“Ah, ¿eras vos?”, le suelen decir por estos días a Maximiliano de la Cruz, sobre todo en las redes sociales, cuando el comediante y actor comparte algo relacionado con la película La sociedad de la nieve, del español Juan Antonio Bayona, que cuenta la historia de la tragedia de Los Andes. El film está rompiendo récords de visualización en Netflix y acaba de ser nominada a los premios Oscar en la categoría Mejor película internacional.

Maxi tiene un breve papel en la película como el teniente coronel Dante Lagurara, copiloto del fatídico avión Fairchild 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya que se estrelló en las montañas de los Andes el 13 de octubre de 1972, dejándolo gravemente herido –murió unas horas después del accidente–. En la película a Maxi se lo ve estrujado y agonizante en la cabina del avión, balbuceando “pasamos Curicó”. “La caracterización es bastante fuerte y te descoloca. Además, la gente capaz que no está esperando que aparezca justamente en esta película”, dice el actor.

La sociedad de la nieve se filmó en tres locaciones ubicadas en las montañas de Sierra Nevada (España), y la escena en la que actuó Maxi se filmó en un estudio armado en las alturas de un centro de esquí en el que había un fuselaje fijo (al lado había un estudio más, con otro fuselaje, pero que se movía, para otro tipo de escenas). Como suele suceder en el cine, Maxi grabó más escenas que luego no vieron la luz en el montaje final, pero dice que eso pasó con varios actores, dado que Bayona “filmó mucho material”, lo que marca “el nivel de producción”.

Maxi dice que mientras trabajaba en la filmación no imaginó lo que sucede ahora –el éxito de reproducciones, la nominación al máximo premio del cine y todo eso–, pero sí sabía que estaba participando en una película “que iba a dar que hablar y a marcar un antes y un después, por cómo está contada, cómo la encararon y el nivel de producción”.

El actor dice que hay generaciones que quizás conocen la historia por haberla leído en los libros, pero subraya que es diferente verla contada a la manera de la película de Bayona. Agrega que estaba la referencia de la película ¡Viven!, de Frank Marshall, estrenada en 1993 (basada en el libro homónimo del británico Piers Paul Read, publicado en 1974), pero la imagen que tiene Maxi de aquella película es que era “muy así nomás”, con los pilotos “revolviendo el mate”.

“Esta no va a al golpe bajo, es muy realista, es de verdad, por eso el cine queda todo en silencio. Creo que en ninguna película tanta gente leyó los créditos como en esta, porque se queda a leer y a ver un poco más, reflexionando. A mí me pasó eso, la vi dos veces ya”, cuenta Maxi.

El actor está en Buenos Aires y desde allí habló por teléfono con la diaria. En la gran ciudad del país vecino realiza un espectáculo unipersonal y hasta hace pocos días participó en Bailando por un sueño. Dice que la experiencia en el programa conducido por Marcelo Tinelli le gustó, al punto de que volvería a participar, aunque reconoce que las instancias finales fueron “una locura”, porque ensayaron mucho tiempo y varios ritmos a la vez. “Es muy desgastante”, cuenta.

¿Cómo llegaste a tener un papel en La sociedad de la nieve?

Se dio medio de casualidad. Yo estaba filmando otra película, En la mira [2022], con Nicolás Francella y [Gabriel] Puma Goity, y en el medio del rodaje escuché que estaban hablando –no me acuerdo si en vestuario o maquillaje– sobre que la gente de Netflix estaba haciendo un casting para una película sobre el tema de los Andes. Paré la oreja, me pareció interesante. Es un tema sobre el que todos hemos leído y estado interesados. En ese momento le mandé un mensaje a Diego Sorondo [su mánager] para ver si podía averiguar algo más, pero lo primero que me dijo fue que yo no podía hacer ningún papel porque son todos jóvenes. Pero le contesté que también estaban los padres o algún otro personaje, no se me había pasado por la cabeza lo del piloto. Diego averiguó hasta que dio con la gente del casting y justo estaban buscando alguien para el papel del piloto.

