Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.

El presidente Luis Lacalle Pou dijo ayer, cuando le preguntaron por su relación con el senador Guido Manini Ríos tras el pedido de renuncia a Irene Moreira, que los vínculos personales son “importantísimos”, pero que a él le corresponde ante todo mantener la fortaleza del vínculo institucional. Fue una lástima que no aplicara el mismo criterio al hablar del senador nacionalista Gustavo Penadés, sobre quien pesan varias denuncias de explotación sexual de adolescentes.

Según afirmó Lacalle Pou, Penadés, a quien conoce desde “hace 30 años”, le aseguró mirándolo a los ojos que no es culpable, y él “sería un mal amigo” si no le creyera. Es una actitud discutible incluso en lo estrictamente individual. Ante denuncias de semejante gravedad, poner los afectos por encima de la consideración de los hechos a menudo contribuye a la impunidad del amigo, el vecino o el compañero de trabajo que está haciéndoles mucho daño a otros seres humanos. Pero esto es, en realidad, lo de menos.

A los efectos institucionales, que deberían ser –como con Manini– la prioridad, no se trata de que el ciudadano Luis exprese sus sentimientos, sino de que el presidente Lacalle Pou se atenga a los deberes del cargo que ocupa, con prudencia y neutralidad en sus manifestaciones públicas.

Hay personas vulnerables que decidieron presentar acusaciones contra un poderoso senador, y quizá otras que aún vacilan por temor a posibles consecuencias. Hay operadores judiciales con la enorme responsabilidad de evaluar si hay evidencia de delitos, cuya imputación puede perjudicarlos si se equivocan, pero que también afrontan la responsabilidad, aun mayor, de que si hubo efectivamente víctimas, la Justicia no les falle.

Hay una ciudadanía expectante, deseosa de que se haga lo correcto, pero también cargada con una histórica desconfianza porque, como ya decía José Hernández en el Martín Fierro, retomando una idea planteada antes por otros autores, a menudo “la ley es tela de araña / [...] pues la ruempe el bicho grande / y sólo enrieda a los chicos”.

El presidente de la República pudo limitarse a decir, como dijo, que está a la espera de lo que determinen las actuaciones del sistema judicial, y también pudo acotar que cualquier acusado tiene derecho a ser considerado inocente hasta que se pruebe lo contrario. Pero habría sido mucho mejor que se abstuviera de destacar que Penadés es su amigo y que él le cree, porque así contribuyó (supongamos que sin intención, por la mencionada presunción de inocencia), a que aumentaran los temores y los recelos.

Ya lo había hecho el ministro Luis Alberto Heber; el presidente, con más poder, tiene una mayor responsabilidad.

No hace mucho que Lacalle Pou incurrió en el mismo tipo de imprudencia cuando habló de su confianza personal y su larga relación con Alejandro Astesiano, quien ya había sido detenido y que luego fue condenado, tras un proceso que por cierto dejó numerosas sospechas de que la fiscal Gabriela Fossati no había ido hasta el fondo. Sería muy deseable que hubiera aprendido de aquella experiencia, aunque más no fuera porque quedó afectado su propio prestigio, pero da la impresión de que no aprendió.

Hasta el lunes.