El fiscal de Delitos Económicos y Complejos de tercer turno, Gilberto Rodríguez, asumió la investigación penal contra la directora del Departamento de Servicios Administrativos, Alzer Arezo, y el escribano adjunto Ignacio Wilf, quienes en agosto fueron destituidos de sus cargos por la Suprema Corte de Justicia tras una investigación administrativa, según informaron fuentes judiciales a la diaria.
El caso comenzó a ser investigado en noviembre de 2023 después del suicidio de José Luis Richino, uno de los funcionarios que fue víctima del acoso laboral impartido por la directora, que dependía directamente de Marcelo Pesce, la máxima autoridad en materia administrativa del Poder Judicial. Pesce, que no tenía denuncias en su contra, renunció a su cargo en diciembre a pedido de todos los gremios judiciales –jueces, defensores públicos, actuarios, informáticos, médicos forenses, psicólogos y funcionarios– por respaldar y ser el superior directo de Arezo.
En ese departamento, que es parte de la cúpula de la estructura organizacional del Poder Judicial, Alzer montó un sistema de trabajo que implicó el uso de las cámaras de seguridad para vigilar a los empleados que dependían de ella, el ingreso al sistema de trabajo para controlar sus movimientos, la distribución arbitraria y con fines sancionatorios de las tareas, castigos que implicaban reducción salarial, insultos y restricciones de movilidad y comunicación entre los funcionarios.
“Los domingos llegaba la tarde, me hacía un bollito en el sillón y me daban ataques de ansiedad”
El expediente en la fiscalía cuenta con la investigación administrativa que realizó la instructora Lourdes Ivanovich, que cuenta con el testimonio de más de 50 funcionarios, la pericia de pendrives y discos externos de la oficina y el registro de las 16 cámaras de seguridad de la oficina, que eran utilizadas por Arezo cuando no estaba en la oficina.
“A veces llegaba y me ponía a buscar dónde estaban las cámaras, pero no las he visto, otros compañeros también buscaron y no las vimos”, expresó una de las funcionarias, que infería que Arezo los espiaba porque les hacía comentarios de lo que habían hecho cuando ella no estaba.
“Nos pedían no hablar con nadie, no saludar, nos llamaron la atención cuando saludábamos y dejamos de hacerlo. Cuando dos funcionarios se llevaban bien, los separaban”, señaló otro de los testigos de la investigación, que concluyó que la directora fue “partícipe principal de llevar a cabo conductas abusivas, ejerciendo en forma continua violencia psicológica y emocional, acoso laboral hacia los funcionarios, violentando sus derechos humanos fundamentales e incumpliendo sus propios deberes funcionales”.
“Muchas veces volvía del baño y escuchaba a mis compañeros decirle que ya había llegado porque había preguntado por mí”, señaló una funcionaria. “Era muy difícil poder dejar el puesto de trabajo, si se solicitaba ir al baño había que dejar a alguien, en algunos casos había que avisarle a Arezo para ir al baño, no se podía pedir a un compañero que se quedara cinco minutos cubriendo, mientras ibas al baño o a comer”, comentó otra de las víctimas, que también narraron situaciones en las que se les quitó arbitrariamente partidas salariales. “Jugaba con el tema de la plata y de los viáticos [...] era ella quien los distribuía, se los daba a quien se había portado bien, ella misma se autoasignaba viáticos y se suponía que eran para la gente que se quedaba fuera de hora”, agregaron.
En cuanto al rol del escribano Wilf, la investigación administrativo lo consideró como un “soporte” de los malos tratos de la directora y “en menor medida” como ejecutor de violencia psicológica contra los funcionarios. “Él hacía lo que Alzer le decía, pero cuando Alzer no estaba, sí se comportaba como ella (...) era más controlador, me daba trabajo y me ponía tiempo para hacerlo y cada tanto me preguntaba ‘¿cómo vas? Te queda tanto tiempo’; se paraba detrás de la computadora y preguntaba cosas”, expresaron.
Otra funcionaria contó cómo afectó su vida la situación de acoso de la que fueron objeto: “Los domingos llegaba la tarde, me hacía un bollito en el sillón y me daban ataques de ansiedad que no me podía mover, y todo era de pensar que el lunes tenía que volver a trabajar”.