La faena de lobos y leones marinos en Uruguay duró casi medio milenio. Si bien las poblaciones nativas los usaron como recurso durante miles de años, como muestra la presencia de restos óseos de estas especies en sitios arqueológicos, la matanza para su exportación sería llevada a niveles alarmantes tras la llegada de los colonizadores.
Comenzó informalmente en 1515, cuando la expedición de Juan Díaz de Solís mató 66 ejemplares en Isla de Lobos y vendió las pieles en Sevilla por 100 maravedíes cada una, y finalizó en 1991, con el cierre de la Industria Lobera y Pesquera del Estado.
Aún se captura anualmente un centenar de ejemplares vivos de lobos marinos para vender a acuarios, pero la caída del mercado internacional de pieles y los cambios de sensibilidad pública en asuntos de conservación dieron fin a la industria ese año y derivaron en la prohibición de su persecución y caza en 1998.
Así fue al menos para los lobos marinos (Arctocephalus australis). Para los leones marinos (Otaria flavescens, aunque hay quienes utilizan también el nombre Otaria byronia ) la faena había finalizado en 1979 (excepto un par de zafras puntuales a mediados de los 80) por una razón muy simple: sus números, ya de por sí inferiores en Uruguay a los de las poblaciones de lobos, estaban disminuyendo notoriamente. Existía un motivo más que probable para esta tendencia.
Mientras la faena de lobos marinos se modificó para centrarse mayoritariamente en la eliminación de machos, con el objetivo de no disminuir la tasa de reproducción en esta especie poligínica (un macho se aparea con varias hembras), la de los leones marinos era distinta: se mataban cerca de 3.000 cachorros por año. Eso implica que se removía anualmente de la población a cerca de 1.500 hembras que podían formar parte del stock reproductivo futuro.
El impacto de esta política llevada a cabo durante 23 años parece haber llegado a nuestros días. Los leones marinos tienen todavía una tasa poblacional negativa en Uruguay (es decir, siguen disminuyendo) aunque llevamos muchos años sin perseguirlos oficialmente. Si bien no hay una sola explicación para este problema complejo, como veremos, ahora se suma un nuevo motivo de preocupación. Y no sólo para ellos.
Concentrados contra el mercurio
La bióloga Valentina Franco, del Departamento de Ecología y Evolución de la Facultad de Ciencias (Udelar), estudió durante años a lobos y leones marinos en la Isla de Lobos para sus tesis de grado, maestría y doctorado. Gracias a eso recolectó una buena cantidad de muestras que le permitieron sacar información muy valiosa y que todavía tienen mucho para decir.
Por ejemplo, Valentina se propuso analizar en las muestras de pelo de los lobos y leones marinos los niveles de mercurio, un metal muy tóxico que se bioacumula en los tejidos animales y se biomagnifica a lo largo de la red trófica; es decir, que los grandes depredadores tienen más cantidades ya que no sólo están expuestos a su presencia en el ambiente, sino que acumulan además el mercurio presente en los tejidos de sus presas. A Valentina le interesaba saber algo más al respecto porque su presencia no había sido analizada aún en estos animales en Uruguay, a diferencia de otros metales.
La liberación de mercurio al ambiente es causada por las actividades humanas, como la minería, los agrotóxicos y la combustión de biomasa. Una vez allí, es metilizado por bacterias -que lo usan como fuente de energía y lo transforman en metilmercurio-, pasa a formar parte de la cadena alimenticia y puede convertirse en un gran problema si alcanza cantidades significativas. Incluso en dosis no muy elevadas es capaz de provocar daños neurológicos e inmunodepresión, entre otros problemas, y tiene el desgraciado potencial de pasar barreras biológicas como la placentaria (se transmite de madres a crías).
Que puede convertirse en un problema para lobos y leones marinos, específicamente, lo sabemos gracias a trabajos anteriores realizados en otras partes del globo, que demostraron altas acumulaciones de mercurio en estos mamíferos marinos. Esto se ha notado principalmente en las especies que se alimentan en áreas costeras urbanizadas en las que se han desarrollado industrias que usan mercurio, como la minería.
