Esta semana se dio un hecho sin precedentes para la tecnología. Y quizás sea un temblequeo previo a los primeros pasos de una nueva era para la raza humana, que ahora bien puede hablar de que se lanzó el primer cohete que podría llevarnos a Marte.

Se dice que la historia la escriben unos pocos, que ni ustedes ni yo –tal vez sí: no los voy a subestimar– colocamos nuestro nombre en la memoria de los que serán los encargados de recopilar los hechos más importantes. En el ámbito del espacio, de la tecnología y la ciencia, producto de una filantropía extravagante, Elon Musk está decidido a que se hable de él. Con sus luces y sombras, el empresario dueño de Tesla Motors y SpaceX lanzó el Falcon Heavy, que ya es denominado el “cohete más poderoso del mundo”, rompiendo ciertas barreras que nos impedían ilusionarnos con la idea de pisar el planeta rojo.

El tema del poder a la hora de mencionar el cohete se traduce principalmente en su capacidad de carga (porque, a nivel de fuerza pura, no es mas potente que el Saturno V, que llevó varias naves a la Luna). Las posibilidades se multiplican cuando un artefacto de estos puede llevar consigo el doble de cosas de lo que se había logrado hasta entonces, como satélites más grandes, personas al espacio, o lo que eligió Elon Musk: uno de sus autos Tesla Roadster color rojo, que ahora mismo anda flotando por el espacio, “manejado” por un maniquí, llamado Starman, que va escuchando el tema “Space Oddity” de David Bowie.

El cohete no sólo puede cargar por duplicado en comparación al resto, sino que también es notoriamente más económico. El propulsor que le sigue en potencia al Falcon Heavy –el Delta IV Heavy de la empresa United Launch Alliance– tiene un costo de 350 millones de dólares por lanzamiento, mientras que el de SpaceX lo hace con tan sólo 90 millones, alentando los ideales del turismo espacial.

Frustración para terraplanistas –que increíblemente los hay en 2018 y pululan en las redes sociales–, el lanzamiento del cohete y la posterior transmisión del auto con la tierra de fondo será uno de los momentos más impactantes de estos últimos tiempos.

“Hecho en la Tierra por humanos” es el mensaje que lleva el vehículo en su interior, que se acercará a una órbita relativamente próxima a Marte. No, el auto no tocará el planeta rojo. Sí, le permitimos al lector pensar que todo este embrollo es la publicidad más cara de la historia. Sin embargo, alejados de la extravagancia que rodea el suceso, es un avance haber logrado un lanzamiento exitoso de un cohete con características que la NASA o cualquier agencia espacial no se habían imaginado. Musk se jacta de haber logrado, a nivel privado, lo que no han podido países como Estados Unidos y China.

El Falcon Heavy está compuesto por varios cohetes aceleradores Falcon 9, que ya habían sido utilizados para colocar satélites en la órbita baja de la Tierra. En un espectáculo que deja asombrado a cualquiera, a tan sólo ocho minutos de haberse lanzado el Falcon Heavy, dos de sus tres aceleradores aterrizaron en forma vertical en el mismo lugar desde donde partieron: la plataforma A-39 del Centro Espacial Kennedy, la que otrora fuese testigo del Apollo 11 con sus hombres pisando la Luna.

No todo fue un éxito: el acelerador central se estrelló contra el Pacífico, aunque se supone que eso se solucionará en próximos lanzamientos. Es que los viajes del Falcon Heavy no terminan en un auto en el espacio: el cohete más potente del mundo ya tiene encargos de Arabia Saudita para colocar una red de satélites, así como también una carga de prueba para las fuerzas armadas estadounidenses.