Dicen que somos lo que comemos, pero una reciente investigación nos lleva a reformular el refrán: comemos lo que nos dicen.

La valiosa investigación nos muestra que nuestras y nuestros jóvenes liceales no sólo están siendo bombardeados en redes con publicidad de alimentos no saludables (englobados bajo la etiqueta “ultraprocesados”), sino que hay una relación entre el consumo de esos productos y el tiempo que pasan en redes o el haber visto anuncios sobre ellos.

Titulado algo así como “Asociaciones entre la exposición al marketing digital de alimentos y el consumo de alimentos en la adolescencia: un estudio transversal en un país emergente”, el artículo lleva la firma de Gastón Ares, Lucía Antúnez y Florencia Alcaire, del área de Sensometría y Ciencia del Consumidor del Instituto Polo Tecnológico de Pando de la Facultad de Química de la Universidad de la República (Udelar); Leandro Machín, del Centro de Investigación Básica en Psicología (CibPsi) de la Facultad de Psicología (Udelar); Virginia Natero y Vanessa Gugliucci, de la Escuela de Nutrición de la Udelar; Carolina de León, de la División Salud de la Intendencia de Montevideo; y Tobias Otterbring, de la Facultad de Negocios y Derecho de la Universidad de Agder, Noruega.

La publicación viene a llenar un vacío de conocimiento tanto local como de la literatura científica internacional sobre los entornos alimentarios, en particular de la incidencia de la publicidad digital en el consumo de ultraprocesados. También viene a aportar evidencia a algo que es un secreto a voces o una impresión generalizada: internet es tierra de nadie y la falta de regulaciones, al menos para niñas, niños y adolescentes, deja el camino libre, en este caso para que la industria alimentaria y las cadenas de comida rápida traten de maximizar sus ganancias sin importar a qué costo. Pero el costo es claro y sabido.

“Uruguay presenta una de las prevalencias más altas de sobrepeso y obesidad en adolescentes de la región”, reseña el artículo citando datos de la Organización Mundial de la Salud de 2019 que marcan ese porcentaje en “33,6% de los adolescentes de 13 a 17 años”, es decir, uno o una de cada tres. Salvo quienes venden refrescos, comida rápida, galletitas y demás alimentos ultraprocesados, ya nadie niega la evidencia mundial abrumadora: “Las dietas poco saludables, y en particular el consumo de productos ultraprocesados, se han identificado como un factor de riesgo conductual relevante que contribuye al sobrepeso y la obesidad en adolescentes”. Así lo dicen en su trabajo.

También es sabido que hoy gran parte de la vida social de los adolescentes (y de los adultos también, no nos hagamos los sotas) pasa por las redes. Citando la encuesta “Usos de tecnologías de la información”, de 2019, llevada a cabo por el Instituto Nacional de Estadística, afirman que ya entonces “94% de los adolescentes de entre 14 y 19 años tenía acceso diario a internet y todos tenían al menos una cuenta en redes sociales”. Aun así, dicen que “todavía falta evidencia sobre las asociaciones entre la exposición al marketing digital de alimentos y los hábitos alimentarios en la mayoría del mundo”, aun cuando se sabe que eso es necesario “para reforzar políticas públicas de protección de los adolescentes”. Así que eso mismo se propusieron: “ampliar el conocimiento actual a través del análisis de la exposición al marketing digital de productos ultraprocesados y comida rápida entre adolescentes en Uruguay”.

Así que sin más, ávidos de evidencia sólida, nutritiva y novedosa, salimos al encuentro de Florencia Alcaire, Virginia Natero y Gastón Ares.

Claves de esta investigación

  • Buscando “evidencia sobre la relación entre el marketing digital de alimentos y los hábitos alimentarios” de los adolescentes, el equipo se propuso hacer una encuesta representativa en liceales.

  • Se proponía investigar la exposición que estos jóvenes tenían a avisos y publicidad digital de alimentos, así como las “asociaciones entre la exposición y la frecuencia de consumo” de distintos alimentos, en particular 16 categorías de alimentos no saludables considerados ultraprocesados.

  • La encuesta se llevó a cabo entre abril y julio de 2024. Obtuvo respuestas mediante formularios en papel completados por 1.542 liceales de entre 11 y 19 años de 29 liceos públicos y 10 privados de Montevideo.

  • 99,5% reportó usar al menos una red o medio digital. Las redes más populares fueron Youtube, Instagram y Tik Tok.

  • El promedio de uso diario de redes y navegación fue de 5,5 horas.

