Advertencia: Si usted es un presidente ultraliberal que piensa que hay que recortar toda financiación y apoyo a la ciencia, no se precipite a dejar de leer esta nota. Habla de humanos y de su relación con esos animales que usted tanto adora. ¡Sí, los perros! ¡Y lo que la ciencia de su país, junto con la de Uruguay, está descubriendo sobre esta relación humano-perruna es fantástico! En nuestra región, desde hace al menos unos 1.750 años, y en particular luego del crecimiento demográfico ocurrido hace unos 1.000 años, los perros fueron una compañía recurrente y querida de nuestros antepasados de la Cuenca del Plata. ¡Y entonces no existía ese Estado que usted tanto detesta! Sólo humanos, perros y un mundo en que la economía tenía todo para prosperar. ¿Verdad que vale la pena darle un lugar a la ciencia?

La amistosa relación entre perros y humanos lleva varios miles de años. ¿Cuántos? No lo sabemos con precisión, pero sí está bastante claro que los perros domésticos descienden de un ancestro del lobo gris euroasiático, Canis lupus, y que aquella domesticación tuvo lugar una o múltiples veces durante la etapa final del Pleistoceno.

Un trabajo publicado en 2021 sugiere que la primera domesticación de esos lobos tuvo lugar en Siberia hace unos 23.000 años. Otros investigadores apuntan a que esa primera domesticación habría tenido lugar en donde hoy es China y que eso podría haber sucedido unos 36.000 años antes del presente (por presente se considera 1950 y es una forma de hablar del tiempo sin tener que recurrir a las fechas de nacimiento de profetas y demás cuestiones de las distintas liturgias religiosas). Por ahora los restos más antiguos ya con la morfología de un perro doméstico, cuya subespecie se denomina Canis lupus familiaris, tienen unos 15.000 años y se encontraron enterrados, junto a dos seres humanos, en Alemania.

Más allá del origen, también está claro que cuando los humanos ingresaron al continente americano, justamente desde Siberia, hace al menos unos 16.000 años, vinieron con sus amigos perrunos, pese a que el registro arqueológico aún no ha podido demostrarlo. De hecho, los perros domésticos más antiguos encontrados en América tienen poco más de 9.000 años y fueron hallados en Alaska.

En Sudamérica el registro de perros se hace evidente unos pocos miles de años después, entre los años 5.000 y 4.500 antes del presente, en la zona de los Andes. Según el trabajo de 2021 titulado Los perros precolombinos más australes de América: fenotipo, cronología, dieta y genética, liderado por los argentinos Daniel Loponte y Alejandro Acosta, con la participación de los uruguayos Andrés Gascue y Noelia Bortolotto, entre otros autores, estos perros en contextos andinos fueron reportados a fines del siglo XIX, con trabajos que se remontan hasta 1844. Pero durante mucho tiempo, la arqueología de nuestro continente no daba con restos de perros indígenas fuera de esa zona y de contextos de Incas, Chimú y demás culturas, ni siquiera en lugares de interés como “la selva amazónica, el Chaco, la Patagonia y la mayor parte de las llanuras pampeanas”. De hecho, los primeros registros de perros fuera de los Andes para toda Sudamérica se reportaron en... ¡Rocha, Uruguay! Y encima estaban asociados a enterramientos humanos, lo que marcaba la importancia de estos animales para nuestros antepasados.

“Los registros de perros identificados con certeza en las tierras bajas de Sudamérica comenzaron con el hallazgo en Uruguay de tres individuos enterrados intencionalmente en montículos artificiales”, señalan Loponte y sus colegas en referencia a los perros hallados en cerritos de indios como consecuencia de las expediciones arqueológicas que tuvieron lugar desde fines de la década de 1980 por la Comisión de Rescate Arqueológico de la Laguna Merín ante las nuevas obras que allí se realizarían. Estos perros, encontrados en el cerrito CH2D01, en la zona de San Miguel, fueron reportados en 1990 por Curbelo y otros investigadores, y por Bracco en 1995, pero no en revistas científicas internacionales. Y en 1998 fueron objeto de una tesis del arqueólogo Roberto González. “Estos especímenes permanecieron relativamente desconocidos para la arqueología americana”, dicen Loponte y sus colegas en el trabajo de 2021. Y es cierto: si uno busca en repositorios científicos no dará ni con el reporte de Curbelo ni con el de Bracco de 1995. Y las tesis no figuran allí. Recién en 2017, con el artículo titulado Perros prehistóricos en el este de Uruguay: contextos e implicaciones culturales, firmado por José López Mazz, Federica Moreno, Roberto Bracco y Roberto González, estos registros de perros asociados a enterramientos humanos en Rocha quedaron disponibles para la consulta científica desde cualquier rincón del globo.

En paralelo, en 2011, arqueólogos argentinos, liderados por Alejandro Acosta, reportaron un esqueleto casi completo de un perro doméstico en el sitio arqueológico Cerro Lutz, en la cuenca baja del río Paraná y el río Uruguay. Los perros comenzaban a aparecer en esta región también.

