Las bandas sonoras de los videojuegos han crecido a un ritmo parejo con la totalidad del medio: hoy casi todos los juegos cuentan con inversiones astronómicas en orquestas que producen horas de música para ambientar la experiencia lúdica. El soundtrack es una parte crucial de los videojuegos; tiene múltiples efectos en la inmersión del jugador a la hora de generar las emociones indicadas en el momento justo.

Hacer un ranking cuantitativo de bandas sonoras parece erróneo cuando quien escribe tiene poco conocimiento musical desde el aspecto más técnico y artístico de la materia. Por ende, esto es una recomendación más propia de alguien que ha convivido largo y tendido con los videojuegos que de un experto en música. Los títulos mencionados son de los últimos dos años, en su mayoría premiados por su musicalidad, y recorren diversos géneros. Nada más que una humilde selección de bandas de sonido que son dignas de escuchar fuera del videojuego.

No resulta poco criterioso afirmar que Nier: Automata tiene una de las mejores bandas sonoras de los últimos tiempos. El maestro de Keiichi Okabe compuso una obra que atraviesa todos los estados posibles. Los temas se dividen acorde a las diferentes zonas del juego, y estos a su vez tienen tres versiones diferentes en las que se varía su intensidad. Por ende, dentro del mismo contexto, cada momento tiene una canción asignada, sea el pacífico, el tramo medio o el dinámico. Conjuntos de temas como “Amusement Park” o “City Ruins” despliegan talento por todas partes e invitan a ser escuchados fuera del contexto del rol distópico del universo de Nier.

Si Okabe buscó la épica y la nostalgia como compositor, Mick Gordon pensó en la locura y el frenesí del infierno. El creador de la banda sonora del último Doom –uno de los juegos más populares de la industria– quiso que el juego fuese al ritmo del rock pesado y el metal. Más parecido a una banda instrumental de metal que a una orquesta clásica, el soundtrack deslumbra con temas como “SkullHacker” y “HellWalker”, que representan esos momentos de éxtasis de todo el repertorio.

Otro que busca las mismas intenciones pero desde un ángulo diferente es Furi; un Boss Rush (género en el que sólo se combate contra jefes) independiente en que la dificultad es una de las características principales. La música acompaña el reto, con un ritmo electrónico que va a la misma velocidad que la agilidad mental que precisamos para sortear a los pocos enemigos. Temas como “Time to Wake Up” y “6.24” dan a entender de qué va el juego sin necesidad de haberlo visto.

No es necesaria la ambientación ruidosa cuando se habla de dificultad en un videojuego, sólo cabe ver el ejemplo de Cuphead; la dificultad de esta plataforma es una oda a las caricaturas de los años 30, por ende, su banda sonora habita en el mismo universo. Creado por el compositor Kristofer Maddigan, es básicamente una big band de un jazz de primerísimo nivel.

Cualquiera de estos títulos está absolutamente prohibido de jugarse en mute, sus bandas sonoras no acompañan la experiencia, la enriquecen y se transforman en creaciones que pueden apartarse cómodamente de los videojuegos para las que fueron creadas.