Desde hace unas cuantas décadas, pero fundamentalmente en lo que va de este siglo, los campeonatos mundiales de fútbol se han convertido en la máxima competición de élite de este deporte: los 32 colectivos que participan son realmente de los mejores equipos integrados por jugadores de una misma nacionalidad.
Sembradas de a cuatro por grupo, esas representaciones buscan en su mayoría la clasificación, por sobre lo que debería ser lo primero en otras circunstancias, que es desarrollar el mejor juego posible.
Por más que hay colectivos que están por encima del nivel de la media, y otros que están por debajo de esas exposiciones promedio, todo se hace muy dificultoso, sobre todo en los partidos iniciales, en los que se suma otro montón de variables de tipo emocional, porque al tratarse de una competencia no es posible más que proyectar lo que podría hacer el antagonista, pero nunca establecer un modelo vivo de lo que pasará en los 90 o 100 minutos de juego, y porque las variables son tantas y tan dinámicas, que un centímetro más acá o un segundo antes o después pueden cambiar y modificar las prestaciones individuales, colectivas, tácticas y estratégicas.
En el marco de los partidos iniciales de cada uno de los equipos sobre un techo de tres encuentros, son pocos los que arriesgan tanto como en una competencia de largo aliento en la que hay espacio para recuperarse de caídas y tiempo para afianzarse. Eso sucede sobre todo en aquellas selecciones que llevan más peso sobre sus espaldas, ya sea por la posible plenitud futbolística del momento, por la condición histórica de estar siempre en la pelea, por el exitismo popular de sus aficionados y de la prensa, que de alguna manera remite al comportamiento general del equipo.
También es cierto que, dentro de este casillero y ante la paridad de la competencia, hay otros equipos que no pueden dar más que lo que dan, incluso arriesgando tanto como puedan, y otras selecciones, las de menos consideración, las de menos roce mundialista, que están en las antípodas de estas posturas, y como no tienen nada que perder arriesgan todo cuanto pueden.
Así se han dado estos cinco días de competencia, con equipos que no han logrado desenvolverse como la expectativa media lo esperaba, lejos de una manija inadecuada e inútil que después terminará contrastando con la prestación natural del seleccionado, y otros que han logrado resolver con luz su enfrentamiento inicial, lo que no necesariamente los proyecta como los futuros campeones. Hubo también equipos que estuvieron bastante por debajo de la media esperada, como Qatar, lo que es fácilmente explicable porque como organizador es el único de los 32 que no se clasificó por competencia.
Sorpresa, por no esperada, fue la derrota de Argentina, pero por lo expuesto en juego ese día y en ese partido no debería sorprender que haya ganado Arabia Saudita. ¿Por qué sorprendería que Japón le hubiese ganado a Alemania? La sorpresa fue alimentada por los prejuicios con que nos planteamos estas contiendas. Sorpresa pudo ser la goleada excesiva de España sobre Costa Rica, pero esa noche la roja pudo haber hecho hasta más goles ante el pobrísimo desempeño de los ticos.
Sí puede haber sorpresas por desconocimiento o por falta de apreciación. En mi caso, la selección que más me gustó fue una que perdió: Senegal. Los africanos hicieron una gran exhibición ante Países Bajos, pero en los últimos cinco minutos terminaron recibiendo dos goles.
Buena también fue la presentación de Francia ante una floja presentación de Australia, que pareció ubicarse dentro de las que están algunos escalones abajo. También la de España, con un fútbol absolutamente fluido frente a una muy débil y casi pusilánime Costa Rica.
Seguramente esta primera fecha de cada uno de los ocho grupos no da la medida de quiénes son los candidatos que se proyectan seguros para estos 20 días de competencia, ni para adelantar eliminaciones inmediatas, aunque en el caso de los derrotados el tema de los puntos para clasificarse empieza a pesar, pero menos que las pobres presentaciones de Qatar o Costa Rica.
Hubo perdedores –el caso de Senegal es el más notorio– que deberían haber sumado y ganadores que terminaron con más puntos que los que parecía que iban a llevarse. Irán fue goleado en la fecha inicial, pero había dejado una buena sensación hasta que se desbarrancó y ya en su segundo partido ante Gales demostró que estaba para más, con un gran triunfo.
En cuanto a las condiciones de juego, han sido normales, buenas y muy buenas por la calidad de los campos de juego. El horario de las 13.00 no está bien, dado que la temperatura ambiente y el sol modifican notoriamente la mejor expresión de los futbolistas. Un poco mejor es el de las 16.00, cuando ya está cayendo el sol y empieza a anochecer. El de las 22.00 es bueno para todos, a excepción de los miles que estamos en Qatar, quienes terminamos la jornada en la madrugada.
Lo inadmisible de estos primeros días ha sido la prohibición por parte de la FIFA del intento de moderado pronunciamiento de algunos seleccionados a favor de los derechos humanos usando un brazalete LGBTI, con amenaza de sanción. No menos triste ha sido la nula acción de los seleccionados latinoamericanos, que no esbozaron el más mínimo gesto.