En 2020 Alfredo Soderguit publicaba Los carpinchos en la prestigiosa editorial Ekaré. No era su primer libro como autor integral, ya que en 2018 había salido Soy un animal por la hispanoargentina Libros del Zorro Rojo, tras ser seleccionado para viajar a la Feria de Bologna. Pero Los carpinchos quizá sea el punto de inflexión que, de la mano de una serie de premios y reconocimientos que fue cosechando –entre ellos el White Raven– y de la publicación en los más diversos lugares del mundo, traducido a numerosas lenguas, le abrió aún más posibilidades.

Con el flamante La cerca Soderguit vuelve a trabajar con la casa Ekaré. La anécdota, sencilla y contada en el espejo que suponen las dos vidas que se abordan en paralelo, es un vehículo para confrontar dos mundos y relatar la posibilidad de un encuentro. Basado en una idea original de Mariale Ariceta, Soderguit presenta una historia concisa y austera en la narración, con un texto despojado que presenta ante los ojos del lector a las dos protagonistas y su devenir.

La estructura del cuento subraya el carácter paralelo de dos vidas que están destinadas a transcurrir sin cruzarse, y se juega en dos tiempos: por un lado, el tiempo cronológico del transcurso de esas vidas y que es también el del pasar las páginas; por otro, un tiempo suspendido, el tiempo del juego y la amistad, que dura lo que unas vacaciones estivales y que está marcado por el encuentro entre las dos niñas, que borra las diferencias.

Con una ilustración en la que predomina el verde, el relato gráfico acentúa el paralelismo de una historia que se va contando en las sucesivas imágenes que en cada doble página presenta una escena en clave de paralelismo –a la izquierda Francisca, a la derecha Antonia–, con idéntica distribución en la página: la ilustración en un cuadro definido sobre el blanco, el texto debajo, de no más de dos líneas. Podría seguirse cada una independientemente de la otra para conformar dos cuentos diferentes. Estructurada en tres capítulos marcados por cortes temporales, hila las historias de las dos niñas, en un transcurso en el que la cerca del título es omnipresente, ya sea con su portón de madera abierto o cerrado, o incluso intensificando la separación con el crecimiento potente de sus ramas y raíces.

Esa constante se quiebra cuando las dos niñas se encuentran y se hacen amigas, y se instaura en el relato –algo que se marca también en la imagen, que corta por primera vez con el formato, elimina los límites y se expande a la totalidad de la página– otro tiempo que parece detenerse y no obedecer a las reglas del afuera. Es, al mismo tiempo, el corazón de la historia, que se encapsula también en las páginas y borra las diferencias entre los mundos de las dos niñas, así como todo lo que existe por fuera de su amistad, el tiempo compartido y el juego. Hay en estas páginas una suerte de eternidad que remite, seguramente, a la nostalgia del recuerdo del territorio de la infancia. En ese encuentro las vidas de Francisca y Antonia confluyen y se entreveran, se nutren mutuamente.

No obstante, finalizadas las vacaciones de Francisca y su familia, se restablece el orden: vuelven a la ciudad, mientras que Antonia y su familia se queda en el balneario. Y aparece el olvido: la rutina, la vida misma hace que aquella anécdota infantil no se retome, quede atrás. Cada una continúa con su vida, en una nueva sucesión de cuadros y textos paralelos, distantes, que podrían seguirse independientemente uno de otro. Pero no tanto: en el contraste de un periplo vital y otro hay también una continuidad que las iguala, cada una en lo suyo.

Marcado por la polisemia del término cerca del título –explicitado en una suerte de epílogo gramatical–, el libro plantea una historia de separación y proximidad. Entre sus aciertos se cuenta la sobriedad de un texto que no adjetiva, sólo muestra, y en una ilustración rica en detalles, que narra por su cuenta e insinúa y explicita lo que el texto no dice. Es la ilustración, más que nada, la que da cuenta de los vínculos entre ambas familias –la mamá de Antonia trabaja como empleada doméstica para la familia de Francisca– porque no es necesario decirlo, porque en definitiva es un dato que para las protagonistas es irrelevante.

Quizá no mejor plasmado que en la ilustración de la portada, donde la cerca, irrealmente crecida, vuelta inmensa fronda, deviene refugio donde las niñas comparten secretos y juego. Sin edulcorar ni romantizar, no se plantea un mundo mejor que el otro y, aunque está allí la inexorable pérdida que significa crecer, el duelo por la infancia que no dura para siempre, en su estructura circular permite al lector la ilusión de la eternidad de ese tiempo que borra fronteras en la repetición, en lo cíclico, en la continuidad de la vida.

La cerca, de Alfredo Soderguit, basado en una idea original de Mariale Ariceta. 44 páginas. Ekaré, 2023. $ 890.