La izquierda abertzale vivió en continuas transformaciones durante los últimos años, desde 2011, cuando el grupo Euskadi Ta Askatasuna (ETA) anunció el cese definitivo de la lucha armada, hasta que en abril abandonó las armas. Además de la vinculación con ETA y con quienes están presos por haber pertenecido al grupo armado, la izquierda abertzale enfrentó decenas de elecciones con diversas coaliciones y formaciones partidarias, como Sortu, considerada heredera de Batasuna, y también tuvo que enfrentar escisiones como resultado de sus decisiones estratégicas.

Hoy la izquierda abertzale se reúne en una coalición de cuatro partidos que se llama Euskal Herria Bildu y que en su congreso del 17 de junio dio un paso hacia la unidad, permitiendo que la formación tenga, “como el Frente Amplio”, según Arnaldo Otegi, una militancia y hasta una identidad propias, distintas de las de los cuatro partidos, que son Sortu, Eusko Alkartasuna —una escisión del Partido Nacionalista Vasco—, Alternatiba —proveniente de Izquierda Unida—, y Aralar —un grupo que se separó de Herri Batasuna en 2001, cuando ya planteaba la necesidad de que la lucha armada desapareciera de la estrategia independentista—.

¿La iniciativa de que se abandonaran las armas fue de la izquierda abertzale o de ETA?

Sin dudas fue de la izquierda abertzale. Hay un relato que dice otra cosa, pero ETA decidió dejar la lucha armada porque la izquierda abertzale llegó a la conclusión de que esa etapa tenía que ser cerrada definitivamente, por cuestiones políticas, tácticas y éticas. Hicimos una reflexión y concluimos que había que sacar a la lucha armada de la ecuación política vasca. Eso nos permitió reconstruirnos, repensarnos y poner en marcha el proceso que concluyó en el congreso del 17 de junio, en el que fundamos nuestro propio Frente Amplio, independentista y de izquierdas. Con esta coalición tratamos de ganarle la hegemonía electoral y popular a la derecha vasca y poner en marcha un camino similar al catalán para acceder a un proceso constituyente y republicano popular, que busque un Estado para los vascos y las vascas.

Además de la refundación de la izquierda abertzale, ¿qué otras consecuencias ha tenido el desarme de ETA?

La desaparición de la lucha armada ha generado otra cosa fundamental: para el Estado español ha desaparecido el enemigo interno, el que cohesionaba a los aparatos estatales. Todo el andamiaje que construyeron en 1978 tras la muerte de Franco entró en crisis. Hoy España es un Estado que está en una crisis estructural muy importante, y en ese sentido Cataluña juega un papel fundamental, y nosotros también queremos hacerlo, para que definitivamente se cierre el ciclo del régimen posfranquista que nació en 1978. Cataluña ahora mismo es la vanguardia contra el régimen de 1978 y la casta que está gobernando España. Apoyamos a Cataluña a las duras y las maduras.

¿Siguen de cerca el proceso catalán?

Sí, muy de cerca. No compartimos la tesis de que sea un proceso dirigido por la burguesía catalana que no interesa a la izquierda: el proceso de Cataluña lo protagoniza el pueblo catalán. Dentro de las fuerzas independentistas de Cataluña la hegemonía está en la izquierda. Si observamos procesos como el catalán o el escocés vemos que viran a la izquierda, porque si no acompañas tu proyecto de Estado propio con un modelo social más avanzado, no puedes aspirar a contar con mayorías que defiendan a ese Estado.

¿Hay condiciones en el País Vasco para volver a plantear la independencia?

Sí, sin duda. Somos la segunda fuerza electoral, estamos en 22% de los votos [es lo que obtuvieron en las elecciones regionales de 2016] y la mayoría sindical del país es independentista. Se puede armar eso que nosotros denominamos, en términos gramscianos, un bloque histórico, que lidere la recuperación de la soberanía en términos nacionales y sociales.

Dentro de la izquierda abertzale se produjo una división con el surgimiento del grupo ATA, que reclama la liberación de las personas presas por haber cometido delitos mientras eran parte de ETA.

Sí, es un grupo muy minoritario y muy crítico con el cambio de estrategia. Siempre hay sectores que consideran que los cambios son a peor, y hay que tener en cuenta que todas las estructuras son, por naturaleza, conservadoras. Veo bastante normal que existan sectores que vean esto con desconfianza. Ellos pueden entender que esta estrategia no es aceptable, pero nosotros ponemos los números arriba de la mesa y lo que decimos es: esta estrategia está siendo avalada por centenares de miles de personas.

¿Ustedes reclaman la liberación de los presos de ETA?

