“La zona tabacalera del departamento de Artigas, junto con las que existen en el departamento de Rivera, conforman una zona de influencia desde Chile, Noreste y Noroeste argentino, el sur de Paraguay y los estados de Santa Catarina, Paraná y Río Grande do Sul de Brasil, que abastecen la producción de tabaco a una misma empresa para el procesamiento de cigarrillos”, relató la socióloga Betty García en su tesis de grado “Trabajadores rurales del fumo de Artigas. Análisis de su realidad”. En diálogo con la diaria, García explicó que fumo es un término de origen portugés que se utiliza para referirse al cultivo de tabaco en la frontera entre Uruguay y Brasil. Según ella, los productores de tabaco artiguenses internalizaron tanto el término que incluso lo utilizan como apodo para uno de los tabacaleros de la zona.
Durante la investigación se estudió la realidad de los productores familiares que se dedican al cultivo de tabaco en Guayubira y La Estiva, dos parajes ubicados en Artigas, cerca de la frontera con Brasil, que están separados por un cerro. Para el trabajo, García entrevistó a 16 productores de tabaco de la zona. El foco estuvo en las condiciones en que los trabajadores llevan a cabo las tareas que acordaron a partir de un “vínculo laboral de tercerización” con la Compañía Industrial de Tabacos Monte Paz SA.
El proceso de producción del tabaco comienza en julio con la siembra de las semillas en un almácigo, que luego se traspasa a la tierra, y termina entre marzo y abril cuando, se le entregan los fardos de hojas de tabaco prensadas a la empresa. La investigación señaló que el trabajo consiste en extensas jornadas que realizan principalmente los varones, que “lideran la unidad productiva”.
García comentó que el trabajo durante la zafra es continuo y que en él están involucrados los miembros de la familia y puede haber hasta dos personas contratadas. Agregó que los varones son los que tienen el rol protagónico en la producción, pero que el trabajo de la mujer, que está orientado al cuidado de la granja, la alimentación, la familia y tareas anexas a la producción, no es remunerado, a pesar de que es de gran importancia.
“El productor trabaja las horas que sean necesarias. Cuando la planta de tabaco va a la tierra tienen que ir una vez al día por lo menos, ver si hay plagas y ahí tomar la decisión de poner más pesticidas o no”, explicó. Luego, cuando se corta el tabaco, pasa a una etapa de secado en un horno que requiere siete días y siete noches de control continuo alimentando el fuego cada hora y media. Los trabajadores se dividen en turnos para controlarlo y luego “mal descansados van al otro día al campo a volver a cortar”, eso genera un “círculo” que hace que la zafra se vuelva “bastante intensa”.
El trabajo y sus consecuencias
“En la mayoría de los casos comienzan a trabajar en el cultivo de tabaco en la niñez”, indicó García en su investigación, y añadió que existen estudios que confirman que “el niño es más vulnerable frente al contacto con la hoja verde del tabaco en cuanto su piel tiene una absorción mayor que el adulto, por lo que tanto la nicotina, los pesticidas y la contaminación ambiental tienen un impacto a largo plazo en sus cuerpos”. La mayoría de los entrevistados manifestaron que no se han enfermado, pero luego contaron episodios de problemas de salud, que no atribuyeron al cultivo de tabaco: “Entre los entrevistados y sus familiares hay casos de asma, alergias, malestares estomacales y vómitos, así como casos de depresión”; incluso se constató deformidades en las uñas de las manos y los pies de varios de ellos.
Además, el estudio observó que los trabajadores manifiestan “distintas estrategias que ponen en tensión la seguridad e integridad con el fin de lograr un mejor producto del trabajo”. Un ejemplo de esto se puede ver con el tiempo de vigilia que deben sostener los productores durante el período de la zafra correspondiente al secado del tabaco. Las jornadas son extensas y descansan en períodos de una hora y media a dos horas, lo que les implica que realicen las demás prácticas con poco descanso, con consecuencias en su salud o bienestar.
En cuanto a las condiciones de trabajo, se constató que en general los productores tienen acceso a los implementos y vestimenta de protección; sin embargo, muchas veces no son usados por la incomodidad que les generan las altas temperaturas durante el período de cosecha de diciembre a febrero. En caso de que se le compren a la empresa tabacalera, esta se lo descuenta del pago por la cosecha.
En su trabajo, la socióloga relató las condiciones ambientales de los productores. Señaló que algunos tienen acceso a agua potable de OSE para consumo familiar, pero la mayoría tiene “pozos insurgentes que se encuentran a escasos metros del ambiente donde manipulan las hojas de tabaco” y donde se guardan “los fertilizantes, pesticidas y los implementos para sulfatar con el sistema de mochilas”. A raíz de esa situación, la investigación planteó la interrogante de si el agua que consumen puede tener “algún nivel de contaminación”.