¿Cómo fue el casting?

Me lo mandaron para que lo hiciera yo, tipo “autocasting”, porque era la época de la pandemia. Lo grabé en mi casa, solo. Me dieron el guion, en el que yo tenía un diálogo con los chicos, pero, como estaba solo, no tenía a nadie que hiciera del otro; entonces, en la computadora grabé los diálogos del que hablaba conmigo, dejaba un espacio, me contestaba y grabé. Estuve como tres horas para grabarlo. Lo mandé y, menos de un mes después, me llamaron para confirmarme que había quedado en el rol del piloto.

Si bien ya habías tenido alguna experiencia en cine, nunca habías trabajado a este nivel tan alto de producción. ¿Cómo fue la experiencia?

Una locura. Esto es primer mundo, Hollywood. Cuando me confirmaron el papel, me dijeron que al otro mes tenía que ir a Barcelona para a hacer pruebas de maquillaje y vestuario, y también iban a hacer un molde de mi cuerpo para un muñeco; ahí dije “esto es groso”. Estuve casi una semana haciendo todas las pruebas, con otros chicos también, por octubre, y en enero [de 2022] se empezó a filmar.

Aunque tu rol fue breve, debe de haber sido todo un desafío desplegar ese papel de un hombre agonizando.

Sí, fue todo nuevo, nunca había hecho algo así. El director es un genio, es de nivel uno, pero con una humildad y una manera de liderar desde el llano. El tipo estaba siempre ahí con todos los chicos, compartió mucho con ellos; yo lo veía, ensayaron mucho tiempo, formó parte del grupo y se involucró mucho. Me acuerdo de que para mis escenas yo estaba muy incómodo, porque el avión no quedó derecho sino medio torcido, entonces, entrabas y te caías para un costado, y cuando estaba sentado también me caía. Él [Bayona] vino al lado mío y me contó lo que quería. Teníamos una coach y un coach de actores, que nos preparaban antes de las escenas. Si bien donde estábamos hacía frío, tenías que hacerte la cabeza de que acabaste de chocar, para estar en shock y que te falte un poco el aire. Entonces, tratábamos de hiperventilar para que la respiración o hablar te salga entrecortado pero natural. Para donde mires era todo una catástrofe: el cámara estaba al lado mío, dentro de la cabina, yo tenía un cañito en la nariz por el que me caía sangre y tenía sangre por todos lados; el ambiente estaba todo generado; después, la cuota de meterte como actor te la daban el director y los coaches.

La sociedad de la nieve.

La sociedad de la nieve.

Hablando de ámbitos de supervivencia, ¿cómo fue tu experiencia participando en Bailando por un sueño?

La nieve es más fácil... No, mentira. Fue brutal, una experiencia que disfruté al máximo, del estudio, las galas, los ensayos y del grupo, quedamos recontra amigos. Aprendí un montón, porque había hecho cosas en teatro, pero en ese caso aprendés dos o tres coreos y repetís siempre las mismas, mientras que acá era un ritmo distinto cada vez y a medida que avanzabas se iban acortando los tiempos. Lo disfruté un montón: yo iba al ensayo feliz y al estudio también.

Todas esas peleas que se ven en el programa, ¿cuánto tienen de verdaderas? ¿Hay algo armado? ¿Cómo es desde adentro?

Mirá, la verdad es que si hay armadas, yo no me enteré, posta. Puede ser que capaz alguno diga “che, te voy a votar a vos, después votame a mí”, pero al principio; después, posta que empezás a jugar, a engancharte y a entender que no es nada personal sino un juego y hay que ir salvándose. De las internas de todos los demás nunca fui testigo de algún arreglo de algo, ni tampoco conmigo. Lo sentí todo súper real, como un reality, pasa lo que tiene que pasar y listo.

