Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.
Para evaluar el primer año del gobierno nacional hay que tener en cuenta las expectativas previas. A partir de los discursos de campaña y del documento Compromiso por el País, firmado por los partidos que habían decidido apoyar a Luis Lacalle Pou en el balotaje, las intenciones eran bastante claras, aunque sobre ellas hubiera opiniones contrapuestas. Donde el actual oficialismo escribió que se proponía eliminar despilfarros estatales y crear condiciones más favorables para el avance del “país productivo”, la actual oposición leyó que revertiría conquistas sociales y aumentaría los privilegios de los más poderosos.
Gran parte de la ciudadanía considera confirmadas sus previsiones, aunque de un lado y del otro haya quienes esperaban medidas más drásticas. Sin embargo, y con independencia de lo que diga mañana el presidente de la República en su mensaje a la Asamblea General, es muy probable que él sí se haya visto sorprendido por una realidad imprevista, que le impidió poner en práctica parte de sus planes y amenaza su concreción futura.
No fue sólo la covid-19, que como dijo a la diaria el ministro Pablo Mieres “trastocó toda la agenda” para “todos los ministerios y partidos”. Ya antes de la asunción de Lacalle Pou, cuando se discutieron las redacciones de Compromiso por el País y del proyecto de ley de urgente consideración (LUC), se vio que articular al oficialismo iba a ser complicado.
En varias áreas de aquel primer documento no fue posible ir más allá de los enunciados generales, y en lo referido a la LUC quedaron por el camino varias propuestas, unas antes de que el proyecto fuera enviado al Poder Legislativo y otras durante su discusión parlamentaria, porque no reunían el apoyo necesario para su aprobación.
También antes del 1º de marzo del año pasado, Julio María Sanguinetti y Guido Manini Ríos hicieron saber, luego de reunirse, que consideraban necesario formar un organismo de conducción política de la coalición de gobierno. Cumplido ya un año de esa demanda, Lacalle Pou no la satisfizo y sólo ha dicho que puede haber alguna reunión. Por el momento, ha optado por dejar que las discrepancias se manifiesten, si no hay más remedio, en el Parlamento, lejos de su puesto de mando y diluidas entre una gran cantidad de participantes.
La idea de instalar un escenario que disminuya la distancia entre su figura y la de sus socios no le hace nada de gracia al presidente, quien prefiere conversar con cada líder partidario por separado, bajo el lema de que la autoridad no se comparte. Esto se vio muy facilitado por la emergencia sanitaria, y el formato de conferencias de prensa para relacionarse con la ciudadanía fortaleció la imagen que Lacalle Pou quiere dar.
Cabe acotar que las críticas al manejo de la comunicación presidencial, apoyadas a menudo en una frase afortunada de Mauricio Rosencof (“hay un gobierno dirigido por una agencia de publicidad”), tienen una pertinencia relativa. Tanto en la primera presidencia de Tabaré Vázquez como en la de José Mujica vimos, con estilos distintos, formas muy meditadas de construir relaciones con la sociedad y fortalecerse. El déficit en la materia durante el segundo mandato de Vázquez no habilita al Frente Amplio (FA) a comportarse como si nunca hubiera operado en ese terreno.
En todo caso, es claro que el manejo de la pandemia le hizo ganar a Lacalle Pou niveles de aprobación que en parte le corresponden, porque actuó rápido y tuvo claros aciertos, como el de la formación del Grupo Asesor Científico Honorario. En otros aspectos aprovechó el desarrollo previo del sistema de salud y de las políticas sociales, cosa que no tiene nada de malo. Esto le permitió sobrellevar los primeros meses de emergencia sin reforzar las herramientas de que disponía e incluso debilitando algunas de ellas, como sucedió con programas del Ministerio de Desarrollo Social y del Sistema Nacional Integrado de Cuidados.
Además, los buenos resultados iniciales llevaron a una excesiva complacencia, y las gestiones para acceder a vacunas no fueron prioridad hasta que la premura por reanudar actividades y el aflojamiento de las precauciones aceleraron la propagación del virus. Fue muy discutible la puntería de las medidas adoptadas cerca del fin de 2020, y a esa altura la actitud de Lacalle Pou ya había fracturado los consensos entre oficialismo y oposición en materia sanitaria, una de las fortalezas menos comentadas de nuestro país.
Por último, no se hizo todo lo posible para paliar las duras consecuencias de la crisis en lo económico y lo social. Los indicadores de retroceso son elocuentes, y cualquier oficialista con dos dedos de frente puede prever que, si la gente pasa a vivir peor, el descontento no se podrá aplacar por tiempo indeterminado echándoles la culpa a la pandemia y a los gobiernos anteriores del FA.
Será cada vez más difícil evitar que los socios del Partido Nacional busquen mostrarse más sensibles que este a las necesidades de la población, y la cuestión es cuánto podrá avanzar Lacalle Pou hacia sus objetivos antes de que sea inviable alcanzar algunos de ellos. Por otra parte, es preciso tener en cuenta que una eventual insatisfacción creciente con este gobierno no significa que necesariamente vayan a crecer las preferencias por el FA, que tiene diversos problemas para levantar cabeza. En el camino hacia las elecciones de 2024 hay mucho más que dos.
Hasta mañana.