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Comenzó como un mercado de frutas y verduras en 1909, pero hoy es una miscelánea casi inabarcable que se aloja en la calle Tristán Narvaja todos los domingos a esperar a los montevideanos y visitantes que se acercan por las más diversas razones.

De hecho, hace décadas que ocupa también calles aledañas, y hoy son muchas manzanas de feria que, entre otras cosas, reflejan distintos momentos históricos de Uruguay, como la llegada de migrantes europeos, la dictadura militar, las crisis económicas y actualmente la ola de migrantes latinoamericanos.

A la feria de Tristán –o, directamente, “a Tristán”– se puede ir a buscar vajilla antigua, un desodorante, un cactus, un sombrero o una tortuga. Es, de algún modo, muchas ferias en una. Está la de frutas y verduras, la de antigüedades, la de libros, la de mascotas, la de plantas, y podríamos seguir. En los últimos tiempos ha ido apareciendo y ganando protagonismo su veta gastronómica.

La arepa es el nuevo choripán

Hasta hace pocos años, si a uno le entraba hambre luego de un paseo o una mañana de compras, las opciones eran bastante restringidas: carrito de chorizos o tortas fritas. Esos clásicas siguen estando.

Puesto donde preparan cucuzas, comida típica de El Salvador, en la feria de Tristán Narvaja.

Puesto donde preparan cucuzas, comida típica de El Salvador, en la feria de Tristán Narvaja.

Foto: Alessandro Maradei

En la esquina de Tristán Narvaja y Colonia el carrito Ámbar ofrece un pancho por 55 pesos y un chorizo al pan por 85. Una torta frita en cualquiera de los varios puestos que hay a lo largo de la feria cuesta 25 pesos, y en algún caso hasta puede ir acompañada de dulce de leche o de membrillo.

Lo interesante es que a las opciones de siempre para picar algo mientras se pasea, se les sumó el impulso de los inmigrantes que, buscando, su lugar salieron a las calles a ofrecer sus recetas y sabores. Aparecieron en la feria tímidamente algunos puestos de venta de arepas venezolanas, pero al ver la aceptación del público y la demanda de sus clientes compatriotas empezaron a ofrecer otros bocadillos típicos.

Así, hoy es posible conseguir los muy codiciados tequeños (bastones de masa frita rellenos de queso que se venden prontos o congelados), las cachapas (parecidas a las arepas pero de harina de maíz amarillo), los patacones (plátanos verdes fritos) y las típicas empanadas venezolanas (de masa de maíz amarillo y fritas). También se pueden encontrar postres y dulces típicos venezolanos, como la torta tres leches, y bebidas como la chicha (a base de arroz y leche, que se toma con leche condensada y canela) y el maltín.

Si vamos caminando por 18 de Julio, al llegar a la esquina con Tristán veremos una aglomeración: allí está el puesto de Paladar Venezolano. Su cocina a la vista ocupa toda la esquina donde trabajan seis personas. Desde las planchas de Paladar salen sin parar arepas por 90 pesos, empanadas por 80, cachapas por 100, brochettes por 60 y malta Maltín Polar por 80 pesos.

Pasando la esquina y entrando por Tristán, hay un puesto de dulces y tortas venezolanas y chicha. Y a lo largo de toda Tristán Narvaja se multiplican los puestos de comida venezolana, pero también se pueden encontrar las arepas en su versión colombiana en el puesto Arepas la Colombiana, por Tristán entre Cerro Largo y Galicia.

Puesto Sui Yuan, comida china vegetariana.

Puesto Sui Yuan, comida china vegetariana.

Foto: Alessandro Maradei

Siguiendo con las opciones al paso, un par de locales chinos sacan sus mesas a la calle los domingos y ofrecen arrolladitos primavera, buñuelos de verdura y dumplings. Pero la más codiciada es la torre de papas: una especie de brochette de papas fritas redondas por 30 pesos.

El sabor mexicano también se hace presente en la esquina de Mercedes con tacos por 100 pesos; el local puede reconocerse desde lo lejos por su flameante bandera mexicana.

Otras opciones más locales pueden ser el sándwich de cerdo de La Marsupa, que queda en Tristán entre 18 y Colonia y sale 110 pesos, o las pizzetas de la esquina de Paysandú. Para los veganos en Tristán Narvaja y Mercedes se ofrecen hamburguesas de lentejas por 60 pesos.

