La epidemia de covid-19 prosigue en Uruguay a un ritmo de crecimiento acelerado, dejando atrás la relativa luna de miel que tuvimos en nuestra relación con el virus durante gran parte del año pasado. Más allá de la gran expectativa que existe respecto del plan de vacunación, la realidad nos dice que demoraremos varios meses en lograr vacunar e inmunizar a un porcentaje de la población suficiente como para poder disminuir las medidas no farmacológicas: distanciamiento físico, burbujas sociales, protocolos de funcionamiento adecuados a cada actividad, aforos, medidas de higiene. Es necesario apelar a toda nuestra creatividad para amalgamar el mantener a raya la circulación de SARS-CoV-2, evitando saturar y eventualmente llegar a un colapso del sistema de salud, con desarrollar otras actividades que nos permitan una menor repercusión en la economía, mantener los lazos sociales, realizar los controles y las acciones preventivas de otras enfermedades prevalentes (que hasta ahora siguen siendo las causantes de mayor carga de enfermedad y muerte en nuestra sociedad), el esparcimiento, la práctica de deportes, el disfrute de las distintas manifestaciones culturales. En fin, amalgamar nuestras vidas con el control del virus.

Para los niños, niñas y adolescentes y sus familias estos meses fueron difíciles. Los centros educativos fueron de las primeras instituciones en cerrarse y se implementó la modalidad virtual de enseñanza. Fueron de las actividades que volvieron con mayor lentitud y heterogeneidad a una seudonormalidad. ¿El resultado? Desde situaciones en las que se volvió a la presencialidad plena, hasta otras en que no se llegó a más que una presencialidad parcial, de apenas dos o tres veces por semana, o una semana sí y otra no, y en muchos casos sin llegar al horario completo. Esta heterogeneidad no sólo se observó entre instituciones públicas y privadas, sino que fue diferente entre las que se encuentran en barrios pobres con respecto a las de barrios de mayor poder socioeconómico, así como entre el interior y la capital, o si correspondían a escuelas o colegios de horario completo o extendido.

La escuela y el liceo juegan un rol fundamental en el desarrollo de niños, niñas y adolescentes y en la formación de su personalidad; no son sólo un lugar de aprendizaje de una currícula. Son, ante todo, un lugar de socialización, de encuentro con pares. Es donde se hacen las primeras armas en el contacto con los “otros”. Donde se hacen amigos, se aprende a dirimir diferencias, se comparte, se juega, se aprende de roles y reglas.

Es también un lugar muy importante para detectar situaciones de vulnerabilidad, de violencia y abuso infantil, dificultades en el relacionamiento, alteraciones del desarrollo y trastornos psicológicos o psiquiátricos.

Para muchos niños, es un lugar seguro. Donde absorben afecto, espacio para la escucha y también el lugar donde reciben buena parte de su alimentación, siendo esta nutricionalmente adecuada.

Como pediatras, durante los controles de salud a niños, niñas y adolescentes durante 2020 pudimos verificar que, cuando se les preguntaba cómo habían llevado el período de aprendizaje a distancia, la respuesta era variada. Variaba sobre todo de acuerdo al uso previo de plataformas de este tipo, la conectividad y las herramientas con que contaban (muchos ya venían trabajando en la plataforma CREA, esto disminuía el estrés de comenzar a usarla y mejoraba el desempeño), la posibilidad de la familia de auxiliarlos en esta tarea, sobre todo a los más pequeños, así como la creatividad de las maestras y los educadores para acompañarlos y contenerlos. Muchos se las habían arreglado bien, pero la gran mayoría coincidía en querer volver a la escuela o el liceo. Y el porqué era claro: querían ver de verdad a sus compañeros, a la maestra, compartir el recreo. Aun cuando no los vieran como siempre, sino limitados por las normas impuestas, y cumplidas, relacionadas con la covid-19: distancia física, uso de tapabocas, imposibilidad de abrazarse o de realizar juegos que impliquen contacto físico.

El beneficio de mantener la presencialidad es claro. Sin embargo, debemos tratar de asegurar una presencialidad homogénea. No podemos permitirnos, como país, otro año de acceso tan inequitativo a la enseñanza.

