Italia a fines de los 70. Tres hermanos pasan de tener un negocio ilegal de música a ser idolatrados por el submundo cultural y hacerles sombra a discográficas como Sony o RCA. Mixed by Erry, la última y fresca comedia italiana de Netflix, dirigida por Sydney Sibilia (Lo dejo cuando quiero, 2014), es la historia real del auge y caída de un imperio de casetes piratas que llegó a rivalizar en ventas con los grandes sellos corporativos y transformó a sus creadores en emblemas admirados por muchos y perseguidos por otros.

La historia comienza con tres hermanos criados por un padre estafador que vende falsas botellas de Jack Daniels. Peppe (Giuseppe Arena) es el mayor, Angelo (Emanuele Palumbo) es el menor y Enrico (Luigi D'Oriano), el tímido hijo del medio, es un obsesionado con la música que sueña con ser DJ mientras trabaja limpiando una tienda de discos. En esos años, hacerle un casete a alguien con su música preferida era un signo de cariño y las cintas con mezclas que Enrico armaba eran su forma de comunicarse, ya que no encajaba en el excéntrico ambiente de los DJ de moda. Erry tenía la capacidad de entender y adivinar los gustos de los consumidores según lo que oían y sus mixes empezaron a ser furor.

Entre contrabandistas y camorra napolitana, los Frattasio deciden montar su emprendimiento ilegal de producción y regrabación de música. Con la ayuda de una duplicadora comprada con un préstamo de un gángster local, los hermanos comienzan a copiar casetes y a venderlos incluyendo las solicitadas mezclas de Erry. Como un Spotify napolitano ochentoso, con la fabricación casera de estos mixtapes crean un meganegocio que, al mejor estilo Robin Hood, les permite a muchos conocer una variedad de música hasta ese momento impensada y democratizan el acercamiento entre los artistas y el público, compitiendo con los grandes sellos de la época y convirtiéndose en el tercero más grande de Italia.

La premisa de Mixed by Erry es encantadoramente simple: estos chicos malos son tan carismáticos que los espectadores perdonamos fácilmente sus crímenes. Nos identificamos con el villano, con su ascenso y caída, y los excusamos de todo delito al verlos como justicieros ante los grandes monopolios discográficos. “La música no se puede detener” es su filosofía y “sólo quería ser DJ” es el mantra que Enrico Frattasio repetirá frente al tribunal que los juzgó. Estos piratas, que rompieron sin cargo de consciencia las reglas de reproducción, regalías y facturación, terminaron siendo condenados en 1991 a cuatro años de cárcel y allí fueron recibidos como héroes.

De ritmo intenso, con una cronología que abarca su infancia pobre en el distrito de Forcella a sus inicios en el negocio, una hermosa estética vintage y una banda sonora pop bien seleccionada, Mixed by Erry insinúa aspectos a tener en cuenta sobre los derechos de los consumidores al libre acceso. Su sólida narrativa de historia verídica y sus cálidas interpretaciones hacen que sea creíble y que empaticemos con estos hermanos que de niños sobrevivieron en la ilegalidad y de adultos se hicieron ricos con ella.

Mixed by Erry nos interpela en nuestras ideas de lo que está bien o mal mediante una comedia nostálgica y simpática, con la alegría y el tono barrial que sólo los italianos saben transmitir.

Mixed by Erry. 110 minutos. En Netflix.