  • 88% reportó haber visto un anuncio de comida o bebida en medios digitales durante la semana previa a la encuesta. 39% reportó una exposición diaria en la semana previa.

  • Las redes donde declararon haber visto más de esos avisos fueron Instagram (73%), Youtube (67%) y Tik Tok (63%).

  • 7 de cada 10 participantes reportaron haber visto anuncios de comida rápida, refrescos y snacks salados. Menos de 2 de cada 10 recordaron haber visto anuncios de cereales para el desayuno y barritas de cereales, mermelada o dulce de leche, y sopas o caldos.

  • La exposición declarada a un anuncio de productos ultraprocesados o comida rápida en redes sociales o sitios web se asoció significativamente con una mayor probabilidad de reportar una mayor frecuencia de consumo de la categoría de producto anunciada.

  • Salvo para galletas saladas y dulces, en todas las otras categorías el aumento de las probabilidades de reportar una mayor frecuencia de consumo por haber visto anuncios “osciló entre 31% para la comida rápida y 114% para las bebidas energizantes”.

  • Un mayor tiempo en redes se asoció a un aumento de la probabilidad de consumo de alimentos ultraprocesados para casi todas las categorías. Por ejemplo, una hora extra de estar en redes se asoció a un aumento de 9% del consumo de energizantes o de 7% para snacks, alfajores, refrescos y comida rápida.

  • El equipo concluye que sus hallazgos “enfatizan la necesidad de implementar enfoques regulatorios para reducir la exposición al marketing digital de alimentos y bebidas no saludables y permitir que los adolescentes adopten y mantengan hábitos alimentarios saludables”.

Una encuesta que tardó pero llegó

El equipo de investigación hace años que viene estudiando los alimentos y su entorno, muchas veces influido por la publicidad y las estrategias de marketing de la industria. Por nombrar sólo algunas de las cosas en las que se adentraron algunos de sus integrantes, podemos nombrar el análisis de los octógonos de etiquetado frontal, el consumo de las mal llamadas bebidas energizantes, la presencia de aditivos que afectan la microbiota intestinal, el acceso a alimentos saludables en barrios periféricos de Montevideo, los engaños de la industria para imponer el uso de mamaderas y tetinas por sobre el pecho materno o cómo inciden los envoltorios en la elección de los alimentos que padres y madres compran para sus hijos. Son décadas de pensar en la salud y el beneficio de la población... y de cosechar enemigos dentro de la industria. ¿Cómo surge hacer este trabajo para ver si la publicidad en redes estaba incidiendo en el consumo saludable de alimentos en la adolescencia?

“Hace años que estamos trabajando en los entornos alimentarios, en entender cuáles son las características del mundo donde vivimos que nos llevan a comer de la forma en que lo hacemos”, comienza diciendo Gastón Ares. “Dentro de eso, hace tiempo que venimos abordando la publicidad, ya sea en los envases, en puntos de venta y en distintos lugares. Más o menos por 2020, en el contexto de la participación que yo tenía en un grupo de la Organización Mundial de la Salud, surgió como la necesidad de llenar ese vacío de evidencia que existía acerca de la publicidad digital”, afirma.

Como sabemos, en sus quijotescas aventuras en el mundo de la alimentación, Gastón no puede dejar pasar la oportunidad de arremeter contra los poderosos molinos de viento. “Hay muchos estudios que han abordado la influencia de la publicidad en general, particularmente en la televisión, sobre qué comen niños, niñas y adolescentes, pero no había demasiada evidencia sobre qué pasaba con la publicidad digital”, se excusa. Así que en 2020 presentaron un proyecto para estudiar eso.

“Tenía distintos componentes. Uno de ellos era entender qué características tenía la publicidad en las redes y ver con abordajes cualitativos cómo los y las adolescentes se vinculan con la publicidad en línea. Otro consistía en hacer una encuesta para poder entender cuál era la exposición a estas publicidades digitales y cuál era la asociación con el consumo de alimentos no saludables”, explica Don Quij... digo Gastón. “Por distintos motivos burocráticos, la implementación de esa encuesta que necesitaba múltiples avales, se tardó, por lo que la terminamos realizando después de la finalización del proyecto, que terminó en 2023”, señala.

En efecto, los datos de la encuesta que sustenta esta publicación fueron recabados entre abril y julio de 2024. Antes de eso habían hecho una encuesta piloto en algunos liceos privados, donde el papeleo fue más expeditivo. “Sin embargo, el tamaño de esa muestra era muy chico, lo que impedía sacar conclusiones generalizables”, comenta. Así que cuando tuvieron luz verde para realizar la gran encuesta que originalmente habían craneado, no dudaron en hacerla porque, como dice, “era una parte importante del proyecto, sobre todo en lo cuantitativo”.