Con estos antecedentes en mente y con el objetivo de indagar qué estaba ocurriendo en Uruguay con el mercurio y los otáridos (como se denomina a lobos y leones marinos), Valentina pensó en un socio ideal: Javier García, del Departamento de Ecología y Gestión Ambiental del Centro Universitario Región Este (CURE) de la Udelar.
Javier tiene su propia historia con este metal contaminante. En un trabajo publicado en 2017 halló acumulados importantes de mercurio en la playa Penino de San José, ubicada en una reserva natural cerca de la desembocadura del Santa Lucía, así como en varias playas de Montevideo. Los niveles altos encontrados en la playa Penino coinciden con la ubicación de una fábrica que produce lavandina mediante celdas de mercurio, un proceso cuya reconversión tecnológica fue solicitada hace años por la Dirección Nacional de Medio Ambiente (Dinama). Además, Javier fue parte del equipo que examinó la presencia de otros metales en otáridos en Uruguay.
Valentina y Javier unieron fuerzas y conformaron un equipo interinstitucional e internacional al que se sumaron el investigador brasileño Carlos de Rezende y la estudiante Mariana Freitas, del Laboratorio de Ciencias Ambientales de la Universidad Estatal de Norte Fluminense (Brasil), y los estudiantes de grado de Facultad de Ciencias Anaclara Roselli y Alex Valdés, que realizaron tesinas de grado bajo la tutoría conjunta de Valentina y Javier. Juntos publicaron un trabajo en el que compararon los niveles de mercurio detectados en lobos y leones marinos, y se llevaron una sorpresa que nos obliga a abrir los ojos.
Dime dónde comes y te diré...
Valentina y Javier suponían que encontrarían algunas diferencias en las acumulaciones de mercurio entre las dos especies. Los indicios estaban en dos pistas que dejan los alimentos en los cuerpos: los isótopos estables de carbono y de nitrógeno.
El primero da información sobre el lugar que ocupa un animal determinado en la red alimenticia (los valores de este isótopo se incrementan a medida que se “sube” en esta cadena) y el segundo permite entender en qué hábitat se alimentan generalmente los animales, al identificar de dónde vienen quienes están en la base de la red (si es materia vegetal típica de los ambientes costeros como las macroalgas, o si es más característica de mar adentro como el fitoplancton, por ejemplo).
Como sabían que los leones marinos suelen ocupar posiciones más altas en la red trófica, dada la biomagnificación, y que además se alimentan más cerca de la costa, que en el caso de Uruguay está asociada a condiciones ambientales más degradadas, supusieron que hallarían concentraciones de mercurio un poco más elevadas en esta especie.
Para averiguarlo, midieron los isótopos estables de carbono y nitrógeno, así como la concentración de mercurio, en 12 muestras de pelo de hembras de león marino y 25 muestras de pelo de hembras de lobo marino, tomadas entre 2006 y 2012.
Los resultados estuvieron en línea con su hipótesis, pero, aun así, los tomaron por sorpresa. “Honestamente no esperaba tanta diferencia entre las dos especies, pero lo que más nos llamó la atención fueron los valores altísimos de mercurio en leones marinos, que no tienen precedentes en estas especies”, dice Valentina.
En primer lugar, el análisis de los isótopos estables de nitrógeno y carbono confirmó lo que ya sabían. Los valores de ambos fueron significativamente más altos en los leones marinos que en los lobos, lo que muestra su mayor preferencia por los ambientes costeros y por presas que están más arriba en la red trófica. En promedio, la concentración de mercurio en las hembras de leones marinos fue tres veces superior que en las hembras de lobos marinos.
En cuanto a los niveles en sí de los leones, además de sorprenderlos los preocuparon. Con un promedio de 30,5 microgramos de mercurio por gramo de tejido, son los más altos registrados en otáridos en todo el mundo. Duplican, por ejemplo, la cifra hallada en un estudio similar en leones marinos de Steller, que habitan el Pacífico.
El simple hábito costero de nuestros leones marinos no puede explicar esta tendencia, señalan Javier y Valentina. El mercurio no necesariamente está más presente en los organismos de la costa que en los de los ambientes pelágicos, como han mostrado estudios realizados relativamente cerca de Uruguay, como uno hecho en la costa del sur de Brasil. La posible explicación hay que buscarla en las características de nuestro río más ilustre.