Ahora una nueva publicación, titulada algo así como Registro de mamíferos carnívoros en sitios de cazadores-recolectores prehispánicos del extremo sur de la Cuenca del Plata (América del Sur): implicaciones tafonómicas y culturales, arroja más luz sobre la relación de nuestros antepasados con los perros, los zorros y otros carnívoros sudamericanos. Firmado por Alejandro Acosta, Daniel Loponte, Natacha Buc, Ana Guarido y Bárbara Mazza, del Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano, de Argentina (salvo Ana, los demás forman parte también del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Conicet), y Noelia Bortolotto y Andrés Gascue, del Departamento de Sistemas Agrarios y Paisajes Culturales del Centro Universitario Regional del Este (CURE) de la Universidad de la República (Udelar), el artículo sistematiza la información disponible a nivel regional al analizar restos de carnívoros hallados en 37 sitios arqueológicos de la Cuenca del Plata, y nos muestra diáfanamente que en nuestra región perros y humanos fueron, como en casi todas partes desde hace miles de años, compañeros inseparables. Así que más rápido de lo que un perro se devora un hueso de asado, vamos al encuentro de Alejandro Acosta, Noelia Bortolotto y Andrés Gascue.

Noelia Bortolotto y Andrés Gascue.

Noelia Bortolotto y Andrés Gascue.

Foto: Alfredo Álvarez

La unión hace la fuerza

Lo primero que cabe preguntarse es por qué hacer este relevamiento sobre restos de carnívoros, entre ellos perros, en sitios arqueológicos tanto de Argentina como de Uruguay. Hay buenas razones para ello; entre otras que los huesos de carnívoros encontrados en los sitios suelen ser pocos, no superando mucho más del 1% de los restos de fauna que en ellos se encuentran. Pero, además, hay un historial de colaboración entre equipos de ambas márgenes del Río Uruguay.

“Con Noelia venimos trabajando desde 2016 en colaboración con el Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano y con el Conicet”, afirma Andrés desde el CURE de Rocha. “No es sólo por un tema de pocas cantidades de las muestras, sino también porque este río Uruguay que hoy nos divide en dos países en el pasado fue una vía de comunicación para estas poblaciones y hay una unidad cultural. Son los mismos grupos los que estaban de un lado y del otro del bajo río Uruguay y en parte del Río de la Plata. Así lo demuestra el registro material, son grupos que están emparentados, con cerámicas similares, con dietas similares, prácticas mortuorias similares, y estrategias de ocupación del territorio y explotación de los recursos similares”, redondea Andrés.

Dado este trabajo conjunto, hace un par de años se firmó un convenio de cooperación por cinco años entre el CURE, la Udelar y el Conicet de Argentina. “En ese sentido, venimos trabajando a nivel de sitios de un lado y del otro, y a nivel de colecciones arqueológicas, y hemos realizado diversos trabajos de síntesis, no sólo como este sobre restos de carnívoros, sino también en particular sobre los perros, sobre la explotación del ñandú, o también con los ganchos de propulsores, que son un sistema de armamento bastante particular”, afirma Andrés.

Alejandro, desde Buenos Aires, apunta a otro aspecto interesante para esta colaboración transfronteriza. “El trabajo que hicimos cobra relevancia en función de la escala regional”. “Los restos de carnívoros presentan en general una frecuencia significativamente baja respecto de otras especies de animales que uno encuentra en el registro arqueológico, entonces la idea fue hacer un abordaje desde una escala regional abarcando el extremo meridional de la Cuenca del Plata, incorporando no solamente la cuenca inferior del Paraná y del río Uruguay, sino también una parte del estuario intermedio del Río de la Plata”, explica.

Y así como hoy los habitantes de ambas márgenes del Plata nos sentimos muy cercanos, las cosas eran similares en el pasado. “El trabajo cobra sentido porque todos estos grupos cazadores-recolectores, si bien presentan mucha variabilidad cultural, comparten una serie de características, y pensamos que esas características pueden ser interpretadas en relación a cómo se comporta el registro de los carnívoros en los sitios de esta zona”, sostiene Alejandro.

“Relevamos 37 sitios arqueológicos, casi todos ellos de cazadores-colectores, salvo uno que es un sitio de origen guaraní del que también había información sobre la presencia de un carnívoro”, explica Alejandro. De esos 37 sitios, 33 se ubican en la cuenca media y baja del Paraná y el río Uruguay, las márgenes sur del Río de la Plata en Argentina (abarcando las provincias de Entre Ríos y Buenos Aires), y cuatro están en el litoral de nuestro país: La Yeguada, arroyo Caracoles y Campo Morgan, en el departamento de Río Negro, y el sitio Cañada Saldaña, en el departamento de Soriano.

