La ciencia está comenzando a vaticinar la extinción humana. Para evitarla, la presente pandemia puede considerarse una prueba digna de la talla del riesgo. La humanidad está frente al abismo de transformarse evolutivamente o sucumbir frente a la inconsciencia. El enfoque sistémico, el diálogo de saberes y la valorización de los saberes locales en relación con los sistemas naturales son cruciales para nuestra adaptación, resiliencia y transición ecológica.
Preludio
En este preciso instante, en los más recónditos lugares, miles de experiencias se urden con el hilo común de hablar el idioma dialogado con los saberes locales, el sincretismo epistemológico de la vida humana coevolucionando con la naturaleza. Las voces silenciosas de los que viven con la tierra entonan un himno de protección imperceptible, que se conecta con experiencias y redes de todo el planeta. Nuestra responsabilidad es, para empezar, conocer y valorar su bendita existencia. Luego, construir juntos un país donde estas experiencias se escalen e impulsen una concepción valorizadora e innovadora de país agroecológico, próspero y abundante.
Extinción: nos llevamos el mundo por delante y nos desbarrancamos con él
La paradoja tiene algo de morbo. Cuanto más avances científicos y perfeccionamiento de los modelos predictivos de sistemas complejos, más podemos ser conscientes de hasta qué punto nuestra civilización impacta destructivamente en los ecosistemas y la biósfera, y que esto indefectiblemente afecta gravemente a la especie humana. También podemos sopesar lo infructuosos que han sido hasta ahora los relativamente tímidos intentos de cambio global. Esto muestra los avances increíbles de la ciencia y el conocimiento humano, y también, la estrechez de conciencia para gestionarlos. Vemos claramente que no queremos ver.
El estudio con pronóstico más alarmante sentencia para 2050 el año del fin de la civilización humana.1 Por su parte, Cottom-Baratt et al. (2020),2 del Instituto para el Futuro de la Humanidad de la Universidad de Oxford), afirman que la extinción humana es posible en un futuro no muy lejano, incluso en el transcurso de este siglo. Stephen Hawking presentó en 2018 en un documental de la BBC su predicción de que la especie humana sólo tendría 100 años antes de que fuera necesario colonizar otro planeta.3
La paradoja del avance científico, y en particular la forma práctica que este toma en el desarrollo de tecnología, frente a la falta de conciencia y sabiduría para gestionar este avance (desde el punto de vista ecológico), es un complejo tema de reflexión filosófico-cognitivo que nos lleva a los orígenes y a la definición misma del ser humano y su conciencia. Es cierto que una gran tentación –y de hecho una idea subyacente bastante extendida– se basa en la confianza del positivismo científico-tecnológico en que se va a encontrar la solución científica a la crisis y eso nos sacará del aprieto, sea a través de la colonización espacial, la ciborización asistida por la inteligencia artificial de la vida humana o la capacidad de restauración y reparación ecológica de nanobots (etcétera).
Pero hay varias incertidumbres poderosas y un reloj de arena implacable: ¿es posible proseguir con paradigmas de crecimiento ilimitado en un mundo finito? ¿Llegarán estas alternativas a tiempo? ¿Son estas alternativas inclusivas y equitativas? ¿Son estas tecnologías seguras? ¿Consideran estas alternativas el resto de seres vivos y ecosistemas con los que estamos interconectados? Y, en última instancia, ¿confiamos ciegamente en que la ciencia resolverá todos los problemas o es parte intrínseca de la problemática que nos acosa? Estas preguntas justifican el intento vital de considerar cambios radicales de paradigma con perspectiva ecosistémica como un leitmotiv de nuestra era.
Efecto búmeran: enfoque ecosistémico de la pandemia
Las espectaculares capacidades comunicacionales han permitido seguir en tiempo real (reality pandemic show) y con mucha información descriptiva cuali-cuantitativa, académica y especializada la evolución de la actual pandemia. Sin embargo, es mucho menos evidente y cuantiosa la digestión de análisis sistémicos del problema, que arrojen luz a las causas y las posibilidades de incidencia en los procesos que le han dado origen y en su dinámica de comportamiento. Es decir, para un ojo inexperto como el mío, podría parecer que nos estamos gastando todos los cartuchos en atender los síntomas y no estamos atendiendo las causas, que podrían estar anunciando nuevos azotes similares.
En este sentido, cabe mencionar el trabajo del biólogo evolutivo, ecólogo, investigador y activista de la Universidad de Minnesota Rob Wallace, que en 2016 publicó “Big farms make big flu” (“Grandes granjas [industriales] hacen grandes gripes”), donde preveía la aparición de pandemias como la actual, originadas por las transformaciones extractivistas del sistema agroalimentario sobre la naturaleza ocurridas en las últimas décadas.
