En el 2002, Lula estuvo a punto de ser asesinado en Uruguay. No solo Lula. También Brad Pitt. La noticia no tuvo el impacto mediático que merecía porque no se trataba del Lula y el Brad Pitt humanos, sino de dos ejemplares de la subespecie de venado de campo Ozotoceros bezoarticus uruguayensis, bautizados así por un grupo de investigadores. No había una saña particular con estos dos especímenes ni con sus nombres; fue la población entera de esta subespecie ‒para peor, de un animal que es insignia del país‒ la que pudo ser borrada de la existencia en aquella instancia.

Puede decirse que la culpa la tuvo indirectamente la crisis del 2002, cuya antesala fue el brote de fiebre aftosa que obligó a aplicar el rifle sanitario a miles de vacas. En octubre de ese año se detectó también un brote de brucelosis en varias estancias de Rocha, en las que el ganado vacuno compartía espacio con unos centenares de venados de campo. Los técnicos de Sanidad Animal del Ministerio de Ganadería Agricultura y Pesca (MGAP) sospecharon que el contagio de la enfermedad provenía de los venados y quisieron tomarles muestras de sangre para ver si estaban infectados.

“Lo más fácil, como siempre, era adjudicar a la fauna silvestre los problemas sanitarios”, recuerda hoy la bióloga Mariana Cosse, del Departamento de Biodiversidad y Genética del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable (IIBCE). Ella y la bióloga Susana González, responsable del mismo departamento, recuerdan bien la situación porque en su calidad de especialistas en venados de campo fueron veedoras de un proceso que se complicó muy pronto.

Como los venados demostraron ser especialmente hábiles para esquivar la captura, los técnicos del MGAP resolvieron matar algunos especímenes para tomar las muestras (y así lo hicieron con una hembra). Ante el sinsentido de matar ejemplares de una especie en peligro de extinción por las dudas, y ante la posibilidad de que se aplicara rifle sanitario a toda la población si se detectaba brucelosis, Susana González informó que denunciaría la situación ante organismos internacionales y propuso un plan alternativo.

Para llevarlo a cabo tuvo que conseguir su propia financiación, tal cual se narra más en detalle en otro artículo, pero finalmente logró traer a tiempo a uno de los mayores especialistas del mundo en cérvidos: el investigador brasileño Mauricio Barbanti. Con su ayuda, González pudo idear un sistema de captura que permitió tomar muestras de sangre a varios ejemplares y corroborar que eran inocentes del brote de brucelosis. Y así, quizá, salvar toda la población de la subespecie.

“Los veterinarios consideraban seriamente la decisión del rifle sanitario. Estábamos con el tema de la aftosa y ya se había hecho con el ganado, lo tenían presente”, recuerda González. Hubiera sido un final trágico para una subespecie de un animal que supo pastar en números de millones en nuestro territorio y que fue desapareciendo progresivamente por la pérdida de hábitat, la transmisión de enfermedades y la caza descontrolada, al ser considerada supuestamente competencia de la ganadería. Fue el “ganado original” de los pobladores de nuestros pastizales, del que fue expulsado y abandonado a la buena voluntad de algún productor piadoso.

Ni siquiera se necesitaba un brote de brucelosis para que el ganado causara indirectamente la muerte de los venados de campo. El naturalista Tabaré González, fundador de la Estación de Cría de Fauna Autóctona (ECFA) de Pan de Azúcar, llegó a contarle a Susana González que los antiguos dueños de los campos donde había venados se encargaban de matarlos porque querían dejar pasturas para el ganado. Los trabajos de Susana González, Mariana Cosse y todo el equipo del Departamento de Biodiversidad y Genética del IIBCE ayudaron a cambiar esta mentalidad, aunque los peligros para el venado de campo están muy lejos de terminar. Lo hecho en aquella situación límite de 2002 sigue brindando resultados incluso hoy en día, como demuestra la publicación reciente de un trabajo que se inició allí.

Veinte años no es nada

Cuando Barbanti y González capturaron a los venados de Rocha “sospechosos” usando redes, aprovecharon para obtener toda la información posible. Además de tomar varias muestras, colocaron radiocollares de seguimiento a una decena de ejemplares, una oportunidad excelente para evaluar por primera vez qué territorio usaban los venados dentro de un ecosistema agrícola.

