Falta poco para la Marcha del Silencio. No hay disimulo: este número se armó con el 20 de mayo en la cabeza. Se cumplieron 40 años de democracia ininterrumpida en nuestro país y hasta ahora los pactos siguen vigentes: quienes saben no hablan y quienes no sabemos, entonces, señalamos esa ausencia marchando sin hablar.

“Más que silencio, lo que se escucha es un zumbido”, dijo Sandro Pereyra, el editor de fotografía de Lento, al describir el paisaje sonoro de la Marcha. Porque al fin y al cabo, ¿qué es el silencio si no una percepción imposible que enseguida se vuelve metáfora? Y se fuga. Para explorar algunos de sus sentidos armamos este número en plural.

Gran parte de los artículos de este mes gira en torno a lo no revelado como estrategia política y los traumas colectivos. En “Todo pasó allí”, Facundo Verdún escribe sobre La Tablada, un espacio que durante la dictadura funcionó como centro de detención y cuartel de inteligencia y desde 2019 es un sitio de memoria. “Que aparezcan los datos y no los relatos”, dice uno de los entrevistados. Y mientras esos datos no aparecen, el Grupo de Investigación en Antropología Forense remueve, desde 2015, la tierra para encontrar restos de desaparecidos, una tarea milimétrica y titánica narrada por Diego Guardado en “Cuando los huesos hablan”.

Pero antes de los desaparecidos durante la última dictadura hubo otros cuerpos enterrados de los que no se quiere hablar. En “L3f1b1a1”, Eduardo Delgado cuenta la historia del hallazgo de los restos de un adolescente africano esclavizado en el siglo XIX en el Caserío de los Negros y cómo esto remueve una herida que sangra, silenciosa, en nuestra cultura. Por otra parte, desde Argentina el fotorreportero Guido Piotrkowski les da visibilidad —y voz— a los jubilados que cada semana protestan frente al Congreso y resisten los gases y los palos en el ensayo fotográfico “Mil setecientos miércoles”.

¿Y los silencios individuales? Suele asociarse el silencio a la introspección, el recogimiento, la sabiduría. Tamara Silva Bernaschina y el fotógrafo Alessandro Maradei visitaron el centro budista construido en las sierras de Lavalleja para contarlo en “Seguir a los caballos”. Pero los claustros no siempre nos elevan, muchos se parecen bastante a cárceles. Así lo cuenta la historiadora Erin Maglaque en “Los paisajes sonoros de las silenciadas” al describir cómo durante el Renacimiento, en Florencia, una de cada cinco mujeres vivía en instituciones en las que se les prohibía hablar.

La palabra cura, prometen las terapias confesionales, pero la escritora francesa Neige Sinno no está de acuerdo. Ella decidió contar cómo fue abusada durante su infancia por su padrastro —primero a un amigo, luego a su madre, luego a la Justicia— y escribió esa historia décadas después en Triste tigre, un relato brillante y demoledor del que publicamos el primer capítulo.

Aunque no cierre las heridas, la creación trabaja desde los silencios y sus (im)posibilidades; de esto tratan el ensayo musical de Martín Pérez “El arte de crear voces”, la novela La locutora comunista, de Marcos Grajales, el libro de Sofía Pinto Román Me entrego al silencio, del que publicamos extractos, y la entrevista que le hizo Federico Medina al músico brasileño Paulinho Moska, quien expone en Montevideo una muestra fotográfica a partir de un proyecto de nombre más que elocuente: Zoombido.