“Si algo nos han enseñado estos dos años de pandemia…” es una anáfora descolorida, un mero cliché que podemos escuchar a diario en las conversaciones informales. Probablemente la pandemia de covid-19 nos ha enseñado muchas cosas, pero ¿hemos sido capaces de aprenderlas? Construir un sistema de ciencia sólido lleva décadas. Uruguay, pese a lucharlo a puro pulmón, ha logrado construirlo.
Si algo nos han enseñado estos dos años de pandemia, es que contamos con un sistema científico maduro, con gente bien formada que ha sido capaz de adaptarse y aportar sus conocimientos al país desde lugares diversos. Me arriesgo a creer que ese concepto lo ha internalizado la mayoría de la población. Sin embargo, algunos otros conceptos que podríamos considerar bastante claros han tenido grandes dificultades para permear.
Para ilustrarlo recurriré a un ejemplo cotidiano. Preguntémonos por qué cuesta tanto entender que si estamos enfermos no debemos asistir a trabajos presenciales o enviar a nuestros hijos a la escuela. No se trata solamente de cuidarnos como corresponde, acelerando la recuperación, sino de proteger a quienes nos rodean limitando la dispersión de los patógenos y disminuyendo los costos para el sistema de salud.
El argumento de las presiones del mercado es a todas luces falaz, porque la propagación de una enfermedad en una oficina, empresa o institución, y luego hacia toda la población, genera pérdidas. La lógica preescolar de la vieja normalidad cantaba loas sobre quienes iban a trabajar aún cursando una gripe. Así nos fue con la covid-19… Más de seis millones de fallecimientos en el mundo, y más de 7.197 en Uruguay al momento de escribir esta nota.
Aunque los años de pandemia nos lo enseñaron, un vistazo a la pospandemia reciente sugiere que no fuimos capaces de aprender demasiado. Era una oportunidad dorada para deshacerse de los resabios del analfabetismo científico y apoyarse en la ciencia, como señalaba entonces el Gerente de Investigación del Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA), José Paruelo.
El tiempo del que escribe no es el tiempo del que lee
La sólida formación de nuestra comunidad, la capacidad de procesar el maremoto de datos que diariamente surge en el mundo y de generar conocimiento original con datos de nuestra propia realidad han quedado a la vista de toda la población. Ha sido una oportunidad de hacerse parcialmente visible para personas que suelen trabajar en un aparente ostracismo.
El Grupo Asesor Científico Honorario y el Grupo Uruguayo Interdisciplinario de Análisis de Datos de Covid-19 son ejemplos que probablemente la mayoría conoce. Tal vez hasta recuerde los nombres de algunas de sus caras visibles.
“La formación de una sola persona con capacidad de investigación independiente lleva al menos una década desde que ha terminado el bachillerato”
Ahora bien, estas capacidades no surgen por generación espontánea sino que son fruto de un proceso de décadas de formación y construcción institucional. En el caso de las ciencias básicas podría trazarse hasta los orígenes del Programa de Desarrollo de las Ciencias Básicas, que el año pasado celebró sus 35 años, cuya preocupación permanente ha sido la generación de una masa crítica de personas formadas en investigación con nivel de doctorado. Mi desconocimiento del proceso histórico de las ciencias sociales me impide aventurar una raíz tan clara. En todo caso, lo que vendrá a continuación aplica para todas las ramas de la ciencia.
La formación de una sola persona con capacidad de investigación independiente lleva al menos una década desde que ha terminado el bachillerato. Cuatro años de licenciatura, dos de maestría, tres de doctorado y dos de posdoctorado. Suma 11 incluso en un mundo ideal, en el que todas esas personas cuenten con un apoyo económico que les permita dedicarse a tiempo completo.
Para hacer una maestría o un doctorado en Uruguay, a partir del egreso como profesional universitario, no hay más opciones que escuálidas becas en pesos con montos que estuvieron estancados por una década y que tocan a una de cada tres personas. Afortunadamente, el gobierno actual comenzó a actualizarlas.
Se agrega un handicap en investigación fundamental. En la convocatoria del Sistema Nacional de Becas que se resolvió en 2021 se presentaron 71 postulaciones en investigación fundamental, que implican, además de la trayectoria de quien postula y quien le orienta, estudiar la literatura, diseñar un proyecto y, generalmente, contar con resultados preliminares. Generalmente, se trata de meses de trabajo sin remuneración. De esas 71 postulaciones, el comité evaluador encontró 49 excelentes que recomendó financiar. Excelentes, con la exigencia de este tipo de comité, quiere decir que ni mirándolo a trasluz o bajo la lupa habrá nada que objetarle al proyecto o la postulación. Finalmente el directorio de la ANII decidió financiar apenas 18, una de cada cuatro. Dos de cada tres postulantes con proyectos excelentes se quedaron sin beca.
Las maestrías y los doctorados, de dos y tres años respectivamente (en la teoría), generalmente llevan más tiempo en concretarse. Esto se debe a que el trabajo de posgrado requiere dedicación completa para que salga adelante. Horas y horas de trabajo intelectual y manual diario. Probablemente mucho más de lo que trabajan quienes criticarán esta nota.
Muchas personas no consiguen una beca, que en este caso no es una beca de estudio, sino de formación y trabajo de profesionales universitarios que producen conocimiento original en beneficio del país. Visto así, no puede más que saltarnos a los ojos que beca es un eufemismo, un envoltorio para trabajo precario y salario miserable para este grupo de profesionales. Este estado de crisis permanente ha derivado en la creación de una Asociación Uruguaya de Posgraduandas y Posgraduandos (AUPP), que lucha por mejores condiciones para este colectivo que antes estaba disperso. Su fecha de creación coincide asombrosamente con la implementación de los primeros aumentos en el monto de las becas en muchos años.