Lo que dice es claro: una muestra pequeña y sesgada (por ejemplo, sólo en unos pocos liceos privados) no permite sacar conclusiones estadísticamente relevantes que se puedan generalizar a la población liceal. La encuesta que finalmente hicieron es bastante contundente: consiguió la respuesta de 1.542 liceales de 39 liceos públicos y privados. ¿Qué vieron con ella? Muchísimo.

Un primer dato llamativo sobre las redes y los menores

En la encuesta indagaban cuánto tiempo estaban los liceales en redes sociales o conectados a internet, qué redes usaban más y, obviamente, sobre las publicidades de alimentos que habían notado en esa actividad en línea que tenían.

En esta parte más descriptiva, el trabajo arroja datos relevantes, por ejemplo, que 99,5 de los 1.552 liceales usaban al menos una red y que, en promedio, pasaban unas cinco horas y media navegando o en distintas redes.

Uso de redes de liceales

Pero entonces el trabajo arroja un dato que ya de por sí es extremadamente relevante a la hora de pensar políticas públicas (o de intentar esbozar políticas domésticas por parte de madres y padres).

Pese a que “la edad mínima para registrarse en Instagram y Tik Tok es de 13 años”, la encuesta arrojó que 73% de los menores de 13 años tenían Instagram y 65% tenían Tik Tok. Eso, si bien no es específico sobre los entornos alimentarios digitales, sí tiene que ver con las estrategias de marketing que allí se dan. Por otro lado, como sucede con el alcohol, que está prohibido para menores de 18 años pero, según sabemos por las encuestas de consumo de drogas, 83% de los estudiantes de enseñanza media ya lo han consumido pese a ser menores de edad, esto nos muestra que entre las reglamentaciones y la realidad hay una gran diferencia (aun cuando la regla de los 13 años de Instagram y Tik Tok sean autoimpuestas por las empresas).

“Es un dato que ya nos había saltado, sobre todo en los enfoques cualitativos del proyecto, que implicaban conversar un montón con grupos de adolescentes”, comenta Gastón.

Florencia Alcaire coincide: “Tanto en esta como en otras investigaciones nos pasa que hay cosas que vemos que son secretos a voces: culturalmente los conocemos todos, pero nunca quedaron registrados en ningún lado o no están cuantificados más allá de esa percepción social. Capaz que no es innovador el dato, porque ya todo el mundo lo sabe, pero lo innovador es la forma en la que está cuantificado, que en este caso es muy sólida”.

Virginia Natero pone un ejemplo. “Cuando se habla de bullying en la escuela o en los primeros años de liceo, está esta cosa de las multiplataformas, de Whatsapp, de Instagram y demás, pese a que no tienen edad para estar en algunas de esas plataformas. Eso es algo que uno ya ha escuchado. Lo importante es que haya datos a nivel nacional que nos permitan reflejar claramente que es una realidad consolidada, porque muchas veces quedamos en el ‘se dice’ o ‘se conversa’. Esta muestra abarca un número de casos contundente, lo que nos permite reflejar una realidad de una forma que abre la puerta para preguntarnos: ¿y ahora qué hacemos?”, señala. Los datos nos pegan una bofetada: 73% de los menores de 13 años de esta gran encuesta están usando Instagram. Sería hora de reaccionar.

“Ahora está un poco más en boga todo el tema de pensar que tiene que haber una edad mínima de acceso a las redes, y hay algunos países, como Australia, que están tratando de avanzar en medidas regulatorias que fuercen a estas grandes compañías a controlar esos mínimos de edad”, lanza Gastón.

¿Por dónde llegan y atomizan más a los adolescentes?

Siguiendo con la descripción de lo que registró la encuesta, el trabajo señala que 88% de los y las 1.542 liceales declaró haber visto un aviso de comida o de bebida en las redes en la semana previa a que completaran la encuesta. 39% dijo haber visto al menos uno de esos avisos por día.

Frecuencia de exposición a anuncios de alimentos y bebidas en redes sociales o sitios web

¿Por dónde les llegaban esos avisos? La encuesta también nos lo muestra: “Instagram, Youtube y Tik Tok fueron las plataformas donde los participantes reportaron haber visto anuncios de comida y bebida con mayor frecuencia”. Por ejemplo, 73% dijo haber visto un aviso de alimentos o bebidas en Instagram.

