Hoy es 21 de noviembre. Faltan tres días para el balotaje.

Ninguna de las encuestas conocidas sobre intención de voto en el balotaje del domingo permite un pronóstico contundente. Mientras convivimos con la incertidumbre, puede ser útil repasar algunos datos que a veces se olvidan en el vértigo de lo inmediato, para comprender mejor la situación política del país y sus perspectivas, gane quien gane.

Las encuestas pueden ser más o menos representativas, pero la medición de preferencias similares por las fórmulas Yamandú Orsi-Carolina Cosse y Álvaro Delgado-Valeria Ripoll tiene antecedentes que la hacen verosímil. Entre ellos, los resultados de la segunda vuelta de 2019 y del referéndum contra 135 artículos de la ley de urgente consideración aprobada en 2020. El panorama cercano a la paridad en los últimos cinco años implica que no se cumplieron expectativas de ambos bloques.

Desde la fundación del Frente Amplio (FA) en 1971, buena parte de las personas identificadas con él creyeron que cuando llegara al gobierno nacional, continuaría su crecimiento, porque les demostraría a grandes sectores de la población que se habían equivocado votando a los partidos Colorado y Nacional.

A su vez, buena parte de las personas identificadas con el actual oficialismo creyeron que el triunfo del FA en 2004 se había debido a una combinación de causas coyunturales (en especial, el impacto de la crisis de 2002) y malas artes para lograr apoyo de la ciudadanía. Por lo tanto, confiaron en que la experiencia de los gobiernos nacionales frenteamplistas desilusionaría para siempre a gran parte de sus votantes.

Al comienzo del actual período de gobierno, la aprobación a Lacalle Pou hizo crecer la esperanza oficialista de que nunca más ganaría el FA, y luego el frenteamplismo se ilusionó con la previsión de que el desempeño de la “coalición multicolor” la llevaría a una clara derrota en estas elecciones.

Ninguna de esas expectativas se vio satisfecha. Por el contrario, hoy parece que el resultado atípico y vinculado con factores coyunturales hubiera sido el de la primera vuelta de 2019. En la primera vuelta de este año el actual oficialismo decreció, el FA recuperó apoyo y la integración del próximo Parlamento abatió aún más las esperanzas sobre una mayoría creciente de alguno de los dos bloques.

Hay quienes interpretan que el mensaje de la ciudadanía a los partidos fue “Pónganse de acuerdo”. Es discutible, porque hace un año, sin candidaturas definidas, 80% de las personas consultadas en encuestas ya estaban decididas a votar para que uno de los dos bloques ganara. Hilando más fino, sí se puede decir que los triunfos de Álvaro Delgado y Yamandú Orsi en las internas de este año, junto con la fuerte caída electoral de Cabildo Abierto, señalan cierta preferencia por las posiciones menos polarizantes.

De todos modos, también puede ocurrir en el futuro que dentro de un bloque o de ambos predomine la convicción de que es preciso polarizar más para lograr mejores resultados. Y no deberíamos descartar que la desilusión con las dos grandes alianzas en pugna haga crecer el apoyo a propuestas brutalmente antipolíticas. Ha sucedido en muchos países, algunos de ellos cercanos, y la creencia en nuestra excepcionalidad es riesgosa.

Hasta mañana.