La victoria del “Trump argentino”, Javier Milei, no debería ser una sorpresa, pero, de todas formas, sorprendió a muchos. A pocos años de las derrotas de Donald Trump en Estados Unidos y de Jair Bolsonaro en Brasil, muchos argentinos no quieren aprender de la historia reciente y cercana. Bolsonaro, de vínculos estrechos con Milei, degradó a Brasil con sus políticas de odio a lo distinto, su inexperiencia en la administración de la cosa pública y su deseo de dictadura. Mientras tanto, las políticas de Trump en Estados Unidos tuvieron efectos nocivos en lo social, lo cultural y lo económico. Y, como si fuera poco, ambas administraciones terminaron con intentos fallidos de golpe de Estado, con el objetivo de perpetuarse en el poder.

La mentira totalitaria contribuyó al surgimiento y a la caída de estos líderes. Y en esto Milei también los sigue e imita. En su discurso de la victoria el domingo pasado, Milei dijo que Argentina había sido la primera potencia mundial en el siglo XIX y prometió que Argentina ocuparía un lugar preponderante entre las potencias del mundo.

Con razón, se ha dicho que Milei parece un desequilibrado. Es un inepto y un maleducado que grita, insulta y parece no tener idea de las cosas que dice: abolir el Banco Central, plantear un debate sobre la necesidad de la venta de órganos o que los hijos puedan ser vendidos o comprados por sus padres. Pero Milei también promete el fin de los políticos, como si él se dedicara a cualquier otra cosa que no fuera la política.

Otra coincidencia con los líderes autoritarios es que piensa –o dice– que el cambio climático es un invento socialista y que la educación sexual es parte de un plan siniestro para destruir a la familia. Sin embargo, sobre todas las cosas, Milei se presenta como un fundamentalista del mercado, un libertario, aunque su concepto de libertad no incluya el derecho al aborto o la denuncia de las violaciones de los derechos humanos de la última dictadura militar (1976-1983).

En el plano internacional, sus aliados son el ultraderechista José Antonio Kast, en Chile; Bolsonaro, en Brasil; y los líderes del partido Vox, en España. Mientras tanto, en Argentina, ha reclutado miembros de la vieja política y, sobre todo, sectores de extrema derecha identificados con la dictadura militar. Y es que, como todo político con aspiraciones autoritarias, Milei propone soluciones mágicas aprovechando que los políticos tradicionales en Argentina no están cumpliendo con las demandas de la sociedad.

Milei no es liberal, de centroderecha ni libertario, es un candidato populista de extrema derecha con vocación de fascista. Su victoria representaría un grave peligro para la vida democrática en Argentina.

Todo esto nos permite reinsertar al “loco” Milei dentro de una ideología y una práctica populista. Pero, más allá de lo ridículo o payasesco del personaje, Milei no puede ser subestimado, ya que presenta una ideología claramente antidemocrática. Al igual que Trump y Bolsonaro, los políticos como Milei están en contra del pluralismo en la democracia. Se trata de populistas muy cercanos al fascismo, que representan propuestas reaccionarias sobre armas y familia. Se presentan como líderes mesiánicos con carácter divino, pero son individuos violentos y erráticos que fomentan el culto a su propia personalidad. De hecho, en 2020, Milei anunció su ingreso a la política de la siguiente manera: “Voy a meterme al sistema para sacarlos a patadas en el culo".

El punto de vista antipolítico y populista de Milei se traduce en promesas de violencia contra enemigos preconcebidos. Esto es preocupante porque, tras el último golpe de Estado, la promesa de terminar con partidos y movimientos políticos había dejado de ser algo corriente en la política argentina.

Tenemos que recordar nuestras historias de violencia y dictadura. Al igual que Trump y Bolsonaro, o Giorgia Meloni en Italia (Mussolini o Hitler), Milei fue y sigue siendo normalizado por los medios y también entre figuras políticas de centroderecha. De hecho, en el discurso después de la elección, el expresidente Mauricio Macri quiso identificar a su propia fuerza política con un supuesto paradigma político que compartiría con Milei.

¿Cómo elegir un partido en las elecciones presidenciales de octubre que, en vez de criticar a Milei, lo felicite? Esto no pasó en Francia con Marine Le Pen o en Brasil con Bolsonaro, que fue derrotado por una alianza de una gran parte del arco político, incluyendo a la centroderecha, para salvar a la democracia.

Para defender la democracia, los partidos que la defienden deben dejar de lado sus diferencias, más allá de la orientación política, para unirse en contra de estas tendencias, pues los “cordones sanitarios” siguen siendo necesarios. Sin embargo, esto no está pasando en Argentina, donde Milei sigue siendo considerado un candidato normal, cuando su anormalidad política, su carácter antidemocrático, es su característica principal.

Para entender lo que está sucediendo en Argentina hay que entender que Milei no es liberal, de centroderecha ni libertario, es un candidato populista de extrema derecha con vocación de fascista. Su victoria representaría un grave peligro para la vida democrática en Argentina.

Federico Finchelstein es profesor de Historia de New School for Social Research (Nueva York). Este artículo fue publicado originalmente en latinoamerica21.com