En qué redes vieron los avisos de alimentos o bebidas

“Al ver cuáles eran las redes más mencionadas te das cuenta de cómo cambiaron las cosas respecto de lo que veías hace diez años, o quizás menos”, comenta Virginia. “Ahora Tik Tok y Youtube están entre las más usadas, y Snapchat fue para atrás. Esto nos recuerda que esto es una foto de una realidad de 2024 que posiblemente, si se vuelve a hacer en un tiempo, va a ser otra”, sostiene.

Eso es importante a la hora de pensar en regulaciones: no deben ser plataformadependientes, porque el uso de las redes cambia. Hoy están mayoritariamente en Instagram y Youtube, mañana quién sabe. Lo interesante es el dato de que, independientemente de por dónde, más del 99% pasó rato en redes y estuvieron en ellas unas cinco horas diarias en promedio.

Tormenta de avisos de alimentos no saludables en redes

La encuesta luego se adentró en lo más jugoso: de qué eran estos avisos de alimentos y bebidas que les llegaban. Para ello les preguntaron si vieron específicamente publicidad de alimentos que entran dentro de la categoría de ultraprocesados o de comida rápida, que son los que están asociados a las dietas poco saludables que llevan a enfermedades no transmisibles como la diabetes, la hipertensión o la obesidad.

“Les preguntamos si recordaban haber visto anuncios de productos de las categorías específicas que a nosotros nos interesaban, los productos ultraprocesados, que son los de mayor preocupación desde el punto de vista nutricional”, comenta Gastón.

Esas 16 categorías estaban conformadas por refrescos; bebidas energizantes; aguas saborizadas; jugos embotellados o en polvo; snacks salados (como papas chips, Doritos, Cheetos); panificados (bizcochos, donas, medialunas); galletas dulces o saladas; alfajores; cereales o barritas de cereales; leche saborizada, yogur o postres lácteos; helados; chocolates o golosinas; fiambres o embutidos (jamón, salame, panchos); condimentos (ketchup, mostaza, mayonesa); sopas o caldos, mermeladas o dulce de leche; y por comida que se sirve en restaurantes de comida rápida (como hamburguesas, pizza o papas fritas).

Lo de la categoría “ultraprocesados” puede ser discutido (ver recuadro aparte). Pero vayamos a los resultados de esta parte de la encuesta. De quienes afirmaron haber visto avisos en redes, 81% afirmaron que se expusieron a anuncios de comida rápida, 72% a los de refrescos y 71% a los de snacks.

El trabajo reporta que “7 de cada 10 participantes reportaron haber visto anuncios de comida rápida, refrescos y snacks salados”, pero “menos de 2 de cada 10 recordaron haber visto anuncios de cereales y barritas de cereales, mermelada o dulce de leche, y sopas o caldos”.

Anuncios que vieron los liceales en redes o sitios web reportados por categoría

“Lo que les aparece y ven los adolescentes está enfocado en el perfil de usuario que tienen. Por lo tanto, muy probablemente no vean tantas cosas de aceite, harina y arroz, porque no son los que deciden las compras en la casa”, comenta Virginia. “Lo que están viendo en esas redes sociales está absolutamente enfocado en determinados productos, que por lo general están vendidos más desde el posicionamiento de vivir una experiencia”, agrega.

“Que no vean publicidad de arroz ni de frutas o verduras está relacionado con que el sistema está orientado a venderte otro tipo de cosas. Y eso de cierta forma es lo que también permite entender cuál es el rol de esos mensajes que uno recibe todo el tiempo”, enfatiza Gastón.

“Nuevamente, esto es una foto de ese momento. El año pasado se dio un fenómeno particular, ya que una marca de snacks, Takis, hizo una campaña súper agresiva que estaba en todos lados, desde en los ómnibus hasta en las redes. Esta encuesta es una foto porque responde a esa dinámica de mercado que justo lanzó un producto”, señala Gastón.

Florencia agrega más datos a este caldo: “En la parte cualitativa del proyecto pasó también algo así con la cadena de comida rápida McDonald’s, que había hecho una gran movida en redes con Sebastián Yatra. Todo el mundo te decía que le saltó la publicidad esa con nombre y apellido”.

Florencia Alcaire, Virginia Natero y Gastón Ares.

Florencia Alcaire, Virginia Natero y Gastón Ares.