Hagamos un pequeño paréntesis para quienes no tengan familiaridad con el quehacer científico. Abandonemos la idea de que una maestría servirá como salida laboral o aumento de salario. Para salida laboral, como mínimo, se requiere un doctorado. Esta es una diferencia grande con los posgrados de otras áreas. Las posibilidades de inserción en la industria o empresas por el momento son casi nulas. Consulte con su empresaria de confianza cuántas personas con doctorado tiene contratadas antes de atinar una respuesta.
En Uruguay el conocimiento científico se genera casi exclusivamente en la órbita del Estado, dada la casi total omisión de inversión de los privados. Basta decir que 75% de la investigación del país se realiza en la Universidad de la República. El 25% restante está distribuido casi por completo en los (escasos) institutos de investigación estatales. Así, el sistema público, en tanto promotor de la cultura y generador de conocimiento soberano, es hoy en día el único capaz de ofrecer una posibilidad real de inserción laboral. Si eso está bien o mal es otra discusión.
Después de un doctorado con tesis, publicaciones internacionales y una formación que nada tiene que envidiar a otros países del mundo, vamos por más. Antes de establecer una línea de trabajo independiente recibimos supervisión directa de colegas con prestigio en un posdoctorado.
Aquí se complica aún más la situación. En 2019 en Uruguay se generaban apenas 31 contratos (a término) de posdoctorado por año. En ese momento alertaba de esta catástrofe que implica que terminemos alimentando con aquellas personas que formamos (durante diez años y dos posgrados) los sistemas científicos de otros países que tienen estrategias más astutas. Estábamos en el umbral de las elecciones nacionales y había una ventana de oportunidad para corregirlo.
Un tiro en el pie
El sistema era frágil, pero vino la pandemia y lo pateamos. Con una lógica de ahorro a corto plazo, se implementaron recortes presupuestales en diversas modalidades, como el congelamiento de un presupuesto en pesos frente al precio del dólar que crecía despiadadamente. Sonaron las alarmas, porque para el sistema científico las apuestas son de largo plazo. Por un lado porque, como he explicado, la formación lleva mucho tiempo. Por otro, porque establecer una línea de investigación y consolidarse en ella tarda otro tanto y esa demora es directamente proporcional a la consecución de fondos para poder desarrollarla. Para un país, recortar los fondos al sistema científico es como pegarse un tiro en el pie.
“Hoy en día en Uruguay hay sólo 20% de las oportunidades de retención de personas con doctorado que había en 2019”
Alguien vendrá a argumentar que se hicieron excepciones a los recortes directos. Es cierto, pero las consecuencias de los indirectos no se previeron. De los 31 nuevos posdoctorados que anualmente teníamos en el país desaparecieron 25, los que financiaba la Comisión Académica de Posgrado (CAP) de la Universidad de la República. Desde 2019 no hay llamados a posdoctorados de la CAP. El hecho es que hoy en día, en Uruguay hay sólo 20% de las oportunidades de retención de personas con doctorado que había en 2019. El recorte afectó un cuello de botella, y en lugar de abrirlo y generar oportunidades para que se queden aquellos en quienes hemos invertido para generar conocimiento, como país los invitamos a irse con más vehemencia.
Es vital revertir esta situación, y nuestro país no debe tener prurito en poner dinero en ello. Pablo Zunino, cuando presidía el Consejo Directivo del Instituto de Investigaciones Clemente Estable, planteaba con extrema claridad la importancia de la investigación básica y nos desafiaba a concebirla como un gasto. Pensar en lo que estamos dispuestos a perder, ya no a ganar, en el proceso de conocernos y conocer el mundo que nos rodea. La investigación no debe ser concebida desde una perspectiva utilitarista, pero tampoco debemos ignorar que, como señalaba el exministro de Economía y Finanzas Danilo Astori, el impacto de la apuesta por la ciencia y el conocimiento tiene gran incidencia en la educación, el cuidado ambiental, la revolución digital y las actividades productivas.
Miguel Sierra, expresidente del Consejo Nacional de Innovación Ciencia y Tecnología (Conicyt) y gerente de Innovación y Comunicación del INIA, ha identificado la coexistencia de tres lógicas no excluyentes que han sido potenciadas por la pandemia: la de hacer la mejor ciencia posible (en el sentido que planteaba Zunino), otra vinculada a la economía, y una concepción de la ciencia comprometida con los problemas sociales.
El gobierno está evaluando una nueva institucionalidad para la ciencia, tecnología e innovación en nuestro país. El Ministerio de Educación y Cultura ha solicitado auditorías, y algunas han concluido. Se evalúa un nuevo Plan Estratégico Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación, ya que el anterior fue aprobado en 2010. El Consejo Nacional de Innovación, Ciencia y Tecnología, y la Asociación de Investigadoras e Investigadores del Uruguay (Investiga) están organizando talleres y jornadas de discusión sobre el tema.
Se presenta una oportunidad de deconstruir y fortalecer la investigación científica. De hacer algo mejor. ¿Se establecerá un criterio de contratación digno para quienes hagan doctorados en ciencia? ¿Tendremos un Sistema Nacional de Posdoctorados? ¿Se convertirá el Sistema Nacional de Investigadores en una Carrera de Investigador con un salario? ¿Otra vez nos pegaremos un tiro en el pie?
Daniel Prieto es técnico del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable (IIBCE). Es investigador del Sistema Nacional de Investigadores, del Programa de Desarrollo de las Ciencias Básicas), e investigador asociado honorario en el Institut Pasteur de Montevideo. Ciencia en primera persona es un espacio abierto para que científicos y científicas reflexionen sobre el mundo y sus particularidades. Les esperamos en [email protected].