Con vaso de plástico

Para calmar la sed, el plan puede ser pasar por el puesto de Botijas Bier en Tristán entre 18 y Colonia a buscar una pinta tirada de cerveza artesanal. Tienen variedades de IPA, blonde, red y otros sabores más exóticos como choco porter, ale de zapallo o una de trigo con jengibre.

También se multiplican a lo largo de la feria los puestos de venta de jugos naturales. Algunos, además, ofrecen caipirinha.

Para sentarse

Si precisamos recuperar fuerzas luego de la caminata, hay varias opciones donde poder sentarse a comer y beber. Los de siempre son La Tortuguita, en la esquina de Tristán y Mercedes, y El Verde, frente a la Facultad de Psicología, en Tristán entre Uruguay y Paysandú.

Librería y local de pastas De la Mancha

Librería y local de pastas De la Mancha

Foto: Alessandro Maradei

Además, en los últimos tiempos la feria recibió nuevas propuestas. Entrando por Tristán casi llegando a la esquina con Colonia está Mora Bar de Jugos, donde se pueden comer sándwiches o ensaladas.

Siguiendo el camino, en la esquina con Colonia está Pide House, cuya principal atracción son los pides: un bocadillo originario de Medio Oriente que consiste en una masa muy fina y rellena, cocida al horno. El relleno puede ser dulce, salado, con carne, vegano o vegetariano. Pide House tiene además en su menú unas hamburguesas de garbanzo al pan que ha bautizado como panchas y cuestan 200 pesos.

Bajando por Tristán está Sabor de Brasil, entre las calles Paysandú y Cerro Largo. En el local, que tiene cuatro mesas adentro y tres afuera, se pueden probar clásicos brasileños como coxinhas de pollo, cachorro quente, frango a pasarinho, feijoada, polenta frita, bolinhas de queso o empadinhas de pollo, más el infaltable baurú. Hay combos de seis coxinhas de pollo, papas fritas y un jugo por 290 pesos o un cachorro quente y un jugo por 160. La porción de feijoada sale 430 pesos.

Si la idea es hacer un poco de vida de turista en la capital, el lugar es Bali Beer and Deco. El lugar no se destaca por sus opciones de comida, sino por su ambiente. Las mesas están en un patio antiguo, ambientado con mucho color, y siempre hay candombe en vivo. Para comer hay pizzas, bocatas, ensaladas, empanadas o burritos.

Con comida callejera y de la otra, el clásico paseo dominguero también se transformó en una opción para resolver el almuerzo.

Puesto Paladar Venezolano, en Tristán Narvaja y 18 de Julio.

Puesto Paladar Venezolano, en Tristán Narvaja y 18 de Julio.

Foto: Alessandro Maradei

De La Mancha: del libro a la pasta

La pequeña librería de la calle Tristán Narvaja 1620 bis, que funcionaba desde 2002, se transformó en casa de comidas cuando sus dueños decidieron cambiar de rubro. La primera transformación fue de librería a librería-cafetería, pero por el tamaño del lugar no funcionó. Entonces surgió la idea de armar una fábrica de pastas, que faltaba en el barrio. Luego, a las pastas frescas fueron agregando opciones de comida para llevar.

Ahora De La Mancha abre todos los días menos los sábados. Y de lunes a viernes, además de la pasta, tiene opciones de bocatas por 120 pesos, tartas por 150, hamburguesas completas, pastas prontas con salsa y alguna cazuela en invierno. Los domingos solamente venden pasta fresca y cerveza tirada, pero planean empezar a ofrecer bocatas para comer mientras se pasea.

Las opciones de pastas para llevar a cocinar en casa son muy variadas y originales. Algunos ejemplos: los raviolones de masa de morrón asado rellenos de hummus, berenjena, queso dambo y cebolla caramelizada; los de masa de remolacha con relleno de puerro, panceta y queso, o los de masa de alga nori rellenos de langostinos, mejillones, eneldo y queso dambo. También están los ñoquis, que pueden ser de albahaca, cilantro, curry o clásicos.

Y, como el oficio de librero es muy difícil de abandonar, siguen sacando una mesa de libros a la vereda los días de feria. En los próximos meses planean transformar la planta de elaboración que tienen en Canelones y Minas en un local con la misma propuesta gastronómica, a la que agregarán un espacio para comer. Además, como para conjugar las dos pasiones, planean tener un rincón con libros del rubro gastronómico.