Desde marzo de 2020 a este momento se ha avanzado en el conocimiento del rol que juegan los niños en esta enfermedad. Niñas y niños se enferman poco de covid-19, y rara vez en forma grave. Los niños y niñas, sobre todo los menores de diez años, son generalmente puntos finales en las cadenas de transmisión: rara vez contagian. Los brotes en las escuelas y los liceos en nuestro país han sido escasos y limitados. Estos brotes reflejan lo que ocurre a nivel comunitario. Los niños, niñas y adolescentes cumplen con los protocolos en los centros educativos, muchas veces mejor que los adultos.

El beneficio de mantener la presencialidad es claro. Sin embargo, debemos tratar de asegurar una presencialidad homogénea. No podemos permitirnos, como país, otro año de acceso tan inequitativo a la enseñanza, ni a lo que tiene que ver con adquisición de conocimientos curriculares, ni en cuanto a la socialización.

La educación es un derecho y, como tal, el Estado tiene el deber de garantizarlo.

Se escuchan diversas voces en la sociedad que reclaman esto: niñas y niños, organizaciones de padres de la escuela pública, maestras, pediatras, neuropediatras y profesores de secundaria.

Para ello es indispensable adecuar los espacios educativos para poder recibir en forma presencial a todos los niños y adolescentes, en los diferentes niveles, preescolar, escuela y liceos, durante todos los días y en todo el horario, cumpliendo con los protocolos ya aprobados. Se necesita mayor número de aulas y, por ende, mayor número de horas docentes, de auxiliares de servicio, para cumplir con lo exigido en cuanto a higiene.

Se necesita escuchar lo que tienen para aportar los diferentes colectivos, los protagonistas, es decir, los niños, niñas y adolescentes, las organizaciones de padres, los maestros y los profesores, los sindicatos, la academia. Es llamativo que no se haya convocado a grupos de trabajo vinculados a este tema en busca de nuevas y creativas estrategias para poder cumplir con la presencialidad.

Preocupa escuchar a Robert Silva expresar sus dudas sobre la inversión en aulas móviles, según destaca un artículo de la diaria: “Podemos poner, y ya hemos puesto, más de 100 millones de pesos en aulas, ¿pero cuando pase la pandemia?”. Mencionó que no en todas las escuelas hay espacio físico para instalar aulas, y dijo que además “hay un tema de recursos docentes”: “dividimos los grupos y, ¿quién los atiende?”.

Esas preguntas que se hace tienen respuestas claras: cuando pase la pandemia, se verá qué uso se les da a esas aulas; por otra parte, la directora general de la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP), Graciela Fabeyro, sostiene en ese mismo artículo que ni siquiera habría que comprar aulas móviles porque ya existen, sólo hay que buscar la logística y el traslado adecuados. 100 millones de pesos en aulas para asegurar la presencialidad plena no parece un costo disparatado o que Uruguay no pueda pagar. Comparado con los trastornos de la no presencialidad, parece realmente ínfimo. Sobre el tema de los recursos docentes, es claro que se debería contratar más docentes y, como ya dijimos, más auxiliares de servicio también.

Robert Silva ha hablado en reiteradas ocasiones de la importancia de la educación, de disminuir la brecha educativa, de mejorar la educación. En este momento tiene la oportunidad de probar que hablaba con sinceridad. Se dijo muchas veces que el ahorro fiscal no deterioraría ni iría en contra de mejorar la enseñanza y garantizar los derechos de todos. Bueno, también es buen momento de probar la veracidad de esos dichos.

Todo lo que se invierte en la niñez, todo lo que se invierte en educación, todo lo que se hace por disminuir la brecha educativa es poco comparado con el rendimiento que tiene a largo plazo.

Creemos firmemente que garantizar la presencialidad en la enseñanza es una urgencia para nuestro país. Por nuestros niños y niñas, por nuestros adolescentes. Si tienen dudas, pueden preguntarles a ellos.

Adriana Peveroni es pediatra. Claudia Romero es pediatra y profesora agregada de Pediatría.