Tal cual señalan Cosse, Barbanti y González en el artículo que surgió de aquella experiencia, “entender los procesos ecológicos que determinan su área de movimiento y los patrones de uso del espacio es crucial para desarrollar e implementar planes de manejo y conservación”.

Al momento de realizar el estudio, las estancias que albergaban a estos venados se dedicaban a la actividad ganadera y agrícola, con potreros cerrados en los que había cultivos, vacunos y ovinos, sobre todo en predios de la familia Arrarte, que los ha conservado por décadas.

A diferencia de la otra subespecie de venado de campo (Ozotoceros bezoarticus arerunguaensis), que pasta libremente en campos de Salto, los venados de esta población se encuentran en un ambiente muy distinto. Tienen libertad de movimiento porque pueden cruzar el alambrado, pero comparten los potreros con el ganado. Por lo tanto, la densidad de venados corroborada allí fue inusualmente alta (la mayor registrada, 11 animales por km2), un dato importante tanto a la hora de analizar las conclusiones del trabajo como para poner en contexto un hecho no menor: en Rocha algunos productores siguen viendo al venado (o así era al momento del estudio) como competencia del ganado.

El trabajo, aunque fue parte de la tesis de doctorado que hizo Cosse sobre venados, demoró en publicarse debido a varios factores, entre los que se encuentran la “emergencia sanitaria, la falta de fondos y el hecho de que lo urgente deja atrás lo importante”, pero sus hallazgos siguen siendo clave para entender parte de lo que ocurre con la especie en el país.

Fue durante este proceso en el que varios de los venados adquirieron sus nombres y pasaron a identificarse claramente. Además de Lula y Brad Pitt estaban Tiburón, Ana Clara y Sol, entre otros. Que en la más reciente experiencia de radiocollares con venados de campo –llevada a cabo con la otra subespecie, presente en Arerunguá– los especialistas hayan apodado Bradley Cooper a uno de los ejemplares demuestra que los biólogos también se actualizan en el estudio de los sex symbols de Hollywood.

“Nuestra idea era analizar no sólo el espacio en el que se mueven sino cómo se forman los grupos. Y es impresionante, porque cuando identificás a los individuos con nombre cambia totalmente la imagen que tenés de la población y se obtiene una nueva dimensión de cómo usan el espacio y se relacionan”, cuenta Cosse.

Al evaluar cuánto se solapaban los espacios usados por cada venado en los dos años de monitoreo, pudieron comprobar que las relaciones entre ellos se mantenían más o menos estables. “Veíamos hembras que estaban juntas, o un macho más viejo que solía estar aislado y un poco desplazado, sin rango social. No es una distribución al azar, hay interacciones y agrupamientos más o menos fijos”, explica Cosse. Por ejemplo, hubo una fuerte asociación de dos de los machos con dos de las hembras. ¿Y Brad Pitt? Pertenecía a un grupo grande, con varias hembras y con grandes desplazamientos, un dato que se presta para antropomorfizar y reforzar el estereotipo de macho galán de otra época, sugerido por el nombre.

Mi lugar será siempre mi lugar

El monitoreo arrojó algunas conclusiones importantes sobre las preferencias espaciales de los venados de campo. El rango de movimiento individual se estimó entre 3,18 y 5,54 kilómetros cuadrados. En total, todos los ejemplares se movieron dentro de un área de 16,83 km2, con un núcleo de actividad de 0,87 km2 (donde se cultiva el forraje para el ganado). “El área de actividad se mantuvo incambiada en dos años consecutivos”, señala el trabajo.

Estas cifras y el bajo nivel de movimiento demostrado por los individuos “sugiere que la especie tiene un comportamiento filopátrico”, apuntan las investigadoras. Es decir, que tienen fidelidad al sitio de nacimiento, algo especialmente marcado en las hembras.

Los datos son congruentes con los obtenidos en otras poblaciones de Argentina, Uruguay y Brasil, aunque en el Parque Nacional EMAS de Brasil se constató que los venados se mueven en territorios mucho más amplios en la temporada húmeda para encontrar buenos parches de vegetación. “Pero en Uruguay los pastos son muy buenos desde el punto de vista nutricional. Quedó demostrado que nuestros campos toleran altas densidades de venados”, dice Susana González, en una primera conclusión importante del trabajo.

