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Resultados
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Los Teros cayeron por la Americas Rugby Championship
Por la quinta y última fecha de la Americas Rugby Championship, la selección uruguaya de rugby perdió con Estados Unidos 61-19. Jugado en el estadio Charrúa el sábado, con esta victoria Las Águilas yanquis obtuvieron el campeonato por segundo año consecutivo. Con la derrota, Los Teros quedaron en el tercer lugar del torneo, detrás de Argentina XV, que venció 28-8 a Brasil en Brasil. El otro partido de la jornada fue la victoria de Canadá sobre Chile 33-17.
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Mandan los chicos
La Casa del Árbol es un grupo de docentes, artistas y científicos que trabajan con la infancia, tratando de alejarse de la óptica adulta y centrándose en los intereses de los niños. La dinámica de trabajo se divide en diferentes talleres en los que la principal consigna es que los niños sean los que guíen la rutina. Todos los espacios están atravesados por el interés original de los fundadores, el registro audiovisual, que motivó la creación de un programa de televisión de seis capítulos que reúne las distintas participaciones a lo largo de los años en los talleres. Ese programa de televisión alternativo viajó a Alemania y fue seleccionado finalista en el concurso de la Fundación Prix Jeunesse, que tiene como objetivo promover la calidad en la televisión para niños y jóvenes en todo el mundo y este año tiene como eslogan “historias fuertes para niños fuertes”.
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El gobierno de China se encamina a hacer reformas para que Xi Jinping siga en el poder de manera indefinida
El límite de dos mandatos se estableció en 1982 mediante una reforma constitucional aprobada después de que la presidencia de Mao Zedong se extendiera por 23 años, de 1943 a 1979. La Asamblea Nacional Popular tendrá sus dos sesiones parlamentarias a lo largo de este mes, y dada la disciplina partidaria y el hecho de que Xi dirige el PCC, se da por descartado que la reforma será aprobada.
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Vínculos y sentidos
-En diversas publicaciones y conferencias has hablado del rol político de la educación, ¿a qué refiere esa idea?
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Sin Peñarol
Se sabía de antemano: quien juega ante El Tanque Sisley tiene fecha libre y gana los puntos, porque el fusionado fue descendido por no pagar las deudas asumidas con sus jugadores. En esta etapa, le tocaba enfrentar a Peñarol.
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Taller de literatura infantil
Desde 2009 la escritora Malí Guzmán brinda talleres de escritura especializados en literatura infantil y juvenil, que funcionan en tres grupos (para niños, para adolescentes y para adultos). El Taller de la Valija fue pionero y se mantiene como una opción que se propone estimular la creatividad y acompañar a cada integrante en el proceso de escritura y de acercamiento a la literatura para que vayan eligiendo un camino propio, en una búsqueda que enriquezca el intercambio en el grupo. Con el italiano Gianni Rodari y su Gramática de la fantasía como norte, Guzmán parte de la base de que el juego y la literatura tienen muchas cosas en común, por eso en los talleres van de la mano. “En ambos la libertad es casi infinita; requieren sensibilidad, imaginación, aceptar desafíos, a la vez que el creador del juego establece reglas y límites”, sostiene. Agrega que está ampliando la valija para que contenga otras miradas desde la sensibilidad y el arte: “Desde el año pasado Sebastián Santana da en ese espacio talleres de ilustración para adolescentes, y estoy conversando con otros artistas para continuar ese camino de ampliar hacia otras áreas”. Los encuentros son quincenales y se extienden desde marzo hasta diciembre. Los talleres funcionan en Minas 1487/301. Por más información e inscripciones: [email protected], 095951422
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Estatuas veladas
Desde ayer, un velo de 40 metros cubre parte del acervo artístico del Museo Blanes. La artista Alejandra González Soca creó así un elegante territorio de asfixia en el que da vida a esculturas que han sido olvidadas y las ofrece como territorios corporales políticos. El voile activa el juego de la mirada sobre las esculturas, cubiertas por la tela blanca intervenida por hilos de color rojo, tajadas con delicadeza.
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Cuando llega la censura
Como producto cultural que es, el videojuego ha sufrido a lo largo de su existencia varios casos de censura por parte de organismos internacionales, países y jefes de Estado que han decidido modificar su contenido o incluso prohibir su venta dentro de territorios específicos.
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De orden mundial
Si en arte nada es casual y cada cosa está puesta en su lugar por algo, la muestra Inoculación, del artista y activista chino Ai Weiwei, es la confirmación de esta regla. En el barrio de inmigrantes La Boca, con un lenguaje provocador, fuerte, contemporáneo y a la vez tradicional, el mejor artista contemporáneo, según la revista Art Review, genera puentes entre oriente y occidente. Nacido en 1957 en Beijing, defensor de la democracia y los derechos humanos, fue premiado por Amnistía Internacional en 2015.
