Tres terribles tigres traían tragedia a trémulos herbívoros en Uruguay. La frase puede hacer las delicias por igual de las personas fanáticas de los trabalenguas como de maestras, maestros, docentes y gente curiosa en general. Porque además de provocar alguna zancadilla al hablar, lo que afirma es maravillosamente cierto según una reciente investigación paleontológica que acaba de publicarse.
Es que en nuestro país, durante el Pleistoceno, época que va desde hace 2,59 millones de años hasta hace apenas 11.000, vivieron tres especies de tigres dientes de sable: Smilodon fatalis, al que le podemos decir el esmilodonte fatal, Smilodon populator, al que le podemos decir el esmilodonte destructor, y un félido que podría haber pertenecido al género Xenosmilus, que viene a significar algo así como “cuchillo extraño”. Tanto los géneros Smilodon como Xenosmilus vivieron exclusivamente en América.
Si bien los tres entran bajo el paraguas de los llamados tigres diente de sable, debido a las formas de sus dientes hay diferencias entre ellos. Los dos Smilodon forman parte de la tribu de los esmilodontinos, cuyos integrantes son conocidos como tigres diente de puñal. Por su parte, Xenosmilus entra dentro de la tribu de los homoterinos, conocidos como tigres dientes de cimitarra.
En 2020 contábamos aquí sobre un trabajo de los investigadores Aldo Manzuetti, Daniel Perea y Martín Ubilla, del Departamento de Paleontología de Vertebrados de la Facultad de Ciencias, quienes junto a Washington Jones y Andrés Rinderknecht, del Museo Nacional de Historia Natural (MNHN), reportaban que el tigre diente de sable más grande de América había vivido en Uruguay. En efecto, al estimar cuánto habría pesado el ejemplar de Smilodon populatoral que perteneció un cráneo encontrado en las playas de Colonia (de entre 30.000 y 8.000 años de antigüedad), comunicaron que unos 436 kilos. Con tal masa, en toda América no había otro félido que le pudiera disputar el título del peso pesado de los dientes de sable del continente. De hecho, cuatro años después sigue ostentando el título.
Ahora, el mismo equipo de cinco investigadores -¡sí, otra vez Aldo Manzuetti, Washington Jones, Andrés Rinderknecht, Martín Ubilla y Daniel Perea!- acaba de publicar el artículo titulado algo así como Masa corporal de un Homotheriini (Felidae, Machairodontinae) de gran tamaño del Plioceno tardío-Pleistoceno medio en el sur de Uruguay: implicaciones paleoecológicas. Allí vuelven a reportar algo fascinante: un fragmento de mandíbula fosilizada, encontrado cerca de la playa de Arazatí, en el departamento de San José, habría pertenecido al tigre dientes de cimitarra más grande conocido hasta ahora en todo el continente americano. ¿Otro récord americano? Sí, pero eso no es todo. Así que para conversar más sobre tigres dientes de sable, puñal y cimitarra, grandes predadores y otras maravillas, salimos rugiendo al encuentro del paleontólogo Aldo Manzuetti, que nos espera en el laboratorio lleno de fósiles de la Facultad de Ciencias.
Encarnizado con los carnívoros
Si el Instituto Nacional de Carnes (INAC) tuviera que elegir un paleontólogo al que financiarle investigaciones, decididamente ese sería Aldo Manzuetti. Y no porque estudie los vacunos de nuestro pasado lejano -de hecho, en Sudamérica no hubo vacunos hasta que los introdujeron Hernandarias y sus secuaces en el siglo XVI-, sino por algo aún más identificable con los clientes del INAC: desde 2013, para su tesis de maestría, Aldo se ha concentrado en los fósiles de mamíferos carnívoros terrestres del Cenozoico, es decir, desde que se extinguieron los dinosaurios, hace unos 66 millones de años, hasta hace apenas 11.000. Guiado por esa tarea, y en compañía de varios de sus colegas, ha venido realizando interesantísimas publicaciones, como la ya mencionada del Smilodon populator, así como de otros carnívoros fósiles, entre ellos ocelotes, pumas, jaguares y lobitos de río.
