Es común que el apodo con el que se conoce a una banda a veces sea exagerado, pero “La aplanadora del rock” le calza justo a Divididos, como cualquiera puede comprobar en un toque en vivo. El power trio, comandado por el guitarrista y cantante Ricardo Mollo y el bajista Diego Arnedo —como se sabe, ambos ex Sumo—, junto con el pulso duro y frenético de Catriel Ciavarella —baterista del grupo desde hace 15 años—, suele desplegar un contundente show de más de dos horas que no da respiro, como lo demostró hace un año en Landia (Centro de Espectáculos Parque Roosevelt). Y como seguramente lo hará otra vez hoy a partir de las 21.00 en ese mismo escenario, en el marco de la gira de festejo por sus 30 años de vida —con entradas generales por Red UTS a 1.100 pesos—.

El grupo se formó en 1988, apenas unos meses después de la muerte de Luca Prodan, líder de Sumo, y al año debutaron en las bateas con 40 dibujos ahí en el piso, en el que ya mostraban su veta densa de solos filosos y endiablados (“Che, ¿qué esperás?”) y su fanatismo por el rock estadounidense, con la versión de “Light My Fire”, original de The Doors, en la que Mollo despliega todos su modos de entonación anglosajona que igual se vislumbran cuando canta en español. En Acariciando lo áspero (aquel disco que arrancaba con “El 38”) hay ejemplos de su lado funk, como es el caso de “¿Qué tal?”, en la que Arnedo muestra que se le da bastante bien eso de tocar el bajo (curiosamente, cuatro años después, Las Pelotas, el otro grupo que nació de la disolución de Sumo, editó el que quizás sea su más grande hit, “Hola, ¿qué tal?”, también de ribetes funk).

Pero fue con el disco La era de la boludez, de 1993, que Divididos llegó a lo mejor de su sonido y al cenit de sus características, como la mezcla de rock denso con raíces criollas (algo que ya habían hecho varios en el rock argentino, como Gustavo Santaolalla con su grupo Arco Iris, y no por casualidad fue el productor de ese disco de Divididos). Así es que en ese álbum nos topamos con el funk rock “Salir a asustar”, que arranca con dos versos que hoy parecen tener más sentido que en 1993. “Salir a asustar te protege más, / en esta, la era de la boludez”, canta Mollo sobre su frenética guitarra eléctrica que nunca para. El lado criollo aparece en “Ortega y Gases”, pero se hace mucho más explícito rítmicamente en la llevada de chacarera de la guitarra eléctrica —y en la progresión de acordes— que guía “Huelga de amores”, con letra influenciada por Eduardo Galeano —según ha declarado Mollo varias veces—. “Ellos vinieron, nos encubrieron; / aquí encontraron dioses que danzan, / y nos dijeron: ‘Cerrá los ojos, / dame la tierra, tomá la biblia’ [...]. La historia escrita por vencedores / no pudo hacer callar a los tambores”.

Aunque la mezcla de rock con folclore se haría más carne que nunca en la versión a lo Jimi Hendrix de “El arriero”, de Atahualpa Yupanqui, que el año pasado cerró el toque en Landia aplanando todo a su paso.