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La vida real de Karl Kristoffersen
Karl Kristoffersen falleció a los setenta y ocho años. Había escrito y dirigido nueve largometrajes, doce obras de teatro y dos miniseries históricas para la televisión sueca. Cuando encontraron su cuerpo en la casa de la playa habían pasado apenas nueve días desde el fin del rodaje de Ångest (Angustia). Queremos decir que por respeto a la obra de su juventud nos hubiera gustado faltar al preestreno. El maestro había pasado los últimos treinta años copiándose y el Instituto le aprobaba presupuesto sólo porque era él. Estaba senil y todo el mundo se había dado cuenta, pero parecía que nadie se atrevía a decirlo en voz alta. Sin embargo, desde los carteles dispuestos en el hall, Signe Nilsson —su última actriz fetiche, quizás desnuda más allá de los límites del cuadro— nos mira de cierta manera, y además está la luz tibia, el olor triste de la moquette y la destilación nostálgica de los afiches antiguos y aun de los nuevos, que nos inducen a un estado hipnótico ya antes de atravesar las puertas de la sala. Cuando llegamos a las butacas somos exactamente los cinéfilos incondicionales con los que contaba Kristoffersen. Poco queda de nuestro sentido común. Apenas recordamos los motivos por los que hemos insultado al maestro con frases que creímos geniales de camino al cine, y que por fortuna no anotamos. Nos queda sólo la mentira más ridícula: haber venido para asistir al nacimiento de una estrella: Signe Nilsson, que promete. Pero aquí, con las luces aún encendidas e influidos por la gravitación de la película agazapada en el proyector, aceptamos la simple verdad de que necesitamos a Kristoffersen como a una droga antigua, y que de Signe sólo queremos su desnudez. Pocos minutos más tarde nos volvemos a sentir como viejas esposas defraudadas. Desde un tren en marcha Signe mira los prados bañados por la luz sesgada del amanecer o el atardecer, y antes de que pase otra cosa (que una anciana se siente frente a ella y lea un libro con caracteres cirílicos), pasan siete minutos y veinte segundos. No habrá sorpresa, ya lo sabemos, Ångest es más de lo mismo: una quietud sobreactuada, mundos interiores de los que no nos vamos a enterar, y referencias a políticas regionales y traumas de la infancia que no nos interesan, así que en lugar de seguir la historia —inexistente hasta el momento—, nos interesamos por la arqueología más o menos fácil del rodaje; en algo debemos ocupar la atención. Rearmamos la realidad de la segunda semana de grabación a partir del montaje tenso y rabioso de la vieja Helga Bauer, de las luces artificiales y los rebotes demasiado duros de Anders Von Husen, del maquillaje, el vestuario y los peinados teatrales de las hermanas Lundberg, y de ese modo llegamos a ver casi sin distracciones a la actriz Signe Nilsson en la escenografía de un vagón, dentro del estudio del Instituto, que mira el paisaje falso a través de la ventana, y para nuestra desazón, hasta alcanzamos a reconocer la corriente entre ella y el director. Es escandaloso el cuidado de los movimientos de Nilsson, el miedo que parece mantenerla cautiva. Recordamos que antes de sentarse acomodó las maletas y pudimos ver las curvas de los senos y nos incomodó cuánto le incomodaba a ella que la miráramos así —que miramos lo que mira Kristoffersen—, y luego se sentó a ver el paisaje, y no hemos presenciado desde ese momento más que el devenir del asco, la bronca y el temor en la muchacha. Si algo ha pasado en la pantalla es esa tortura silenciosa en la que ella hace equilibrio sin que entendamos por qué, como una tigresa que bien podría matar al domador de un zarpazo y sin embargo obedece. Es evidente que la bella Signe sucumbió al igual que todas sus predecesoras a los encantos de vampiro del viejo Kristoffersen y fue llevada como en un sueño a la vieja cabaña de la playa, donde todo debe ocurrir en blanco y negro. Signe entra a la cabaña y tiembla un poco, de frío o de miedo, y mira a Kristoffersen con sus ojos transparentes. Ahora vemos que tienen una belleza vertiginosa, violenta, una luz abstracta y a la vez una lubricidad de joya viviente del fondo de los mares, que sólo pueden tener las muchachas que han padecido a Kristoffersen, para salir de sus capullos convertidas en seres superiores a él. Llegados a este punto, cuando la pensamos en la cabaña donde el viejo ha esclavizado a todas sus ninfas, ya nos hemos enamorado de Signe, y nos decimos “¡qué mujer!”, y después “¡y Kristoffersen!”, porque no puede ser: ¡miren a ese viejo asqueroso arrancando el barro de sus botas antes de entrar! La puerta se cierra y el silencio ya los ha desnudado, entonces ella señala la estufa un poco para no mirar a Kristoffersen y pregunta por la leña y él ríe de manera tétrica. De pronto nos enceguece el cuerpo demasiado hermoso de Signe y la imaginación funde a negro para no