Foto: Alessandro Maradei

Virginia cuenta una anécdota personal que ilustra el punto, pero que además hace abrir los ojos. En 2022 viajó por trabajo a Estados Unidos, y sus hijos mellizos, de diez años entonces, le pidieron sólo una cosa: que les trajera Takis (la marca aún no había llegado a nuestro país). “Ellos nunca habían visto Takis en Uruguay, pero sabían que existían y los querían probar”, señala, ilustrando este poder de las redes sociales para generar demanda. “Al poco tiempo me preguntaron si sabía que los Takis iban a empezar a venderse en Uruguay. Ellos ya tenían ese dato, y lo mismo pasó con Kentucky Fried Chicken. Mis hijos estaban informados de que abría en breve y yo no tenía idea de qué me hablaban. ¿Por qué? Porque claramente no soy el público objetivo para esas publicidades en mis redes sociales”, dice Virginia. “De cierta manera, cuando se hace una encuesta como esta, refleja lo que está pasando en ese momento con la publicidad.

“Si lo hacemos ahora seguramente salga otra cosa. Ahora, por ejemplo, estamos cerca de Halloween...”, dice Florencia, apuntando a que tal vez hoy la categoría “chocolates y golosinas” subiría algunos peldaños. O los refrescos o galletas que salen con motivos para celebrar la ocasión. “Ellos son conscientes de esa temporalidad. Me pasó en un taller que di en estos días sobre bebidas energizantes. Muchos jóvenes decían que ya no están tan de moda. Eso pese a que la última encuesta nacional sobre consumo de drogas en liceales dice que cada vez se consumen más y a edades muy tempranas. ¡Cómo sería cuando realmente estaban de moda!”, exclama Florencia.

“Por cosas que hemos visto, en 2020 y 2021, en determinados niveles socioeconómicos, para pertenecer al grupo que marcaba tendencia, el auge eran los energizantes. Ahora en la adolescencia temprana de niveles medios y altos lo que está de moda para pertenecer y ser transgresor es el vapeador”, aporta Gastón.

“Eso nos muestra cómo, en cierto aspecto, llegamos tarde. El equipo ha avanzado de la forma más sincrónica posible, pero cuando el evento ya está sucediendo vos recién te estás dando cuenta. Y lo empezás a medir un poco más tarde. Cuando finalmente tenés los datos, de repente para ellos eso ya no es el centro”, lamenta Virginia.

Esto implica otro desafío: así como las políticas públicas de publicidad no deberían ser plafatormadependientes, tampoco debieran ser productodependientes. El producto con el que más se bombardea hoy con avisos puede ser otro mañana. Ahí es cuando es útil mirar la categoría entera de los ultraprocesados. El problema es qué imaginarios alimentarios son los que se están promoviendo en los adolescentes mientras usan las redes sociales.

¿Hay relación entre ver los anuncios en redes y consumir esos productos no saludables?

Luego de la parte descriptiva, en la que vieron el uso de redes, qué avisos les llegan y demás, cruzaron esos datos con la información que los liceales aportaron sobre sus dietas. Mediante regresiones y análisis, el trabajo indaga si hay relaciones entre la exposición a publicidades y las horas que pasaban en redes con el consumo de ultraprocesados. Ahí empiezan a pasar varias cosas interesantes.

Para la mayoría de los alimentos encontraron que haber sido expuestos a la publicidad la semana anterior a la encuesta se relacionaba con un aumento de la probabilidad de haber consumido esos productos. “La exposición autodeclarada a un anuncio de productos ultraprocesados o comida rápida en redes sociales o sitios web se asoció significativamente con una mayor probabilidad de reportar una mayor frecuencia de consumo de la categoría”, señalan en el artículo tras hacer las regresiones.

Eso pasó con 15 de las 16 categorías de ultraprocesados: la excepción fueron las galletas saladas y dulces, “cuya frecuencia de consumo no se asoció significativamente a la exposición a anuncios en redes sociales o sitios web durante la semana previa a la encuesta”. Para las demás la cosa fue brava, y la probabilidad de haberlos consumido tras ver los avisos fue entre 31% para la comida rápida y 114% para las mal llamadas bebidas energizantes.

Aumento de probabilidad de reportar consumo

Estos datos que reportan no sólo son valiosos para Uruguay, sino que son novedosos para la literatura mundial sobre publicidad digital y consumo de productos. En el trabajo lo dicen así: “Hasta donde se puede determinar, este es el primer estudio que informa asociaciones entre la exposición a publicidad y la frecuencia de consumo de categorías de productos específicas”.

“Tampoco hay tantos trabajos”, se ataja Gastón. “Dado que existe ese vacío en el conocimiento sobre la influencia de la publicidad digital, no hay tantos trabajos que analicen asociaciones con consumo. Cuando pensamos la encuesta, nos pareció que era súper interesante poder establecer relaciones a nivel de categoría de alimentos, ver si recordar haber visto publicidades de esa categoría influía en la frecuencia de consumo de la categoría. El diseño de la encuesta tuvo que ver con pensar eso”, explica, y uno duda entre pedir un aplauso o señalar que en ciencia el diseño experimental es sumamente importante.