“Es también importante resaltar el trabajo de relevamiento de materiales en colecciones arqueológicas de ambos países”, dice Noelia. No en vano es museóloga. “¡Alejandro también es museólogo!”, se defiende. “Soy un museólogo frustrado, me recibí, pero nunca laburé de eso”, confiesa entre risas su colega argentino. Más allá de las chanzas, lo de las colecciones es importante: tanto en arqueología como en paleontología, o incluso en colecciones zoológicas o herbarios de organismos actuales, suele haber tantos descubrimientos de relevancia como en las nuevas salidas al campo. Revisar colecciones a la luz de nuevos conocimientos puede ser una tarea profundamente rica.

“A la práctica arqueológica se le presta atención cuando se va a excavar y se trabaja en los sitios, pero, por suerte, con el trabajo que venimos haciendo con los colegas argentinos, hemos rescatado un gran potencial de las colecciones que están tanto del lado uruguayo como del argentino, que son una fuente de información a la que siempre podemos volver a consultar”, amplía Noelia. “Y a medida que las técnicas avanzan, se puede volver a las colecciones y hacer nuevas preguntas”, dice con entusiasmo. “Esa idea de museos abandonados, llenos de cajas, hay que desterrarla, eso no debiera ser así cuando pensamos en toda la información que hay disponible en esos materiales”, reivindica. El trabajo que publican efectivamente respalda lo que dice.

“En esta investigación abordamos materiales que están en colecciones que se generaron en la década de 1950, ya hace casi 80 años, y a los que se les puede seguir haciendo preguntas. Por eso, a los museos y las colecciones no hay que dejarlas al abandono”, afirma Noelia. “Por ejemplo, los cuatro registros de perros prehispánicos que conocemos del lado uruguayo del litoral del río Uruguay, uno es de una colección que está en Nuevo Berlín, una colección que ordenamos y museizamos con Noelia, y los otros tres son de un sitio, Cañada Saldaña, que fue excavado por Oliveras en la década de 1950, y están en el Museo Nacional de Antropología”, comenta Andrés. “Lo mismo sucede con restos de carnívoros: los dientes de jaguar y de puma que hay del lado uruguayo del río Uruguay están en la Colección Oliveras. Nosotros en nuestras intervenciones no hemos encontrado ese registro todavía”, comenta.

Así que con base en registros de trabajos y de mirar al detalle colecciones arqueológicas en busca de materiales de perros, zorros y otros carnívoros, el equipo tuvo un completo panorama de lo que pasaba entre los pobladores de la zona de estudio hace entre 2.000 y 500 años antes del presente. ¿Qué pasó con los carnívoros y nuestros antepasados? ¿Entraban a sus campamentos a carroñar? ¿Eran parte de su dieta? ¿Algunos fueron domesticados o mascotizados? Sobre esos aspectos ahonda el trabajo.

Sitios arqueológicos con restos de carnívoros abarcados en la investigación. Alejandro Acosta et al 2025

Sitios arqueológicos con restos de carnívoros abarcados en la investigación. Alejandro Acosta et al 2025

Los carnívoros y los sitios arqueológicos

“Tratamos de evaluar el registro buscando una tendencia a escala regional, analizando cómo se comportaba ese registro de carnívoros en los sitios arqueológicos y ver qué implicancias tenía ese registro tanto a nivel tafonómico como de sus implicancias culturales”, afirma Alejandro. “Tafonómico” puede sonar ajeno, pero es un concepto sencillo (como casi todos cuando se explican). “En este caso, implica observar cómo los carnívoros inciden en los procesos de formación del registro arqueológico, cómo pueden modificar o alterar las acumulaciones de restos faunísticos generados por los humanos”, desarrolla Alejandro. ¿Y por qué los carnívoros podrían afectar eso?

“Es común que pequeños animales que son carroñeros, como zorros o comadrejas, cuando hay ocupación humana relativamente permanente o con cierta estabilidad ocupacional, se acerquen en busca de alimentos, como desechos y carroña. Eso puede dejar algún tipo de señal sobre los huesos depositados en los sitios arqueológicos a nivel de marcas que se pueden distinguir claramente”, señala Alejandro. “En el trabajo decimos que esperamos una baja señal de esos animales, porque generalmente estos carroñeros no son muy destructivos. Si bien pueden agregar o quitar huesos, generalmente no tienden a destruir a los especímenes óseos grandes”, sostiene.

“También esperábamos una baja señal de la incidencia de carnívoros de mayor porte, que sí son muy destructivos, como por ejemplo, el puma o el jaguar”, afirma Alejandro. En este caso se espera una baja incidencia porque, al contrario de los pequeños carroñeros, “no suelen acercarse, si no huir de las zonas donde hay ocupaciones humanas”, explica, y agrega que además “son en general cazadores estrictos”.

Dicho y hecho. En el trabajo reportan que los porcentajes de marcas de carnívoros, tanto de carroñeros como de grandes cazadores, en huesos de fauna de los sitios arqueológicos es bastante bajo: tienen una frecuencia menor al 1%.