Así las cosas, más que salir a buscar fósiles por todo el país, Aldo fue a buscarlos donde más abundan: en las colecciones paleontológicas de la Facultad de Ciencias, de museos y hasta de particulares. No por ello su tarea era menos emocionante que la de encontrar fósiles nunca antes vistos: muchos materiales de las colecciones que Aldo revisó nunca habían sido estudiados, mientras que algunos otros aún tenían secretos para contar. Este último fue el caso del fósil que da origen a este trabajo sobre un enorme tigre dientes de cimitarra.
La historia de este félido comienza con el hallazgo en 1945 de un fragmento de una mandíbula inferior izquierda con los alvéolos, las cavidades de los dientes, de un premolar y un molar. Quien lo encontró fue el naturalista aficionado Francisco Oliveras mientras paseaba por las costas de San José, más precisamente en las inmediaciones del arroyo Pereira en el balneario Arazatí (lugar muy generoso en fósiles y que podría estar en peligro si, de construirse la planta potabilizadora del Proyecto Neptuno, no se toman cuidados para preservar el rico patrimonio fósil que allí hay.
“Oliveras colectaba no solamente cosas de paleontología, sino también de arqueología y demás”, dice. De hecho, en 1976 donó su colección y con base en ella se armó el Museo Nacional de Antropología. “Las piezas que colectó de paleontología, por su parte, fueron al Museo Nacional de Historia Natural”, cuenta Aldo. “Oliveras falleció en los años 80, entonces el material ya tenía un montón de tiempo colectado cuando Andrés Rinderknecht y Álvaro Mones lo estudiaron en 2004. Y mucho más para cuando me tocó estudiarlo para la tesis”, agrega.
Como ven, el material que da origen a esta nota ya había sido objeto de estudio y de un artículo científico en 2004. Así que vayamos a eso porque guarda mucha relación con el trabajo de ahora.
¿Xenosmilus o no Xenosmilus?
En el trabajo El primer Homotheriini de Sudamérica, Álvaro Mones y Andrés Rinderknecht reportaban en 2004 que el fósil de la mandíbula de Arazatí era muy similar al de la especie de tigre dientes de cimitarra Xenosmilus hodsonae, que se había descrito en Estados Unidos en el 2000. Dado que la mandíbula no estaba completa, que presentaba algunas diferencias, que era el primer fósil de un homoterino, es decir, un tigre dientes de cimitarra para Sudamérica, y que se había encontrado a más de 8.000 kilómetros al sur de todo registro de la especie, Mones y Rinderknecht identificaron al fósil como “cf. Xenosmilus sp.”, que en la notación científica implica que es muy similar a un animal del género Xenosmilus (“cf.” viene de “confer”, es decir, “a corroborar”, y el “sp.” significa que no ha podido determinarse la especie, indicando que podría ser una del género ya conocida o una distinta de ese género).
“El tema de la asignación taxonómica no es el objetivo del trabajo, pero teníamos que meternos un poco porque no podíamos dejarla pasar”, comenta Aldo. “La identificación de este fósil está bastante discutida porque es un material muy fragmentario. A su vez, hay que sumarle que de la especie en sí solamente se conocían dos ejemplares que se encontraron en una cueva en Florida, Estados Unidos”, complementa.
A sólo cuatro años de reportada la especie y el género Xenosmilus, Mones y Rinderknecht reportaron el gran parecido del fósil de Arazatí con aquel del norte. De hecho, por largos siete años ese fue el único fósil de homoterino reportado en todo Sudamérica, hasta que en 2011 se reportó un cráneo en Venezuela, que a la postre se identificaría como de la especie Xenosmilus venezuelensis.
“Por eso para mí es muy meritorio el trabajo de Mones y Rinderknecht. Con los datos que tenían yo no sé si podría haber llegado a que era Xenosmilus. En una época con mucho menos internet, con peor acceso a bibliografía, cuando la especie había sido descrita hacía sólo cuatro años, que hayan podido decir que tentativamente era un Xenosmilus es para sacarse el sombrero”, alaba Aldo el trabajo de quienes lo precedieron.
