienes podemos poner en primera voz y contar desde nuestras experiencias lo que es ser una persona trans, lo que es ser una persona disidente del género, y cómo nos afecta e impacta”, explicó. Recordó además que los colectivos tienen las herramientas “para poder transmitir a la sociedad todo lo que quieran saber, desde cómo hacer un trámite hasta cómo puedo, de manera respetuosa, entablar un diálogo con una persona trans o disidente del género, y aplicar este ejercicio de cuál es tu nombre y qué pronombres utilizás”.

La malgenerización es un tema que se discute dentro de la propia comunidad, contó le activiste. En esa línea, dijo que CTU abrió un “espacio abierto de identidades no binarias específicamente” donde se habla “sobre el tema de la utilización de los pronombres, por qué elegimos un pronombre, dos o todos, cómo nos atraviesa eso, y cómo nos impacta directamente en el cuerpo, en la carne”. Además de poner el tema arriba de la mesa, el espacio sirve también para “pasarnos herramientas, ver qué hacemos con esto, y cómo hacemos para que los pronombres se respeten primero dentro de la comunidad, y después en toda la sociedad”.

Gelpi también remarcó el rol “importante” de las organizaciones de la sociedad civil “que ayudan a visibilizar esta realidad y a combatir la desinformación que pueda existir, y las prácticas transignorantes”. Para el psicólogo, la visibilización de estos temas “ayuda a que la población cis pueda entender que ese tipo de prácticas que son fácilmente evitables pueden generar un bienestar en la otra persona”.

“Creo que nos falta mirarnos, mirar a quien le estamos hablando, tener procesos más empáticos frente a la otra persona, y usar pronombres neutros”, aportó Recalde a modo de reflexión final, y dijo que “es algo a lo que deberíamos atender siempre como una práctica de cuidado en relación a todas las personas”.

En los medios

Los medios de comunicación también caen en la malgenerización y esto es especialmente visible en coberturas vinculadas a situaciones de violencia contra personas trans. Colectivos y organizaciones sociales han denunciado en más de una oportunidad cómo, por ejemplo, la prensa se refiere a víctimas de transfemicidios con el nombre que tenían antes de hacer la transición.

El caso más reciente fue el de Victoria Pereira, una mujer trans de 22 años asesinada en Rivera a fines de marzo, recordó Josefina González. La activista dijo que la prensa de ese y de otros departamentos del interior, e “incluso alguna de Montevideo”, se refirió a Pereira “en masculino, desconociendo y violentando totalmente su identidad de género, y cómo ella se identificaba, se autopercibía, se autonombraba y ponía eso en diálogo con otras personas”.

Para erradicar estas malas prácticas de los medios, “la clave es la formación y el interés de las y los profesionales de la comunicación”, dijo González, y sugirió que, ante la duda, se consulte con la persona sobre la que estamos informando o, en el caso de los transfemicidios, con su círculo cercano. “Nada es más profesional que consultar para no cometer esos errores, que terminan siendo violencia”, sentenció.