Mariana Cosse y Dante Roibal, monitoreando venados en la Sierra de los Ajos en el departamento de Rocha, año 2003. Foto: José Schapiro

Mariana Cosse y Dante Roibal, monitoreando venados en la Sierra de los Ajos en el departamento de Rocha, año 2003. Foto: José Schapiro

Que el venado y el ganado bovino no compiten había sido mostrado ya por la tesis de maestría de Cosse. “Se alimentan en forma distinta. Los venados comen más parecido a los ovinos. Los vacunos son rumiantes de mayor masa corporal en comparación con los ovinos y venados, y por lo tanto necesitan mayor volumen alimenticio para obtener suficiente energía. Los ovinos y venados son más selectivos”, apunta Cosse.

La prueba está en lo registrado en Los Ajos. “El pastizal es suficientemente rico para que puedan convivir. Si el venado va al potrero donde hay vacunos es porque puede coexistir. Con los ovinos no pasa eso, los venados se van enseguida y se establece una segregación espacial”, agrega la investigadora.

El venado de campo tampoco es transmisor de enfermedades, otro temor de los productores que –como vimos– casi barre con la subespecie en el 2002. Un trabajo de 2021 de los veterinarios Mayra Castro y Diego Rosadillo, realizado bajo la orientación de Zully Hernández y Susana González, demostró que el venado tiene cargas parasitarias muy bajas en comparación con ovinos y bovinos. De hecho, ese artículo recomienda tomar medidas farmacológicas para evitar la transmisión de especies parásitas desde los rumiantes domésticos hacia la fauna silvestre que convive con ella, no al revés.

“Ese tema siempre estuvo latente y se creía que podían ser reservorios de enfermedades, pero aquel trabajo reveló que los terneros tenían una alta carga parasitaria y con géneros de parásitos gastrointestinales que no aparecían en los venados. Puede incluso que haya algo en lo que comen que tenga efectos antiparasitarios; hay que estudiarlo, pero el venado no es un peligro sanitario en establecimientos agropecuarios”, afirma González.

El venado de campo es inocente entonces de transmitir enfermedades y de quitarle la comida al ganado (y el sustento a los productores), como reflejan las evidencias obtenidas en varias investigaciones. Los resultados de este último trabajo agregan otro dato importante para su conservación.

Deje si quiere ganar

“Este artículo demuestra que los venados se mueven poco, están donde se los ve y si hay que conservarlos, hay que hacerlo donde permanecen”, dice Cosse. Los esfuerzos de protección deben centrarse entonces allí, algo que no ocurre actualmente.

“Más aún porque siempre está la tentación de sacarlos y llevarlos a otro lado, pero lo más sencillo es conservarlos ahí mismo”, agrega González. En El Potrerillo (Rocha) se hizo en 1996 una experiencia de reintroducción de venados que no fue sustentable a largo plazo. Los animales se dispersaron, se contagiaron de enfermedades y la población desapareció al año.

Los venados de campo no son como los zorros o los gatos, que tienen un rango territorial amplio. Como bien aclara Cosse, siendo poblaciones discretas y con un uso discreto del ambiente, no tienen chances de recibir individuos de otros lugares si su población decrece.

En este caso, la suerte de los venados de campo está librada a la buena voluntad de los propietarios de las tierras. La situación es aún más compleja para la subespecie que habita suelos rochenses, de población mucho menor que su hermana salteña.

Aunque el venado es Monumento Natural del país desde 1985, no hay instrumentos específicos para su protección. “La responsabilidad de conservación no tendría que ser de los productores sino del Estado, que tiene que generar estrategias para ser al menos indirectamente quien ayude a conservarlos, promoviendo la certificación de la carne producida en tierras habitadas por venados, por ejemplo, u otorgando una reducción de impuestos a quienes los conservan”, asegura Cosse.

Para la bióloga, conservar la biodiversidad en los mismos campos en que se produce debería ser una ganancia para los productores, no una desventaja. Más aún cuando se discuten internacionalmente los perjuicios ambientales del consumo de carne, un tema en el que Uruguay recibió palos que no le correspondían.

“Uruguay ya se posicionó como un país que produce carne sobre pastizales nativos y en forma extensiva, lo que es más amigable con el medioambiente. Si le sumás el sellito que indica que se produce al mismo tiempo que se conservan especies nativas herbívoras, tenés un producto superior para comercializar. El venado es la especie insignia de nuestro pastizal, es Monumento Natural del país: debería estar en toda carne certificada como natural”, insiste Cosse con pasión, para dejarlo aún más claro con una frase con potencial de eslogan: “El pastizal bien conservado tiene un venado de campo encima”.

