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Rosario Lázaro Igoa

Foto principal del artículo 'Nosotras, las hinchadas' · Ilustración: Luciana Peinado
Ficción Contenido exclusivo para suscripciones de pago

Nosotras, las hinchadas

Las crónicas y los relatos de Rosario Lázaro nos acompañan desde hace mucho. Durante esta década, gracias a dos libros de cuentos (Peces mudos y Cráteres artificiales) se ha vuelto una figura de referencia de la narrativa uruguaya. Con esta nueva historia también festejamos los diez años de Lento.
Incendios forestales cerca de Bumbalong, al sur de Canberra, el 1º de febrero de 2020. Foto: Peter Parks / AFP.
Crónica Contenido exclusivo para suscripciones de pago

Las formas del fuego

Las cenizas de los incendios que asolaron Australia en el verano de 2020 envolvieron todo el planeta, tal fue su número e intensidad. La escritora y traductora Rosario Lázaro Igoa estaba allí.
Foto principal del artículo 'De invierno a invierno, lejos del otoño'
Fuera de sección

De invierno a invierno, lejos del otoño

I. Era como 18 de Julio de noche. Pasaban los carteles de Papacito y La Pasiva, y más adelante, el reloj digital. La luz roja del semáforo se expandía en gotas de lluvia sobre el vidrio del ómnibus, alcanzando con sombras la cara del conductor. Una máscara en el espejo retrovisor. La misma geometría en el piso metálico del ómnibus, despacio hacia el Obelisco. Ya no hay nada de mí acá, me repetía. Ni nada que me diferenciara de la que anduvo en bicicleta en un barrio que en otro momento fue mi casa, un mundo que se resiste al virtuosismo. El edificio de la Intendencia, la explanada y el otro local de Papacito, mi cara enterrada en la bufanda, para sólo entonces darme cuenta de que no era 18 de Julio, sino una calle ancha cortando Vancouver de lado a lado.
Foto: Miguel Schincariol, AFP
Fuera de sección

La marea

I. El disco mostraba la cabeza de Vinicius y Toquinho de perfil. Recuerdo el efecto tangible al pasar la yema de los dedos sobre el cuello del poeta del whisky eterno, en relieve sobre el cartón. El fondo de la tapa era blanco, celeste, con un mar de viento y un cielo azul. En mi casa se escuchaba “Um pouco de ilusão”, bagayeado por mi madre desde la Barra do Quaraí. Brasil daba vueltas en el tocadiscos y ellos me hacían bailar en brazos: “Ando escravo da alegria, hoje em dia, minha gente, isso não é normal”. La luz oscilaba sobre nuestras cabezas, en improvisada danza de piernas demasiado rioplatenses para esa cadencia.