El 28 de marzo, con el título “¿Es realmente incompatible el capitalismo con la democracia?”, la diaria publicó una página de una profesora de Ciencias Políticas que sostiene no sólo la idea de que son compatibles sino que concluye: “Pero los debates sobre cómo se desarrolla el capitalismo y las condiciones bajo las cuales la democracia puede influir en los resultados económicos para beneficiar a la mayoría de los ciudadanos son absolutamente cruciales para que la izquierda prospere y el populismo sea contrarrestado”.

Llamamos “capitalismo” a un sistema económico fundado en la propiedad privada de los medios de producción (y de intercambio), que impera actualmente en todo el mundo, con excepción de pocos y pequeños países donde se colectivizaron los medios de producción, pero que dependen para sus importaciones y exportaciones del sistema capitalista mundial.

Llamamos “democracia” a regímenes de gobierno electos por todos los ciudadanos, generalmente con separación de poderes y con garantías de derechos individuales.

Primera observación: en todo el mundo, el sistema económico predomina sobre el sistema político. Se prueba sólo mencionando que hay dictaduras por doquier y monarquías variadas, con y sin parlamentos, y, desde luego, con y sin garantías de derechos.

Segunda observación: del sistema económico emana una ideología legitimadora de las desigualdades sociales, porque se apoya en la noción de propiedad privada, que es considerada sagrada. Esa ideología también es apoyada por algunos presupuestos del liberalismo político (que sustenta a la “democracia”): “todos los hombres son iguales”, cuando sólo son iguales en el sufragio, porque los gobiernos “de izquierda” también están más condicionados por los propietarios de los medios de producción que por sus electores. Los propietarios actúan todo el tiempo presionando desde los medios de comunicación, los bancos, los gobiernos extranjeros y otros centros de poder; los electores, en cambio, sólo actúan cada cinco años.

Tercera observación: muchos gobiernos han ido modificando algunos aspectos del capitalismo –jornada laboral de ocho horas, licencia anual, jubilaciones, etcétera–, que hacen pensar en la posibilidad de que incrementando esta “legislación social” pudiera llegarse a cierta igualdad económica. Pero la realidad muestra que hay desocupación permanente y el salario mínimo legal es siempre muy inferior a un salario de subsistencia. A escala mundial, en 20 años, hay mayor concentración de riqueza arriba y, a la vez, más miseria abajo, mientras la economía crece.

Conclusión: no sabemos si se puede salir del capitalismo en un solo país o si es necesario un cambio universal o, por lo menos, contando con países centrales. Por lo tanto, es lógico impulsar cambios solidarios en la economía de un sistema político democrático. Pero hay que impulsarlos denunciando al mismo tiempo la ideología propietarista dominante.

En realidad, el capitalismo es incompatible con una verdadera democracia.

Roque Faraone es escritor y docente.