Aunque en el artículo reconocen que resolver el tema taxonómico “no es el foco de su contribución”, al leerlo entre líneas uno se queda con la sensación de que están más cerca de que seguramente fuera un Xenosmilus. Ya veremos el asunto. Pero aun así hay certezas. “Sí, es un animal de la tribu de los homoterinos de la subfamilia de los macairodontinos, que son los félidos con grandes caninos que se conocen con el nombre genérico de tigres dientes de sable”, sostiene Aldo. Así que vayamos a eso.
Puñales y cimitarras
“Los macairodontinos se dividen en dos tribus, los esmilodontinos, donde están los géneros Smilodon y Megantereon, y los homoterinos, a los que pertenece nuestro fósil, que son animales más que nada de distribución euroasiática, africana y norteamericana. El registro de Uruguay y el de Venezuela son muy raros”, explica Aldo.
“Los Smilodon serían tigres dientes de puñal, mientras que los homoterinos como Xenosmilus serían dientes de cimitarra. Son armas blancas diferentes porque tienen colmillos diferentes”, enfatiza. En efecto, los tigres dientes de cimitarra los tienen más cortos, más anchos y más curvados. Pero además, presentan bordes aserrados tanto en la cara delantera como en la trasera.
“En los esmilodontinos, los tigres dientes de puñal, el canino es más elongado, no tan curvado, y solamente presenta borde aserrado en la parte posterior. Esas son las diferencias más notorias para distinguir a las dos tribus dentro de la subfamilia de macairodontinos”, describe Aldo.
Por otro lado, mientras los esmilodontinos eran más fornidos o robustos, los homoterinos eran más pequeños y más gráciles, salvo una excepción: el Xenosmilus viejo y querido. Así lo pautan los llamados huesos del postcráneo, es decir, todos los del cuerpo que no son los de la cabeza. “El postcráneo de Xenosmilus es igual de robusto que el los esmilodontinos, pero tiene los dientes serrados en ambas caras. Es como si hubieses agarrado el esqueleto de un Smilodon y le pusieras la cabeza de un Homotherium para armar un bicho nuevo”, ejemplifica.
De hecho, esa característica de animal quimérico llamó la atención. “Cuando se describió a Xenosmilus, esto desconcertó a los que estudian este tipo de animales, porque era como que antes todo estaba muy bien encasillado, los esmilodontinos tienen tales y cuales cosas, y los homoterinos tales y cuales otras. Xenosmilus es algo intermedio”, enfatiza Aldo, y uno piensa que en un país de fusión e integración de tantas cosas un animal así calza a la perfección.
Estimando la masa
¿Por qué ponerse a calcular cuánto habría pesado este tigre dientes de cimitarra de San José? Como dicen en el trabajo, el dato de la masa corporal “tiene una relación importante con varios aspectos de la biología de un individuo”, como por ejemplo, su “metabolismo, locomoción, nicho trófico, tamaño de la población y estrategia reproductiva”.
“Todo surge de mi tesis de maestría, que tenía por objetivo actualizar el conocimiento de los mamíferos carnívoros terrestres del Cenozoico de Uruguay. Ese objetivo te daba carta blanca para hacer múltiples cosas”, confiesa Aldo. “Al comenzar a vichar materiales, vi que muchos no estaban publicados en ninguna parte. Y entre ellos, e incluso también en algunos materiales publicados, había muchos que no tenían estimaciones de masa”, dice. Así que hacer esas estimaciones calzaba bien con el objetivo de “actualizar el conocimiento” de los carnívoros fósiles.
“Antes de 2010, hacer estimaciones de masa era más común en artículos de autores estadounidenses o europeos, pero no tanto acá. No es que fui el primero ni nada por el estilo, ya había otros autores que habían estimado masas, por ejemplo, en 2006, pero no eran los estudios que más abundaban”, sostiene.
“La estimación de masa de este homoterino fue un dato que quedó ahí en mi tesis, como en su momento pasó con la estimación de masa de Smilodon”, dice Aldo. Y en ambos casos, retomamos el tema y eso terminaron siendo artículos en publicaciones científicas.
