El último libro de Giuliano Da Empoli se llama La hora de los depredadores. En él caracteriza los nuevos liderazgos de ultraderecha, basados en la violencia, el engaño, la fuerza bruta y la disrupción caótica. Lo conforman no sólo un conjunto de líderes políticos extremistas, sino también los propietarios de grandes empresas tecnológicas. Es que estos “oligarcas digitales” odian el establishment y sus reglas.

Es así que se da una alianza muy poderosa entre gobiernos autoritarios o iliberales, que tienen una dimensión premoderna, y las plataformas, cuyos algoritmos se alimentan de la agresión y el extremismo. Quieren deshacerse de los controles y las garantías de la vieja democracia liberal y abogan por un nuevo mundo. Mientras que las viejas élites de izquierda y de derecha no terminan de entender este proceso, siguen intentando responder a esto con soluciones tecnocráticas y racionalismo.

Trump y el cambio de época

La última cumbre de las Naciones Unidas quizás fue la muestra más clara de que el viejo orden configurado luego de culminada la Segunda Guerra Mundial está llegando a su fin. Fue también el momento cúlmine del pensamiento ilustrado que configuró la modernidad, la idea de progreso, la fe en la ciencia y no en Dios, los derechos del hombre y el ciudadano y las corrientes de pensamiento de mayor penetración: liberalismo, marxismo y utilitarismo.

Luego del drama de dos guerras mundiales, se instaló la necesidad de establecer un orden global liderado por las Naciones Unidas, que permitiera resolver los conflictos sobre la base de la diplomacia y de leyes de validez internacional: el libre comercio basado en reglas y la libre movilidad global de las personas. Todas condiciones que ya había expresado Immanuel Kant en su libro La paz perpetua.

El discurso del presidente estadounidense, Donald Trump, es la negación explícita de todo este programa. Abogó por un regreso al nacionalismo y al proteccionismo económico, expresó su rechazo a la inmigración, al ambientalismo, y la reivindicación de la fuerza como forma de imponer intereses y puntos de vista. Pero, ante todo, lo que propone este discurso es ofrecer falsas soluciones a un statu quo absolutamente insatisfactorio para la mayoría de la población mundial.

Las promesas de un mundo más libre e igualitario que las democracias liberales de Occidente ofrecieron como alternativa al comunismo soviético han sido ampliamente incumplidas. Con la caída del muro de Berlín y del socialismo realmente existente, pensadores como Francis Fukuyama hablaron del fin de la historia y de la hegemonía global de la democracia liberal. Lo que en realidad sucede en estos días es todo lo contrario: un retroceso de la democracia a nivel global.

Las nuevas derechas se plantean entonces como una alternativa a esta realidad ampliamente insatisfactoria, pero esta alternativa no se estructura sobre la base de proyectos futuristas, sino como un retorno a etapas anteriores del capitalismo, de corte monopolista, autoritario e imperialista.

Diego Sztulwark en su libro El temblor de las ideas cita al filósofo italiano Toni Negri, quien habla de la extrañeza que le provocan estos tiempos que nos toca vivir. Nos dice que lo nuevo en el mundo no es la violencia, sino su carencia de significantes. La comunicación se vuelve frenética y los “significantes” se destiñen en la velocidad. Hay confusión y corrupción en los lenguajes. El entorno está poblado de personajes cuya ética es catastrófica y no como resultado de un trabajo crítico, sino porque su existencia es inconsistente. Carecen de pasiones y significantes. No tienen fe. Así es que se interroga cuál es la novedad en este mundo que nos toca vivir. Recuerda que el mundo de entreguerras y de la segunda posguerra también se presentaba como una realidad contundente e inmodificable; ese mundo era el fascismo.

Sztulwark explica que Negri no describe el fascismo politológicamente, sino como una forma de poder que agrede la generosidad y la inteligencia de los jóvenes, para inducirlos a aventuras ilusorias: el patriotismo, la nación, la raza, la identidad, la masculinidad como valores superiores. Esta forma de poder destruye toda libertad.

Esto, planteado como “novedad”, logra borrar toda memoria de un siglo de lucha antifascista. ¿Han quedado las nuevas generaciones separadas de aquellas luchas, que ignoran radicalmente? ¿La capacidad potencial de iluminar el presente se ha desvanecido? A estos jóvenes Negri los convoca a no tener miedo, porque el miedo como una pasión referida al futuro es lo único que le da fuerza al fascismo. El fascismo es así una especie de oscurecimiento generalizado; la repetición de la violencia para bloquear la esperanza.