Para Alejandro, esta baja incidencia podría deberse a un “efecto de dilución”, ya que más allá de las marcas, en ciertos casos es muy difícil evaluar arqueológicamente la intervención de los carnívoros. “Puede que haya habido cierta incidencia, y más en contextos donde estamos hablando de que hubo perros”, señala, afirmando que los perros suelen tener conductas destructivas siempre que hay huesos y restos de animales por la vuelta. “Sin embargo, no estamos viendo eso en los registros, y planteamos una serie de posibilidades de por qué podría estar pasando”, dice Alejandro. “Una es que probablemente fueran alimentados fuera del área residencial, entonces cuando uno excava los sitios arqueológicos, no encuentra grandes evidencias sobre la acción de los perros”, conjetura. “Otra razón puede ser que los mismos perros tomaron huesos y los desplazaron hacia lugares fuera de las bases residenciales”, suma. “También está el hecho de que estos grupos cazadores-recolectores cocinaban y hervían los huesos, lo que les quitaría valor alimenticio, por lo que los perros tal vez optaran por alimentarse de animales salvajes y no de animales cazados por los humanos”, menciona. Como sea, los restos de animales en los sitios no parecen haber sido muy mordisqueados por perros y otros oportunistas.

Una dieta sin mucho carnívoro

Como el trabajo es una puesta en común de lo que se ha relevado en varios sitios, no hay grandes sorpresas en el ensamble de carnívoros que reportan. Sin embargo, las cantidades sí nos dicen algo relevante. “Es un trabajo de síntesis, lo que nos permitió ver algunas tendencias generales de cosas que se habían dicho en forma aislada”, comenta Alejandro.

En los 37 sitios arqueológicos se reportó la presencia de restos óseos de 84 individuos de 19 especies de carnívoros. Si quitamos los carnívoros marinos (el delfín y los leones, elefantes y lobos marinos), quedan restos óseos de 74 animales terrestres de 15 especies de mamíferos carnívoros. De los animales nativos, los que más aparecieron fueron los jaguares (Panthera onca) y los lobitos de río (Lontra longicaudis), con siete individuos cada uno, seguidos por el gato montés (Leopardus geoffroyi) y el aguará guazú (Chrisocyon brachyurus), con seis individuos, la comadreja (Didelphis albiventris) y el hurón (Galictis cuja), con cuatro, el puma (Puma concolor), la comadreja colorada (Lutreolina crassicaudata), el zorro de campo (Lycalopex gymnocercus) y el de monte (Cerdocyon thous), con tres individuos cada uno, y luego el gato de pajonal (Leopardus munoai), el extinto zorro Dusicyon avus, el yaguarundí (Herpailurus yagouaroundi) y el coatí (Nasua nasua), con entre uno y dos individuos. Sin embargo, el carnívoro que más apareció no fue nativo, sino aquel amigo que vino desde Siberia con los humanos que conquistaron nuestro continente desde hace al menos unos 16.000 años.

“Evaluamos si los carnívoros tuvieron algún tipo de valor alimenticio como recurso”, señala Alejandro. Para ello, buscaron en esos restos óseos marcas de cortes que indicaran procesamiento para extraer la carne o el tuétano. “Los huesos de carnívoros con marcas de procesamiento que podrían estar relacionadas al consumo aparecen en muy pocos sitios y con muy baja frecuencia”, comenta Alejandro . “Si los carnívoros hubieran sido utilizados como recurso alimenticio, habría sido un recurso muy marginal”, agrega.

Pero además hay otro asunto: “las marcas de corte no necesariamente indican consumo, pues también podrían estar vinculadas al uso simbólico del cuerpo de estos animales o a la extracción de ciertos elementos que pueden ser descarnados y posteriormente utilizados con fines tecnológicos”, reportan en su trabajo. Como ya vimos, además de amigos, guardianes, asistentes de caza, los perros americanos también hicieron su aporte a la fabricación de herramientas. Pero además está el aspecto simbólico. “Sí, está la cuestión de si esas marcas en realidad no tienen que ver con la utilización, no como recurso alimenticio, sino como parte de un tratamiento ritual de los cuerpos”, afirma Alejandro. Y eso nos lleva a otro punto.

Ejemplar de perro doméstico recuperado en el sitio Cerro Lutz, Entre Ríos. Loponte et al 2021

Ejemplar de perro doméstico recuperado en el sitio Cerro Lutz, Entre Ríos. Loponte et al 2021

Carnívoros que acompañan al más allá

“Estos restos de carnívoros en muchos casos están asociados a restos humanos. Probablemente hayan tenido un tratamiento similar al que tenían los cuerpos humanos”, lanza Alejandro. ¿Eh? ¿Cómo que marcas de corte en los huesos de estos carnívoros, en su mayoría cánidos y félidos, implican un tratamiento similar al dado a los restos de humanos?”, lanza Alejandro. ¿Pero cómo las marcas de corte en los huesos de estos carnívoros, en su mayoría cánidos y félidos, implica un tratamiento similar al dado a los restos de humanos?