Por otro lado, cuando realizó la estimación de masa de este tigre dientes de cimitarra, si bien arrojó un tamaño grande, Aldo y sus colegas no tenían muchos homoterinos americanos con los que comparar su dato por la sencilla razón de que no había demasiadas estimaciones de masa publicadas. Por tanto, no sabían si era muy grande, apenas grande, normal o chico dentro de los suyos. “Sí, cuando hice esa estimación, si bien te dabas cuenta de que tenía un tamaño que llamaba la atención, no tenía un punto de comparación con otros homoterinos porque no había otras estimaciones disponibles. Entonces era difícil darle un contexto a ese material. El paso del tiempo a veces te puede dar para atrás o te puede ayudar porque aparece más información”, afirma Aldo. Y aquí sucedió lo segundo.
Poniéndose a escribir un artículo
Aldo finalizó su tesis en 2017. Pero el artículo que ahora publican comenzaron a cranearlo en agosto de 2023. “Cuando retomamos el trabajo, recién por octubre conseguimos los primeros datos de estimaciones de masa de tigres dientes de cimitarra para poder hacer comparaciones. Y ni siquiera eran datos que figuraban en artículos, sino en sus materiales suplementarios, por lo que resultan mucho más difíciles de encontrar, porque son datos que salen de forma colateral en trabajos que hablan de otras cosas”, sostiene.
“Con esos datos empezó a tener más cuerpo todo. Aun así, faltaban más datos de Xenosmilus de Norteamérica y ahí fue que conseguimos el libro de 2011 que tiene por editores a los paleontólogos que describieron al Xenosmilus hodsonae”, cuenta Aldo. Se trata de The Other Saber-Tooths: Scimitar-Tooth Cats of the Western Hemisphere, algo así como Los otros dientes de sable: tigres dientes de cimitarra del hemisferio occidental, y conseguirlo no fue sencillo.
“Sin la plata del proyecto ‘Paleontología de Vertebrados’ de los grupos I+D de la Comisión Sectorial de Investigación Científica (CSIC), dirigido por Daniel Perea y Martín Ubilla, no hubiéramos conseguido el libro. Y sin ese libro posiblemente este trabajo hubiese sido mucho más resistido o directamente no hubiera salido nunca”, dice Aldo.
Uno podría pensar que el libro cuesta una cifra disparatada. Pero no es tanto eso, sino que lo disparatado es a veces los pocos recursos que hay aquí para hacer ciencia. “El libro se consiguió por entre 6.000 y 8.000 pesos. Capaz que para la ciencia no es tanto, para mí es un montón para un libro. Pero gracias a ese libro salió este artículo y posiblemente puedan salir dos artículos más. Así que esa compra se está amortizando”, dice Aldo largando una carcajada.
Yo le digo que está totalmente amortizada: ¡invertimos 8.000 pesos y nos quedamos con un récord americano! Vayamos a eso.
Un nuevo récord paleontológico celeste
La masa estimada por Aldo y sus colegas, con base en “mediciones alveolares del molar 1”, y considerando las distintas ecuaciones disponibles para carnívoros, arrojaron que el tigre dientes de cimitarra de San José habría tenido una masa de entre 198,3 y 409,7 kilos. Pero, como dicen en el trabajo, “al utilizar sólo las ecuaciones para los félidos actuales (que son las que presentan un mejor nivel predictivo), el rango de masa corporal es mucho más preciso, con un valor promedio de aproximadamente 378,5 kilos”, ya que dio entre 347 y 409,7 kilos. ¡Enorme el gatito!
“Era un félido importante”, asiente Aldo. “Un león macho grande de nuestros días anda entre 200 y 250 kilos. Este Xenosmilus es casi el doble de un león macho grande. Los tigres son los félidos más grandes hoy, pueden llegar a los 300 y pocos kilos, así que este dientes de cimitarra era más grande incluso que un tigre”, compara Aldo.
