Cultura
Hacia finales de 1935, el gobierno uruguayo se vio obligado a optar, a raíz de la inminente invasión italiana a Etiopía, entre complacer a la diplomacia británica o a su contraparte peninsular. No era una decisión fácil para la administración del colorado Gabriel Terra, cabeza de un golpe de Estado conservador (secundado por el blanco Luis Alberto de Herrera) que tenía más de una razón para simpatizar con el régimen de Benito Mussolini, pero que, a su vez, debía atender los deseos del Imperio Británico, ya en decadencia (son los años en que Estados Unidos se afianza como potencia hegemónica en esta parte del mundo) pero aún poseedor de un enorme poder militar y, sobre todo, económico.