La culpa es de Colón ya va por su quinto año al aire, por Canal 12. ¿Por qué pensás que tuvo éxito?

El viernes cumplimos 600 programas, es una locura. Creo que, más allá del humor y de todo lo que parece que fuese algo sin peso, es un programa que llegó en un momento en que la gente necesitaba reírse, en medio de la pandemia [empezó en agosto de 2020], que estábamos mal. A nosotros también nos sumó un montón, porque como comediantes también estábamos sin laburar. Lo corroboramos con mucha gente que nos manda mensajes –y en su momento más todavía– que dicen “estaba de bajón, los veo a ustedes, me hacen olvidarme y me río”. Había mucha gente sola, aislada, se dio en el momento justo y nos sirvió a todos, al público y a nosotros.

Desde muy joven participaste en programas de humor, como El show del mediodía y Plop, en los que había los clásicos sketches, un formato que hace tiempo que ya no corre en la televisión. ¿Por qué se dejó de producir ese tipo de programas? ¿Falta de presupuesto? ¿Cambió el público?

Creo que principalmente es por el presupuesto, porque si lo hacés bien, a la gente le gusta, con otro ritmo, como ya sabemos que son los tiempos de hoy día. De hecho, en La culpa... un poco investigamos eso también: hemos hecho sketches, pero rápidos, en un croma [técnica audiovisual para mostrar distintos escenarios como fondo] o ahí mismo: nos levantamos, vamos para adelante y generamos una escenita de algo. Llevamos un poco el ritmo de las redes, pero también le damos al sketch que ya no se hace más. Es algo que si bien lo tenés que producir, no te lleva una gran producción, y capaz que con un croma se resuelve, siendo franco, mostrándole a la gente que es un croma, que es lo que tenemos por si lo queremos hacer rápido o no podemos hacer más. Pero la gente lo acepta y es una forma de que esté presente el humor de sketch en la tele. Somos el único programa de humor que hay.

Vos te criaste en un estudio de televisión, obviamente, por ser hijo de Cacho de la Cruz. ¿Alguna vez te imaginaste haciendo algo ajeno al mundo del espectáculo?

No, nunca trabajé de otra cosa. Es un privilegio. Igual, no siempre me fue bien, pero siempre que tuve que reinventarme y buscar algo fue dentro de esto: haciendo teatro, stand up o produciendo. Obviamente, influyó mucho lo de papá y estar todo el día metido ahí, pero era algo que me gustaba, siempre me apasionó.

¿Recibís comentarios críticos de tu padre?

Sí, todo el tiempo hablamos y le pregunto qué le pareció, cómo lo ve, La culpa..., lo que haga en teatro, el Bailando, etcétera. La película también la fue a ver. Cuando se hizo el avant première en Montevideo, que estaban todos los sobrevivientes y los familiares de los que no sobrevivieron, yo no pude ir porque tenía programa en Argentina, entonces le dije a papá que fuera. Estuvo bueno, porque él conoce a la mayoría [de los sobrevivientes de la tragedia los Andes] y se reencontró con muchos de ellos.

¿El ritmo de trabajo de la televisión de Argentina es tan acelerado como parece comparado con el uruguayo?

Sí, es un poco más loco. No sé si es mejor o peor, pero en esa vorágine del vivo, del día al día, todo funciona. Es un ritmo de vértigo, pero todo funciona.

¿Hay algo que todavía no hiciste pero que te gustaría hacer dentro del mundo del espectáculo?

Siempre hay algo para hacer. Ahora estoy haciendo teatro acá, en Buenos Aires, un unipersonal, que era algo que quería hacer, más allá de las funciones y las obras que hice con elencos. Me da la oportunidad de poder mostrar lo que hago. Eso era un pendiente y semana a semana es un desafío. Me gustaría conducir, hacer televisión en Argentina, algo de entrenamiento. Y el cine me re gusta, lo que pasa es que estoy mal acostumbrado, porque arrancar ya con esta película...