En el trabajo, si uno hurga con atención tras el lenguaje aplacado de las publicaciones científicas, lo que se dice es claro: “El material estudiado aquí representa el félido homoterino más grande de su época (muy posiblemente del Pleistoceno temprano al medio) para las Américas (sólo comparable, pero aún mayor, en tamaño con Xenosmilus hodsonae)”. Aquí podemos gritarlo más claramente: ¡la mandíbula fósil de San José habría pertenecido al tigre dientes de cimitarra más grande conocido de todo América! Por conocido nos referimos a fósiles con base en los que se estimó la masa de estos animales (ver recuadro).
“Sí, para esa época, entre el Mioceno tardío al Pleistoceno medio, era el dientes de cimitarra más grande conocido, al menos hasta lo que ahora se ha reportado”, acepta Aldo, ya que el fósil seguramente pertenezca a los perfiles del Pleistoceno temprano al medio de la Formación Raigón, y por tanto tendría entre uno y 2,5 millones de años.
“En este caso, hay muy pocos materiales para comparar. Hay sólo dos materiales de Xenosmilus de Norteamérica y un material de Xenosmilus de Venezuela. Luego hay varios datos de Homotherium, que también era un tigre dientes de cimitarra. De todos los trabajos ya publicados sobre homoterinos de esa época de América, ninguno pasaba su tamaño”, dice Aldo satisfecho. Como sacándose mérito, dice también que que no hubiera demasiados materiales publicados les facilitó un poco la tarea. “Hay muchos menos materiales de homoterinos que de esmilodontinos de América, como Smilodon o Megantereon, que son los dos de esa época”, sostiene.
Ranking de tigres dientes de cimitarra de América para el Mioceno tardío-Pleistoceno medio
- Xenosmilus sp., de San José (347-409,7 kilos, promedio 378,5 kilos)
- Machairodus lahayishupup (241-348 kilos, promedio 294 kilos)
- Xenosmilus hodsonae (261 kilos)
- Homotherium latidens (200,6 kilos)
- Xenosmilus venezuelensis (190 kilos)
- Homotherium serum (187,1 kilos)
Ranking mundial de tigres dientes de cimitarra para el Mioceno tardío-Pleistoceno medio
- Adeilosmilus kabir (África 350-490 kilos, promedio 420 kilos, medición dudosa)
- Amphimachairodus horribilis (Asia, 405 kilos)
- Xenosmilus sp., de San José (Uruguay, Sudamérica, promedio 378,5 kilos)
- Machairodus lahayishupup (Norteamérica, promedio 294 kilos)
- Xenosmilus hodsonae (Norteamérica, 261 kilos)
Grandotes y emboscadores
En su trabajo dicen que los Smilodon, de los que en nuestro país se han registrado las especies Smilodon fatalis y Smilodon populator, tenían una complexión más robusta que la de los tigres dientes de cimitarra, lo que hace que los paleontólogos piensen que cazaban acechando a sus presas y realizando emboscadas. “Sí, tenían patas más cortas comparadas con las de otros dientes de sable, y para la emboscada el poder esconderse en el pastizal sería ideal”, amplía Aldo.
“En el artículo, en varios pasajes, jugamos a si es o no un Xenosmilus. Hay como una doble discusión, algo que fue un consejo de Washington Jones. Yo pensaba tratarlo como un Xenosmilus, pero él planteó que consideráramos también la posibilidad de que fuera un homoterino estándar, dado que no sabemos cómo era el postcráneo”, dice Aldo. En otras palabras: no descartaron a priori que fuera un homoterino de los comunes, más gráciles y de patas largas que los Xenosmilus.
“El tema de la masa corporal tira mucho para el lado de que habría sido un cazador de emboscada. Con 378 kilos promedio, sería un animal demasiado corpulento para andar corriendo a grandes velocidades. Aun para hacer un sprint muy cortito, es mucha masa para estar corriendo”, dice Aldo. Y eso tiene consecuencias a la hora de defender su xenusmilusidad (si se me permite el exabrupto idiomático). “La masa lo aleja mucho de lo que es un homoterino promedio, que eran animales de unos 200 kilos. En este caso, estamos 150 kilos por encima, lo que nos lleva a pensar que cazaba en emboscada y que se acercaría más al Xenosmilus , con un postcráneo robusto, más que a un Homotherium grácil y de patas largas”, reflexiona Aldo, aportando más evidencia para respaldar lo que sus colegas habían afirmado en 2004.
