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la diaria

Fuera de sección

Foto: Nicolás Celaya
Fuera de sección

Por esta noche

Nocturnos o noctámbulos, ovillados en sí mismos, a la espera de un santo, un mensaje privado de Facebook o recorriendo en la noche pasiva y silenciosa un muro que no les trae noticias. Leyendo un libro; mirando tres películas consecutivas; escribiendo, los poetas aplicados; tomándose la cabeza con las manos que se achican en la oscuridad del insomnio, los más desesperados. Pero los noctámbulos mortales generalmente no traducen el ruido del pecho o del alma en obras que perduran. Están ahí, impacientes o impávidos, o arrojando fuera de sí, también, largos días de hastío, perdiendo el tiempo, ganándole una cuota silente al vacío de lo gregario.
Migrantes cruzan la línea fronteriza entre Grecia y Macedonia, el domingo, cerca de la ciudad de Gevgelija, Macedonia. Foto: Robert Atanasovski, AFP
Fuera de sección

La humanidad dormida

La fotógrafa turca Nilüfer Demir retrató a un niño muerto en las costas de Bodrum, al sur de Turquía. El niño es un sirio de tres años que escapaba junto a su familia de la persecución jihadista e intentaba entrar a Europa por la costa de Kos, en Grecia. Uno más de los cientos de miles de sirios que intentan a diario escapar de la guerra, uno más de los tantos que mueren ahogados, asfixiados, deshidratados, de hambre, de calor. Pero no es uno más. Se llamaba Aylan Kurdi, tenía tres años, era de la región de Kobane y es el único refugiado que nos duele en serio.
Foto: Iván Franco
Fuera de sección

La sal de la vida

Quiero llorar y no puedo. Estoy anestesiado. Mis brazos en alto se cayeron en la adolescencia y luego sólo tengo impulsos de furia y ataques de palabra. Quiero llorar por los cincuenta hombres tirados en la calle que conté hace una noche en un recorrido de cincuenta cuadras; por todos los cantes que ya no son nombrados; por la anciana que con una vergüenza inconmensurable le preguntaba a la cajera de un súper lleno de empleados explotados si podía hacer una compra por cien pesos con la tarjeta del Mides. Tengo miedo a vivir con miedo; me tengo miedo a mí mismo; tengo miedo por mí.
Foto: Santiago Mazzarovich
Fuera de sección

Guaranguito de extramuros

La reaparición de Héctor Amodio Pérez/Walter Correa (su identidad española), para los que no fuimos contemporáneos de la existencia previa que hasta ahora le conocíamos, parece más bien el desentierro de un personaje literario, o al menos el de una non fiction local un poco esperpéntica. No hubo que ir a sacarlo de ninguna vitrina: volvió solito a los pagos donde alguna vez fue cacique tupamaro.
Foto: Federico Gutiérrez
Fuera de sección

Cliché con ritos

No sé si es por ósmosis ritual y cultural o estupidez propia que voy a escribir la palabra que sigue: nostalgia. Lo cierto es que estoy escribiendo un 24 de agosto y esa fiesta que los uruguayos festejan se me cuela en el cerebro y me hace pensar todo el día en imágenes, interpelaciones, pavadas por decir. La nostalgia es el verdadero sentido innato de esta cultura. Es Maracaná, la educación pública, aquellos años en los que fuimos jóvenes y, si no bellos, al menos vigorosos.
Foto: Iván Franco
Fuera de sección

Yo maté a mi psicóloga

A los psiquiatras no les gusta nada que uno a veces quiera drogarse por su cuenta. En todos mis años de drogadicción forzosa me han hecho cócteles de todo tipo: si éste te hace demasiado zombi pará que te subo un poco más el otro; si el otro te da más ganas de matarte que nunca te lo cambio por aquél; ¿aquél te hizo subir diez kilos en dos meses?, no hay problema, te lo cambio por este otro.
Foto: Santiago Mazzarovich
Fuera de sección

Decirlo todo - Locura en el ómnibus

El ómnibus va repleto. Cada uno en un mundo: el que se ve por la ventanilla; el que está fuera del libro que se lleva entre las manos; el denunciado por la mirada perdida o fija en un punto de la existencia o de la cena; el pragmático, ese que se toma fuerte del pasamanos para no caer sobre otro cuerpo aunque mira de reojo, sabiendo que los otros existen y deseando que no existieran, vigilando tenazmente al que está a cinco centímetros del asiento que puede quedar vacío porque la mujer empieza a acomodar su cartera y se arregla el saco mientras ponemos en juego el impulso animal: ganar ese asiento.