ver las garras del monstruo que lo recorren, pero escuchamos el largo quejido de híbrido mitológico del viejo, hasta que en un fogonazo de revelación y éxtasis dice “Gud” (Dios). Pero entonces pensamos que realmente pasa lo contrario, o casi: cuando ella se desnuda el viejo cae fulminado por un terror inextricable y la muchacha lo ve aplastado en el suelo y se asoma a la compasión, pero da un paso atrás. En la sala del cine hay un espíritu colectivo de impaciencia: es que no ven lo que nosotros. En la pantalla Signe mira a la señora que lee un libro, suponemos que en ruso. Sólo la mira, impávida, y otra vez nos quedamos sin saber qué quiere decir Kristoffersen. Quizás la vieja sea una metáfora de ella misma, o de una madre con la que la muchacha no consigue comunicarse, o quizás la vieja tenga el conocimiento de lo que vendrá y que Signe, o Karina —que así se llama el personaje de Ångest—, intenta descifrar. O quizás Signe hace como que mira a la vieja, pero en realidad recuerda que al despertarse en la cabaña se sienta en la cama, enciende un cigarrillo y habla de su niñez. Se cubre con la manta pero deja un seno fuera, porque no se da cuenta, porque no le importa, o porque ella no puede evitar la estética del ojo que la mira —el de Kristoffersen, que lo ve todo aunque duerma—, y el seno alumbra la cabaña como en un cuadro holandés. La muchacha cuenta con lujo de detalles un día en la escuela primaria (clases de piano, un niño que le decía malas palabras, un profesor nazi, la nieve, un perro que se llamaba Olsson, el primer beso). Luego amanece, pasa el lechero, llueve, escampa, y ella sigue hablando mientras Kristoffersen ronca. Entonces Karina baja del tren y mira a la cámara, y la cámara se aleja, se eleva con unos sacudones que nos hacen pensar en la grúa y en todo el equipo de técnicos escondidos y sudando bajo el látigo del director. La cabeza rubia se pierde en un río de cabezas, y ahora no tenemos dudas de que Signe llora al borde de la cama. En el cenicero hay una montaña de cenizas y colillas. Kristoffersen despierta y se levanta, y ella ve en detalle todos los aspectos de sus nalgas viejas cuando camina hacia el baño, pero nunca deja de hablar de la escuela con esa voz suave y quebrada por la dureza del idioma que ella usa con disciplina de gimnasta. En la película, Karina sube a un taxi, dice la dirección y responde un lugar común sobre el clima y nosotros pensamos algo como “descansa, Signe, ya no hables en sueco”, pero ella mira el paisaje y en su mirada no estamos nosotros, ni el taxista, ni siquiera el viejo Kristoffersen, y nos sentimos idiotas. ¡Signe!
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Peep show
Había paro de subte y Celina llegó tarde al curso de crítica de cine. Era en el centro de Capital Federal; le habían dado un volante a la salida de una película y le pareció que podía estar bueno. Lo primero que vio al entrar en el aula fue un mechón rosa que brillaba a pesar de la luz mortecina del tubo. Esa piba va a ser mi amiga, pensó.
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Modelos de venta
Entrás a una tienda para comprar un juego de sábanas y te encontrás con que desde una gigantografía dos varones se miran cómplices en su casa, promocionando alguno de los artículos que allí se venden, y te entra la duda: ¿serán una pareja o dos amigos compartiendo apartamento? Cuando vas caminando por la calle y en un aviso de ómnibus otra pareja, pero esta vez de mujeres, se besa bajo una marca de pasta de dientes, te podés sorprender un poco, porque buscás en la memoria y no te suena haber visto antes un aviso así en Montevideo.
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Organizaciones de afrodescendientes repudiaron cuestionamientos de Gloria Rodríguez a programa de salud de la IM
Varias organizaciones de la “sociedad civil afrouruguaya” cuestionaron duramente a la diputada del Partido Nacional (PN) Gloria Rodríguez, quien había afirmado que, con la apertura de una policlínica barrial en Barrio Sur para atender enfermedades de prevalencia étnica, la Intendencia de Montevideo (IM) estigmatiza y segrega a la población afrodescendiente.
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Diez razones para cambiar la política de seguridad
La inseguridad es un concepto popular y se vincula con la ocurrencia de actos violentos y delitos, sobre todo en el espacio público. Enunciar la inseguridad es hurgar en sentimientos primarios –miedo, dolor, rabia, indignación– para convertirlos en combustible inagotable de maquinarias corporativas y comerciales. La inseguridad es una construcción que simplifica una realidad y que se asocia mecánicamente a un repertorio de soluciones: Policía, Justicia y cárceles.
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Por los chiquitos que cantan
“Hoy entonamos la canción que hace los sueños realidad”. “La ronda de los niños”, Mariana Ingold