Lleva seis libros editados. Debutó en 2006 con La vereda del destino, su autobiografía. Luego vinieron Alma de vagar. Diario de viaje (2009), La fiesta inolvidable (2010), El camino es la recompensa. Conversaciones con Óscar Washington Tabárez (2012), Lo no dicho sobre las adicciones (2013) y el que nos convoca ahora, Muzungu blues. Tato recibió a la diaria en su casa y, desde que llegamos, siempre estuvimos en conversación. No se podría definir cuándo ni cómo empezó. Como si importara. Lo importante es lo de adentro: un libro tras viajar por África, el mismo viaje entrecortado por el fallecimiento de su papá, a quien le dedica el epílogo, letras, periodismo, su trabajo sobre las adicciones, políticas deportivas y el básquetbol, su pasión, donde jugó y juega en todos los puestos.

¿Qué es lo más valioso de viajar, vivenciar y luego escribir?

Que cuando empezás a contar partes de la historia y las cotejás con la actualidad, decís ¿y esta gente cómo llegó a esto? ¿Cómo sale de esto? Por eso lo relato en el libro. En África la época independentista llegó hace no tanto; si se repartieron África en 1895 y en 1960 más o menos empezaron las independencias, estamos hablando de 65 años en 60.000, o sea que no es nada. Y lo otro, ¿“independentista”? ¿Qué significa eso para la gente africana? Si las fronteras no son ni siquiera culturales, se sentaron en una mesa y dijeron son para acá, son para allá. Chocás contra una realidad que es una irrealidad, una ilógica total. Porque toda la gente, de alguna forma, también fue formateada para que no tuvieran ninguna independencia. Porque cada persona que surgió con una idea independentista, de o sobre África, fueron perseguidos, asesinados, desaparecidos. Y la idea que la gente tiene de lo que es una democracia es la que tiene: una gente llega ahí, dice que ordena, pero al final roba y busca favorecerse. A ver, es muy simple, hasta medio pueril: los europeos, que llegaron a destruir todas las redes sociales construidas mediante la evolución del ser humano, desnaturalizaron todo, y cuando les pintó hablar de independencia o democracia se pusieron de acuerdo. Pero entre ellos, y sobre una independencia o democracia que creemos está bien porque es la que nos gusta a nosotros. Pero, ¿y en África? Los movimientos y las cabezas pensantes originarias de los pueblos africanos fueron aniquilados desde un primer momento. En todo el mapa, prácticamente. Hoy, ¿qué tipo de democracias tenés? Algunas que han logrado ciertos objetivos, sí, pero siguen siendo democracias serviles, con una elite mínima que vive muy bien, que respeta como algo lógico y natural que las riquezas sigan perteneciendo a los que invadieron.

No deja de repetirse el mundo...

No deja. Ya que estamos, me vengo acá. Cuando estábamos en dictadura estos temas los hablábamos, estudiábamos sobre la historia y sabíamos cómo era que funcionaba, y es algo que ya no hablamos más, ha quedado por fuera. Pero sigue sucediendo. Hoy nombran a Irak, Libia, Siria, Yemen, y todo apunta a ver si pueden hacer lo mismo con Irán. O sea que sabemos cómo se gestó todo, todo lo que ni siquiera podíamos imaginar, y sin embargo son temas que no están en la agenda para hablar, discutir o, por lo menos, transmitir a las nuevas generaciones, como nos pasó a nosotros. Pero sigue siendo tan evidente como siempre.

Como que, porque ya no lo padecemos, lo miramos desde lejos, sin interés, ¿eso decís?

Creo que nuestra sociedad se ha alejado mucho de aquellas posturas o interés por que ciertos temas estuvieran sobre la mesa. También cosas más cercanas, ¿no? Hay movimientos indigenistas acá al lado y miramos para otro lado, como pasa con los mapuches acosados en Chile; donde tenés que entrar a determinados medios de comunicación para informarte de algo y nunca terminás bien de comprender hasta qué punto te informás.