“Es muy común, en toda esta región, que los cuerpos cuando eran inhumados fueran tratados secundariamente”, explica Alejandro. “Armaban lo que se llama entierros humanos secundarios, o paquetes funerarios, donde se seleccionan una serie de huesos. Muchas veces esos huesos presentan marcas de corte, que indican que los cuerpos humanos se procesaron para armar esos paquetes de restos humanos. Es posible que con los carnívoros de estos sitios haya pasado algo similar”, afirma Alejandro. El valor simbólico de estos animales ya ha sido reportado en varias partes.

“Por ejemplo, en muchos grupos amazónicos, la etnografía indica que es común que los carnívoros representen encarnaciones de espíritus humanos. Por lo tanto, hay un tabú y no son consumidos. El caso más típico es el del jaguar. En la mayoría de los grupos amazónicos hay un sistema de creencias respecto de que el yaguareté encarna espíritus humanos, de manera que comer un jaguar estaría generando un hecho de canibalismo, es como comerse a sí mismos”, señala. “Lo que vemos de restos de carnívoros con marcas de procesamiento probablemente tenga que ver con esto. No podemos decir ciertamente que fueran utilizados como recursos alimenticios, sino que, como hipótesis alternativa, también podrían haber sido utilizados a través de un tratamiento ritual de su cuerpo”, apunta Alejandro.

Lo que dice, además, está sustentado en otro hecho que sale del registro arqueológico: “hay una asociación entre determinados restos, básicamente huesos del cráneo, la mandíbula y dientes de carnívoros, y los enterramientos humanos en diez de los sitios de la zona”, señala. “Es algo muy frecuente, en distintas culturas a escala mundial, por lo que es un comportamiento de características universales, que los humanos sean enterrados con esas unidades anatómicas particulares de carnívoros”, comenta. “Los que están en entierros fundamentalmente son distintos cánidos y félidos. Y eso no es casual”, dice Alejandro.“Incluso sus dientes, y en particular sus caninos, aparecen perforados y eran ornamentos que seguramente debían tener algún tipo de significado especial, muy particular”, agrega.

En el trabajo hay un gráfico que muestra distintos dientes de carnívoros perforados encontrados en los sitios relevados. Pertenecen a jaguares, pumas, aguará guazú, a zorros de monte, de campo y del extinto avus, de lobito de río y, obviamente, de perros. Evidentemente, los caninos eran algo particularmente importante. “Estos dientes, ya sean con o sin modificaciones, estén o no perforados, cráneos y mandíbulas, son recurrentes. Y esta asociación con entierros humanos era parte de una cosmología o de un sistema simbólico o de creencias muy particular, cuyo verdadero significado obviamente desconocemos”, afirma Alejando. “Justamente esa tendencia general, ese patrón, es algo que emergió en este trabajo. Cuando uno la empieza a buscar en sitios, cada sitio dice algo de esto, pero obviamente en forma aislada. Cuando uno lo observa desde una perspectiva general, queda clara la tendencia”, redondea.

Puntas decoradas hechas con hueso de perro y colgantes de colmillos de varios carnívoos registrados en el área de estudio. Alejandro Acosta et al 2025

Puntas decoradas hechas con hueso de perro y colgantes de colmillos de varios carnívoos registrados en el área de estudio. Alejandro Acosta et al 2025

Los perros: más abundantes de lo que pensábamos

“Al hacer este trabajo general, es interesante ver que los carnívoros, excepto en Cañada Saldaña, no pasan del 1% de los restos de fauna encontrados en los sitios. Salvo el caso de los restos de perros domésticos”, cuenta Alejandro. “Hasta hace unos 10 o 15 años había unos pocos registros de perros. Con el avance de las investigaciones, tanto nuestras como de otros equipos en la zona, comenzamos a ver que eran mucho más abundantes de lo que creíamos y eso nos llevó a cambiar la percepción que teníamos de los perros, en particular de su abundancia en el registro arqueológico”, confiesa.

Andrés cuenta que en parte esa ausencia de perros domésticos en el registro se debía a huesos y dientes no muy bien identificados. “A partir de que se reportan perros domésticos en sitios de Uruguay y luego de Argentina, y que se empiezan a establecer métricas para poder comparar los restos con los de otros cánidos sudamericanos, empiezan a aparecer restos de perros en muchos sitios arqueológicos de la región, así como en las colecciones”, dice Andrés. “Eso hizo que pasáramos de pensar que en la región había pocos perros a que ahora estemos planteando que en todos los campamentos habría perros”, redondea.

“Cuando en 2011 publicamos el hallazgo del perro casi completo de Cerro Lutz, fue uno de los primeros registros de perros domésticos prehispánicos en la zona. Pero lo defendíamos como un hallazgo de características prácticamente únicas”, cuenta Alejandro. “A partir de ese registro en adelante, con nuevas excavaciones, con la revisión de colecciones, tanto de nuestro equipo como de otros investigadores, empezamos a encontrar que los perros eran mucho más frecuentes. Eso en parte tiene que ver con lo que dijo Andrés de que al principio no se habían hecho trabajos sistemáticos de determinación específica, y muchos restos directamente eran reportados como Canidae a nivel de familia, y probablemente en esos restos había restos de perros mezclados con restos de zorros, aguará guazú y otros cánidos sudamericanos”, agrega.

