Uruguay. El día después de que echaron a Tabárez.
Casi en una concepción cuántica, varias dimensiones se entrecruzan y concluyen en Montevideo.
En el remozado estadio Centenario, el escenario con más finales continentales del mundo, se juega la final de la Copa Sudamericana, asentada, sin la menor duda, como la segunda competición de clubes en importancia.
La aldea global coloca un partido entre brasileños, con baja expectativa de los uruguayos, en el estadio que más finales continentales ha acumulado en medio siglo. Muy buen césped con el piso hecho a nuevo, la iluminación nueva, y cuantiosos aportes en tribunas y vestuarios, además de un nuevo marcador, son los destaques de la última reforma del Centenario, que obviamente queda lejos de la de 1956, cuando se construyeron los terceros tramos de las tribunas Ámsterdam y Colombes, y de la del Mundialito de 1980.
Un dato a tener en cuenta, y que tal vez frustre el empeño y el interés del presidente de la Asociación Uruguaya de Fútbol, Ignacio Alonso, y del secretario nacional del Deporte, Sebastián Bauzá, por darnos la fiesta futbolera a los uruguayos: fue por lejos la final internacional con menos público de las más de 30 que se han jugado en el Centenario. Los uruguayos seguimos estableciendo nuestras sensaciones por el destemplado cese de Tabárez, y el precio de las entradas es inaccesible para la media de los aficionados.
Enfrente, en el Méndez Piana, en la vieja cancha de los anarcos de Misiones, su campo remodelado con el esfuerzo de los hinchas de los monos, y no con las partidas de los dólares de la Conmebol, se ha transformado en una gigante carpa de eventos, que se ha llevado puesto una parte del muro. En tres cuartos de campo del arco que da a los vestuarios, el carro de tortas fritas del Rey del Maní no tiene lugar entre sillones y mesas ratonas de estilo establecidas donde Sapuca arrancaba sus carreras, donde Carlitos Lage gambeteaba, donde Palito y el Seba Fernández tiraron una pared. Agustín Lucas le mete un dedazo y la guinda queda picando en Ramón Benzano.
No soy de aquí, ni soy de allá
Por desarrollo deportivo, los que la juegan lejos de casa son clubes brasileños, el Athletico Paranaense de Curitiba, en el estado sureño de Paraná, y el Bragantino, equipo de la ciudad de Braganza Paulista de la región conocida como el ABC paulista, que rodea a la ciudad más grande de América del Sur, San Pablo.
Por decisión de la organización deportiva y comercial las finales clubistas de la Confederación Sudamericana de Fútbol se juegan desde 2019 a partido único y en una ciudad elegida desde antes que comience la competición.
Por decisión de índole política, y seguramente de agradecimiento, la final se juega en Montevideo, sede elegida ya avanzado el campeonato, en medio de la pandemia, y después de que Luis Lacalle Pou articulara con Alejandro Domínguez la posibilidad de que la Confederación Sudamericana de Fútbol, con sede en Paraguay, obtuviera 50.000 dosis de la vacuna china Sinovac.
Cuando Alejandro Domínguez vino a Uruguay a recibir el embarque desde China, porque las vacunas llegaban a la Asociación Uruguaya de Fútbol porque Paraguay no tiene relaciones bilaterales con China, la Conmebol decidió, no como compensación sino como agradecimiento y en el entendido de que a fines de noviembre en Uruguay se podría jugar con público, que las finales de Libertadores y Sudamericana se jugarían en el Centenario, que además sería medianamente remozado con dineros de la Conmebol.
Así es que el espectáculo termina confluyendo en Uruguay, con ejecución administrada desde Paraguay, con clubes y aficionados que vinieron desde Brasil, y para completar, con una emisión televisiva con narrador y comentarista emitiendo desde Argentina.
Con unos 10.000 visitantes, que de alguna manera frustraron la enorme expectativa causada y que había alentado a empresarios turísticos y gastronómicos, y unos 4.000 locales, todos finalmente aglutinados en la Olímpica para enriquecer el set televisivo de “La gran conquista”, se disputó el partido a pleno sol, y con las nuevas luminarias prendidas para ver al Athletico Paranaense coronarse por segunda vez en su historia como campeón de la Sudamericana.
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El rey David
El partido se resolvió en el primer tiempo. Por el desarrollo del juego y porque fue en los 45’ iniciales que se convirtió el único gol del partido que finalmente le daría a Athletico Paranaense la victoria 1-0 sobre el Bragantino, a quienes sus torcedores lógicamente aún identifican por ese nombre y no por el de la empresa que le dio alas.
Menos de media hora de final teníamos jugada cuando todo sucedió. Nikao elevó su cuerpo medio metro por encima del suelo, y en paralelo al piso desde el aire, en posición casi horizontal, ensayó un remate cruzado de altísima factura técnica que se convirtió en el gol que buena parte de los de Curitiba recordarán por varios años.
El partido estaba parejo. Red Bull Bragantino había empezado de mejor manera, ofendiendo sobre el arco de la vacía Colombes repetidamente, hasta que Paranaense empezó lentamente a controlar la pelota. Eso de alguna manera lo llevó a construir básicamente a través de David Terans ofensivas aisladas pero efectivas. Estábamos llegando a la media hora de juego cuando los rojinegros, al influjo de la buena conducción y pegada del uruguayo, empezaban a inclinar el partido a su favor, y por izquierda el ex Rentistas, Danubio y Peñarol sacudió su zurda con un remate seco de los de su tipo. El golero paulista se extremó para evitar el gol, y en el rebote apareció la mencionada resolución de alta efectividad y propuesta estética de Nikao para convertir el gol que definió el partido y la copa.
Ese gol le dio sostén y desarrollo al elenco rubronegro que aprovechó el impacto y la experiencia de estas instancias para extender su dominio y posicionamiento ofensivo.
Sem jeito
En el segundo tiempo Bragantino salió con más picante, mejores articulaciones ofensivas y la buena decisión de plantear el juego en campo contrario. La fogosidad inicial se fue transformando en un repiqueteo inofensivo, que de todas maneras había modificado el posicionamiento de Paranaense que en la segunda parte casi no atacó, y jugó cada vez más estacionado en su campo. Lo hizo sin fallas, pero relegando la posibilidad de resolver definitivamente el partido –sobre todo cuando salió Terans a los 20’- y dejando al azar la posibilidad de que le embocaran algún cabezazo, cosa que sucedió por lo menos tres veces pero sin que ninguna llegara a las redes.
Al final, el equipo de Curitiba aguantó casi sin nervios el resultado que le dio el título, y que generó el éxtasis de los 8.000 curitibanos que habrán festejado con la cerveja estúpidamente gelada que la Conmebol había demandado a los bolicheros cisplatinos. Cualquier cosa, queda para la semana que viene cuando se juegue la final de la Libertadores.