Mochila en mano, ¿cómo hacés para hacerte de ese tipo de información?

Son cosas que me interesan a diario. Cuando estoy ahí le pongo mucha atención a ver qué pasa con la gente, cómo se mueven, de qué hablan. Después de que estoy en los lugares sigo buscando información. Pero como un gran observador. Por eso en Muzungu blues están esos ojos en la tapa: estoy viendo, que se note. Siempre desde un lugar de “no tengo la verdad, es lo que observé, con honestidad y respeto”. Porque, ¿qué es lo que pasa con esto de los viajes? Como digo en la contratapa, lo parcial termina enriqueciendo a lo total. Entonces, cuando vos conocés lo que pasó en China, en India, en Myanmar, en Sri Lanka, y te vas a África, encontrás más o menos lo mismo. Empezás a atar toda la información que recogiste de acá y de allá y te demuestra lo que sucedió en tal siglo, en tal momento, lo que pasa ahora, y tenés una visión o un entendimiento más global del mundo, que sirve para comprender qué pasó y pasa en tu tierra. Cuando estás en Hong Kong te das cuenta de que Uruguay, o mejor dicho Montevideo, iba a ser un Hong Kong, porque los británicos estaban buscando un lugar desde donde operar y colocar todos los productos de su industria. El resto del país ni les interesaba. Ahí atás muchas cosas, que fueron sucediendo así o asá.

África, en este caso, no fue al azar. Lo elegiste, lo planificaste.

En 2009 volví a India después de casi diez años y encontré que la sociedad de consumo había avanzado un montón. Y no me gustó. Cuando me vine de ese viaje lo pensé. Aparte, escuchaba hablar de África y había quienes decían que es muy difícil viajar por el tema de los pasaportes y los visados. Pero unos pocos que habían viajado me decían “es un viaje que tenés que hacer”. Gente con cierta sensibilidad, ¿no?, con ganas de ver al ser humano como ser humano.

En cuanto a lo planificado, no salió así. Fue imposible, jamás pensé que fuera así. Y mucho menos cómo siguió. Porque pasan cosas. Por ejemplo, estaba allá cuando murió Mandela. Un mes después de su muerte entré a Sudáfrica. Fui, son prioridades que te encontrás. Me enteré en Malawi, por la tele. Y mirá qué loco. Porque en la televisión, la muerte de Mandela era como una cosa mundial. Pero en Zambia, en Botsuana, en Zimbabue, en Mozambique, y hasta en la misma Sudáfrica, ¿querés que te diga la verdad? Había gente a la que le preguntabas “¿vio que murió Mandela o Madiba?” y te miraban con gestos de no tener ni idea. Fue curioso, porque charlando en Sudáfrica me pasó una cosa: mucha gente no era indiferente a Mandela, pero hablaban más de Oliver Tambo. Hay que hablar con la gente. Escuchar, sobre todo. Así te preguntás, ¿qué pasa acá? ¿Qué sé? ¿Cuál es el relato? Viajar es unir una historia con la otra. Ahí tengo una foto de Ho Chi Minh. ¿Cuántos saben lo que hizo? ¿Quién fue? Fue el que dijo: “Vamos a pelear hasta que quede uno”. Y les ganó. Y hoy Vietman es el país que es. Mirá que no se habla mucho, pero qué país que es Vietnam. No tengo la verdad, pero es real que lo que trasciende son ciertas cosas. Por eso cuando llegás te impactan las otras verdades. El africano vive una vida desesperada. Y ellos ni saben que viven desesperados. Lo que sucede es que hubo una gran pérdida de sus tradiciones, y si no fue pérdida hubo grandes cortes en la continuidad.

De la mochila al viaje y a la observación. ¿De la observación al libro, o no hay premeditación?