Wallace sostiene que es necesario levantar la mirada para visualizar una “geografía que conecte las relaciones entre los organismos vivos y las actividades de producción humana”. Además, anuncia una era viral en la que los virus han encontrado “grietas en la estructura epidemiológica del mundo” y, aunque no haya ninguna conspiración secreta ‒este virus no fue diseñado en un laboratorio‒, sí podría existir un círculo vicioso entre las multinacionales, la agroindustria y las nuevas pandemias globales.
El virus que genera la covid-19, también llamado SARS-CoV-2, apareció en murciélagos en el sur y el centro de China. Las fronteras interiores han sido empujadas allí por el desarrollo industrial y la deforestación, incrementando las condiciones del caldo de cultivo. Desde que SARS1 apareció en 2002, los científicos han sido capaces de detectar todo tipo de coronavirus, no sólo en China, sino en el mundo. Y los coronavirus se han estado traspasando a todo tipo de animales, contagiando directamente a humanos. Ya hemos tenido tres grandes episodios mortales: SARS1, MERS en Medio Oriente, SARS2, y todo esto ha ocurrido sólo en los últimos 20 años.
No podemos dejar de ver el bosque por mirar atentamente el árbol. La impronta civilizatoria global de nuestro desarrollo es llamada al estrado a declarar (y a cambiar).
New Green Deal, transición justa y acción glocal
Luego de décadas de activismo ambiental global de la crisis ecológica, en Río de Janeiro, en 1992, el sistema internacional reconoció la magnitud de la problemática. En 2008, un grupo de economistas (Simms et al.) declaró que la economía mundial se enfrentaba a una “triple crisis” financiera, alimentada por el crédito, la aceleración del cambio climático y el aumento de los precios de la energía sustentados en el pico de la producción de petróleo. Según estos, esto anunciaba una nueva Gran Depresión, frente a lo que propusieron la idea de un Nuevo Acuerdo Verde (New Green Deal, aludiendo al plan de reactivación de Theodore Roosevelt luego de la crisis de 1929). Desde entonces la idea de las transiciones ecológicas y económicas se ha consolidado en la política de países y regiones.
El influyente economista, escritor y asesor estadounidense Jeremy Rifkin sostiene que, frente al derrumbe ocasionado por un colapso sistémico desencadenado por la caída de los combustibles fósiles que pronostica para 2028, la digitalización y el internet de las comunicaciones unirán a personas utilizando y produciendo energías renovables en todo el mundo, compartiendo a través de una red eléctrica digital propia. Según Rifkin, estamos pasando de la globalización a la glocalización, y esto no es una involución. Es una transición: con infraestructuras más ágiles, cada comunidad será relativamente autosuficiente y podrá conectarse para compartir la energía, el comercio y la movilidad.
Con esta perspectiva, los saberes locales pueden tener un lugar muy relevante para encontrar nuevos equilibrios entre las dimensiones económicas, sociales y ambientales.
No sólo es erróneo contraponer ciencia y saberes locales, sino que es necesario reconocer la convivencia y la complementariedad en nuestro cotidiano.
Saberes locales
Los saberes locales han tenido una importancia crucial en el desarrollo civilizatorio y en su matriz comunitaria. Son saberes que apuntan esencialmente a la supervivencia y el buen vivir de la comunidad.
No sólo es erróneo contraponer ciencia y saberes locales, sino que es necesario reconocer la convivencia y la complementariedad en nuestro cotidiano.
Desde la perspectiva agroecológica y la construcción de sistemas agroalimentarios sostenibles, el reconocimiento de distintos saberes es fundamental, así como, en especial, el reconocimiento y la revalorización de los saberes tradicionales. Durante milenios, comunidades de agricultores, pastores, pescadores y poblaciones de los bosques han desarrollado sistemas agrícolas complejos, diversos y localmente adaptados. Los sistemas del patrimonio agrícola cubren, actualmente, alrededor de todo el mundo, una superficie de unos cinco millones de hectáreas y proporcionan una combinación vital de servicios sociales, culturales, ecológicos y económicos a la humanidad (Altieri, 2011). Estos Sistemas Ingeniosos del Patrimonio Agrícola Mundial han contribuido no solamente con extraordinarios paisajes de belleza estética, sino también con el mantenimiento de la biodiversidad agrícola, de ecosistemas resilientes y de un patrimonio cultural valioso de importancia mundial (ver las terrazas agrícolas andinas y en Oceanía y sistemas hidráulicos incas en los Andes, o las chinampas aztecas, ganadería sobre campo natural en el bioma pampa, etcétera). Por encima de todo, estos sistemas proveen, de manera sostenible, múltiples bienes y servicios, seguridad alimentaria y los medios de subsistencia para millones de personas con escasos recursos.