Una izquierda conservadora

Frente a este cambio de época, la mayoría de la izquierda parece situarse en defensa del statu quo. Es tal el desconcierto que las nuevas derechas están provocando con su discurso y prácticas radicales y rupturistas, que las izquierdas parecen quedarse sin proyecto. O, en todo caso, el proyecto es situarse en defensa de un statu quo que nunca fue la trinchera de la izquierda y que resulta ampliamente insatisfactorio para la mayoría de la población.

Se da una alianza muy poderosa entre gobiernos autoritarios o iliberales que tienen una dimensión premoderna, y las plataformas, cuyos algoritmos se alimentan de la agresión y el extremismo.

A la hora de colocarse en defensa de la democracia liberal y de la gobernanza global de posguerra, parece olvidar que ese “orden” era absolutamente insuficiente desde múltiples dimensiones. Se había vuelto cada vez más desigual en términos sociales y económicos, a la vez de seguir cobijando otras profundas inequidades, como el patriarcado y el racismo.

Defender la democracia, para la izquierda, nunca significó renunciar al proyecto de construir una sociedad superadora del capitalismo. Colocados en ese lugar, no es de extrañar que suceda lo que dice Pablo Stefanoni en su libro: que la rebeldía se vuelva de derecha.

Volviendo al libro de Sztulwark, el izquierdismo cede al conservadurismo cuando se trata tan sólo de defender lo que somos. Es claro que lo que viene nos horroriza, y parece que sólo atinamos a intentar retrasar el “apocalipsis”. Pero el desafío de la izquierda es salir de esa trampa conservadora, para volver a asumir una potencia transformadora que nos permita realmente conectar con las necesidades y angustias de las amplias mayorías, y proponer alternativas que siembren esperanza.

Encontrar respuestas que alumbren estos caminos cargados de oscuridad no está siendo una tarea fácil. Los viejos manuales dan cuenta de tiempos y de algunas realidades demasiado lejanas. Además, muchas interpretaciones de las teorías terminaron siendo obsecuentes, con poca capacidad crítica y carentes de imaginación.

Negri propone no tener miedo, y esto significa liberar las pasiones, salir de lo “políticamente correcto” y así llenar aquellas formas lingüísticas que el proceso de sometimiento fascista dejó vacías.

Las nuevas derechas, como el fascismo, son siempre patriarcado, violencia, explotación y soberanía sobre los otros que retorna como imposición de una cultura de muerte. Pero también suelen ser frágiles cuando se las enfrenta no con una idea de libertad abstracta, sino con la activación de todas las pasiones políticas fuertes, como la pasión por la igualdad y la fraternidad.

La psicóloga y filósofa argentina Silvia Bleichmar nos dice que para que mis obligaciones éticas se constituyan frente al otro, yo tengo que tener una noción de semejante que sea abarcativa. Cita el ejemplo de los oficiales alemanes de los campos de concentración que les escribían cartas amorosas a sus hijos y cotidianamente mandaban a otros niños a los hornos crematorios; es claro que para estos individuos la noción de semejante se restringía a sus entornos familiares y poco más.

Difícilmente tengamos la capacidad de abordar con éxito los principales problemas que nos aquejan si no incorporamos una visión cada vez más abarcativa de aquellos a quienes consideramos nuestros semejantes.

Lograr una centralidad de la ética en la política que nos toca en estos tiempos parece una tarea imposible. Pero en la izquierda tenemos ejemplos de vidas dedicadas desinteresadamente al bien común; esos símbolos pueden venir en nuestro auxilio en estos momentos de incertidumbre. El más reciente, y sin duda de mayor trascendencia, es lo que Pepe Mujica representó como ejemplo de vida y militancia política al servicio de los demás. Ejemplificó como nadie un modo de militancia basado en la ética como política. La tarea será que Pepe no se convierta en “mármol”, sino intentar sistematizar sus ideas en un programa vivo, escalable, y que despierte pasiones fuertes y movilizadoras. Pasión por la igualdad, la libertad y la fraternidad, por vivir la vida a tope y con amor. Con amor, sin duda.

Marcos Otheguy es integrante de Rumbo de Izquierda, Frente Amplio, y presidente del Banco de Seguros del Estado.