No, porque después de África seguí viajando. Pero como fue imposible conseguir las visas, desde Sudáfrica no fui a Etiopía ni todo lo que quería hacer desde ahí, que era seguir el mapa para arriba, y terminé viajando a Nueva Zelanda. Me quedé tres meses ahí. Después me fui a China, tres meses más viajando por ahí. Anoto mucho. De viaje y en casa. Es así. Volví a casa para votar en 2014, no porque quería volver, sino porque me interesa votar. Vuelvo, retomo la rutina, sabía que me iba a quedar y ahí empiezo a pensar en escribir. Encontré dos objetivos. Eso me pasa en esto de escribir libros: si yo no tengo claro un objetivo, no puedo empezar, no lo hago. Y los dos objetivos estaban buenos. Primero, contar lo que viví en África. Y el otro, homenajear a mi papá. Estuve mucho tiempo, más de un año, dándole vuelta. Y bueno, me pareció que lo de mi viejo me hacía mal, no iba a estar bueno escribir desde ahí. Entonces me di cuenta que podía hacer las dos cosas, que es Muzungu blues. Eso fue algo re bueno, porque reconozco que no tengo mucho que ver con el mundo de escribir. A ver, si no me pasan esas cosas de saber qué escribir, es como que me pierdo. Tengo que tener una guía. Y la guía de Muzungu fue contar lo que me tocó vivir en África y darle el final con lo de mi papá.

En tu literatura se reconoce mucho lo autorreferencial. Sin embargo, en Muzungu blues hay mucho de ficción dentro de la realidad.

En casi todos los libros digo que la realidad supera a la ficción. Es así. En este, cuento algo sobre una jornada que vi en la que iban a explicar el uso del preservativo. La mujer que la dio, una doctora, me contó que ya habían hecho eso pero lo habían demostrado con un palo de escoba. Entonces la gente iba a su casa a tener relaciones sexuales, ponían el preservativo en el palo de escoba y tenían relaciones sexuales. Te reís. Pero vos pensás eso y decís “me están tomando el pelo”.

Me refería a que, si bien no es ficción como tal, el libro roza algo de eso en el final, cuando le hablás a tu viejo.

Son diálogos, es una recreación de cosas que compartíamos con el viejo. Lo que pasa es que ese diálogo... no hay una sola vez que lea el final y no me emocione. El libro que quería escribir se iba a llamar Mochila al cielo. Era un libro que iba desde que vuelvo a África y viajo por ahí porque, muy diferente a lo que me ha pasado en los viajes anteriores, cada cosa que veía me llevaba a mi viejo, constantemente. Cuando miraba por las ventanas o sentado en algún lugar mientras dejaba pasar el tiempo; todo me llevaba a mi viejo. Ese era el libro. Pero después decidí no escribirlo. Porque hubo cosas o situaciones que viví con mi viejo que yo no quiero contar. Y soy de la idea de que si vas a contar, contá; si no, no lo hagas. Eso por un lado. Pero aparte me angustiaba mucho. Ya tuve una situación bastante similar con el primer libro y mi primo que falleció, y listo, no estoy para esto. Después seguí viajando y en Nueva Zelanda se dio una situación que me ayudó a cerrar lo de mi viejo. Los lectores del libro se van a dar cuenta. Por suerte, porque era muy raro verlo todo el tiempo en todas las cosas. Ahí decidí no escribir ese Mochila al cielo, pero vi claramente cómo escribir el final. Irían tres capítulos, por ahí, y corté para hacer el epílogo. Porque el final era eso. Tenía que ser eso con mi padre. Lo hice entre un viernes y la tarde del domingo. Después retomé lo otro.

¿Por qué pusiste Muzungu?

Muzungu significa hombre blanco. En todos los idiomas. No es despectivo ni nada. Es muzungu y así me decían. Estaba en algún lado con cinco o seis africanos y cuando decían muzungu sabía que hablaban de mí.

En tu caso sos vos quien decide editar los libros, tarea nada fácil. ¿Por qué?

