Arnaldo Souza. Contador. “Jairzinho era un niño lleno de energía, incluso si se tiene en cuenta que teníamos tres años y estábamos en preescolar, que es una etapa del ser humano en el que todos somos muy inquietos. En un momento le dio por empezar a vestirse como niña, con polleras y blusas rosadas. Le pedía ropa prestada a sus compañeritas, le gustaba mucho. Un día apareció con un ojo morado y un brazo vendado. Supongo que el padre lo descubrió. Desde ese momento solamente usó ropa interior femenina. Se cambiaba en el baño de la escuela para que no lo descubrieran en casa. Cuando lo veo en la campaña electoral hablando en contra de los travestis me acuerdo de eso. Creo que sigue usando ropa interior femenina. Y de niña”.

Nina Gomes. Antropóloga. “Según Jair, yo fui su primera novia. Teníamos 17 años, una edad bastante avanzada para iniciarse en la sexualidad. Ya en ese entonces tenía sus teorías acerca de la inferioridad de la mujer, algo que causaba muchas discusiones. Pero eso no fue lo que nos llevó a pelearnos. El problema fue cuando me di cuenta de que me robaba las bombachas. No era eso lo que me molestaba, porque siempre fui muy abierta. El problema es que me las devolvía sin lavar. Supongo que cuando entró en el ejército le enseñaron a usar ropa limpia. Espero que sí, porque si no, vamos a tener al presidente más sucio de la historia del Brasil”.

Gilberto da Costa. Profesor de educación física. “Jair siempre quiso jugar de delantero, pero era muy malo. Por eso lo mandamos al mediocampo, pero fue un error. Empezó a quejarse de que los delanteros se llevaban todo el crédito mientras que los defensas y los centrocampistas estaban postergados. Se dividió el equipo dentro y fuera de la cancha. Con una distancia tan grande entre las líneas, la pelota dejó de llegarles a los de arriba. Prácticamente dejamos de hacer goles y el equipo quedó último ese año. Por suerte ocurrió aquel incidente en el vestuario. Apareció una bombacha en el casillero de Bolsonaro. Él juraba que no era suya pero nadie le creyó. Nunca más apareció en una práctica”.

Rogéria Nantes Nunes Braga. Política. “Los primeros años del matrimonio fueron muy felices, tuvimos tres hijos hermosos y a él le iba muy bien con su carrera militar. Y no era un hombre violento, para nada. Era incapaz de pegarme, ni a mí ni a los chicos. Pero justamente eso fue lo que nos llevó a discutir, porque él no soportaba la idea de que la gente supiera que respetaba a las mujeres. Empezó a obligarme a pintarme los ojos de morado para que pareciera que me había pegado. A veces me insultaba y me amenazaba a los gritos en plena noche. No era a mí, en realidad, porque yo estaba en el dormitorio y él en la cocina. Lo que quería era que los vecinos creyeran que me estaba agrediendo. Pero de todas maneras eso era muy molesto. Un día le dije que que si no abandonaba esa ridiculez, le iba a pedir el divorcio. Al otro día hizo sus valijas y se fue. Con la mitad de mis bombachas y sutienes”.

Emerson Freire. Militar. “Yo fui el último oficial que tuvo bajo su mando a Bolsonaro antes de que renunciara al ejército para dedicarse a la política. Su relación con sus superiores se había desgastado mucho. Estaba obsesionado con que no había que dejar entrar los negros al ejército. Tratamos de explicarle por todos los medios que los negros podían llegar a ser muy útiles en una guerra si se los utilizaba como carne de cañón, pero no entraba en razón. Finalmente decidió que la manera más efectiva de cambiar las cosas en el ejército era a través de la política, así que se lanzó a diputado. Creo que le dolió dejar de vestir el uniforme militar y pasarse al traje, pero por lo menos pudo seguir usando lencería de encaje”.