Volviendo a los datos, hay uno que resulta de sumo interés. Si bien las bebidas “energizantes”, que en realidad son drogas estimulantes, no estuvieron entre los productos de los que más recordaban haber visto publicidades, y por más que los adolescentes dijeron que estaban pasando de moda, el trabajo reporta que es en esa categoría donde la exposición a la publicidad en la semana previa a la encuesta aumenta el máximo de probabilidades de que las hayan consumido: 114%. Parece que el producto en el que cada peso invertido en publicidad rinde más es en las bebidas energizantes.

“Ellos dicen que es una moda que ya pasó, pero en realidad cuando uno mira los números no es tan así”, apunta Florencia.

“Eso tiene que ver con entender las motivaciones para el consumo y por qué esos primeros productos se posicionan de esa forma. Si mirás el dato de la venta de bebidas energizantes, desde 2020 el consumo viene creciendo casi exponencialmente. No es casual, no es porque a alguien se le ocurrió la maravillosa idea de tomarlos, es porque están influidos por lógicas de mercado que, obviamente, también pasan por la publicidad, que es lo que aquí vemos”, remarca Gastón.

“Y pasan por la publicidad desde distintos lugares y desde distintas lógicas que usa la industria. Hay algunas que van más por el influencer, otras que van a usar más la publicidad en la vía pública, otras por redes. Cada una usa una lógica distinta, pero lo que es interesante ver es que en esa categoría en particular, que es una categoría nueva, logran posicionarse como algo central. En eso juega la publicidad”, sostiene.

“Puede ser que en este momento, cuando estaban trabajando a nivel cualitativo, los energizantes no fueran lo primero que los adolescentes tenían en mente, pero el impacto y la construcción que hay detrás se mantienen. Entonces, están migrando para otro lado, pero todavía no a la suficiente velocidad para que disminuya el consumo y no siga siendo lo que los posiciona y les da sensación de pertenencia”, comenta Virginia.

Más tiempo en redes, más consumos de alimentos poco saludables

“Lo otro que también es interesante es que vimos que el tiempo que pasan en las redes también se asocia con una mayor frecuencia de consumo de casi todas las categorías”, desliza Gastón.

En el trabajo reportan que “en 12 de las 16 categorías, el uso total de redes sociales se asoció significativamente con una mayor probabilidad de reportar una mayor frecuencia de consumo de productos ultraprocesados o comida rápida”.

Para colmo, estimaron mediante regresiones cuánto impactaría cada hora extra pasada en redes en el consumo. En los primeros lugares estuvo que una hora más de estar en redes sociales aumentaba 9% la probabilidad de consumir bebidas energizantes, y 7% la de consumir snacks, refrescos, alfajores o comida rápida. “Las cuatro categorías que no siguieron esta tendencia fueron agua saborizada, galletas saladas o dulces, cereales y barritas de cereales, y helados”, dice el artículo.

Probabilidad de aumento del consumo por hora extra de uso de redes sociales

“Eso habla también de esta idea de la construcción de normas sociales o de imaginarios alrededor de la comida. Si todo el tiempo estás expuesto a publicidad de ultraprocesados, de cierta forma eso te orienta a un tipo de consumo que termina manifestándose en estas asociaciones entre la frecuencia de consumo y las horas de exposición a redes”, comenta Gastón.

¿Podemos hablar de una relación causa-efecto?

No, este tipo de trabajos no buscan decir que una variable explica la otra, sino que muestran relaciones entre ambas. “Estrictamente este tipo de diseño no permite establecer una relación causa-efecto. No es que puedas decir que porque vieron más publicidades consumen con más frecuencia”, explica Gastón.

Pero en el trabajo dicen algo importantísimo, porque la otra alternativa también es preocupante: “Una mayor frecuencia de consumo de una categoría específica de producto puede generar un sesgo atencional, lo que aumenta la probabilidad de que los adolescentes presten atención y recuerden los anuncios de productos que les gustan y consumen con frecuencia. Además, los algoritmos de segmentación en redes sociales pueden provocar una mayor exposición a anuncios de productos específicos debido al mayor interés del usuario”. Así las cosas, dicen que una “relación causal inversa (es decir, una mayor frecuencia de consumo que desencadena una mayor exposición a los anuncios) también es preocupante desde una perspectiva de salud pública, ya que puede contribuir a reforzar las preferencias alimentarias poco saludables y las normas sociales en torno al consumo de comida rápida”. Contundente.

