Con la música como soporte de la escena, la actriz, directora y dramaturga Lucía Trentini ha reelaborado, modificado y resignificado diversas estructuras dramáticas, adaptando el texto a las formas musicales puestas en juego y explorando las infinitas posibilidades de un amplio abanico de géneros. Así, Música de fiambrería (2014) es un policial híbrido en el que se relatan tres historias paralelas atravesadas por un crimen, que a la vez coquetea con los límites de la locura cotidiana, los miedos y la culpa, que luego reversionó en Muñeca rota (2016), en la que tres mujeres descubren paulatinamente que cometieron un crimen; al año siguiente estrenó Inconfesable: sonata para dos actrices (2017), un espectáculo que expone el complejo límite entre el amor, la obsesión y la posesión. Con cada propuesta, la ex vocalista de La Tabaré consolidó un certero lenguaje personal, próximo al musical y a una lograda cadencia, que signa las distintas transformaciones de los personajes.

Ahora, antes de partir a una residencia artística en el Lincoln Center de Nueva York (gracias a una beca del teatro Solís), Trentini estrenará la primera parte de Ejecución pública: tocar o morir, una pieza para cinco percusionistas, un piano y un hombre parlante que se presenta como una historia de represión, odio y miedo.

Todo surgió, dice, a partir del deseo de trabajar con percusionistas, de profundizar en el “juego rítmico”, como “si de algún modo el sonido pudiera llegar a suplir a las palabras, o interactuar, mixturar los canales de la expresión”. Después de idear la excusa decidió profundizar la propuesta, y así llegó a omitir la posibilidad “de la palabra, de la expresión libre”, y pasó a reprimirla, manipularla y exponerla a través del miedo, de la “amenaza como una forma de diversión, como la satisfacción de un placer personal, y el castigo como una forma de entretenimiento”, que se convirtieron en disparadores creativos para la puesta.

Luego trasladó esto a un texto dramático y pensó en una estructura musical organizada en dos actos, sumisión y rebelión, a los que anexó otros elementos, por ejemplo “una pequeña introducción de piano simpática, una obertura, algunos movimientos y un groove industrial, pensando siempre en las intensidades y las tensiones, en las texturas, e introduciendo, a su vez, textos que pudieran dialogar rítmicamente con la escena”.

De este modo se propuso extender el juego para que los músicos pudieran participar, y componer en función de situaciones e imágenes, que también trasladó a las características del espacio. “La música es un acontecimiento formidable, la ejecución conjunta toma dimensiones que son puramente físicas, porque el sonido nos toca y nos envuelve. ¿Nos alejamos del teatro, partimos de él, es un concierto, es una obra musical? Realmente no tengo ni idea. Creo en el teatro como un arte total, capaz de incluir la música y la plástica, y también de ser permeable a la escritura, al cuerpo, a la emoción. Cada vez estoy más convencida de que no hay límites entre una cosa u otra, que a la hora de crear es todo parte de lo mismo”.

La totalidad del arte

La obra cuenta con ocho personajes: cinco percusionistas, dos alcahuetes y una voz suprema, que es una “voz todopoderosa, una cabeza gigante que se esconde detrás de una pantalla y ejecuta, arenga a sus prisioneros a tocar para salvarse, y lo hace a través de sus dos alcahuetes, ambos anónimos y sin rostros: uno en el piano y otro yendo y viniendo con un arma”. La palabra surge del hombre parlante, que controla todo lo que sucede, y a la música la ejecutan los que están condenados a ello.

Luego de esta primera parte del proceso, la directora reconoce que su mayor inspiración se concentra en los seres humanos, en sus comportamientos y reacciones. “Y, por estos días, en los niveles de violencia en la calle, en las redes sociales, la necesidad desesperada de decir algo que no podemos expresar. La necesidad de agradar, la obediencia incuestionable, el control, el consumo y la ansiedad”.

Más allá de estas motivaciones, Ejecución pública también surgió de la idea de castigo que se aplicaba a los condenados “aún en el siglo XVIII, donde el cuerpo del culpable era expuesto, exhibido públicamente y sometido a un suplicio, en lo posible lento, de un modo ceremonial y casi como una reproducción teatral. Pero lo que más me impresiona de todo esto es la contemplación de la tortura, el disfrute de detenerse a mirar, y la idea del encuentro con la verdad o el poder en ese acto. A veces pienso que la realidad no se distancia demasiado de esos asuntos, y muchas veces desde nuestro ser anónimo arengamos a la quema de las brujas, a la horca para los traidores. George Orwell también se fue conmigo esas vacaciones...”.

Así, el arte se transformó en un modo de supervivencia, y en una obra en la que la “música habla”, pero la escena la enmarca y la presenta, “habilitándose mutuamente”. En esta dialéctica, ¿el teatro resiste o se reinventa constantemente? Para Trentini es necesario reinventarse constantemente, sin fórmulas. “Creo que en estos días lo más difícil es sacar a la gente a la calle, despegarla del sillón y de las series, para poder encontrarnos. Y que, de algún modo, el encuentro vaya más allá de posicionarnos de uno u otro lado”.

El miércoles en Tractatus (Rambla 25 de Agosto 532) se estrena Ejecución pública. tocar o morir, sólo por cinco funciones, que irán el 26, 27, 28 y 29 de julio a las 21.00. La dirección estará a cargo de Lucía Trentini, y contará con la actuación de José Pagano y la interpretación musical de Mauricio Ramos, Rodrigo Domínguez, Andrea Silva, Sebastián Pereira, Sebastián Macció y Agustín Texeira.