Para Cosse y González, es muy difícil que Uruguay tenga alguna vez la superficie de áreas protegidas necesarias para la conservación de varias de las especies que habitan su territorio. Por eso es necesario aplicar otras alternativas para promover la protección en terrenos privados. Los incentivos a los que aluden no son una novedad. Uruguay recibió, en 2008, una donación de Naciones Unidas (Global Environmental Facility) para apoyar mediante el Proyecto Producción Responsable –por única vez– a productores que realizaban buenas prácticas amigables con la biodiversidad y a los que tenían en su momento venados de campo en sus predios en Rocha y Salto.

En un contexto en el que se aprecia cada vez más la producción verde, Uruguay tiene la oportunidad de valorizar aún más su carne con una certificación relativamente simple de hacer y que le daría un plus en el mercado internacional pese a ser un país pequeño, remarcan las investigadoras. Ayudaría a que más productores cuiden al venado en sus campos y lo vean como una ganancia y no una pérdida. Y a juzgar por lo que está ocurriendo en la zona de Los Ajos, no hay tiempo que perder.

Desidia y poco apego

Cuando Cosse y González comenzaron su estudio, quedaban menos de 350 ejemplares de esta subespecie en los campos de Rocha. Lo que ha sucedido desde entonces es en parte una incógnita, pero González asegura que los especímenes de Ozotoceros bezoarticus uruguayensis desaparecieron de algunos campos en los que eran protegidos.

“Había unos 150 venados en un campo que fue cambiando de manos en este tiempo. Hace ya muchos años se instalaron tambos con capitales extranjeros pero los venados se respetaron pese al cambio brutal de producción. Luego esos tambos no fueron económicamente rentables, la tierra volvió a cambiar de dueño y donde había venados hoy ya no hay”, advierte González.

La bióloga cree que las plantaciones en la zona terminaron de echar a parte de estos animales, que se fueron moviendo a otros campos, pero aclara que es un tema que debe estudiarse. “Se han dispersado mucho y su suerte depende de qué productores encuentren. Veinte años atrás, o diez años atrás, había más tolerancia hacia el venado en esos campos en particular. Creo que esa zona ya no es tan buena”, comenta.

No todas son malas noticias. Los venados más afortunados llegan a campos cuyos propietarios se preocupan por ellos. Un ejemplo es el de Laura Pagés, que integra la asociación de productores rurales Vaquería del Este, que “valora a los venados en su campo y los protege”, apunta Cosse. No es la única. La familia Arrarte continúa involucrada en la conservación de venados, como ocurre desde hace décadas. En muchos de los propietarios “empieza a permear esa sensación de darle valor a la cría de ganado en los lugares donde se cuidan las especies nativas, especialmente las amenazadas”.

Una vez más, no es suficiente. El futuro de una de las especies más amenazadas del Uruguay (y particularmente de la subespecie rochense) no debería depender de la buena voluntad de los privados, aseguran las especialistas, sino de un Estado que “entienda su importancia y apueste a su protección en tierras de particulares”.

En los últimos meses, activistas por los derechos de los animales y ciudadanos en general han protestado intensamente –y con buenos argumentos– por el decreto que modificó la normativa de caza en el país. Muchísimos manifestaron su indignación por la suerte de uno de los objetivos de los cazadores: el ciervo axis, que es exótico, invasor y está ampliamente distribuido en el país. Es por lo menos curioso que el nativo y emblemático venado de campo, erradicado de la enorme mayoría de los pastizales en Uruguay y en estado crítico, no obtenga la misma repercusión ni genere los mismos mecanismos de presión.

Estudios como el realizado por Cosse, Barbanti y González son una buena oportunidad para poner en conocimiento de la opinión pública su situación delicada, que es producto de mecanismos menos visibles que un decreto de dudosas intenciones, pero más insidiosos y justamente por ello más peligrosos: la desidia estatal acumulada a lo largo de varias generaciones.

Artículo: “Home range of pampas deer in a human-dominated agro-ecosystem”
Publicación: Animal Biodiversity and Conservation (julio 2022)
Autores: Mariana Cosse, José Mauricio Barbanti y Susana González.