“Aunque fuera lo contrario, que como consumen más les aparecen más publicidades, eso también es un problema, porque se está reforzando esa construcción del consumo”, apuntala Gastón. ¡Y claro! Si los algoritmos están pautando aquellas cosas poco saludables que nuestros adolescentes ya consumen, es como mostrarle publicidades de jeringas a un adicto a la heroína. ¡Ey, publicidad, usted no está ayudando!

“Más allá de la relación causa-efecto, el problema real es que hay una asociación entre uso de redes, exposición a publicidades de ultraprocesados, y su consumo. Todo lo demás es otro problema. Y sea cual sea la relación, si es causa-efecto o no, de cualquier forma esto requeriría una regulación”, remarca Virginia. Así que hablemos de eso.

¿Qué hacer? ¡Juntar coraje y regular!

Uno asume que el objetivo del trabajo, y de lo que viene haciendo el grupo de investigación, en generar evidencia que sustente política pública. Hoy la publicidad está sucediendo mayoritariamente por estos canales digitales, y en los adolescentes eso es aún más importante todavía. Si queremos hacer algo para disminuir el consumo de estos productos, que se sabe que están relacionados con varias enfermedades no transmisibles, hay que atacar la publicidad en redes.

“Sí. En realidad hace falta una gran cruzada contra la publicidad de alimentos en general. Porque las redes son una parte del asunto, pero tendría que haber una regulación bien abarcativa de la publicidad de alimentos no saludables. Creo que ese es uno de los grandes debes que tiene el país en materia de política pública”, señala Gastón. “Estoy convencido de que es el punto que debemos tocar si queremos dar un salto cualitativo en relación con lo que comemos. No va a ser algo inmediato, pero a largo plazo seguro que sí”, remarca.

“Probablemente esta sea la regulación que despierte la mayor oposición de la industria. Ya pasó. Cuando en el período anterior se discutió en la Comisión de Salud de Diputados la ley de entornos alimentarios saludables que presentó la actual ministra de Salud [Pública, Cristina Lustemberg], cuando uno mira las objeciones de la industria, las cámaras de publicidad y demás, tienen que ver con la pata de la regulación de la publicidad. Y eso habla obviamente del impacto de esa regulación en el comportamiento de las personas”, afirma Gastón.

“La regulación de la publicidad de los alimentos está dentro de las políticas públicas recomendadas a todo nivel para promover la alimentación saludable. Así lo recomienda la Organización Mundial de la Salud. Creo que ese es un debe muy grande en el que deberíamos avanzar. Y al pensar en la publicidad hay que pensar necesariamente en los entornos digitales”, sostiene.

“En Reino Unido, que es el país que está más avanzado en esa línea, a partir de octubre entrará en vigencia una prohibición total de publicidad en línea de alimentos con determinados perfiles nutricionales. No se trata de prohibir la publicidad hacia ciertos grupos, como niños, niñas y adolescentes, sino que es prohibición total, con todas las complejidades que eso tiene”, pone como ejemplo.

Virginia dice que las regulaciones de publicidad traen desafíos. “Por ejemplo, el de la publicidad transfronteriza. Vos podés regular, hacer una pausa en Uruguay, pero tenemos un comercio muy articulado con los vecinos, tenemos un gran volumen de alimentos que se importan del Mercosur. Entonces tenés un gran volumen de publicidad que está anclada en sitios web y redes de la región. Si eliminás los influencers de aquí, ¿qué pasa con el resto?”, reflexiona.

“Obviamente ninguna regulación va a ser perfecta, pero va a ser mejor que no hacer nada”, redondea Gastón.

Uruguay en cierto momento se caracterizó por ser innovador en su legislación. Tenemos grandes casos en los que fuimos valiente vanguardia. Fuimos pioneros en la región en legislar contra el consumo de tabaco en espacios abiertos, y en imponer estrictas normas para su empaquetado. Fuimos primeros en el Mercosur en adoptar el etiquetado frontal con octógonos. En las cantinas escolares hoy hay determinados productos que no se pueden vender. Regularizamos el mercado de la marihuana. Uruguay tiene todo para ser un laboratorio donde probar cosas nuevas, como hicimos también con Ceibal y el plan de una computadora por niño y niña. Si algo funciona en un país chico como este, podría funcionar en otras partes. Ya hay un proyecto de ley de entornos alimentarios. La publicidad es parte de ese entorno. Aquí tenemos excelente evidencia de que si queremos ayudar a comer mejor a los adolescentes, debemos limitar la publicidad en redes de muchos productos.

