Nuestra intención en este número de fin de año era enviarles buenos deseos, pero terminamos metiéndonos en problemas, porque así es el deseo. Al menos eso piensan los budistas y algunos estoicos, que lo ven como nuestra perdición, un agujero que no se llena nunca. Por eso hay que educarlo, refinarlo, para que nos sirva y no servirle. Llevarlo a la consciencia. ¿Pero eso no sería ir en contra de la propia naturaleza del deseo? Porque ¿el deseo es voluntad o esclavitud? ¿Es poder, lo que nos mueve, o un veneno que nos debilita? O simplemente algo que nos constituye, nos guste o no.

Con todas estas preguntas, y muchas más que les ahorramos, armamos este número, multiplicando al máximo los posibles sentidos. Desde los laberintos del erotismo, pasando por anhelos y sueños, hasta la pulsión de vida y fantasías esotéricas, salimos a buscar reportajes, crónicas, ensayos y ficciones que bordeen eso que entendemos por deseo, en un momento en el que, dicen los filósofos, psicólogos y cientistas sociales, estamos viviendo una crisis del deseo. Deseamos poco, o nada, o no sabemos lo que deseamos, o deseamos lo que nos impone el algoritmo, lo que quiere el mercado. Nos convertimos en nuestro propio anzuelo.

Esa crisis del deseo se lee en los últimos estudios sobre sexualidad, porque, al parecer, según dicen los entendidos, estamos teniendo menos sexo que nunca. Sobre esto, en parte, escribe Hernán Panessi en «Lo que ellos quieren», un reportaje donde algunos expertos, desde un influencer que tiene una escuela de seducción hasta sociólogos y periodistas, dan algunas pistas sobre este desconcierto y desencuentro generacional entre varones y mujeres heterosexuales. Siguiendo con Eros, en «Atormentados por el sexo», la historiadora británica Erin Maglaque escribe sobre cómo el cristianismo fue abordando el deseo sexual a lo largo de los milenios.

En «Sergio de León en su laberinto», Diego Trerotola traza un perfil sensible sobre el cineasta uruguayo que trabaja con sutileza y singularidad entre las pulsiones artísticas, la libertad y el homoerotismo. Sobre deseos de cambiar o mejorar el mundo, Alfonso Silva-Santisteban cubrió las últimas manifestaciones de Lima y entrevistó a jóvenes de la llamada Generación Z que salen a protestar, poniendo en riesgo su vida, contra un sistema político corrupto, en «No me compadezcas, tengo sueños». Desde Cochabamba, Bolivia, Natalia Rovira documentó el trabajo que hace una ONG enseñando violín a niños y adolescentes de barrios vulnerables en «La música salva siempre».

Sobre deseos aún truncos, en «El sueño Margat», el biólogo Emanuel Machín escribe sobre el proyecto de declarar como área protegida esta zona de tajamares de Canelones; en «Mientras tanto, resistir», Facundo Verdún escribe sobre cómo los vecinos del asentamiento Felipe Cardoso, quienes viven entre residuos, esperan desde hace años que los realojen en una cooperativa de viviendas; y en «Anhelos charrúas», la antropóloga Mariela Eva Rodríguez profundiza la discusión sobre reemergencia charrúa y la negativa de las autoridades a aceptar la identidad indígena en nuestro país.

El deseo de ganar, de tener, de consumir, también el deseo de perder. De esto tratan «Entre los muertos, el poeta habla», segunda parte de la saga rosarina de Ricardo Robins, sobre un chico que vive entre la poesía y las adicciones, y «Cruzar la meta», el fotorreportaje sobre el Hipódromo de Maroñas, de Alessandro Maradei.

Deseos y espiritualidad (o superstición) suelen ir de la mano: la crónica «Las brujas de Hollywood», de Agustín Paullier, y el cuento navideño «Conservación de la materia», de Tamara Silva Bernaschina, hablan de eso.

Ahora sí, les enviamos los mejores deseos para 2026, o mejor: que el próximo año esté cargado de deseo.