Cerquita
Cuanto más en la naturaleza, más ligados están los saberes locales a esta, y por lo tanto a la biodiversidad, estrechando la relación de coevolución con los sistemas naturales. En octubre de 2020 se realizó en Rocha el Seminario diálogo de saberes. Integración de las convenciones de Río a nivel local, en el marco del proyecto “Espacios de coordinación de las Convenciones de Río para un crecimiento sostenible en Uruguay (Eccosur)”, organizado por el Centro Uruguayo de Tecnologías Apropiadas (Ceuta), el Centro Interdisciplinario de Estudio sobre el Desarrollo y Vida Silvestre Uruguay con el objetivo de intercambiar prácticas y saberes locales vivos, para la integración de compromisos de las convenciones en el territorio.
Una quincena de organizaciones de la zona este4 intercambiaron experiencias concretas y los saberes locales involucrados, que abarcaron un amplio espectro, desde acciones comunitarias para restablecer corredores biológicos de monte nativo, el establecimiento de bosques de alimentos y jardines medicinales (boticas vivas), el intercambio y la profundización de conocimientos sobre la biodiversidad nativa y sus usos, el rescate de saberes tradicionales asociados a plantas medicinales, entre otros. También se compartieron prácticas educativas permanentes, rescate y cultivo de germoplasma criollo (semillas criollas) y originario (maíz guaraní), la adquisición (compra colectiva comunitaria) de tierras, con fines de conservación y bienestar común, y la restauración de especies hidrófilas de sostén de cauces de cursos de agua.
Las tecnologías apropiadas y los saberes locales cambian el mundo de los grupos y las familias de usuarios-hacedores, y a través de ellos, las escuelas rurales, las sociedades de fomento y los clubes, los municipios y eventualmente las intendencias, produciendo aportes muy concretos desde una perspectiva ecosistémica. Un ejemplo lo constituye el proyecto “Eco-Lavalleja”, protagonizado por la Intendencia de Lavalleja y los vecinos de los barrios Garolini, Las Palmas y España. Este proyecto, también apoyado por Eccosur y el Ceuta, busca establecer un programa integral de compostaje compuesto por tres componentes: compostaje en vertedero, compostaje comunitario y compostaje domiciliario.
En la sistematización de impactos realizada por el Ceuta, se estimó que este proyecto tiene o tendrá aportes concretos en siete cruces prioritarios definidos por la Matriz de Integración de las Convenciones de Río a Nivel Nacional,5 lo que corresponde a 1,38% de los compromisos a nivel país en biodiversidad y cambio climático. Para ejemplificar estos aportes, podemos mencionar algunos de los concernientes a cambio climático y educación: secuestro de carbono y disminución de emisiones de CH4 en comparación con gestión convencional de residuos a cielo abierto; generación de empleo; equipo técnico, operarios y comunidad capacitados y fortalecidos; diez toneladas de residuos orgánicos por mes recolectados, clasificados y compostados, produciendo tres toneladas de compost.
Este tipo de trabajos nos ayuda a visibilizar y valorizar el aporte del entramado de saberes locales y tradicionales dialogando comunitariamente, aportando a las economías y el bienestar locales, y contribuyendo paralelamente a las metas nacionales de las políticas ambientales y a “servicios” ecosistémicos de los que todos los uruguayos nos beneficiamos. Más aún, estos constituyen una matriz de base de conocimientos y tecnología abierta a enriquecerse con enfoque científico e innovación, para las transiciones hacia la nueva era de adaptación y resiliencia glocal que se avecina (o ya inició), y para la cual Uruguay tiene potentes atributos.
Federico Bizzozero es coordinador del Programa Agroecología del Ceuta y consultor del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo en producción agropecuaria sostenible.
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Centro especializado australiano, Breakthrough National Centre for Climate Restoration (2019) https://52a87f3e-7945-4bb1-abbf-9aa66cd4e93e.filesusr.com/ugd/148cb0_3be3bfab3f3a489cb9bd69e42ce22e7c.pdf ↩
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Defence in Depth Against Human Extinction: Prevention, Response, Resilience, and Why They All Matter https://onlinelibrary.wiley.com/doi/full/10.1111/1758-5899.12786 ↩
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Documental de la BBC del año 2017 titulado Stephen Hawking: Expedition New Earth. ↩
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Proyectos locales de Eccosur. Por más información: oicr.eccosur.org ↩
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“Congruencias e interferencias en políticas ambientales para biodiversidad y cambio climático”, la diaria. ↩