Las tablas del trabajo son elocuentes. En los 37 sitios se encontraron restos de 74 carnívoros terrestres. El más representado es justamente el Canis lupus familiaris, con 23 de los 74 individuos reportados (lo que implica 31,08% del total). También se encontraron en 14 de los 37 sitios (lo que implica que hay evidencia de su presencia en 37,83% de los sitios arqueológicos). No están en todos, pero, como reza una de las máximas de la ciencia, en particular de la arqueología y la paleontología, ausencia de evidencia no es evidencia de ausencia.

“Hace muy poquito, en 2024, publicamos justamente un trabajo llamado Cambios en la percepción de la abundancia de perro prehispánico y en su relación con los humanos en el tramo inferior de la Cuenca del Plata, porque vimos que el registro es mucho más frecuente de lo que pensábamos”, comenta Alejandro. “Incluso sabemos que la presencia del perro tiene cierta profundidad temporal, porque en un sitio en la zona más del norte del litoral colegas encontraron perros que están fechados, con base en el hueso del propio perro, en alrededor de 2.500 años antes del presente, cuando la mayoría de los otros fechados se ubican en el rango de los últimos 1.000 años aproximadamente. Así que ya entonces había un stock de población de perros en la región”, agrega.

“Otros investigadores, y nosotros también lo habíamos pensado, sostenían que los perros existían en baja frecuencia en la región como producto de sistemas de intercambio. Un perro es un bien valorado, y los pocos que veíamos podrían estar entrando desde el noroeste argentino, porque hay evidencias de intercambio de, por ejemplo, metales de origen andino en esta zona. ¿Por qué no pensar que los perros, en ese contexto de baja frecuencia, que ahora defendemos que no es tan así, podrían haber entrado como un bien de intercambio, a través de intensas redes, hace unos 1.000 años antes del presente?”, dice Alejandro, evidenciando que en ciencia cambiar de idea no sólo no es raro, sino que es necesario. “Lo que manda es el registro. Cuando empezaron a aparecer con mayor frecuencia los restos de perros, había que ver cuál era la hipótesis alternativa”, señala.

“Los datos isotópicos de carbono, nitrógeno y estroncio están marcando que son perros que se criaron en la zona de estudio y no en otra región. Dan una dieta que se ajusta a los alimentos disponibles en la región litoral, y eso también lo están indicando los valores de oxígeno en sus huesos, que está relacionado a las fuentes de agua que consumieron”, sostiene Andrés.

“Por ahora los registros más antiguos de perro que tenemos en la zona que trabajamos son los de Cañada Saldaña, que tienen unos 1.750 años, y los más recientes andan en el entorno de los 900. Hay mucho perro concentrado entre 1.000 y 900 años antes del presente”, dice Andrés. “Eso da la pauta de que, con el aumento demográfico de personas, hubo también un aumento demográfico de los perros”, apunta con coherencia.

Si los humanos comenzaron a poblar Sudamérica hace al menos unos 16.000 años, y con ellos vinieron los perros domésticos de los que todos los que se han encontrado en el continente descienden (hasta la reintroducción de los perros domésticos con los conquistadores españoles y portugueses), que no los encontremos en el registro arqueológico no es razón para pensar que no estuvieron.

“Sí, en el encabezado por Daniel Loponte de 2021, hacemos un análisis de ADN del perro de Cerro Lutz, del de Cañada Saldaña y de unos de Río Grande del Sur, y ahí se ve la proximidad genética de todos estos perros. Hay como una unidad con los perros americanos arqueológicos y también una separación con los perros modernos”, apunta Andrés. “Allí se propone también que estos perros habrían sido totalmente sustituidos por los perros que trajeron los españoles. Pero en realidad hay un debe en el tema genético que hay que profundizar”, agrega. “Es un trabajo muy interesante e incluso tiene una reconstrucción facial de cómo se verían estos perros arqueológicos”, dice Noelia, prometiéndome que me va a encantar. Y me encantó, así que aquí la compartimos.

¿Deberían entonces aparecer en nuestros sitios arqueológicos perros cada vez más antiguos? “Lo que pasa es que hay un tema de preservación del registro”, me baja de un hondazo Andrés. “En Uruguay tenemos lugares donde, por las condiciones de conservación y por la antigüedad de los sitios, no queda nada de restos óseos. Seguramente los humanos que estudia, por ejemplo, Rafael Suárez, con esas dataciones de entre 14.000 y 12.000 años, ya tendrían perros. Pero claro, si no quedan ni los restos de lo que se comían, esperar encontrar restos de los perros es poco probable”, razona.