El primero lo publiqué con Santillana, pero después lo reedité yo. Venció el contrato con ellos, a quienes le estaré agradecido eternamente, y decidí hacerlo por mi cuenta de ahí en más. Fue una especie de casualidad o serie de casualidades. Ahora son todos míos. Eso me pone contento.

¿Es una rebeldía? Hay quienes lo catalogan así.

No hablaría de rebelde. He escuchado eso durante 40 años. Y me parece que quedo chiquitito ahí. No sé... me gustaría que reconozcan que el tipo tiene alguna capacidad para hacerlo, ¿no? ¿No será que para ser deportista tenés que tener algún tipo de capacidad psicológica, emocional, de razonamiento para entender y resolver situaciones? Tampoco quiero pararme arriba de un pedestal, no, no. Pero sí considero que las cosas no son por rebeldía o porque nos da la gana. Y editar libros es parecido. ¿Alguien sabe todo lo que hay que hacer para editar un libro? Para mí, si no es con capacidad, constancia, estudio, determinación, no lo hacés. Cuando fui a Estados Unidos a jugar al básquetbol estudié: hice cursos de nutrición, de primeros auxilios, de entrenamiento, de juego y organizaciones, de adicciones y alcoholismo. Todas esas cosas me favorecieron para hacer mi carrera. Hacerlo yo no es una rebeldía. Aprendo, me equivoco, vuelvo a aprender. ¿Eso es rebeldía?

Catalogar a las personas, en este caso de rebelde, ¿no es una forma de minimizarlas?

Claro. Me acuerdo de cuando me sentaba con los dirigentes, con los entrenadores, y trataba de explicarles que el proyecto del club podía ser esto o lo otro. Y sin embargo, lo que encontré mucho eran egos de “aquí el que manda soy yo. Vos sos basquetbolista, hacé de basquetbolista y callate la boca”. ¿Callarme la boca? Si yo te escucho, vos me tendrías que escuchar, ¿no? No todo es así, tampoco. Hay algo que está muy bueno, que me llena de satisfacción: cuando dicen “cómo entrenaba”. Dentro de ciertas escalas de valores –cada uno tendrá las suyas–, para mí el cómo entrenaba significó ser un buen deportista, un buen trabajador, un dedicado trabajador, un honesto trabajador.

Así como escribís libros, también desarrollás el periodismo a través de la opinión.

Sí, me gusta mucho. Lo hago desde que me invitó Diego Muñoz al portal 180, donde encontré un lugar cómodo para hacerlo, con independencia para expresarme. El inconveniente que tengo, y por eso no me considero escritor, es que mientras escribo una cosa no puedo escribir otra. Me pasó con Muzungu: sólo me dediqué a eso porque tenía la cabeza ahí.

En algún momento, tus opiniones se centraron mucho en criticar la gestión del básquetbol nacional.

Trabajé con esa administración. Estuve desarrollando un programa de selecciones nacionales que no siguió, se cortó. Cuando dejé de trabajar, los diálogos que ya tenía adentro se convirtieron en opiniones para afuera. Y esas opiniones no gustaron, porque movieron cosas. Eran los mismos planteos, cuidado. Las mismas cosas que planteaba para hacer el trabajo mejor. Cuando ya no trabajé más y empecé a ser periodista, seguí planteándolo desde ahí. En realidad, lo que hacía era opinar sobre la gestión, sobre lo que estaba pasando en la Federación [Uruguaya de Básquetbol]. Ni siquiera sobre la gestión de. Sí sentí, en determinado momento, que las críticas eran hacia mi persona y no hacia lo que escribía.

¿Por qué te fuiste de la Federación?

