En Egipto se desarrolló una Conferencia de la ONU a la que concurrieron muchos jefes de Estado (incluyendo a las mayores potencias mundiales), además de muchísimas ONG vinculadas al problema del calentamiento global. Es la vigésimo séptima de este tipo que se realiza, siempre dedicada a este problema.
Muchos de quienes lean estas líneas habrán visto ya que los medios dieron cuenta de esta actividad y que destacaron, por ejemplo, que los líderes de Estados Unidos y de China asistieron y manifestaron ambos voluntad de cooperación, sin que se evocaran los muy serios conflictos existentes, como –por ejemplo– el apoyo militar estadounidense a Taiwán.
Para fundamentar el título de esta nota, recurriré exclusivamente a extractos de una página web de la ONU, documento destinado, naturalmente, a prestigiar ese evento. A mi juicio, es suficiente para descalificarlo.
Allí se sostiene que la COP27 apuntó a “conseguir que se renueve la solidaridad entre los países para cumplir el histórico Acuerdo de París, que se adoptó en beneficio de las personas y del planeta”.
Faltó indicar que el Acuerdo de París (de 2015) sólo es obligatorio dentro del derecho internacional (que carece de un “poder ejecutivo” para aplicarlo). Tampoco se menciona que Estados Unidos se retiró de ese “acuerdo” bajo la presidencia de Donald Trump.
Continúa el texto: “Las pérdidas económicas derivadas de las sequías, las crecidas y los deslizamientos de tierra se han disparado en Asia. Según un nuevo informe de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), sólo en 2021 los peligros relacionados con el tiempo y el agua causaron daños por un valor total de 35.600 millones de dólares de Estados Unidos y afectaron a casi cinco millones de personas”. Y como parte de la síntesis del encuentro, se plantea bajo el título “Adaptarse o morir de hambre: la COP27 destaca los desafíos y las soluciones frente al cambio climático”, que “los pequeños agricultores de los países en desarrollo producen un tercio de los alimentos del mundo, pero sólo reciben el 1,7% del financiamiento, incluso cuando se ven obligados a hacer frente a sequías, inundaciones, ciclones y otros desastres”.
Aquí me veo obligado a sintetizar. Los gobiernos se comprometieron a reducir las emisiones de gases de sus países. Gases que surgen principalmente de actividades industriales o consumos de combustibles por sistemas de transporte. En la mayoría de los casos, son empresas privadas o individuos (automóviles, por ejemplo) los que emiten gases. En todos los casos, los compromisos que asumieron los gobiernos reclaman recursos importantes. Entonces, como los países industrializados son los que contaminan más, se acordó –también sin sanción por incumplimiento– mecanismos de compensación financiera para los países “en vías de desarrollo”.
Hasta que no haya un nuevo equilibrio internacional en el que predominen los estados que superen o controlen la economía competitiva, estos “shows” como la COP27 tal vez se repitan (si antes no desaparece la humanidad).
Como confesión del fracaso, el texto de Naciones Unidas señala: “La covid-19 no ha detenido el cambio climático y, aunque la pandemia produjo una disminución de las emisiones, la caída fue temporal y las emisiones han vuelto a subir hasta, más o menos, los niveles previos a la pandemia; un hecho que conduciría a aumentos de la temperatura mundial muy superiores a los 1,5 °C del Acuerdo de París, y que causaría grandes impactos devastadores. Las decisiones de inversión ahora determinarán si creamos o destruimos la riqueza y las posibles vías hacia la prosperidad. Cada vez está más claro que el mundo no puede afrontar la quema de todas sus reservas de combustibles fósiles si queremos tener éxito en la limitación del cambio climático a niveles sostenibles y habitables. La realidad económica a largo plazo es que sólo una fracción de las reservas probadas de combustibles fósiles puede ser quemada si queremos mantener el aumento de la temperatura en 1,5 °C”.
Con un título optimista, relativo a una promesa de ayuda a los países más pobres, se deslizó, sin embargo, esta afirmación: "Se expresó una gran preocupación por el hecho de que el objetivo de las Partes que son países desarrollados de movilizar conjuntamente 100.000 millones de USD al año para 2020 aún no se ha cumplido, y se instó a los países desarrollados a cumplir el objetivo, además de pedir a los bancos multilaterales de desarrollo y a las instituciones financieras internacionales que movilicen el financiamiento para el clima”.
En conclusión, la COP27 es un escenario muy mediatizado en el que ningún gobierno puede dejar de participar. Esto explica suficientemente que Lula da Silva (la mejor opción para su país) haya ido. Pero hasta que no haya un nuevo equilibrio internacional en el que predominen los estados que superen o controlen la economía competitiva, estos “shows” tal vez se repitan (si antes no desaparece la humanidad, ya sea por un apocalipsis climático, ya sea por un conflicto nuclear).
Roque Faraone es escritor y docente.