“Ni siquiera sería como un león, tendría que dar carreras más cortas, más salvajes. El requerimiento energético para poner toda esa masa a grandes velocidades sería muy grande. Por eso nos inclinamos más por que cazara acechando y realizando emboscadas. Y también el tipo de presas que cazaba, si bien tendrían su cierta velocidad, no serían tan ágiles como las gacelas, sino que serían animales de un porte mayor”, dice Aldo. Ya que habla de presas, vayamos a ellas.
¿A quién devoraba el tigre dientes de cimitarra de San José?
En el trabajo también estiman la masa media y máxima de las presas, basándose nuevamente en ecuaciones y regresiones conocidas en la ciencia, es decir, aplicando herramientas existentes. Estas arrojan que la masa de sus presas típicas andaba entre 1.122 y 1.134 kilos, mientras que la masa máxima de las presas que podría haber cazado rondaría los 2.000 kilos (entre 1.853 y 2.515 kilos).
Eso nos muestra que nuestro tigre dientes de cimitarra cazaba animales que no corrían como chijete. De cierta manera, esto también apunta al Xenosmilus robusto más que a un grácil Homotherium, los dos géneros de tigres dientes de cimitarra conocidos para esa época en América.
En el artículo revisan el registro fósil de la Formación Raigón de Arazatí y detallan qué animales del Pleistoceno temprano y medio entrarían dentro del rango de presas que obtuvieron para este tigre dientes de cimitarra. Y aquí hagamos una aclaración: “el material fue encontrado rodado, no sabemos bien a qué altura de la Formación Raigón estaba. La Formación Raigón es como un gran paquete sedimentario, tiene cosas que van desde el Plioceno hasta el Pleistoceno medio”, dice Aldo. ¿Por qué entonces ven qué fauna estaba entre el Pleistoceno temprano y medio? Porque si este Xenosmilus fuera más antiguo, del Plioceno, habría que reescribir toda la historia de los félidos de América, ya que en el Plioceno aún no estaba formado el istmo de Panamá y esos mamíferos carnívoros placentarios se encontraban sólo en el norte del continente.
Así las cosas, de la fauna encontrada en Raigón que cumple con la edad del Pleistoceno temprano y medio, y que además estaba dentro de las masas de presa estimada, en el trabajo mencionan al perezoso gigante Catonyx tarijensis (que pesaba entre 1.400 y 1.700 kilos), los gliptodontes Glyptodon (800-2.000 kilos) y Doedicurus (1.400 kilos), esa especie de mezcla entre hipopótamo y rinoceronte que era el toxondonte (de 1.100 a 1.600 kilos) y la gran llama Hemiauchenia (400-1.000 kilos).
“Adicionalmente, en esta misma unidad se registra también al pecarí Platygonus (50 kilos), que fue hallado junto al holotipo y paratipo de Xenosmilus en la misma cueva de Florida (Estados Unidos) y se infiere que podría ser presa potencial”, agregan. Sí, el Xenosmilus del norte comía pecaríes pequeños pese a ser un félido enorme. Y aquí en el sur aparecen también ambos, depredador grande y presa pequeña.
“Tal vez Xenosmilus no cazaba a esos animales, sino que los carroñaba. Capaz que algún carnívoro más chico los cazaba, y ellos con su masa corporal se imponían y se los robaban, alimentándose así de un animal que ya estaba muerto”, conjetura Aldo.
En el trabajo no lo explican, pero lo que está detrás del razonamiento es que a un animal de 400 kilos le sería muy difícil maniobrar y perseguir a un animal de 50 kilos, que se movería mucho más rápido. Cuando uno es grande, cazar una presa muy pequeña puede resultar muy complicado. “Para nosotros hubiera sido más carroña que otra cosa, pero no lo sabemos. Capaz que en ese tiempo había muchísimos pecaríes, y capaz que ahí era menos difícil cazarlos. Si fueran muy abundantes, y ante la ausencia de sus presas más típicas, si había hambre capaz que no les quedaba otra que comer eso. Eso pasa con los leones cuando tienen que cazar presas de 15 o 20 kilos. Si está la posibilidad, se aprovecha”, dice Aldo.