Río de la plata y del mercurio
“No es que la costa por ser costa tenga por sí una alta contaminación. La nuestra tiene la particularidad de que desemboca en ella el Río de la Plata, un estuario que descarga mucha agua con un montón de componentes de origen continental. Arrastra agrotóxicos, fertilizantes e incluso productos de tributarios lejanos. Y ni siquiera tienen por qué provenir de actividades actuales”, dice Valentina. El problema, tal cual aclara Javier en una frase que suena a título de película de James Bond, es que “el mercurio es eterno”.
Javier agrega que hay ríos que forman parte del sistema fluvial de la Cuenca del Plata, como el Bermejo o el Pilcomayo, que han sufrido una intensa actividad minera que utilizó mercurio durante siglos. También están los aportes de la minería del oro en Paraná. O los de los fungicidas organomercuriales usados durante décadas en plantaciones de caña de azúcar en Brasil. O los de nuevas industrias, como la de cloro-alkali, que utiliza grandes cantidades de mercurio para producir hipoclorito de sodio (lavandina) por medio de electrólisis.
Con lo que sabemos hasta el momento es imposible señalar con exactitud la fuente de mercurio que está afectando a los leones y lobos marinos y, por lo tanto, al resto de la fauna de las costas uruguayas. El equipo de investigadores busca ahora financiación para hacer nuevos monitoreos, tanto en animales como en sedimentos, que los ayuden a empezar a entender con más precisión el origen de este contaminante y el proceso de biomagnificación.
Las cifras son preocupantes en general, pero particularmente para esta especie, y los efectos que puede estar sufriendo, tal cual muestran estudios hechos en otros mamíferos piscívoros. “Los valores de mercurio hallados en el pelo de los leones marinos están muy por arriba del umbral a partir del cual se producen daños neurológicos en osos polares”, cuenta el artículo. Más precisamente, sextuplican ese umbral. Y exceden en un 50% los límites toxicológicos establecidos para análisis de pelo en mustélidos (que también son mamíferos piscívoros).
No hay estudios específicos en leones marinos como para saber qué efectos producen estos niveles de mercurio en la especie, algo que las próximas investigaciones podrían ayudarnos a entender. El equipo tiene planificado tomar nuevas muestras de pelo en 2025 y también de sangre, lo que permitiría establecer si hay coincidencia con las cantidades halladas o si estos animales logran “detoxificarse” a través del pelo, como han sugerido trabajos anteriores. Hay, sin embargo, algunas sospechas de que el mercurio podría estar generándoles ya problemas serios.
Combo en oferta
Los leones marinos, que sufren el problema mencionado de la tasa poblacional negativa en Uruguay desde hace décadas, recibieron en 2023 una mala noticia adicional: la llegada de la gripe aviar, que provocó la muerte de cerca de 1.500 ejemplares sólo en Uruguay. Este patógeno se ensañó con los leones marinos en Uruguay de una forma desproporcionada respecto a su población, que es 20 veces inferior a las de los lobos marinos en el país.
Esta desigualdad no le pasó inadvertida a Valentina. Cuando vio los resultados de los niveles de mercurio en leones marinos, sospechó que podía haber una relación entre ambas cosas. Se sabe que en dosis altas este metal genera inmunodepresión y por lo tanto más vulnerabilidad a las enfermedades. Además, estudios previos han mostrado un vínculo entre concentraciones de mercurio y la prevalencia de gripe aviar en aves migratorias, especies muy distintas pero que dan al menos una pista en este sentido.
“No podemos decir con certeza que esta es la causa, pero si tenés una misma enfermedad en dos especies similares que provoca efectos muchísimo mayores en una de ellas, entra en discusión si no está influyendo que tengan un sistema inmunodeprimido a causa de los niveles tóxicos más elevados de mercurio”, aclara Valentina.