Sí, ahora mismo se está desarrollando un debate entre los presos para que se acomoden a la nueva situación. Después del desarme de ETA del 8 de abril, estamos en una fase en la que los partidos políticos, los sindicatos y los movimientos populares tenemos que diseñar una hoja de ruta para que todos los presos, refugiados y deportados vuelvan libres al País Vasco. También hay reclamos que se hacen ahora que tienen urgencia en términos humanitarios; por ejemplo, los presos que están alejados a miles de kilómetros de sus familias, o los que están enfermos, pero eso es algo que nosotros ni aceptamos como discusión: se tiene que producir. Ahora hay que ponerse alrededor de una mesa y decidir cómo sacamos a todos los presos de la cárcel. Después estamos dispuestos a discutir en qué plazos, en qué condiciones, de qué manera, pero creemos que ha llegado el momento de empezar a discutir esto.

Usted vino a Montevideo a participar en el décimo congreso del Movimiento de Participación Popular y debatir sobre la izquierda a nivel internacional. ¿Qué diagnóstico hace de la izquierda europea?

En Europa tenemos sociedades asustadas, llenas de incertidumbre, en las que la gente busca una seguridad que tiene que dar la izquierda. Desde nuestro punto de vista, la socialdemocracia se hundió en Europa porque se convirtió en un socioliberalismo y entendió como lógica que era necesario mejorar el capitalismo, y este la ha devorado. Como vascos independentistas, creemos que en Europa la izquierda tiene que recuperar el concepto de soberanía en dos ámbitos: la de los pueblos, para decidir si quieren ser un Estado, y la popular, porque la gente necesita recuperar la democracia, que ha sido secuestrada por las elites económicas.

En ese sentido, también hay un resurgimiento del nacionalismo y la ultraderecha.

En Europa se han dado dos fenómenos diferentes. Uno es el auge de la extrema derecha: hay que tener en cuenta que caminamos hacia sociedades cada vez más autoritarias. La derecha a la que nos enfrentamos no es la fascista de los años 30, no tiene su forma ni su estética, pero nos conduce, inexorablemente, a sociedades cada vez más limitadas en las libertades. Al mismo tiempo, se produce algún fenómeno aislado, como el de Podemos, con el resurgimiento de una izquierda a la izquierda de la socialdemocracia, como hemos sido nosotros en el País Vasco siempre.

¿Se puede decir que ante la crisis de la socialdemocracia hay un surgimiento de una izquierda más parecida a la latinoamericana, en expresiones como Podemos o Syriza?

Creo que hay una pregunta clave: nuestra generación quería cambiar el mundo, y no sé si ahora la gente quiere cambiar el mundo o quiere cambiar la forma en que está en el mundo. No es lo mismo, hay que buscar una fórmula de síntesis entre los dos. La izquierda tiene que ser capaz de dar seguridades a la gente en sus problemas diarios, pero ese no puede ser el único horizonte. Tiene que haber un horizonte a largo plazo en el que se garantice a la humanidad sus condiciones de vida materiales, sí, pero también la propia reproducción de la vida y la búsqueda de la felicidad humana. No podemos quedarnos en un discurso meramente técnico y económico, ese es el marco de la derecha. Ahí tenemos que apelar y trabajar, pero al mismo tiempo tenemos que decirle a la gente que hay que pensarse la vida de otra manera, porque si no vamos a la raíz de las cosas, al final volveremos a tener los mismos problemas. Todavía falta que la izquierda recupere un relato alternativo del mundo. A las nuevas generaciones hay que decirles: si buscas seguridades, tienes que cambiar las cosas, porque en el capitalismo la única seguridad es que ellos van a tratar de ganar el máximo siempre, y sin escrúpulos.

Peso pesado

Arnaldo Otegi (1958) es, desde 1997, la cara más visible de la izquierda independentista vasca. Estuvo vinculado a ETA desde 1977, primero como parte de la rama político-militar de la agrupación y luego en el ala militar. En 1987 fue detenido: la primera de varias comparecencias ante la Justicia. Si bien Otegi no fue condenado por crímenes de sangre, sí lo fue una vez por participar en un secuestro, y en varias oportunidades por delitos políticos. En 1994 optó por la política electoral en las filas de la izquierda abertzale. Se sumó a las listas de Herri Batasuna y cuando su cúpula fue detenida, en 1997, asumió como secretario general. Al año siguiente, la izquierda abertzale logró los mejores resultados electorales de su historia tras la firma de una tregua entre ETA y el gobierno vasco. Después de años en los que su vida transcurrió en la palestra política, en 2009 fue detenido de forma preventiva en el marco del juicio en el que después sería condenado, junto a otras cuatro personas, por intentar reconstruir Batasuna, el grupo político que el Estado español considera ilegal por sus presuntos vínculos con ETA. Fue liberado de forma anticipada el 1º de marzo de 2016 y automáticamente recuperó su posición como líder de la izquierda independentista vasca. La relación de Otegi con ETA siempre fue tensa. Algunos de los atentados del grupo armado fueron criticados por él, y otros golpearon duramente las conversaciones de paz que, en varias oportunidades, el líder político impulsó con el gobierno vasco y el español, al punto de frustrarlas. Cuando se pensaba que Otegi había perdido la pulseada con ETA, dio el puntapié inicial, en octubre de 2009, al debate que derivaría en el fin del conflicto armado en el País Vasco.