Los heridos en la Franja de Gaza ya superan los 30.000, y 16 hospitales o más quedaron fuera de servicio, según las autoridades locales. En ese contexto, en el que además escasean el agua y el combustible, han trabajado en las últimas semanas los integrantes de Médicos Sin Fronteras.

“Este castigo colectivo, cruel y desmedido, debe terminar ya”, dice el anestesista Raúl Incertis, que recientemente fue evacuado de la Franja de Gaza junto a otros integrantes del personal internacional de esa organización humanitaria.

En su testimonio, que Médicos Sin Fronteras facilitó a la diaria, Incertis afirma que “la situación de los hospitales en la Franja es insostenible”, que más de la mitad no están operativos y que ese número crece cada día. El anestesista advierte que “no quedan fármacos para sedar, no queda material quirúrgico para poder operar”, ni es posible hacer esos procedimientos en condiciones de esterilidad. La falta de combustible obliga a racionar las horas de luz a los hospitales, una situación en la que, por ejemplo, “las incubadoras corren peligro”.

“A pesar de estas condiciones tan difíciles, nuestros compañeros hacen lo imposible por ir a trabajar a los hospitales, aunque ello signifique dejar a sus familias varias horas o incluso días en los campos de desplazados”, agrega Incertis. En uno de esos campos, en el que viven unas 35.000 personas que tuvieron que irse del norte de Gaza, conoció “relatos de padres que habían perdido a sus hijos, de hijos que habían perdido a sus padres, de pérdidas de hermanos, de pérdidas de abuelos”.

“La vida diaria de nuestros compañeros ahora en Gaza es no saber si les va a caer una bomba encima o no. Tenemos compañeros que han perdido a sus seres más queridos. Nuestro compañero Mohamed perdió a su hijo de tres años. Lo tuvo que recoger de los escombros el otro día. Tarek perdió en un único bombardeo a 23 miembros de su familia hace ocho días. Ibrahim ayer perdió a su hermano”, relató.

“También estuvimos en un refugio de la ONU habilitado como zona desmilitarizada, en la que teóricamente no deberían haber caído bombas cerca. Pero no fue el caso, ni es el caso, porque cayeron muchas bombas cerca matando a la gente que estaba fuera del refugio, a escasos metros”, agregó.

Cuando ingresaba a la Franja de Gaza algo de ayuda humanitaria, muy escasa, las personas “se abalanzaban sobre estos camiones desesperadas por conseguir un saco de harina”, dijo. Días atrás, cuando él todavía estaba en Gaza, afirmaba que atender esta crisis humanitaria con tan poca ayuda era “como intentar apagar un incendio forestal con un vaso de agua”.

Días atrás, una trabajadora palestina de Médicos sin Fronteras brindó su testimonio sobre lo que ocurría en Gaza. “Estamos viviendo una pesadilla con los ojos abiertos. No tenemos cubiertas las necesidades básicas. Más de un millón de gazatíes han sido desplazados, incluyendo a mi familia y a mí. Nos mudamos del norte a lo que llamaron el área segura, al sur del Valle de Gaza, pero en ninguna parte estamos a salvo”, dijo la mujer, que no quiso dar a conocer su nombre por miedo.

“Se están cometiendo masacres aquí. Hay familias enteras que han sido borradas del mapa. A los hospitales donde la gente buscó refugio se les está pidiendo evacuar. Los hospitales no estaban a salvo de los bombardeos”, afirmó.

En los primeros días de esta guerra, Israa Ali, traductora de Médicos Sin Fronteras en Jabalia, en el norte de Gaza, compartió su testimonio mientras se refugiaba con sus hijos de los bombardeos. “Me faltan palabras para describir un día en la vida de la gente de Gaza en estos momentos”, dijo.

Relató que las noticias se conocen allí por la radio, porque los “teléfonos están muertos”. “Corremos a ver si hay combustible para encender el generador, y nos damos cuenta de que el generador también está muerto. Entonces, reconocemos que vivimos en una Gaza sitiada”, dijo.

“Cuando se tienen hijos, se hace todo lo posible por protegerlos y proporcionarles de todo. No prestas atención a las numerosas veces que escuchas el sonido de las bombas cayendo durante el día. Es un momento en el que se supone que debes ser una madre o padre fuerte, para mantener la calma por tus hijos. Pero lo cierto es que necesitas a alguien que te tranquilice”, afirmó Ali.

Cuando avanza el día, la situación empeora: “Tememos el anochecer. Los drones israelíes, los aviones de guerra, los buques de guerra, los cohetes pesados y las bombas se extienden como un reguero de pólvora. Después de intentar calmarme y calmar a mis hijos, que se despiertan muchas veces llorando, pienso en mi padre, mi madre y mi familia, que se refugian lejos, pero en las mismas circunstancias. Intentas pensar en positivo, en que están lejos de los objetivos de las bombas, pero es en vano. Estaré preocupada hasta que escuche sus voces”.