Obviamente pueden estar actuando otros factores no analizados, como aclara Javier. En el ambiente hay exposición a muchos contaminantes y varios de ellos también se biomagnifican, como por ejemplo los clorados, permitidos en casi toda la cuenca del Plata. “No hay que olvidar que el endosulfano, que es un organoclorado muy tóxico que se bioacumula y se biomagnifica, se prohibió en Uruguay recién en 2012, pero igual sigue existiendo. Y que en los sedimentos hemos encontrado bifenilos policlorinados, prohibidos desde los 70”, agrega. A los bifenilos policlorinados, conocidos como PCB, se los ha llamado los “asesinos silenciosos” de las orcas, por los efectos nocivos reportados en la capacidad reproductiva de este depredador tope.
Todo esto es parte de un combo complejo que deja muy vulnerables a los leones marinos. “No sólo se alimentan en un ambiente más degradado en esta zona, como el costero, sino que eso también determina que tengan muchísima más interacción con las pesquerías”, dice Valentina.
Algunos aspectos de su biología reproductiva tampoco ayudan, como la costumbre de algunos machos sin territorio de raptar y matar crías de hembras, una práctica con efectos poblacionales negativos en grupos reducidos como los que suelen encontrarse en Uruguay. “Cualquier cosa que los haga más susceptibles a una mayor mortalidad preocupa porque impide que la población se recupere”, resume Valentina. Y lo que le ocurra, como especie sensible a los cambios en el ambiente y pieza fundamental en la red trófica, es también una advertencia para los humanos.
Carta de un león a otro león
Es posible que hablar de los riesgos del envenenamiento por mercurio en humanos traiga a la memoria algunas imágenes catastróficas, como el famoso caso de Minamata, la ciudad japonesa costera. De 1932 a 1968, una fábrica de productos químicos arrojó a la bahía local líquidos con altas concentraciones de metilmercurio. Esta sustancia se acumuló en los pescados que durante decenas de años comieron los residentes, que a partir de la década de los 50 comenzaron a registrar una serie de trastornos cerebrales, comportamentales y físicos que dieron nombre a una enfermedad: el síndrome de Minamata.
Como resultado de esta tragedia, en octubre de 2013 se suscribió el Convenio de Minamata, un tratado mundial para proteger la salud humana y el ambiente de los efectos adversos del mercurio, ratificado por Uruguay en 2014 por una ley que entró en vigor en 2017. Además de enfocarse en la implementación de alternativas a la producción con mercurio, la ley incluye un artículo mediante el cual los países ratificantes se comprometen a generar investigación, desarrollo y vigilancia del mercurio en los ecosistemas.
Antes de entrar en pánico por los niveles de mercurio detectados en los leones marinos uruguayos, hay que aclarar que lo que está ocurriendo en nuestras costas tiene poco que ver con ese caso extremo, como remarcan Javier y Valentina.
“Estos animales son esencialmente piscívoros y nosotros hacemos un uso mucho más esporádico del recurso. También comemos sólo el músculo, no el pescado entero, que es una parte del cuerpo en la que los niveles de mercurio no son preocupantes, sobre todo comparado con los registrados en algunos órganos”, explica Valentina.
Aun así, los leones marinos nos están lanzando una nueva voz de advertencia: lo que arrojamos a los ecosistemas acuáticos vuelve, tarde o temprano. Por lo tanto, el efecto en los animales que los habitan debería alertar incluso a los que no se preocupan por ellos.
Buena parte de los problemas fueron ocasionados hace ya mucho tiempo, en épocas en que se poseía menos información sobre los impactos de las actividades industriales, pero el uso de agrotóxicos, los vertidos de las fábricas y la incorrecta disposición de los residuos continúan librando mercurio y otros contaminantes al ambiente. El control es por ahora la única mitigación que tenemos, dice Valentina.
El hallazgo de acumulaciones de mercurio en nuestras playas es un recordatorio dolorosamente local y actual de esta realidad. Se puede actuar como si no hubiera mañana, pero, como quedó ya claro a esta altura, los eternos no somos nosotros sino el mercurio.
Artículo: Unveiling mercury levels: Trophic habits influence on bioaccumulation in two Otariid species
Publicación: Environmental Pollution (agosto de 2024)
Autores:: Anaclara Roselli, Javier García, Alex Valdés, Mariana Freitas, Carlos Eduardo de Rezende y Valentina Franco Trecu.