Desde hace un par de años la Facultad de Química está desarrollando el ciclo “Química y sociedad” por el que, mediante actividades abiertas a todo público, aborda temáticas sensibles desde el conocimiento acumulado por esa casa de estudios y otros referentes académicos. El miércoles 23 de mayo tuvo lugar un encuentro a propósito de la Ley 19.553, también conocida como “ley de riego”. La convocatoria, en conjunto con la Red Temática de Medio Ambiente (Retema) de la Universidad de la República, se justificaba así: “Atendiendo al debate instalado en la sociedad en torno a la naturaleza y aplicación de la Ley, y siendo los temas ambientales materia que atraviesa las distintas carreras de la Facultad de Química (muy particularmente en el caso del recorrido académico del Químico con orientación medioambiente y agrícola), la Comisión de Extensión y Relacionamiento con el Medio y Retema organizan esta mesa de diálogo que propicia el intercambio de conocimientos y puntos de vista sobre la aplicación de la Ley y, en términos más amplios, sobre el impacto de las prácticas sociales a nivel ambiental”.
La mesa fue moderada por Rocío Guevara, socióloga y referente en temas ambientales de la Unidad de Sistemas de Gestión de la Facultad de Química, y contó con las ponencias de Miguel Carriquiry, ingeniero agrónomo y docente del Instituto de Economía de la Facultad de Ciencias Económicas; Rafael Terra, ingeniero civil y docente del Instituto de Mecánica de los Fluidos e Ingeniería Ambiental de la Facultad de Ingeniería, y Luis Aubriot, licenciado en Ciencias Biológicas y docente del Instituto de Ecología y Ciencias Ambientales de la Facultad de Ciencias.
Round 1: costo-beneficio
El encargado de abrir el encuentro fue Carriquiry. Mostró cautela y partió del supuesto de que todos queremos producir más y de forma más sustentable. “Como economista uno trata de ver la relación entre los costos y los beneficios, y pienso que se ha hablado mucho sobre los costos pero poco sobre los beneficios”, disparó; sin embargo, no ahondó en cuáles ni cuántos serían esos beneficios. Sí dijo que “para empezar a hacer este tipo de comparación costos-beneficios hay que saber primero si estamos dispuestos a sacrificar alguna dimensión ambiental para lograr algún tipo de beneficio asociado a este tipo de desarrollo”. Abriendo el paraguas, aclaró que con beneficios se refiere también al “bienestar de la población y no sólo a beneficios económicos”.
Carriquiry hizo notar que más allá de la ley de riego “hay costos ambientales y culturales que se están generando, hoy por hoy, más que por esta ley en particular, por el desarrollo de la forma de producción”, y mostró que esta ley da más garantías tanto para quienes pretendan construir un embalse asociativo como para el control ambiental. “Desde la academia nuestra oportunidad es velar por que las políticas se diseñen e implementen de la mejor manera posible y con la mejor ciencia disponible”.
Round 2: contra la variabilidad
Terra habló con más vehemencia y enseguida quedó claro que la suya sería una ponencia más desafiante, ya que para el ingeniero la discusión en torno a la ley estaba mal enfocada desde el inicio. “En el debate público se le da una dimensión a la ley de riego mucho mayor a la que tiene en la realidad”, arrancó diciendo y luego desarrolló su punto: “La ley de riego anterior, que lleva unos 20 años, esencialmente nunca se usó. Nunca nadie hizo una inversión amparado en ella porque no estaban los respaldos jurídicos que esta nueva ley pretende subsanar. Eso no es un juicio de valor, es un juicio de realidad”. Parado en ese marco, Terra dijo que “se discuten temas que está bueno que se discutan pero que está mal que se piensen asociados a la ley de riego”, y definió lo que sería para él el camino correcto: “La discusión debería ser si es bueno o no que haya embalses asociativos, la cuestión de si queremos riego o no, si queremos que la gestión esté en manos de privados, es una discusión bastante básica que no tiene sentido anclar a esta ley de riego”.
Una vez dejado claro que para él toda esta discusión no tiene mucho asidero, Terra dio detalles del contexto en el que esta ley se da: “Hay dos tipos de permisos de concesión de agua a privados, las tomas de agua, en las que se pone una bomba en el curso y se saca agua, y los embalses, en los que se pone un dique o represa”. El asunto es que según Terra, “ya no hay espacio para más tomas de agua, las concesiones ya están casi saturadas en todos los cursos de agua de interés” por lo que para hacer frente a la alta variabilidad climática que afecta a los cultivos en nuestro país, la salida es por el lado de los embalses. Terra afirmó también que la “sustentabilidad que no contempla las dimensiones económica, social y ambiental al mismo tiempo tiene corta vida” y sostuvo que “la sustentabilidad en el mundo está amenazada por el exceso de consumo por un lado y por la pobreza en el otro”.
Sobre el impacto jurídico de la ley, el experto señaló que “no hay cambios en la relación entre el Estado y los privados, sino en los privados entre sí”. A nivel ambiental, analizó que la ley “promueve que la agricultura de secano pase a riego” y por eso “no afectará a las zonas donde hoy no hay agricultura”. También hizo hincapié en que el impacto “depende de las buenas prácticas, no de si el riego es peor que el secano”. En su opinión, la ley es mejor que su antecesora porque “incorpora nuevas consideraciones ambientales y además del impacto de la construcción establece que se evalúe la operación, lo que a mí como ingeniero me fascina, porque la operación es todo”.
