El escritor argentino César Aira ganó el Premio Formentor de las Letras, que reconoce anualmente “la calidad e integridad de los autores cuya obra consolida el prestigio y la influencia de la gran literatura”.

El jurado decidió conceder a Aira el premio de 50.000 euros que reconoce su obra completa, con más de cien libros publicados. En el fallo se destaca su “infatigable recreación del ímpetu narrativo, la versatilidad de su inacabable relato y la ironía lúdica de su impaciente imaginación”, cuenta Télam.

También se reconoce que “la constelación laberíntica de su obra es un inmenso crisol literario para las figuras de la cultura popular, los personajes de la gran ficción narrativa y los motivos visuales de las bellas artes”.

“La escritura de Aira adopta técnicas cuyo rigor, frescura y soltura recuerdan las claves jazzísticas de la improvisación artística. Sobre las estructuras invisibles de la inspiración, el autor levanta escenarios y voces que desconciertan y alimentan la perplejidad del lector”, agregó el jurado presidido por Basilio Baltar e integrado por Anna Caballé, Francisco Ferrer Lerín, Juan Antonio Masoliver Ródenas y Gerald Martin.

César Aira nació en 1949 en Coronel Pringles, provincia de Buenos Aires. Después de trabajar como traductor y en otras tareas editoriales, publicó en 1981 la novela Ema, la cautiva. Desde entonces se ha caracterizado por una obra prolífica que incluye títulos como Un sueño realizado, Cómo me hice monja, El mago, La noche de Flores, El santo, El sueño, Eterna juventud y El gran misterio. Una decena de ellas fueron compiladas en, precisamente Diez novelas de César Aira.

Ha sido distinguido como Chevalier dans l'Ordre des Arts et Lettres por el gobierno francés, además de haber obtenido el Premio Roger Caillois en 2014 y el Premio Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas en 2016.

Aira aparece como personaje en muchas de sus novelas, y así reflexionaba sobre eso y sobre la ironía en conversación con la diaria en 2010: “Es un tarado. Pero yo creo que la ironía es una forma de la cortesía. No tomarse muy en serio a uno mismo ni a nada. Tiene un costado malo o peligroso, en el sentido de que toda la literatura del siglo XX ha sido una literatura de ironías, de distancias, a tal punto que hoy día se ha vuelto muy difícil escribir en serio. Hemos llegado a un punto en que la inteligencia y la buena educación se identifican con la ironía, con la sonrisa”.

En esa misma charla fue bastante crítico de una literatura confesional, en primera persona, escrita por “gente de clase media que va a las facultades de letras y tiene una vida totalmente estereotipada. Les pasa a todos lo mismo”.

“Están absolutamente contentos y satisfechos con sus vidas. Y tienen motivos, si no tienen ningún problema: viven en los cafés, no tienen problemas económicos porque vienen de familias más o menos bien, y hoy en día hay tanta beca, tanto subsidio... Quieren escribir sobre sí mismos, sobre esa vida de la que están tan satisfechos, pero cuando empiezan se dan cuenta de que para hacer una novela se precisa un conflicto. Entonces inventan el conflicto, que es lo único que no deberían inventar. Hice una especie de estudio: recurren a tres conflictos estereotipados básicos. Son: murió mi viejo, me dejó mi novia o me salió un grano. O sea, se terminó mi adolescencia, voy a tener que hacerme cargo de mí mismo, soy un adulto; el problema sentimental, sexo; o la hipocondría, la neurosis, el psicoanalista”.

También habló de su amplia producción. “Escribo mucho, pero libros muy pequeñitos. Escribo muy poco”, dijo. “Está esa idea de que si uno escribe poco va a ser bueno y si escribe mucho va a ser malo, descuidado. Además, he descubierto que para ser prolífico no es necesario escribir mucho: basta con escribir bien. Escribir mucho en cantidad, cualquiera puede hacerlo. Ahora, que eso se pueda publicar es otra cosa. No precisás escribir mucho. Escribiendo una paginita por día, como escribo yo, ya tengo tres de mis novelitas al año”.

Sobre los personajes, reflexionó: “Nunca me interesó la psicología de los personajes. Tampoco en la vida real me interesa ahondar en la psicología de la gente. En mis novelas los personajes son solamente funcionales a la trama. Si sirven para que la historia avance, están bien. No trato de darles densidad psicológica, una redondez, algo para que crean que existe esa gente en el mundo, cuando son como figuritas, títeres que yo manejo a mi modo”.

El Premio Formentor de las Letras, que a partir de ahora será conocido como Prix Formentor, fue otorgado desde 1961 (cuando distinguió a Jorge Luis Borges y Samuel Beckett) hasta 1967, en una modalidad que reconocía a autores internacionales y autores del Grupo Formentor. La modalidad actual existe desde 2011 y ha premiado a escritores como Ricardo Piglia, Roberto Calasso, Alberto Manguel, Mircea Cărtărescu y Cees Nooteboom.