Los trabajadores conviven con la necesidad de lograr la mayor cantidad de producción de la mejor calidad posible, debido a que el contrato que tienen con Monte Paz determina que el resarcimiento económico será menor o mayor si se cumple con determinados estándares. Por esto, los productores recurren a “distintas estrategias” que responden a una “cultura de riesgos consensuados” con el objetivo de lograr la mayor cantidad de ganancia posible. En la investigación, la socióloga observó que hay una “naturalización” de estas condiciones laborales.
Los riesgos para el trabajador
La historia de Monte Paz en la zona tiene su origen en 1969, durante la búsqueda de tierras adecuadas para la explotación de tabaco para sumarlas a las que la empresa ya tenía en Tacuarembó y Rivera. La firma inspeccionó la zona e hizo un relevamiento de los productores: se recabó información sobre su integración familiar y medios de vida. Luego les enseñó a cultivar tabaco, les otorgó semillas para comenzar las primeras pruebas de plantaciones y construyeron los primeros hornos. Hasta el día de hoy el régimen de cultivo de tabaco sigue siendo el mismo.
La influencia de Monte Paz en la zona también se puede ver en una capilla con una virgen que construyó la tabacalera en la cima del cerro para funcionar como punto de encuentro entre ambos parajes. García contó que la construcción se realizó también en 1969 y que hace poco los vecinos comenzaron a edificar una nueva.
Actualmente, según el trabajo académico, a partir de un contrato entre Monte Paz y el productor familiar, ambos se comprometen “a comprar y vender respectivamente y en forma exclusiva la totalidad de la cosecha de tabaco”: “Si bien la empresa ‘terceriza’ el cultivo del tabaco por ser una tarea que requiere determinada especialización, el vínculo contractual remite a una forma de trabajo flexibilizado y precario en el que el trabajador asume los riesgos de la cosecha”.
El precio de las distintas calidades de tabaco cosechado se pagarán de acuerdo a la “paramétrica” definida internacionalmente por la oferta y la demanda de producción, no son negociables entre las partes, “por lo que constituye una relación de desigualdad y precariedad para los productores”. García explicó que en caso de que los precios internacionales bajen, el productor termina en la disyuntiva de “producir más para alcanzar mayores ganancias”, y, debido a esto, la empresa “ejerce una autoridad y control sobre los productores que quedan obligados a aceptar los precios que se definen en el contrato”.
La producción de tabaco deberá entregarse en un rango de fechas que queda determinado en el contrato, y es pasible de multa si no se cumple con ellas. Por ser un tipo de cultivo estacional, no aplica la idea de licencias de los trabajadores, el trabajo es continuo hasta lograr la producción.
Pese a que las condiciones de los contratos les son ofrecidas taxativamente a los productores, su percepción es que “les da un marco formal que les trasmite la idea de estabilidad laboral”. “Incluso en casos en que por distintas contingencias algunos de los tabacaleros han quedado endeudados para el año siguiente, no le atribuyen culpa al modelo que queda representado por el vínculo laboral contractual”, planteó. Además, aunque los imponderables de las condiciones climáticas, las plagas y las contingencias que surgen en el tiempo de la zafra corren por cuenta del productor, no perciben estos aspectos como una desventaja.
Las condiciones de seguridad y prevención están dispuestas en los contratos, pero queda “en el ámbito del productor llevarlas a cabo o no”. No tienen afiliación a una organización gremial y “no lo perciben como una desventaja o riesgo frente al vínculo laboral con la empresa”. Aportan al Banco de Previsión Social como trabajadores familiares y a partir de él acceden a la salud pública o privada con el aporte al Fondo Nacional de Salud (Fonasa).
Durante las entrevistas, García consultó a los productores si preferirían realizar otra actividad y notó que perciben que no tienen “alternativas y posibilidades de cambio de rubro como fuente laboral”. Por ejemplo, uno de los consultados respondió: “Me gustaría. Nosotros no sabemos plantar sólo tabaco, nosotros de la tierra sabemos de todo un poco. El problema es que acá en el departamento de Artigas usted no tiene cómo ir al frente haciendo otro tipo de cosas que nosotros los chacareros”.
Para ellos, el contrato con la tabacalera es la posibilidad más rentable; sin embargo, “en la mayoría de los casos supone mucho menos que un salario mínimo por cada miembro de la familia. Por lo que hace pensar en la necesidad de apoyo de políticas especiales que les habiliten otras alternativas de fuentes laborales”, planteó García en la investigación.