“La ministra de Salud actual entiende la relevancia de todo esto, porque creó una ley potente que regulaba todo tipo de publicidad, incluida la publicidad en línea, así como otros aspectos de los entornos. Eso es una oportunidad para pensar que en estos cinco años podríamos avanzar en esta línea”, sueña Gastón.

El trabajo aporta evidencia de calidad que apoya aún más a aquel proyecto de entornos alimentarios presentado en el período anterior por Cristina Lustemberg. También nos habla de la urgencia de empezar a desempolvarlo cuanto antes.

Artículo: Associations between exposure to digital food marketing and food consumption in adolescence: a cross-sectional study in an emerging country
Publicación: BMC Public Health (setiembre de 2025)
Autores: Gastón Ares, Lucía Antúnez, Florencia Alcaire, Virginia Natero, Vanessa Gugliucci, Leandro Machín, Carolina de León y Tobias Otterbring.

¿Ultraprocesados? Sí, ultraprocesados

La pregunta es para todos, pero como Virginia es investigadora de la Escuela de Nutrición, la miro al hacer la pregunta. ¿Define la categoría “ultraprocesados” a estos productos poco saludables que se venden como alimentos? La clasificación, creada en Brasil por Carlos Monteiro y su equipo del Centro de Investigación Epidemiológica en Nutrición y Salud de la Universidad de San Pablo, lleva el nombre de NOVA. En ella, en una escala de 1 a 4, los ultraprocesados son los alimentos y bebidas del nivel 4. La clasificación tiene algunos detractores, así como algunas objeciones.

“Esa es una linda discusión que vale la aclaración. No la vamos a saldar acá, por las dudas de que tengas alguna expectativa de eso”, bromea Virginia.

“El de los ultraprocesados es un término que está cuestionado, es cierto. Pero para mí lo importante es que se trata de una forma de describir algo que refiere al sistema alimentario. El ultraprocesado como término hace referencia no sólo a las características de los nutrientes, a los tipos de ingredientes, sino también a la publicidad y, en cierto aspecto, hasta al objetivo de producción que tiene el producto. El nombre parece hacer referencia sólo al procesamiento del alimento en sí, y ese es uno de los grandes cuestionamientos que tiene la clasificación. Pero creo que esa clasificación lo que hizo fue posicionar el tema y permitir mirarlo desde una perspectiva amplia”, aclara Virginia.

“Como tantas cosas, más tarde o más temprano ese término va a tener una revisión. Pero lo que sí permitió fue identificar un tipo de alimento que tiene ciertas características más allá de la perspectiva reduccionista del aporte nutricional, y que incorpora también dónde se consumen, cómo se consumen, en qué lugar se consiguen, de dónde vienen, dónde se producen, qué tipos de aditivos tienen, si vienen de una economía local o vienen de Asia, qué tipo de publicidad tienen o desde qué lugar nos los están vendiendo. ¿Me están vendiendo un alimento o me están vendiendo una experiencia? De todo eso habla esa clasificación. ¿Es el nombre adecuado? Capaz que no, pero sí es una forma de identificarlos, y eso nos permitió investigar e identificar el impacto que tienen en la salud”, reflexiona Virginia.

En un mundo dominado por la ciencia del Norte, que un concepto que ha generado tanto revuelo haya salido de acá cerquita es algo que nos tiene que llenar de orgullo.

“Sí. Y además su anclaje inicial ha sido en esta zona del mundo. América Latina es quien ha abrazado ese concepto y ha avanzado más en su estudio. El resto del mundo ha ido demorando más en incorporarlo y hay áreas del conocimiento que todavía no lo tienen ni definido ni incorporado. Entonces todavía hay un gran camino por transitar”, comenta Virginia.

Volviendo al trabajo presente, Virginia afirma que ver a estos alimentos como ultraprocesados incluye “el análisis de la publicidad, de cómo se informan los adolescentes de los alimentos y de cómo se los venden. Todo eso es parte del concepto de ultraprocesados”.

Detalle uruguayo

En el trabajo hay una pizca de uruguayez. Entre todos los alimentos ultraprocesados, figuran como una categoría, porque aquí son relevantes, los alfajores. Y como el trabajo sale en una revista internacional, tienen que definirlos. En inglés lo dicen así: “traditional product composed of two soft biscuits, joined by a sweet filling, usually covered in chocolate”. En español vendría a ser algo como “producto tradicional compuesto por dos galletas blandas, unidas por un relleno dulce, generalmente recubiertas de chocolate”.

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