Este domingo se celebrarán unas elecciones trascendentales para la historia de Brasil. Aunque todas las disputas son importantes, las de este año son quizá las más relevantes debido a que se desarrollan en medio de la mayor crisis de la democracia brasileña desde la transición y en un clima de alta polarización y violencia política. Las últimas encuestas dan como favorito a Lula da Silva, que podría incluso ganar en primera vuelta. Jair Bolsonaro ocupa el segundo lugar, mientras que los candidatos Ciro Gomes y Simone Tebet cuentan con menos de 10% de apoyo. Las elecciones serán, por lo tanto, una lucha entre Lula y Bolsonaro, pero en la actual coyuntura representan mucho más que eso: reflejan dos visiones opuestas de país.

La construcción de un frente amplio prodemocracia

La campaña electoral empezó oficialmente en agosto. Desde entonces, se desarrolló a todo vapor en debates televisivos, redes sociales y otras esferas. Sin embargo, el clima de polarización y la exacerbación de la violencia política, que ha generado asesinatos y heridos, además de numerosos ataques a periodistas, funcionarios públicos e investigadores, ha producido un ambiente de temor en el que las personas se autocensuran o temen expresar sus preferencias. Según Datafolha, actualmente casi siete de cada diez brasileños dice tener miedo de ser agredido físicamente por sus opciones políticas.

Sus temores son más que fundados. Si bien la violencia política no es un fenómeno nuevo en Brasil, y casos como el asesinato de la concejala Marielle Franco en 2018 dieron la vuelta al mundo y se convirtieron en emblemas de la lucha contra la violencia política de género y racial, desde la llegada de Jair Bolsonaro a la presidencia la violencia política ha asumido niveles inéditos. Según el Observatorio de la Violencia Política y Electoral de la Universidad Federal del Estado de Río de Janeiro, sólo durante la primera mitad de 2022 este fenómeno ha provocado más de 40 muertes en el país.

Además, a diferencia del pasado, en el que la violencia se circunscribía a políticos y sectores específicos, hoy se trata de una tendencia generalizada en la que los ciudadanos comunes tienen un papel central. Esto es consecuencia del aumento del clima de odio que se ha instaurado en el país, apoyado y legitimado por un presidente autoritario que elogia a torturadores de la dictadura militar, pero también de una sociedad que dispone de una cantidad de armas sin precedentes. Desde 2019 se han importado casi medio millón de revólveres y pistolas, una cifra récord comparada con las últimas dos décadas.

El clima de odio también ha provocado ataques a periodistas y activistas de derechos humanos y del medioambiente, con especial énfasis en el caso de mujeres, población afrodescendiente, indígena y LGBTQIA+. Por si fuera poco, según el Observatorio de Investigación, Ciencia y Libertad de la Sociedad Brasileña para el Progreso de la Ciencia, el clima de odio y amenazas hacia los críticos del gobierno también ha puesto en riesgo la libertad académica. Casi seis de cada diez encuestados conocen experiencias de personas que han sufrido limitaciones o interferencias indebidas en sus estudios o clases.

Dada la importancia de Brasil, la comunidad internacional debe hacerse oír mediante iniciativas de solidaridad internacional con la democracia brasileña y la celebración de elecciones libres.

Pero las agresiones no se restringen a las libertades civiles. Los ataques de Bolsonaro hacia todas las instituciones han sido una constante desde su llegada al gobierno. El cuestionamiento del sistema electoral y del resultado de las elecciones, alegando que las urnas electrónicas son deficientes y que “si no gana en el primer turno con más de 60% de los votos es porque algo anormal sucedió en el Tribunal Supremo Electoral [TSE]”, es sólo un episodio más en una larga lista de amenazas golpistas.

La gravedad de la crisis democrática que vive el país se expresa en amenazas como estas y en la permanente falta de respeto a la independencia de los poderes del Estado. En este proceso, el presidente cuenta con el apoyo de diversos sectores antidemocráticos y con parte de las Fuerzas Armadas que ha exigido al TSE una prueba de integridad de las urnas el día de las elecciones, a pesar de que la transparencia y eficiencia del sistema electoral brasileño son reconocidas internacionalmente.

En este contexto de graves amenazas a la democracia brasileña, la alianza entre Lula da Silva y Geraldo Alckmin, ex gobernador de San Pablo, histórico líder del Partido de la Socialdemocracia Brasileña y antiguo adversario de Lula, adquiere un carácter fundacional. La unión por la defensa de la democracia del país ha permitido también la conformación de un frente amplio que reúne a diversos expresidentes y representantes de diversos sectores políticos, como Marina Silva, Fernando Meirelles y Guilherme Boulos. Empresarios, intelectuales y artistas han firmado también peticiones y promovido actos a favor de la democracia.

Uno de los últimos actores en unirse es el intelectual y expresidente Fernando Henrique Cardoso, quien publicó recientemente una carta a favor de la democracia. Sin mencionar explícitamente a Lula, el expresidente hizo un llamado a votar por “aquellos que se comprometen a luchar contra la pobreza y la desigualdad, defienden la igualdad de derechos para todos” y se comprometen “a reforzar las instituciones que garantizan nuestras libertades”.

Ante una de las crisis más delicadas de la historia reciente, este momento decisivo exige diálogo, responsabilidad y compromiso de todos aquellos que buscan profundizar la democracia en el país. Y dada la importancia de Brasil, la comunidad internacional, más allá de ejercer presión diplomática y de enviar misiones de observación electoral, debe hacerse oír mediante iniciativas de solidaridad internacional con la democracia brasileña y la celebración de elecciones libres.

Las elecciones son el corazón de la democracia, pero como han denunciado diversos sectores, Brasil corre el riesgo de que los resultados de las elecciones de octubre no sean respetados y que se instaure un clima inusitado de autoritarismo, violencia e inestabilidad. Ante semejante escenario, la democracia y la reconstrucción del país deberían importarnos a todos.

María Villarreal es doctora en Ciencia Política, profesora de Relaciones Internacionales de la Universidad Federal Rural de Río de Janeiro y del Posgrado en Ciencia Política de la Universidad Federal del Estado de Río de Janeiro. Esta columna fue publicada originalmente en latinoamerica21.com.