La izquierda tiene su razón de ser en hacer prevalecer el buen sentido de la justicia social, no en resignarse a la disponibilidad de las migajas del sistema.
Allí donde la ciudad del capitalismo tardío prolifera en exclusiones y segregaciones, es el contexto y la oportunidad política para formular verdaderas y sustentables alternativas de integración orgánica.
El gesto imperial y hasta demiúrgico del funcionario del superior gobierno transforma el valor inmobiliario del bien, enriqueciendo de manera súbita, graciosa y –creemos– desinteresada... al feliz particular inversor.
Las políticas de vivienda y hábitat deben ser concebidas desde las demandas de las personas y no desde la provisión de servicios financieros y constructivos.
Cuando merma la inversión social, las soluciones habitacionales escasean y se transforman, en la peculiar economía política de las políticas baratas, en botines de dádivas y prebendas.
La razón de ser de las ciudades, que son la obra de arte social más sofisticada de nuestra especie, es la concurrencia de lo heterogéneo, de lo dispar, de lo diverso.
Más allá del destino puramente material de este segundo puente cabe reflexionar no ya sobre la cosa construida, sino acerca de cómo es que afrontamos, como sociedad y como cultura situada, nuestras relaciones con el territorio.
A la mendaz operación de rescate de un antiguo hotel con un discutible valor patrimonial le sigue, como una sombra aleve, una generosa excepción de altura para espolear el ánimo de riesgo de los inversores inmobiliarios.
Es preciso observar con atención y juicio crítico los modos en que el urbanismo de las grandes inversiones puede constituirse como un mecanismo depredador.
La ciudad no es un trazado fosilizado y en decadencia, la ciudad está viva, más allá de que este palpitar inquiete los espíritus codificadores, reificadores y fetichistas.