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la diaria

Cultura

Muchachas en el campo.
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El mundo cuadrado

“Me he transfigurado en el cero de la forma y me he rescatado del lodazal de inmundicias del arte académico”. Eso proclamaba, altanero y drástico, el ruso Kazimir Malevich (1878-1935) en su Manifiesto suprematista de 1916, estableciendo los dos polos de su acción renovadora, embebida de agitaciones socialistas y radicalismo futurista, rociados con generosas gotas de misticismo: por un lado, la regeneración formal mediante un abstractismo rigurosamente geometrizante; por el otro, una separación neta de la encorsetada retórica realista decimonónica. Antes de llegar a aquel punto álgido -para su carrera y para el panorama pictórico del siglo XX-, Malevich atravesó distintas fases e inquietudes, acumuladas en la primera sala y parte de la segunda de la no muy extensa (unas 50 piezas) pero sí muy intensa retrospectiva que le dedica Fundación Proa.