Hubo situaciones puntuales en las que dije “hasta acá llego”. También hicimos cosas que estuvieron muy buenas, como instalar la categoría preinfantiles, entre mini e infantiles, que era la franja donde había una deserción de chiquilines escandalosa, porque era obvio: pasar de cancha chica a cancha grande, el cambio de pelota, cosas que deforman la técnica porque no podés con la pelota ni llegás al aro. También recorrimos todo el país y reclutamos gente que nunca había jugado al básquetbol, como el caso de [Mathías] Calfani, que hoy está en la selección. Prefiero quedarme con lo bueno que hicimos.

Ahora tuviste otro ofrecimiento, de Marcelo Signorelli, para trabajar con la selección.

Es verdad. Tomamos un café, me dijo que tenía las puertas abiertas para trabajar. Le agradecí, me hizo sentir muy bien. Lo cuento porque a veces me dicen que es una injusticia que yo no esté en el básquet, en la gestión del básquet. Pero no, decidí no estar. A Marcelo le comenté que doy unas charlas sobre consumo problemático y conductas adictivas. Le propuse que un día voy y hablamos de eso, me parece que es una manera de estar. Me gusta mucho hacerlo y me parece que es una información que está ausente en nuestra sociedad de consumo.

Está muy bien eso. Pero también puedo pensar que tu relato no está dentro del básquetbol y estaría bueno que estuviese.

Mi relato está.

¿Pero el partido no se cambia desde adentro?

Mi relato está. Es más, donde hago foco y presto más atención es en el básquetbol. Todas las noches lo hago. En el uruguayo, en el latinoamericano, en el mundial, en todas las cosas que estén pasando alrededor del básquetbol. Acá te voy a enganchar una cosa con la otra. Fui profesional, desde los tiempos en los que ser profesional del básquetbol seguía siendo amateur. Siempre lo fui. A los años estuve trabajando en la Federación. No paré. Y yo debo reconocer que, ante el objeto básquet, tengo que tener mi cuidado. Porque me genera tal atención que empiezo a pensar de forma obsesiva. Es una elección de vida mantener una distancia óptima donde yo sé que la vida me será de buena calidad. Cuando sepa que tengo un aporte para hacer, lo haré; sé que tengo los espacios para hacerlo. Desde las columnas hasta hablar con dirigentes de clubes. No es un desperdicio que yo no esté dentro del básquet. Es que tuve que elegir.

¿Cómo ves el básquetbol hoy?

Con la nueva administración, el básquet doméstico recuperó mucho del tiempo perdido. Mucho. De cualquier manera, hay cosas a las que hay que buscarle la vuelta, como al formato de disputa del campeonato. Es necesario mirar para adelante y saber colocar la exigencia en el momento justo para generar crecimiento. No es fácil, eso es un arte. Se tiene que usar mucho conocimiento para saber cómo hacerlo. Mucho conocimiento de lo que es la disciplina y de lo que es el desarrollo de un deportista, de un ser humano.

¿Con eso se subiría el nivel?

Lo que se ha perdido es el conocimiento de cómo desarrollar los potenciales de nuestros chiquilines e involucrarlos tempranamente en nuestro básquet de alta competencia, que no es de alta competencia. A lo que voy es que, si en Uruguay, en este momento, nace un chiquilín con las condiciones innatas para llegar al más alto nivel del básquet mundial, no están las estructuras dadas para que se desarrolle. No hay, no va a suceder. En el básquet del mundo, hoy, a la inversa del que me tocó cuando era un botija, tus condiciones innatas van a tener 30% de importancia en lo que llegás a ser. Lo otro es 70% de trabajo año a año. Hay chicos que llegan porque tienen una determinación, un conocimiento o una posibilidad de aislarse un poco del medio y seguir su propio camino. Fue el caso de Bruno Fitipaldo. Es extraordinario lo que logró. Pero son excepciones. ¿Qué falta? Nuestro básquet perdió el valor por la juventud. Lo perdió. No considera que la juventud sea válida. Y no hay cosa más valiosa para el básquet nacional que la juventud. Es lo más valioso que tenemos en este momento.