Alejandro desliza que sería interesante realizar un análisis genético de ADN nuclear de esos perros indígenas que podría arrojar hasta “características fenotípicas de los bichos”. “No sé si vamos a llegar a saber el color del pelo que tenían, algo que se sabe de los perros andinos, pero el color de ojos capaz que sí”, ríe Andrés. “Hay datos de ADN nuclear de los cimarrones de Uruguay que resultan interesantes para poder comparar con el ADN nuclear de estos perros antiguos”, agrega.

Que en la ciencia hay cariño es claro (porque plata no hay mucha). En este caso, además de la pasión por aportar nuevo conocimiento, Andrés y Noelia disfrutan profundamente de su relación con los perros domésticos (de hecho, tienen un cimarrón, entre otros perros). Y gracias a esa pasión y la de sus colegas, sabemos que eso es lo que viene pasando en este rincón del planeta en gran medida desde hace más de 1.000 años antes del presente y, seguramente, desde que nuestros antepasados más antiguos pusieron el pie en estos territorios.

Artículo: Record of carnivorous mammals in pre-Hispanic hunter-gatherer sites in the southern extreme of the La Plata basin (South America): taphonomic and cultural implications
Publicación: Journal of Archaeological Science: Reports (junio de 2025)
Autores: Alejandro Acosta, Daniel Loponte, Natacha Buc, Ana Guarido, Bárbara Mazza, Noelia Bortolotto y Andrés Gascue.

Artículo: Cambios en la percepción de la abundancia de perro prehispánico y en su relación con los humanos en el tramo inferior de la Cuenca del Plata
Publicación: Revista de Antropología del Museo de Entre Ríos (2024)
Autores: Daniel Loponte, Alejandro Acosta, Mirian Carbonera, Andrés Gascue, Noelia Bortolotto, Leonardo Mucciolo y Natacha Buc.

Artículo: The Southernmost Pre-Columbian Dogs in the Americas: Phenotype, Chronology, Diet and Genetics
Publicación: Environmental Archaeology (2021)
Autores: Daniel Loponte, Alejandro Acosta, Andrés Gascue, Saskia Pfrengle, Verena Schuenemann, Noelia Bortolotto, Mirian Carbonera, César García, Damián Voglino, Rafael Milheira, Alejandro Ferrari y Caroline Borges.

Como el Principito, ¿nuestros antepasados domesticaron zorros?

Alejandro cuenta, y en el trabajo lo detallan, que otros autores han planteado la posibilidad de que los zorros hayan sido mascotizados en esta región de Sudamérica. “Incluso unos colegas presentaron en un congreso adelantos de una investigación en la zona del Delta del Paraná sobre un hueso largo de zorro asociado a un entierro humano que presenta una fractura. Los colegas plantean que esa fractura, para que se pueda haber curado, debió requerir asistencia humana”, cuenta.

El resumen presentado en el congreso de Corrientes de 2023 se tituló El zorro tiene quien lo cuide. Prácticas curativas y mascotización en Goya-Malabrigo. “Eso se suma a otros datos de huesos de zorros encontrados en lugares de entierro, por ejemplo, en La Patagonia”, dice Alejandro. Agrega que hay otros indicadores: “Por ejemplo, análisis químicos de isótopos estables, que nos dan una idea de la dieta, indican que esos zorros tenían una alimentación muy similar a la humana, lo que apuntaría a una cierta convivencia o coexistencia”, afirma. “Entonces, cuando se suma una serie de indicadores, surge la especulación de que los zorros podrían haber sido mascotas. Pero, habiendo perros o coexistiendo con perros, ahora pienso si los mismos perros no podrían haber actuado como un factor de inhibición de la tenencia de mascotas de animales silvestres”, conjetura.

“Está el ejemplo del cerrito de indios en Rocha, donde han aparecido entierros humanos y, entre otras cosas, aparecieron mandíbulas de zorros asociadas”, apunta Andrés. Esos hallazgos fueron dados a conocer para la ciencia en el trabajo de 2017 ya mencionado sobre restos de perros de nuestros cerritos. Allí los autores decían que “un caso excepcional se da en el sitio de Isla Larga, localizado en la Sierra de San Miguel, donde mandíbulas de zorro acompañan un enterramiento múltiple de edad precolonial”. Al respecto, agregaban que la “variabilidad de cánidos presente en el registro arqueológico del sudeste uruguayo”, más que deberse a una mascotización, “podría responder a una taxonomía indígena que reagrupa al conjunto de cánidos más allá del perro doméstico”.

En nota con la diaria, Federica Moreno ampliaba esa idea: “Para nuestra taxonomía, el perro es una especie y el zorro es otra. Pero la taxonomía de Linneo no era la indígena. Tal vez en su forma de organizar el mundo animal, el zorro y el perro compartieran ciertos atributos. Quizá agruparan a los cánidos en una categoría de animales que simbolizan algo y que, por ejemplo, tanto los perros como los zorros, o los aguará guazú, fueran usados como ajuar”.