Pero ahora vayamos a otro asunto: si el Pleistoceno temprano y medio es la presunta edad de este pretendido Xenosmilus, entonces habría convivido con otro gran predador encontrado en Arazatí y que, hasta ahora, era considerado el depredador tope de esa época sudamericana. ¿Viene este pretendido Xenosmilus a quedarse con el récord también de ser el depredador tope de esa época para nuestro territorio?
¿Un depredador que desbanca a un gigante terrorífico?
Hasta ahora, el único gran carnívoro que se ha encontrado para esa antigüedad de la Formación Raigón es una enorme ave del terror, que si bien no ha sido bien identificada, se piensa que podría ser la enorme y temible Devincenzia pozzi.
“A diferencia de lo que terminan siendo las aves del terror más adelante en el Pleistoceno, que no superaban el medio metro, esta es un ave del terror grande realmente, con cerca de tres metros de altura, 300 kilos y corredora, lo que implicaría que sería un ave del terror posta posta”, comenta Aldo. “Tampoco en este caso se sabe bien a qué parte correspondería de Raigón. Si hubiera pertenecido a la parte de Raigón del Plioceno, entonces no hubiera competido con este félido. Pero si pertenece a la parte del Pleistoceno, entonces sí”, afirma Aldo. “Aun así, de lo poco que se conoce de Raigón para esta época, esta gran ave del terror podría haber estado y hay posibilidades de que de ser así, hayan competido de cierta manera”, sostiene.
A las aves del terror se las llama así porque durante mucho tiempo, ante la ausencia de grandes mamíferos carnívoros, fueron los reyes carnívoros de Sudamérica, lo que en biología se denomina “depredadores tope” por estar en la cima de la red trófica. El ave del terror de Arazatí se consideraba el mayor depredador para ese Pleistoceno temprano y medio, ya que los restos del gran tigre dientes de puñal Smilodon populator aparecieron para Uruguay recién en sedimentos de hace entre 8.000 y 30.000 años. Ahora, si en la misma época que estaba esta ave del terror ya deambulaba por aquí este tigre dientes de cimitarra de 370 kilos o más...
“Temo la pregunta, voy a tener un conflicto con Washington”, dice tentado Aldo, ya que su colega Washington Jones es un entusiasta de las aves fósiles, y en particular de las aves del terror. Yo sigo: hoy en esa época tenemos a esta ave del terror, de unos 300 kilos, y a este Xenosmilus con unos 370. ¿Quién era el depredador tope del Pleistoceno temprano y medio de Uruguay tal cual vemos en la formación Raigón? ¿Xenosmilus desbanca al ave del terror? “Preguntármelo a mí no tiene mucha validez, es como preguntarle a alguien que tiene la camiseta de Peñarol quién sale campeón. El que me conoce ya sabe lo que voy a decir, por más que vayamos 20 puntos atrás”, se ataja riendo.
“El hecho de decir que las aves del terror eran el depredador tope capaz que puede haber funcionado cuando en Sudamérica estaban sólo los marsupiales carnívoros, porque eran de menor porte. Capaz que ahí sí se puede decir que eso pasaba, pero ya ahora como que la cosa cambia y no se podría afirmar con tanta certeza. Con este tigre dientes de cimitarra de gran porte claramente las aves del terror tienen una competencia fuerte”, ensaya.
“Si tuviera que apostar en el casino, pondría casi todas las fichas al Xenosmilus. Más allá de que mi corazoncito se inclina por los mamíferos, y más aún por los dientes de sable, que son los carnívoros que más me mueven, aparte del corazoncito hay un poquito de lógica”, dice entonces. Washington Jones chilla por whatsapp cuando le planteo esto. Y dice que tal vez en el número las aves del terror encontraran cierta ventaja, ya que las aves de presa tienen tasas de reproducción más altas que los grandes mamíferos carnívoros.