Concluyendo, Terra afirmó que “hay que buscar soluciones para gestionar la variabilidad climática; ignorarlo socava la sustentabilidad en sentido amplio y eso, a la larga, perjudica el ambiente”. Señaló que “el impacto previsible de la aplicación de la ley es incrementalmente pequeño” y que “el problema no es la ley, sino el uso del territorio”. Al final auguró que “aunque hoy se reglamente la ley, no va a haber embalses asociativos por muchos años, porque los números, en el contexto actual, no dan”.
Round 3: investigando los embalses actuales
Cerrando las ponencias llegó el turno de Luis Aubriot. A diferencia de sus contertulios, que si bien aportaron conocimiento en ningún caso se refirieron datos concretos obtenidos de la interacción entre represas y medioambiente, Aubriot arrancó diciendo que a su grupo de investigación de la Facultad de Ciencias le preocupa “la construcción de nuevas represas a gran escala”, así como “los efectos sobre el tiempo de residencia del agua junto al aporte de nutrientes en los futuros embalses”. Luego de investigar un poco los embalses que hay actualmente en Uruguay, temen que la ley no contribuya resolver problemas ambientales, sino más bien lo contrario.
Aubriot sostuvo que científicamente se sabe muy poco sobre los embalses que tenemos. Afirmó que “en Uruguay hay 1.363 embalses de agua para consumo, uso industrial, riego y otros”. El biólogo participó en 2015 en una de las pocas investigaciones realizadas en embalses, y dijo que en la mayoría de la treintena que se analizaron se constató la presencia de cianobacterias. También resaltó que de acuerdo al monitoreo de ríos y arroyos, “el fósforo presente supera la normativa en la mayoría de los cursos de agua”, y que “los embalses son reservorios que acumulan lo que sucede en toda la cuenca”. De esta manera, el exceso de nutrientes que circula por nuestros ríos, elevado como consecuencia de las actividades productivas y de los vertidos de hogares y saneamiento, se torna más preocupante cuando se hacen embalses, pues estos son “incubadoras de cianobacterias”.
Luego introdujo el concepto de “hipereutrofización”. La eutrofización de los cursos de agua es un proceso mediante el cual la acumulación de residuos orgánicos produce un crecimiento desmedido de algas y cianobacterias que termina alterando el equilibrio del sistema. La hipereutrofización es el estado más agudo de ese proceso y, según tablas desarrolladas por científicos brasileños y aplicadas en Uruguay, cuenta Aubriot que “los niveles que detectamos en los embalses ya están en los niveles de hipereutrofización”.
La lógica del planteo del científico fue contundente: “Mientras no conocemos aún lo que pasa en los embalses que tenemos, se está planteando una mayor cantidad de embalses y una intensificación de su uso”, argumentó, al tiempo que sostuvo que “el monitoreo será muy difícil y el control casi imposible, teniendo en cuenta la escasez de recursos humanos y económicos en el área ambiental”. Sin apelar a un discurso alarmista, con la tranquilidad que da el análisis de los datos obtenidos en el territorio, Aubriot sostuvo que luego de ver lo que pasaba con los otros embalses del país “las tendencias muestran que los nuevos embalses irán hacia la eutrofización”.
Round 4: conclusiones
Luego de las ponencias, hubo espacio para las preguntas del público asistente, que fueron desde temas concretos y consultas a los especialistas hasta la comunicación de posturas personales. Para uno, que iba buscando aportes de la academia para calibrar la dimensión ambiental de la ley de riego, el encuentro dejó gusto a poco. Los disertantes jamás discutieron entre sí las afirmaciones de los demás colegas, y no hubo una síntesis. De los tres disertantes sólo uno trajo consigo datos concretos de lo que pasa en los embalses, y al haber un agrónomo docente en ciencias económicas y un ingeniero de mecánica de fluido involucrado, uno hubiera deseado datos y números concretos del costo-beneficio de la instalación de los embalses de riego o datos de cómo el represamiento de un río afecta a toda la cuenca.
Por su parte, Aubriot contó que, según consideran en su equipo, el episodio de 2013 de agua potable de OSE con mal gusto y sabor se debió al mal manejo de un embalse de la cuenca del Santa Lucía que terminó vertiendo sus aguas, junto con las floraciones de cianobacetrias, al sistema. Ante los recaudos que solicitaban algunos de los asistentes, Terra contestó que los impactos de la ley de riego serán mínimos, escalonados y prácticamente cambiarán muy poco. De hecho, apeló a una metáfora que a uno, que le encantan los aparatos electrónicos, le pareció fantástica: “La ley de riego es una perilla dentro de otra perilla dentro de otra perilla, realmente no mueve la aguja” Entonces uno se pregunta para qué se necesita una ley que cambia muy poco en cuanto a la ecuación cultivos de secano/cultivos con riego. Si el problema productivo de la variabilidad climática tampoco se resuelve con la construcción de más embalses –que cuando esté el dinero para que sean rentables, seguro se van a terminar eutrofizando– entonces no queda claro para qué estamos discutiendo. Eso sí, uno coincide con Terra: esta ley de riego no es peor que la que ya está. Hacia ella es a la que hay que apuntar, porque el control y la causa de los más de 1.000 embalses que ya hay hoy en Uruguay no admite la menor demora.