“También en el trabajo está este relato de un cronista de la corona española, Fernández de Oviedo y Valdés, que menciona la presencia de perros que no ladran acompañando a los habitantes en esta región. Una posible interpretación de ello es que se haya confundido a los zorros con perros y es otra evidencia más de esta mascotización que se plantea en el artículo”, sostiene Andrés. “Los zorros no ladran, pero hacen un sonido bastante particular. De hecho, nos han corrido de los cerritos”, confiesa Noelia, que se pone a imitarlos. Para quienes no han oído a un zorro, aquí tienen unos ejemplos de cómo suenan.

Sin embargo, en el trabajo, tras abordar las pistas que llevan a pensar en una posible domesticación, o al menos mascotización, de los zorros, señalan que “en la región de estudio no existe suficiente evidencia que sustente la existencia de tal comportamiento”. “Como todo en arqueología, siempre hay una hipótesis y hay evidencia, y siempre hay otro montón de evidencia que uno puede buscar o no”, comenta Andrés. “En este caso, me parece que es algo para pensar, porque todos los que hemos estado en el campo o en el monte acampando, sabemos que uno deja comida y los zorros aparecen y se acercan a comer. Pero digamos que el bajo número de zorros en los sitios, comparado con los perros, podría ser también una evidencia que podría refutar esto de la domesticación. Por eso es que se habla de mascotización y no de domesticación, que son procesos a distintas escalas”, explica.

El tema de la domesticación de los perros es fascinante. Y entre las varias hipótesis que se manejan, está esto de los residuos humanos que probablemente hayan atraído estos lobos que serían los ancestros de todos los perros actuales. Capaz que lo que estamos viendo acá, con estas pequeñas señales de zorros, es justamente eso: los humanos generan un exceso de comida, que para un animal carroñero, está ahí. Ante el subsidio de alimento, el animal carroñero se empieza a acercar. Y a donde vaya el humano, el zorro, manteniendo distancia, también irá.

Por otro lado, está el tema del mascotismo. Tendemos a pensar que somos distintos a los humanos que vivieron aquí desde hace fácilmente 14.000 años, pero no. Si hoy hay gente que tiene víboras, lagartos, ranas, peces, aves, tortugas, carpinchos, arañas y demás, como mascotas, ¿por qué nuestros antepasados habrían sido distintos? Prácticamente no debe de haber animal nativo que no haya sido mascotizado por alguien. “Hasta las comadrejas”, dice, con sorpresa, Andrés. “He visto gente que crió comadrejas desde pequeñas, sobre todo luego de que quedan guachas, y se pasean con ellas en los hombros”, dice aportando una imagen bizarra pero creíble.

Si hoy, que vivimos con celulares, algoritmos y lo que sea, algunos de nosotros sentimos tal conexión con otros seres vivos, hace unos 1.000 años, cuando la naturaleza tenía aún un papel más protagónico en la vida de las personas, seguramente algunos de nuestros antepasados se habrían llevado crías de carpinchos, o zorros o lo que fuere, a sus campamentos, y las tuvieron como mascotas.

“Es común que los grupos amazónicos tengan varios tipos de mascotas, ni hablar de primates. Muchas variedades de monos son tomadas como mascotas, coatíes, papagayos. ¿Cómo no las van a haber tenido estos grupos en el pasado? La probabilidad es alta. Ahora, si existió un real proceso de mascotización de los zorros, habría que demostrarlo”, dice Alejandro. “Y otro aspecto muy interesante de los zorros, que tiene que ver con la domesticación, es que tienen cierto grado de docilidad. Ese es un aspecto fundamental cuando se habla de domesticación de animales. Porque la domesticación implica un grado de selección sobre aquellos animales que son dóciles. Los zorros tienen un grado de docilidad que es relevante para este tipo de procesos. Así que la probabilidad está, lo que hay que hacer es fundarla y demostrarla, comprobarla con datos más certeros”, agrega.

Vuelvo a las prácticas cotidianas de hoy. Cuando uno habla con gente que vive en el campo, la principal razón para que una cría de un animal silvestre pase a ser una mascota es que tras cazar a un bicho, el cazador descubre que el animal tenía crías y se las lleva para la casa. Es algo prohibido por la ley, pero que también habla de sentimientos nobles. Eso debe haber pasado en mayor medida aun en pueblos cazadores-recolectores. Alejando nos lleva de nuevo a la Amazonia: “Hay ciertas especies de primates sobre las que no hay un tabú de alimentación, y luego de que cazan a los adultos, a las crías se las llevan al campamento y las mascotizan. Incluso hay casos registrados de mujeres que amamantan a esas crías de primates”.

Lo dicho. No somos tan distintos. Los que estábamos aquí éramos Homo sapiens. Siempre fuimos un nosotros y nosotras.

“Lo que está claro es que el entierro en forma conjunta de cuerpos humanos con restos de felinos y con restos de cánidos, incluidos perros domésticos y zorros, participaba en un sistema de creencias específico, cuyo verdadero significado desconocemos, pero que era parte del background simbólico de la propia cosmología de estos grupos”, dice Alejandro.

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