Le digo a Aldo que me imagino un escenario de un mutuo respeto, algo así como hienas y leones (las hienas también se aprovechan del número en esa lucha ancestral con los leones). Imagino que ambos, Xenosmilus y aves del terror, aprovecharían la chance para comerse a los juveniles del otro. Cuando la Xenosmilus saliera a cazar para poder alimentar a sus crías, las aves del terror adultas no mostrarían piedad hacia los pequeños ejemplares de su temido rival. Tampoco Xenosmilus seguiría de largo impertérrito ante un pichón de ave del terror que se alejó de sus progenitores.
“Siempre es poco lo que se sabe y mucho lo que falta estudiar. Si Xenosmilus fuera un animal social, cuatro o cinco perfectamente darían cuenta de un ave del terror adulta sola. Que me disculpe Washington, pero creo que termina desplumada. No importa ni el pico, ni la garra con forma de gancho, ni nada. Cuatro o cinco gatos de ese tamaño que se te vienen por todos lados y vos solo en el medio... si no escapa corriendo, sería fatal”, defiende Aldo como una tigra dientes de cimitarra habría defendido a sus cachorros.
Un mismo equipo, dos récords
En 2020, junto con los mismos autores de este trabajo, Aldo y los suyos se quedaron con el récord del tigre dientes de puñal del género Smilodon más grande conocido hasta ahora, que también es el tigre dientes de sable americano más grande de todos los tiempos. Ahora, cuatro años después, con esta estimación de masa, el mismo equipo comunica que el tigre dientes de cimitarra más grande de toda América, sea Xenosmilus o no, también vivió en Uruguay. ¿Qué se siente tener dos récords semejantes? “Lo que se siente es que en algún momento te los van a bajar. Los récords están para eso”, dice con una risa y humildad contagiosa Aldo. “Uno no lo piensa en términos de récords, en realidad lo piensa en si el estudio del material puede o no aportar algo a la discusión de cómo eran estos animales”, dice ya más en serio. “Al responder una pregunta, se generan más preguntas para que otros investigadores puedan seguir desarrollando esta línea de investigación o su propio trabajo”, complementa.
“El tema del récord es una cuestión de un número. Es como el récord de la torta frita más grande, en algún momento quien lo tenga lo va a perder. Más allá del récord, lo que importa es generar insumos para la discusión, que queden datos que después otros investigadores puedan utilizar”, conjetura Aldo. “También es nuestro objetivo poder determinar un poco mejor cómo era la fauna del territorio que ahora es Uruguay en aquella época. Más allá del tamaño enorme, es un aporte a la historia natural y a la evolución de los animales del país en el que estamos. La idea es contribuir a ese tipo de conocimiento”, redondea.
Uno no podría estar más de acuerdo. Y tal vez por lo mismo que ya dijo Aldo, eso de que nos han enseñado que las cosas importantes pasan siempre en otro lado, uno insiste con el récord. Poder contagiar a una niña o niño (y al niño y niña que llevamos dentro) la idea de que los tigres dientes de puñal y los tigres dientes de cimitarra más grandes de todo América vivieron en el pasado de nuestro país es una hermosa forma de empujarlos a curiosear en la biodiversidad que hoy los rodea, que es tan única, valiosa como la de cuando el Xenosmilus miraba desafiante a las aves del terror donde hoy es San José. Acá donde estamos pasan cosas maravillosas. Y por fortuna tenemos ciencia, Aldos, Danieles, Washingtones, Andreses y Martines, entre otros incansables paleontólogos y paleontólogas, para sumarlas a nuestro patrimonio.
Artículo: Body mass of a large-sized Homotheriini (Felidae, Machairodontinae) from the Late Pliocene-Middle Pleistocene in Southern Uruguay: Paleoecological implications
Publicación: Journal of South American Earth Sciences (octubre de 2024)
Autores: Aldo Manzuetti, Washington Jones, Andrés Rinderknecht, Martín Ubilla y Daniel Perea.
Artículo: The first South American homogenizar (Amalia: Carnivora: Felidae
Publicación: Comunicaciones Paleontológicas (2004)
Autores: Álvaro Mones y Andrés Rinderknecht.