Ocupa toda la pared de una de las salas más grandes del Espacio de Arte Contemporáneo e impresiona por su tamaño y la crudeza de las imágenes. En un blanco y negro contrastado al extremo, cada una de las 150 fotografías de la exposición Lux transmite intensidad y nerviosismo, pero el conjunto impacta también por la acumulación.

La muestra deslumbra con su idea general de caos, decadencia y locura. Hay pájaros muertos, ojos en blanco, un perro colgando de los dientes de una palmera que parece un pedazo de carne, figuras negras sin cabeza, gatos de aspecto amenazante que se acumulan sobre una escalera oscura y sucia, un hombre que duerme en la calle sobre una tela blanca, lo que le da un aire de ángel caído. Y en muchas de las fotos se repiten los graffitis en las paredes, que se ven cómo jeroglíficos de esa ciudad incomprensible.

“Es mi casa. A veces la amo y otras veces la odio. Me siento un poco condenado a la ciudad y le guardo resentimiento por eso, pero a la vez para sobrevivir en ella me fue necesario escarbarla, y en sus entrañas hay rincones o personas que me parecen milagrosas y me hacen reconciliarme un poco”, dice Andrés Seoane. En la ciudad que crea todo está roto, dañado, desde una copa estrellada contra el piso hasta las personas que recorren sus calles. Parece haber una atracción por lo que está a los márgenes y por los sitios derruidos. Las caras que aparecen son caras curtidas, arrugadas y cansadas, las personas que vemos están desmayadas sobre una mesa de bar.

Foto: Andrés Seoane.

Foto: Andrés Seoane.

La simetría, la correcta exposición o el perfecto encuadre no son una prioridad en la muestra. Es poco el respeto que encontramos hacia la técnica en su forma tradicional. Hay un flash que enceguece y deja parte de las imágenes quemadas, las figuras humanas aparecen recortadas, el contraste está reventado, las líneas que atraviesan las fotos van más hacia lo diagonal, que hacia lo recto e incluso encontramos figuras que no se entiende bien qué son. Seoane –que también trabaja como pintor– plantea que la armonía y composición que busca en sus pinturas, las compensa con el azar, el error y lo imprevisto en sus fotos.

Si bien no opina que la fotografía ortodoxa sea poco interesante, Seoane piensa que es inverosímil en términos de la experiencia sensible, y por eso también apuesta por lo diferente: “Estar vivo observando el mundo rara vez se asemeja a la nitidez glacial que promueven los fabricantes de equipos fotográficos. La experiencia visual está llena de aberraciones. A mí me gusta creer que los flares y las entradas de luz en mi Yashica T3 refrescan mis imágenes remitiendo a la forma en que el sol del mediodía nos ilumina las pestañas y todo lo que vemos a esa hora está rodeado de brillos fuera de foco”.

Llama la atención cómo su mirada oscura se extiende hasta abarcar también la niñez. Los dibujos infantiles que vemos en los muros toman un aire macabro en el blanco y negro; hay nubes oscuras que parecen derretirse en chorros y pinturas de niñas con ojos vacíos. Su visión de la infancia no parece ser inocente, tierna, ni estar sembrada de sonrisas. Los pocos niños que aparecen en las fotos tienen expresión seria y los sitios asociados a la niñez, como las plazas con juegos, tienen un aire lúgubre y enrarecido.

Foto: Andrés Seoane.

Foto: Andrés Seoane.

El uso del flash dota a las imágenes de texturas atractivas y diferenciadas: las que crean las arrugas en la piel, las ramas de un árbol o el cuero brillante de una campera. A raíz del fuerte contraste, muchas de las imágenes son oscuras, con caras que se despegan apenas del negro, mientras que los blancos son refulgentes. La suma de estos elementos contribuye a una sensación general de incomodidad.

A pesar de que no parece la Montevideo que se suele mostrar, sorprende encontrar en las imágenes algunos sitios reconocibles: tiendas de ropa, puestos de garrapiñada o paradas de ómnibus. Seoane mira para todos lados. Hay fotos de detalles, planos abiertos, edificios como fantasmas vistos desde el suelo, fotografías cenitales de elementos tirados en el piso, algunos indefinidos, otros más claros, como el esqueleto de un racimo de uvas.

El reverso de la ciudad

En la muestra hay un elemento que se repite: las plantas con flores que nacen en medio de la mugre y el cemento. “A veces modifico mi ruta para pasar por donde sé que hay una plantita que quizás ya esté lista para fotografiar o descubro algo insólito en alguna de las que saludo todos los días. Me siento identificado con ellas de una forma que no sé explicar, algo de la fragilidad y la vitalidad de sus aventuras en un centímetro de tierra me resulta conmovedor”, explica Seoane. Esa idea de lo que crece de entre las ruinas resulta esperanzadora, pero también se puede ver desde otra perspectiva, como lo terrible que rodea a la belleza.

Foto: Andrés Seoane.

Foto: Andrés Seoane.

En las fotos de Seoane lo hermoso y lo desagradable siempre están presentes. Sea en unas manos con venas prominentes que sostienen a un gatito o en un hombre que duerme bajo unos cartones en la vereda, cuya figura se completa con las líneas de los edificios para formar una imagen armónica. Con su visión poco purista de la técnica emerge una belleza distinta, que se puede encontrar en las extremas líneas de fuga, las luces de los autos en la oscuridad o los besos apasionados al borde del encuadre.

A veces en sus fotos los elementos cotidianos logran tomar un aire diferente. Una imagen que se destaca muestra los caños de atrás de un edificio, que se ven como enormes gusanos blancos. Y esa idea de la parte de atrás, el reverso, es lo que parece querer mostrarnos. No las parejas de la mano, las calles iluminadas y alegres, las fachadas pintadas de colores, sino las partes más alejadas de la imagen turística de Montevideo, lo que siempre está pero no queremos ver.

Lux, de Andrés Seoane. En la Sala 6 el Espacio de Arte Contemporáneo de miércoles a sábados de 13.00 a 19.00 y domingos de 11.00 a 17.00 hasta el 4 de junio.