Si bien el último proceso eleccionario en Brasil era un juego binario a “cartas vistas” (se sabía quién era Bolsonaro y quién era Lula da Silva), una vez dilucidado se abre la posibilidad de un análisis del futuro con algo más de certidumbre (o no).

Antes de adentrarnos en un análisis de expectativas económicas y comerciales, es de orden expresar preocupación por la reacción del actual presidente, un silencio provocador e innecesario, y por la sobrerreacción de sus simpatizantes en varias ciudades claves de Brasil. Preocupación porque tambalean los cimientos democráticos de un país hermano. Y aun cuando estas reacciones han comenzado a menguar, desnudan la dura divisón social imperante, que tiene su cara formal en la conformación del Congreso versus el futuro liderazgo del Poder Ejecutivo. Bajo este escenario, la agenda de iniciativas y reformas tiene grandes probabilidades de verse paralizada. Además del drama social, esto puede tener notorios efectos en el desarrollo económico.

La casa no está en orden

A pesar de que en la parte 1 de esta columna, publicada hace algunas semanas, se describían ciertos logros macro en materia económica, e incluso disminución de los índices de pobreza durante el 2020 en plena pandemia, Brasil tiene importantes desafíos latentes.

Durante 2021, el número de brasileros que viven por debajo de la línea de pobreza volvió a subir, y, actualmente, uno de cada cuatro habitantes urbanos es pobre. Comer lo suficiente sigue siendo una gran preocupación para el 15% de los brasileños que sufren inseguridad alimentaria, una cifra que ascendía a sólo 4% en 2010. Si bien la inflación se encuentra en meridiano bajo control (7,2% a setiembre), la aceleración desde niveles mínimos hasta superar el 10% ha hecho estragos en los sectores más vulnerables de la sociedad. El desempleo volvió a descender en el tercer trimestre de 2022, alcanzando 8,7%, pero en su interior aún alberga profundos gérmenes de desigualdad vinculados a subocupación, informalidad, raza o género.

En el frente externo, Brasil deberá recuperar cierta relevancia geopolítica y económica perdida. Hace apenas diez años era la sexta economía mundial con aspiraciones a ser la quinta, pero en la actualidad ha caído al decimotercer lugar. Otras economías lo han hecho mejor en términos relativos en el mismo período de tiempo. La política exterior reciente fue errática, sin ningún resultado positivo visible, y en algún punto ha terminado por aislar al país de los temas relevantes. El negacionismo en temas vinculados a la salud humana y al cambio climático lo han relegado de la comunidad internacional. Es posible que estos asuntos hayan enfriado las conversaciones entre la Unión Europea y el Mercosur para terminar de aprobar el acuerdo de libre comercio entre ambos bloques.

Es claro que, en función a la realidad del Mercosur y el proceso de inserción internacional del Uruguay, Brasil no sólo no ha liderado procesos de apertura, ni apoyado de forma explícita y pública a nuestro país, sino que también ha sido obstáculo para alcanzar uno de los pocos acuerdos relevantes que nuestra economía está próxima a concretar.

Expectativas

Los mercados no votan, pero dan señales. Parecería que la administración futura no representa un riesgo a los fundamentos macroeconómicos. Desde el resultado del domingo anterior, la moneda local (el real) se ha fortalecido frente al dólar, afirmando una tendencia que la ubica como una de las monedas de mayor valorización en el año entre las economías emergentes.

Pero hay otras señales interesantes. En la primera sesión, luego de conocidos los resultados electorales, las empresas que cotizan en la bolsa de San Pablo, que se dedican a los rubros de educación, de construcción con foco en el sector de bajos ingresos y minoristas masivos, tuvieron alzas relevantes. Sin embargo, acciones de empresas estatales como Banco do Brasil o Petrobras cayeron. La síntesis de expectativas parece ser clara: la nueva administración de Lula pondría foco e incentivos en intentar recuperar el poder adquisitivo de amplios sectores de la sociedad, y podría enlentecer o abortar planes de privatizaciones de la administración anterior. Todo esto en un marco de mayores restricciones financieras, tanto por el escenario internacional como por la situación local, y expectativas de bajo o nulo crecimiento para el 2023. Quizás esté allí uno de los principales desafíos, echar a andar una economía de estas dimensiones, con capacidad instalada, capital nacional, recursos naturales y mercado interno a disposición.

En busca del estribo perdido

El vínculo de Uruguay con Brasil ha sido históricamente clave, sobre todo para el desarrollo de determinados eslabones productivos. Y, frente al enlentecimiento de China de los últimos meses, el país vecino se ha constituido como el principal destino de nuestras exportaciones en base mensual.

Es interesante observar la potencia y el potencial de la integración regional. Gracias a los acuerdos de interconexión energética del 2007, nuestro país consigue colocar el 13% del total de la generación eléctrica en Brasil. Además, durante 2022, las exportaciones de vehículos se han constituido como el principal producto de exportación a este mercado. Recordemos que el Mercosur nunca alcanzó a consensuar una política automotriz común, de modo que estas exportaciones se realizan en el marco del acuerdo bilateral entre ambos países, en su última versión del 2016.

Además, un estudio de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal, 2021) estima que la elasticidad ingreso de la demanda de exportaciones uruguayas al Mercosur es mucho más elevada que en el resto del mundo. Si Brasil retomara el crecimiento de manera sostenida, es esperable que las ventas uruguayas crezcan dos o tres veces el valor del crecimiento anual del PIB brasilero.

El vínculo socioeconómico y comercial entre países vecinos es imprescindible para el desarrollo de las regiones. Así lo demuestran las experiencias internacionales. Son vínculos naturales y deben ser facilitados y explotados. Esto implica mayor diálogo y mejor relacionamiento que deriven en mayor integración. Sin perder de vista los mercados internacionales y la apertura al mundo, el trabajo de profundizar los lazos regionales, y en particular con Brasil, es imprescindible. Quiero creer que a partir del próximo primero de enero tendremos a un Brasil activo en el escenario internacional (la recepción de la comunidad internacional al gobierno electo es una muestra alentadora), de nuevo en el mundo y colocando a la región en el radar de cosas buenas. Y ojalá encontremos en el ámbito bilateral mayor receptividad, sin desplantes, con una visión integracionista real versus la pobreza de vínculo de los últimos cuatro años.